Partida Rol por web

El Fuego

Finis Terrae

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23/10/2010, 16:58
Director

La mañana se había levantado burmosa en el horizonte cuando el rugido de las olas te había reclamado en el exterior del pequeño agujero excavado por el paso del tiempo en el acantilado. La marea comenzaba pronto a azotar la costa cuando decidiste agitar tus miembros y repasarlos con mimo antes de lanzarte sin mayores miramientos al vacío. Mientras caías, tu cuerpo se contraía cada vez más en una postura en la que el aire aceleraba su paso por todo tu cuerpo, acercándo cada vez más el agua hacia ti. En el momento en que notaste como la primera corriente cálida bañaba la superficie de tu cuerpo, tus miebros reaccionaron instintivamente desplegándose a sol, para remontar con celeridad el precipicio de aire que te separaba de la lámina de agua. Un leve escorzo de tu cabeza fue suficiente para que todo tu cuerpo adquiriese una leve inclinación mientras toamba altura alejándose de las agujas de roca cubiertas de algas y mejillones que salpicaban el litoral. La sensación de libertad que te invadía regaba tu cuerpo tanto como el sol que comenzaba a despuntar por el Este, tu cama eran el océano, tu manto el aire, las olas tu canción y las estrellas tus guías. En esta forma, no existía la pena, la culpa o las ataduras, solo la vida, la expeerimentación de cada una de las sensaciones que rodeaban al ciclo vital. Comer, volar, dormir y así hasta que la muerte interrumpía el proceso. Y aún llegado el caso, la muerte suponía la vida para otros, todo estaba conectado y formabas parte de ello.

Así había sido durante tres años, desde tu regreso de la Germania. Ahora, a escasas semanas vista, se presentaba la única circunstancia que rompía tu estilo de vida. La Orden te reclamaba a los Pirineos y exigía su juramento de fidelidad. Un juramento que encadenaba de por vida e incluso más allá de la misma, tu destino con el suyo. Era el precio de la libertad, todos debían pagarlo, desde el campesino hasta el sabio. Nada era gratuito ni libre de demanda en la vida.

La temperatura del aire descendió repentinamente haciendo que tu cuerpo descendiera arrastrado nuevamente hacia la tierra, con un leve aleteo mientas inclinabas tus alas, recuperabas la altura perdida. La primera tormenta estival parecía acudir antes de lo previsto. Una molestia más, el vuelo se hacía agotador durante las tormentas y la pesca se volvía difícil debido a la turbidez del agua. Tendrías que alimentarte más que de costumbre, sesenta millas eran una distancia razonable para medio día de vuelo, pero si querías dejar atrás la tormenta deberías adelantar la pesca. Un balanceo de tu cuerpo basto para virar hacia poniente, en busca de alguna sombra en la superficie del agua. Allí estaban, atraidas por la subida de la marea, pequeñas siluetas, unos treinta pasos por debajo de tu posición surcaban una y otra vez los promontorios rocosos que el viento había transformado tras siglos de mareas.

Lubinas, tanto mejor, su carne era grasa y te daría más energía para afrontar la remontada de las rías en busca del cabo donde estaba la aldea. Tu cuerpo volvió a compactarse y tus alas dejaron de recibir el impulso del aire cálido haciendo que tu postura descendiera en un agudo picado rumbo al mar. Era el momento cumbre de la pesca, el momento donde el control quedaba a merced de los elementos y el puro instinto animal. Lo único que lamentabas era el choque contra el agua, que por unos momentos coartaba tu libertad al verte fuera de tu elemento natural. La vida tal y como la conocías, no necesitaba de nada más, solo unos pocos días te dejabas embargar por pensamientos coherentes y racionales impropios de tu actual forma. Como en este mismo momento, con el sabor salado y metálico de un pez recién pescado recorriendo tu gaznate.

Uno de esos días era hoy, tras varios días de absoluta despreocupación, te veías obligado a atender al llamado de tu tribu. No se trataba de lealtad ni de gratitud, que sin duda existían como tal, puesto que te había proporcionado tu actual vida. Era un sentimiento de camaradería que superaba las claras diferencias de personalidad que tenías con el resto del grupo. Pese a todo, las diferencias que te separaban de Lacerta, Natrix y Stellatus eran las mismas que te permitían mantener un mayor grado de independencia. Además, se habían arriesgado a educarte aún cuando desde Crintera habían "sugerido" que la tribu no era la adecuada para ello, debido a las diferencias existentes entre tu y los miembros de la Tribu de Suspirium. Podías ser despreocupado, pero no ingrato.

La tribu no estaba muy bien considerada por Crintera; compuesta por miembros armonistas, se había mantenido siempre cerca de los humanos, tratando de establecer lazos de colaboración que hicieran ver como estos podían vivir de la naturaleza sin expoliarla. Galicia había sido una tierra de gran culto a la tierra y sus ancestros desde el principio de los tiempos, según se decía en la Casa, por ese mismo motivo existían algunas tradiciones chamánicas de cambiaformas que se creía todavía sobrevivían a la romanización y que incluso habían prosperado con la llegada de los pueblos godos. Lacerta le había comentado en alguna ocasión que su familia llevaba generaciones cuidando de estas tierras al igual que ella misma, tierras donde el poder se podía palpar en las faldas de los montes, en los ríos y en la propia costa.

La presencia del grupo de Merinitas no habia mejorado la situación para la tribu, nadie en la Casa se explicaba como podían Lacerta y Stellatus convivir con unos adoradores de los usurpadores de las tierras de los ancestros, unos falsos ídolos paganos que rechazaban las creencias más arraigadas de vuestra Fundadora. Francamente, nunca te había parecido que las inteciones de los Merinitas fuesen esas. Hasta donde tu sabías colaboraban con tu tribu resguardando los lugares de poder de Galicia; mientras tu tribu se encargaba de los ríos y costas, ellos vigilaban los montes y bosques. Hasta ahora la colaboración había sido buena en ese sentido, por lo demás no había demasiada relación, al margen del gusto por la vida al aire libre.

Hasta la fecha, el mayor riesgo que existía, era ese grupo de Quaesitores Guernicus que siempre estaban tratando de usurpar los derechos de la tierra. Los mismos que habían hecho fracasar una y otra vez stusintentos de formar parte de la Orden. Y no es que eso te importase demasiado pero, sin pertenecer a la Orden, serías perseguido sin descanso, perseguido por su misma Tribu debido a las costumbres que imperaban y eso, no estabas dispuesto a admitirlo. Cuatro veces habías tenido que viajar hacia el interior de Galicia para que te pusieran a prueba, y en tres ocasiones te habían humillado con cuestiones completamente ladinas. Pero ese año habías superado el guantelete que tanto había mortificado a tus hermanos. Todo ello era una maniobra para debilitar de alguna forma su posición política, como te habían explicado en varias ocasiones.

Si viajar a los Pirineos y someterse nuevamente al escarnio de unos arrogantes era por lo que tenías que pasar nuevamente, así sería. Al menos podrías regresar a la costa, seguir viviendo para y con la naturaleza, surcando el aire y volviendo de vez en cuando para reunirte con tus hermanos.

Enfilaste tu ruta, esta vez rumbo al Norte, buscando con tu instinto la mejor corriente para llegar a la aldea antes del despunte del día. Necesitabas reunirte con Lacerta antes de que el sol descendiese, justo cuando todavía podrías encontrarla tirada al sol en alguna roca del acantilado cercano a la aldea de Finisterre.

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28/10/2010, 21:46
Peires Pescador

Cuando uno es tan privilegiado espectador de cuanto bajo él sucede, cuando puede experimentar sensaciones que muy pocos han vivido, no puede evitar olvidar aquellas cosas que por insignificantes preocupan a los que desde tal altura parecen pequeñas hormigas. No, viendo aquel paisaje cambiante en el que las olas chocan insistentemente contra la costa y los primeros rayos de sol bañan a todo ser viviente no podía albergar rencor o pena que me amargase aquella escena. Además acababa de comer y la angustia tiene la mala costumbre de afectar al estómago; no era buena razón para desechar aquellas sabrosas lubinas.

Muchas veces aprovechaba los que en ocasiones pueden ser aborrecible momentos de lucidez humana para recordar anécdotas que por buenas merecían la pena ser vividas, y una vez vividas, recordadas. Aquel día no fue la excepción y cuando mi mente vagaba por la lejana niñez recordé una canción que mi madre cantaba y que más o menos así sonaba:

Cuando de casa te fuiste
nada quedaba en tu mente
y en mi vientre se gestaba
fruto de carne ardiente.

Carne de la carne tuya
hijo del amor, simiente,
y tan solo, desde entonces,
en sus ojos puedo verte.

La mar, amante egoísta
solo para ella te quiere
con su canto de sirena
finalmente ya te tiene.

Porque siento no sentirte
solo lágrimas me quedan
que más tarde al río caen
y en el hondo mar te encuentran.

¿Triste? Puede. Muchos así la considerarían, pero ese no era mi caso. ¿Por qué? Aun en la más oscura de las noches uno puede alzar la vista al cielo y ver la luz de las estrellas. Resulta sencillo saber quién era mi estrella en aquella época de mi vida.

Recordaba haber escuchado esa canción un día que mi madre había estado a solas toda la tarde mientras yo jugaba fuera. Tenía costumbre de cantar, pero nunca había escuchado una como aquella por lo que cuando volví guardé silencio y presté atención hasta que calló cuando se percató de mi presencia. Aun así cuando terminó, dedicó unos segundos a mirarme profundamente a los ojos tras lo cual esbozó una amplia sonrisa de gozo. Creo que en sus ojos había lágrimas que pujaban por salir pero que temiendo preocuparme las contenía.

En aquello dediqué gran parte del viaje, hasta que empecé a pensar en las ganas que tenía de revolotear alrededor de Lacerta mientras se calentaba tranquila bajo el sol. En definitiva ganas de poner a prueba su paciencia, pero sobre todo, de verla.

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18/01/2011, 11:37
Director

Remontar las corrientes de la galerna que arreciaba no resulto tarea simple durante las buenas leguas que distaban hasta tu destino. Bajo los golpes de tus extremidades se difuminaba la mar embravecida. Furibunda como estaba por la insolencia de tu avance, escupía profusamente grandes nubes de espuma al golpear la costa, tratando de alcanzar las plumas que jugueteaban alegremente en medio del estruendo de la tormenta. Más allá, se recortaba ante tu agudeza, la ría de Noia, considerado el puerto de la urbe del Santo. Y, justo detrás de ella, la gran bahía en la que se escondía el asentamiento de Finis Terrae. Tu instinto animal, pese a lo encapotado de la techumbre nubosa, bien familiarizado con los ciclos del tiempo como estaba, te marcaba que la tarde todavía no estaba avanzada todavía cuando divisaste desde lo alto de los no menos de cuatrocientos pasos desde el nivel del mar, un característicos promontorio que soportaba lo agresivos envites del mar. El camino hacia Finis Terrae, había sido señalizado para aquellas ocasiones en las que la mar y las condiciones del clima dificultaran los sentidos. Había de hacerse así, puesto que la gran bahía se cobraba año tras año, las vidas de muchas gentes poco avezadas en aquellas aguas. La enorme pared de la costa se elevaba silenciosa en medio de las tormentas, la noche y la bruma, sin mayor ayuda que unos pequeños faros, que según algunos databan de fechas remotas. ningún anciano recordaba ya bien, si fueran romanos, celtas u otros los que habían edificado aquellas guías marinas de antaño.

Por desgracia, la discreción que requería Finis Terrae, impedía la construcción de estos edificios y, por tanto, seguía siendo el instinto el que gobernaba el atino a la hora de localizar los accesos en medio de las olas. El paisaje rocoso se mantenía uniforme a lo largo de toda la estribación rocosa, salpicada en ciertos casos por pequeños asentamientos pesqueros y verdes extensiones de líquenes y musgo. El mar era generoso en sus capturas, pero extremadamente exigente con los demasiado osados como para permanecer frente a sus costas. Aquellos que se lanzaban a recoger el fruto de su seno, sabían bien que una parte de lo recogido era para la mar, otra para la embarcación y la última para la tripulación. Era una tradición mantenida para aplacar a los poderes que gobernaban aquellas tierras, según hbaís sabido desde tu llegada a aquellas costas.

Tu rumbo viro al este dejando atrás el primero de los hitos rocosos marcados con el símbolo de Finis Terrae, únicamente visible para aquellos que sabían lo que buscar. La costa pasó a mostrarse más cercana, ninguna embarcación faenaba bajo estas condiciones, por lo que el acceso a las cornisas balconadas de la alianza se mantenía libre de sospecha. Pese a ello, el aleteo de un ave tratando de posarse sobre la pared de roca, en busca de la grieta donde probablemente mantenía su nido, era algo completamente normal. Pese a tratarse de una ave poco común por estas tierras, dificilmente nadie podría distinguir la diferencia con tales condiciones. Pese a ello, el protocolo para aquellos ajenos al asentamiento, dictaba que los accesos por mar estaban restringidos previo aviso. En diversas ocasiones la propia Lacerta se encargaba de elevar una bruma en el entorno de la bahía para cubrir la entrada o salida de cualquier embarcación que pudiera manifestarse como sospechosa. Era un recurso poco frecuente por diversos motivos, la superstición de las gentes, estaba demasiado arraigada en las costumbres del pueblo de la costa gallega, para disgusto de la Iglesia de Santiago. Mas el principal problema era el miedo que generaban aquellas aguas, donde el mar engullía toda luz al caer la tarde. Obscuro, el único miembro de la Casa Criamon del asentamiento, había dicho en una ocasión que hasta los más poderosos se echarían a temblar ante tal espectáculo, puesto que solo aquellos mares tenían el poder de conseguir tal proeza.

Tres nuevos cambios de rumbo, situaron tu maniobra de aproximación a los acantilados en perfecta orientación. Unas decenas de metros separaban tu posición de la oquedad de uno de los accesos al recinto. Pese a la destreza ede tu propia naturaleza animal, acercarse a aquellas rocas no suponía una nimiedad. Cualquier cambio brusco en la dirección, fuerza o incluso temperatura de la corriente aérea, podría arrojar tus frágiles huesos contra la pared de forma inmisericorde, para ser arrastrado y engullido más tarde por la corriente marina. Eran momentos donde tu mente humana cedía el control a la bestia, dotada de un instinto natural para reaccionar ante la más leve variación. Momentos más tarde, la oscuridad fue absoluta. La diminuta figura fue engullida por completo en el vientre de la mole rocosa, dejando atrás el aguacero y permitiendo que, el reververar de la roca ante las sacudidas de las olas , llegase a tus oídos humanos.

El espectáculo a tus espaldas se mostraba embriagador. Todas y cada una de las balaustradas de la alianza, mostraban día tras día, una paleta de paisajes de extrema belleza. No había obras de arte en el interior de los muros de Finis Terrae, el horizonte se erigía como la única pintura necesaria para la vista de cualquiera. Ya fuera aterrador, misterioso, glorioso o agresiva, la costa del fin de la tierra mantenía un embrujo sobre cualquiera que posase sus sentidos sobre ella.

Con paso presto recorriste la estancia completamente desnudo, en busca del calor de alguno de los hogares que permanecían permanentemente encendidos, caldeando el crudo ambiente de las estancias completamente abiertas al mar. Resistir una tormenta en medio del vuelo proporcionaba calor suficiente, pero el gélido contacto de la piedra y la humedad reinante, no acompasaban bien con un cuerpo erguido sobre dos piernas. Por guardar las formas, enfundaste una túnica preparada al uso en la estancia para presentarte ante Lacerta. No es que fuese necesario, pero tras varios días de ausencia, no era descabellado pensar, que alguno de los miembros de la alianza hubiese recalado en la misma.  No todos mantenían gusto escaso por las prendas.

Finis Terrae se sumergía integramente en los acantilados de la bahía de fisterra, aprovechando las oquedades oradadas durante siglos por el mar. La mayor parte de los accesos alumbraban a la mar, incluído un pequeño embarcadero alojado en el interior de una gruta donde la rompiente se mostraba más calma que en el resto de la cornisa. Las estancias de los sodales se abrían en su mayoría igualmente al acantilado, salpicando de desperdigadamente la fachada en disimuladas balaustradas naturales. La edificación carecía completamente de refinamiento y acabado. Prácticamente todo el lugar había sido creado por el paso del tiempo, dejando a los miembros del asentamiento el único trabajo de conectar el entramado de huecos y erosiones y tal vez ampliar alguna de las estancias para obtener mayor funcionalidad y erosionar el trazado para evitar dificultades a la hora de desplazarse.

Como resultado, el interior de la alianza se asemejaba a un laberinto en el que no pocos accesos terminaban en zonas muertas sin salida o cayendo directamente al mar. La única referencia clara para aquellos ajenos al lugar eran los símbolos grabados en la roca en las zonas comunes del la "construcción" que indicaban que pasillos podían conducir a que sancti. Pocas comodidades más requerían unos magos, que en su mayor parte, gastaban sus días en el exterior de aquellas paredes de roca.

Finis Terrae era,  por así decirlo, el último refugio de todos y cada uno de sus miembros. Un lugar donde la propia naturaleza podía darles cobijo en caso de necesidad. Donde la mar y la roca proveía de todo lo necesario sin pedir más a cambio que respeto y admiración por su fría y salvaje belleza.

Notas de juego

Disculpa tanta tardanza, el tiempo es cada vez más escaso pero me niego dejar este proyecto.

Como ves, las descripciones son parcas, pues la filosofía de vida de los magos de Finis Terrae es la que es.

Pasaré un plano en su momento a la escena de Reinos Olvidados con acceso restringido a sus miembros jugadores. Es probable que allá secciones de la misma que no conozcáis, a fin de cuentas la aliazna es casi más una zona de paso que un verdadero hogar. Lo entenderás a medida que el juego avance y descubras la historia del lugar.

 

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29/01/2011, 19:46
Peires Pescador
Sólo para el director

Notas de juego

Mierda. Lo siento, se me olvidó decírtelo. Estoy con exámenes y por eso no he podido responder. En cuando pueda te posteo, además de que no quiero escribir cualquier tontería.

En cuanto escriba algo lo pongo aquí y borro este mensaje sin más utilidad que la de avisarte de eso.

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04/02/2011, 17:47
Director

 

 

 

¿Como describir la felicidad?

Tal vez las palabras no sean suficientes.

Tal vez, la felicidad, nos rodea como los candorosos brazos de unos padres, haciendonos sentir protegidos como las raíces de un árbol. O puede, que la felicidad emerja de la punta de nuestros dedos, de nuestro propio aliento vital, entremezclándose con las hebras de la realidad, dando forma a nuestros sueños más lejanos a una simple orden.

O simplemente, se trate de una sensación que golpetee nuestro pecho desnudo, como las suaves aguas de un estanque bañado por el verdor del bosque, mientras el aureo cabello del ser más bello jamás contemplado, descansa húmedo entre nuestros juguetones dedos.

Sea como fuere era aquel momento, aquel lugar. Donde los árboles cobijaban vuestra intimidad. Donde cada caricia podía desprenderse alegremente, rasgando el calmo tejido de la superficie cristalina que os cubría. Si un artista pudiera contemplar la obra maestra de vuestro recuerdo, plasmando con ello la esencia de vuestra alma, tal vez así se acercase al verdadero significado de esas pocas letras que, en su armonía, abarcaban el todo.

 

Tus ojos se deslizaron suavemente de la hebras blancas del cielo para descender a las que sujetabas entre tus manos. Masajeando levemente el dorado que parecía fundirse con el plata de su ligero vestido.

- ¿Que es lo que retiene tus pensamientos Guillermo? - resonó su voz en tu pecho - ¿Es tu familia nuevamente? No temas, comprenderán. Que no turbe esa preocupación nuestro tiempo Guillermo -

La resonancia de la cadeciosa melodía de su garganta, amainaba la pobre zozobra que en los últimos días mantenía en vilo tu ánimo. La comprensión de tus padres podía marcar un punto de inflexión en tus días futuros. Nada había de mayor importancia que la familia. Al menos así lo creías hasta esa Primavera. Nada podía alterar el ánimo de tus padres en encontrar alguien con quien compartir tus días. Nada, a excepción de la naturaleza de tu amada. Desde el primer momento que su visión reposo en tu mirada, supiste que la sangre que recorría su cuerpo la sustentaría durante décadas, siglos, tal vez incluso más. Desde ese primer momento, sabías que ese amor, paradojicamente, sería el camino de vuestra perdición.

Resultaba paradojico pensar, que vuestro linaje se mantenía como un extraño remanente del pasado. Un leve vestigio de lo que una vez fuera vuestra Casa, donde la naturaleza se estudiaba por el puro placer de su presencia y no por obtener el favor de seres tan cambiantes como la marea. Donde la mayor expresión de armonía, era poder recorrer leguas y leguas de verdes pastos cosquilleando tus pies desnudos.

Tu padre no se oponía abiertamente a la nueva corriente de la Casa, que ya dominaba por entero sus designios. Sencillamente creía, que esas presencias, como tu amada, no eran más que expresiones físicas de la naturaleza que os rodeaba. Proyecciones de una corriente de vida mayor que cualquier otra, que se manifestaban por medio del contacto con la naturaleza humana, ni buenos ni malos, tan sólo moldeables. Los comparaba a un lienzo en blanco, donde la mano incosnciente del hombre actuaba como pincel, modificando inefablemente la tela, para darle forma y mantenerla durante eras en un estado ya imborrable. Los duendes, como eran conocidos por aquellas tierras, no eran peligrosos por ser extraños, sino porque estaban compuestos por pura energía reactiva. Tal vez por ello, carecían de creatividad verdadera. Su destreza alcanzaba cotas inimaginables sí, pero se veía acotada a los márgenes del lienzo en los que habían sido impregandos por el color de la humanidad.

Era esta, y no otra, la razón por la que tu familia, abogaba por no intervenir en asuntos propios de los duendes. Eran peligrosos por lo impredecible de su temperamento, porque este había sido forjado por el contacto con la humanidad. Y esta sí, era capaz de grandes males.

Criado en estas enseñanzas, el destino, burlón,  tenía reservado otros motivos en las hebras del lienzo. Como defender ahora, lo que el amor puede entregar, cuando la razón y el conocimiento dictaban como poco juicioso.

 

 

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09/03/2011, 16:08
Guillermo de Merinita
Sólo para el director

Various Artists – Canco i dansa No. 6

       A pesar de todo, en el fondo de mi ser, en el pozo donde las voces que había aprendido a escuchar en mis estudios de la naturaleza aun persisten, soy consciente de la necesidad de probar a jugar ese baile desesperado y arriesgado que es el amor; aún en tiempos tan aciagos como los que me acontecen.

Sólo espero, que aunque fracasara, o incluso en la gloria, cuando mi mortalidad me arrebate de sus brazos, pueda revivir eternamente estos dulces momentos junto al río esmeralda, su aroma avellanado y el tacto de su piel. Y que ella en el pasar de los años tenga la fuerza de olvidarme, o entender que fue algo pasajero. 

 

      En este remanso de paz, como ella me refiere, es imposible evadirme del todo, temo por mis padres, temo por mi futuro, temo por sus vidas y temo por tantas cosas que únicamente  me queda recordar que estoy vivo y que temer es lo natural, lo que me impulsa a seguir. ¡Qué irónico que un duende me haya profesado más amor que cualquier ser humano, y que yo les rindiera tan mal concepto!. Ahora temo en silencio que la realidad entre nosotros dos esté tan alterada que sea víctima de un engaño.

 

     -Continúo sin conocer vuestro nombre, y sin embargo mi corazón se siente como en su morada. ¿Tan terrible es ese secreto? ¿No confiáis en mí? 

       Beso sus labios que me acallan con pasión y sobornado dirijo mi mente a otra parte sumergido en ese agradable estado de paz con el universo. ¿Qué hacer ahora? Está claro que mi destino está en Toledo, pero ¿dejaré algo importante sin resolver con mi partida? Aún estoy a tiempo de enmendar un posible error... Descalzo me aproximo al río y aún con el sabor de mi amada en los labios me sumerjo, dejo la mente en blanco bajo las frías aguas, cierro los ojos y me dejo seducir por el pulso del mundo a la espera de alguna señal que me indique donde ir. Noto como una mano se sumerge conmigo, la entrelazo con mis dedos y despliego mi voluntad sobre la línea de lo posible para dibujar en ella lo imposible...

Notas de juego

 

       No estoy seguro de como se hace, pero trato de adivinar alguna pista utilizando un ritual. Me lo he inventado yo; ¿hace falta tirar algún dado? De ser así, ¿Cómo se hace? Un saludo ^^ y me ha gustado mucho la intro, gracias.