Partida Rol por web

El Fuego

Toledo

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14/01/2011, 12:16
John de Windsor

El aroma del conflicto me atraia como la miel a las abejas, una pequeña disputa entre siervos habria causado poco interés en mi, sobre todo tras tan largo viaje. La edad tenia más peso que el energico espíritu que me habia traido hasta aquí, tal como me recordaban las diversas partes de mi cuerpo. Sin embargo en esta ocasión los singulares personajes involucrados aumentaban las expectativas de encontrar algo de valor en esas peligrosas acusaciones.

De forma casual, casi instintiva, me acercaba al pequeño grupo, sin perder detalle de cada uno tal como llevaba haciendo desde que llegué. Eran tantas las cosas discordantes que me parecia imposible no fijarse en ellos, ya no eran sus rasgos o costumbres que delataban a todo extranjero en esas tierras, era algo más. Los dos hombres, de tamaño impactante, uno de ellos de aspecto amenazador, y acompañados de dos mujeres jovenes, una de gran belleza que causaba revuelo a su alrededor. Si, sin duda era un grupo extraño, una palabra que a muchos incomodaba, pero que a mi me estimulaba de una manera incesante.

Lo primero seria acallar los gritos, no eran temas para vociferar en tan sacro lugar, pensaba de forma lógica mientras mi mente imaginaba que clase de conocimientos tendrian esos desconocidos.

Ya próximo a ellos levante una mano en una mezcla de gesto amistoso y de autoridad con el fin de imponer mi posición.

-Bajad la voz, os lo ruego, estamos en un lugar sagrado- cada palabra, cada tono tenía una intención, tomar el control de la situación mostrando al mismo tiempo una actitud receptiva y amigable.

Con la mirada fija en cada uno de los personajes, primero el mozo y luego en la mujer, les instaba a hacerme partícipe de su problema.

-Creo que será mejor hablar del tema en algún sitio más privado, tal vez yo os pueda ayudar con la situación de Don Vicente. Sin que sea necesario involucar a las autoridades del lugar- un regusto amargo quedaba en mi boca tras rematar mis frases con la típica amenaza velada que tanto surtia efecto en los hombres sencillos.

Notas de juego

He supuesto que las horas de rezo han pasado. Si no puedo corregir el texto.

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19/01/2011, 10:11
Zoila

Estaba preocupada. Más aún, asustada. No quería que tuvieran que irse por su culpa. Quizá también se habían ido de su pueblo por su culpa. Pero de eso no se acordaba. Quizá fuera mejor así...

Pero sólo había sido necesario un segundo con él, unas palabras suyas, para tranquilizarla por completo. Zoila sonríe y asiente a las palabras de su hermano, y cierra los ojos disfrutando del contacto de la fresca piel escamosa contra su rostro. Su dedo estaba frío y húmedo... Había oído a alguien comparar la piel de Miguel con la de una serpiente, pero ella no había tocado nunca ninguna, así que... Lo que sí sabía, y estaba completamente segura, es que el contacto con su hermano le gustaba más que cualquier otra cosa. Y ante todo, la tranquilizaba. Ni siquiera se ha pasado por su mente dudar de sus palabras. Ahora que él lo había dicho, ella sabía que todo iría bien.

Una sombra de duda aparece en la mirada gris perla de Zoila ante la petición de Valpurgis. ¿Traer a Diego? A Miguel no solían gustarle las visitas... ¿Porqué querría que Diego entrara ahora? Ah, claro... por lo mismo que ella misma quería que entrara al llegar a la puerta. Quiere saber lo que ocurrió exactamente. Comprendiendo esto, sonríe una vez más. Otra sonrisa sincera que parece iluminar el lugar. De un salto, sus pies llegan al suelo y en silencio empieza a deshacer el camino recorrido para llegar allí. No tarda demasiado en abrir la puerta de salida y asomarse a la solitaria calle, buscando con la mirada a Diego.

Como ella suponía, el joven no se había alejado demasiado, pendiente de no dejarla sola cuando su visita finalizara. Así que no tarda en cogerlo de una manga con su diminuta mano y tirar suavemente de él hacia el interior. Su ceño permanece fruncido, dando a entender que no es un error... que quiere que entre. Y sus palabras confirman sus acciones.

Hermano hablar contigo.

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23/02/2011, 11:42
Director

Podías ver mientras el joven rechinaba sus dientes, como un sudor frío comenzaba a empapar profusamente su camisa. El joven te miraba con cara de perplejidad. No era para menos, una especie de angel, o eso debía figurarse él, le solicitaba un acto de fé, para introducirse en lo que los lugareños conocían como una de las bocas del infierno.

No podías entender todo el trajín que surgía en sus interior, pero el muchacho miraba repetidamente en todas direcciones. Ora a la boca de lobp de la casa, ora a la salida del callejón, ora a tu rostro suplicante. Su espíritu no debía andarse lejos del quebranto ante las fuerzas que tironeaban de su alma. Deseo, pavor, sentido del deber , todo entremezclado en una maralla de hilo en la que sólo tironeando de un hilo podría desencadenarse la liberación de tu un torrente de emociones que podían dar al traste con vuestros intereses.

Finalmente, el miedo miro a la cara al propio miedo. Algo te hizo pensar que Benedicto habría sido menos indulgente ante el encubrimiento, para que alguien superase todos lo rumores extendidos acerca de la propiedad de tu hermano. Lentamente, un pie tras el otro, como un pequeño bebe balanceante ante la incolumne tarea de sus primeros pasos, alargo los mismos hasta el interior de la estancia principal. Vuestro mundo se hizo una vez más oscuro. Realmente solo su mundo, el tuyo se mantenía por siempre brillante, simplemente la paleta de colores era otra.

Atravesar la entrada supuso un nuevo reto, y cada peldaño que descendía la escalera hacia el interior de la tierra, donde el calor era cada vez más intenso, perlo el rostro del joven de ríos de transpiración mientras su mirada se volvía cada vez más y más agitada.

Las puertas de hierro se tornaron para el muchacho las mismas que las del infierno. Sus ojos buscaban explicación a aquellas inscripciones, su razón motivos para como semejantes moles podían ser abiertas por otro ser que no fuera un sirviente del mismo Satán. El hombre parecía al borde del derrumbe...

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27/02/2011, 22:22
Zoila
Sólo para el director

Zoila no entendía porqué Diego estaba tan asustado. No podía entenderlo, pues ella nunca había temido a nadie ni a nada de aquel modo. Al menos no desde que recuerda. Quizá durante sus primeros años de vida sí lo hubiera hecho... Pero nunca, nunca, nunca, y de eso estaba completamente segura, tendría miedo de Miguel. O Valpurgis, como los demás lo conocían.

Su inocencia, su bondad, o su forma de ver el mundo quizás, más allá del físico, más allá de lo que los ojos ven. Fuera cual fuera el motivo, Zoila no podría entenderlo jamás.

Pero sí notaba el nerviosismo de su acompañante... Sí podía percibir el temor que casi lo lleva al borde de la locura. Y eso a ella no le gustaba nada. Diego era bueno. Él tenía que ser feliz... Aunque ahora lo necesitara.

Antes de cruzar la pesada puerta llena de inscripciones, la pequeña se planta delante de él y no sólo no suelta su mano, sino que coge la que tiene libre también, y busca su mirada. Con la yema de sus dedos, acaricia suavemente las manos de Diego para llamar su atención e intentar calmar su miedo. Cuando por fin consigue que la mirada de él se pose en la suya, su dulce voz se hace oír. Apenas un murmullo, como el agua que cae en un riachuelo desde un pequeño salto de agua.

- No pensar. Él bueno. Hermano no hace daño. Todo bien... ¿De acuerdo?

No sabía expresarse bien. Bueno, de hecho sí sabía, pero no le gustaba usar las palabras para ello. Se sentía frustrada cada vez que debía hacerlo. Por eso le gustaba tanto la compañía de Valpurgis y de los animales. Con ellos las palabras no eran necesarias... la mayoría de las veces.

Espera, sin embargo, a que Diego la entienda. Sonríe con calidez, de forma angelical como sólo ella sabe, sosteniendo todavía las manos de él entre las suyas. Y no avanzará hasta que se asegure de que él va a estar bien.

- ¿Vienes conmigo?

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17/03/2011, 23:19
Director

Resollando, los poros de su cara volvieron a emitir un nuevo quejido en forma de un sudor perlado y roñoso efecto de la suciedad acumulada. Diego se dejo llevar con paso vacilante, como aquellos que fijen estar vivos mientras se encaminan al cadalso. Las puertas emitieron un sordo crujido, acompañando la decisión última de tu acompañante, sin saber este aún, lo que el otro lado de las moles le deparaba.

Una densa bocanada de calor envolvió rapidamente la lóbrega estancia, mientras el fulgor del crepitar de las llamas se colaba, irradiando sombras amenazantes por doquier. Arrastrando consigo, los estertóreos quejidos de los enormes goznes de hierro, rascando contra la piedra.

Dos enormes y nudosas manos, mayores que tu propia cabeza, surgieron en cada hoja del portón, acompasando el movieminto de este con un esfuerzo vedado a cualquier hombre normal. La mirada de Diego prendió como una mecha en la enorme figura de vuestro anfitrión. Embozado como estaba en sus ropajes, distaba poco de la verdadera imagen de la muerte. Y sus pasos, lejos de pregonar calma y sosiego, retumbaron como los cascos de un jamelgo contra el duro piso.

Los músculos de Diego perdieron su consistencia. La mirada del joven, yacía perdida en una figura de ala de cuervo, abrazada por el sofocante calor de las llamas y envuelta en un aura flamígera que irradiaba a su espalda.

De su garganta, un leve sollozo emergió, entonando un rápida cacofonía de súplicas...

Diego, estaba rezando.

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17/03/2011, 23:32
Director

La hospitalidad no era una de tus mejores dotes. Pero habida cuenta de la situación, se requería una gran dosis de sutilidad y, en el peor de los casos, un velo de olvido sobre el joven que acompañaba a tu hermana.

La mayoría de las personas te parecían iguales. Tal vez por el hecho de que tus rasgos difirieran tanto de los habituales, tal vez, porque sencillamente te daban igual. Para ti, había dos tipos de personas, los que atraían problemas y los que no los atraían. Por desgracia para el joven, tu hermana caía dentro de la primera categoría, aún sin ser consciente de ello.

Sólo podías identificar un rasgo en el "invitado". Una más que palpable aura de pavor. Más que un hombre, parecías tener delante a una res asustada, pendiente de ser sacrificada por un carnicero.

Algo te decía que lo único que retenía a esa persona en la estancia, era su propio miedo.

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17/03/2011, 23:54
Valpurgis de Verditius

Ay, el miedo.

Puedo olerlo desde esta distancia.

Pero el miedo también puede jugar a mi favor... o tal vez no.

Las historias que se cuentan sobre el demonio que vive aquí abajo, es decir, sobre mi, bueno no es que me haga merecedor de muchas visitas. Ni siquiera muchos amigos. En estos momentos, Zoila era mi única amiga, compañera, confidente y todo lo demás.

No confío en nadie, y aunque en ella si, tampoco puedo desvelarle todo lo que sé.

Ni siquiera lo que había sucedido, ella ni siquiera lo recuerda.

Tampoco sé si piensa en ello.

No podía levantarme de la mesa sin asustar más el "invitado". Tampoco puedo hablar, no me entendería, así de simple. Usar a mi hermana de traductora, bueno, eso si sería interesante. Su dulce voz tal vez ablande el corazón del invitado y tal vez, sólo tal vez, se abra a mí y me cuente todo.

Eso, o tendré que asustarlo.

- Ravashe lisila lima fisterdea narenah, Zliolia. -* Dije con la mejor voz ( una rasposa y de ultratumba ) que pude poner.

Notas de juego

* Puedes pedirle que me relate lo sucedido en la ciudad, Zoila.

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21/03/2011, 14:13
Zoila

Zoila asiente a las palabras de su hermano y sonríe, feliz de poder hacer algo por él. Sin embargo su sonrisa cambia al dirigir su inocente mirada hacia Diego. La pena invade su ser y con él, todo su rostro. Con suavidad, lo toma de la mano y llama su atención.

- ¿Señor? -Pregunta, dubitativa, buscando con su mirada la del hombre. Pero él está demasiado asustado como para escuchar nada. Sus pupilas dilatadas por el miedo o la oscuridad, quizá por ambos, no pueden moverse de un punto fijo que Zoila no sabe encontrar. Así que separando una de sus manos de la de él, la eleva hasta el rostro de Diego, acariciándole la mejilla y luego haciendo un poco de presión para que la mire a ella. Cuando lo consigue, la pequeña vuelve a sonreír, para darle confianza.

- Cuando alguna cosa mala me asusta... yo... miro al suelo o cierro los ojos... y pienso cosas bonitas.

Bueno, había hablado demasiado ahora. Había hecho el esfuerzo al ver el sufrimiento de un hombre bueno que la ha protegido y ha accedido a sus caprichos. Nadie sabe hasta qué punto es Zoila capaz de entender lo que consigue con tan sólo una mirada o el tacto de su piel, y si ella es consciente de ello... lo disimula con creces. Cuando ya usa su voz... Su voz, la de los mismísimos ángeles... el efecto es potenciado y puede llegar a causar estragos. Nadie sabe tampoco porqué es tan reticente a usar sus palabras, pues... ¿No las usaría más a menudo si fuera conocedora del poder de su voz? No... está claro que no. La pequeña Zoila no es consciente de las sensaciones que causa a su alrededor.

- Hermano querer que vos expliquéis lo que... pasó. En la ciudad.

No suelta su mano ni deja de acariciar su rostro en ningún momento, y su mirada, de un color gris y de una pureza inimaginable, sigue buscando la de él, buscándolo para sacarlo de ese pozo de sufrimiento en el que él mismo se ha adentrado.

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30/04/2011, 02:44
Director

El gutural estruendo modulado por la garganta de aquel ser encapuchado, marcaba el inicio del purgatorio. Había algo humano en aquella voz y, a la par, algo claramente tenebroso. Siendo joven como era, Diego no carecía de cierta empatía. A fin de cuentas, pese a verse sometido a la belleza pristina de la jovenzuela, sus pensamientos no podían considerarse licenciosos. Había deseo sí, mas no lujuria envenenada por la escasa razón humana. Tampoco podría decirse de ello que tratarase de amor. Sencillamente, se podía proclamar como el amor cortés de esos trovadores gallegos y leoneses. Por desgracia, Diego distaba de ser un presetidigitador del verbo.

Sin rebajar un apice la tensión de sus hombros, el joven no se deshizo en prolegómenos...

 

- Marchábamos por el mercado de Zocodover. Don Benedicto había expresado claramente su deseo de que vuestra hermana se cubriese el rostro - bajo la mirada como con cierto pudor por hablar - Entre la soldadesca no se repara en comentarios acerca de vuestra hermana. Tiene un efecto... sobre todos los hombres - se entrecortó incómodo al hablar frente a la propia mujer de las circunstancias de su naturaleza - Al llegar al embudo de la calleja de los ganaderos, se formo vuestra hermana debió sentirse sofocada por el hedor y el calor. Yo mismo estaba a punto de sacar mi bota para que pudiese refrescarse pero....cuando su rostro quedó desvelado...vi algo en ella.... - el joven apretó la mano de Zoila si cabe con mayor fuerza - Sus ojos se mantenían fijos en el vacío. Su cuerpo había adquirido la dureza de la piedra. Su piel parecía mármol; pero cálido, vivo, con sangre fluyendo en su interior y, sus ojos, había desaparecido el color de sus ojos. No sabría expresarlo con palabras. El color bailaba, como si del fuego de una hoguera se tratase. En un momento parecían azules, en otro su tonalidad se asemejaba a la plata. A veces emitían vetas moradas e incluso durante un momento tornáronse negros - relató el hombre con la mirada fija en el vacío, recordando

- Solamente yo reparé en esos cambios mi señor, pues estaba lo suficietemente cerca. Pero lo que sucedió a continuación no pude evitarlo...no podría, no sabría. Vuestra hermana...empezó a hablar en extrañas lenguas...reconocí algunas...latín...árabe. Pero las restantes...eran desconocidas para mí señor. Pero lo más preocupante...era que vuestra hermana no relataba, sino que parecía conversar con algo..o alguien. Os juro por lo más sagrado... - se interrumpió como si jurar en aquel infernal lugar procediera a la condenación eterna.

 

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08/05/2011, 17:49
Valpurgis de Verditius

Valpurgis asintió.

Creo que era una de las pocas cosas que el mago podría hacer para comunicarse y que no sean malentendidas.

Asentir y negar, eran las únicas dos formas de comunicarse para todos.

Si hablaba, nadie comprendía sus palabras, por eso era parco en palabras, salvo con su hermana que era la única que parecía entenderle que era lo que decía.

Pero el tema que ahora le ocupaba eran las visiones de su hermanita pequeña. Latín... ella no sabía ni una palabra en latín. Por no hablar de las otras lenguas que seguramente haya soltado por esa garganta en el momento de la visión. Aunque lo más inquietante eran las palabras del muchacho, que decía que parecía estar hablando con alguien. ¿Con quién?

Era una pena que no pudiera estar con ella en el momento de las visiones.

Él sí podría haber entendido las palabras que allí se hablaron.

¿Recordará el hombre que fue lo que había dicho?

El Verditius miró el rostro contorsionado de miedo de Diego y sonrió, mostrando sus dientes amarillentos y puntiagudos. Era una sonrisa sincera, pero seguramente el muchacho vería una sonrisa demoníaca o algo parecido.

- ¿Meg la paroele ripudfier?* - Dijo por fin, esperando la traducción.

Notas de juego

* ¿Qué recuerdas de lo que ella ha dicho?

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22/05/2011, 03:58
Director

El joven os miro si cabe más confundido todavía.

Creía intuir lo que aquella mole de dientes amarillos parecía requerir, aunque no pretendía en momento alguno tomar iniciativa en alargar la conversación.

Su camisa se había inundado en vastas cantidades de transpiración, mezcladas con la costra del hollín del hogar que guardaba la entrada a vuestro sancta. Era apremiante obtener cada pieza de información de utilidad sobre aquellos sucesos y, si era necesario, esconder a vuestra hermana durante el tiempo necesario. Lo segundo no os preocupaba tanto, puesto que la urbe era recorrida por una considerable cantidad de túneles ya alcantarillados de la época romana. Eran parte de vuestro mundo y por ende, conocíais cada palmo de roca y tierra. Podríais manteneros durante meses en los mismos sin necesidad de recurrir a nadie. E incluso escabulliros murallas afuera sin que fueseis sorprendidos.

El problema principal radicaba en a donde huír si la situación se volvía insostenible. En una ciudad donde cada callejón mantenía viva un leyenda negra, un figura como la de vuestras hermana no pasaría desapercibida.

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25/05/2011, 10:09
Zoila

Zoila no entendía de qué estaba hablando Diego. ¿Ella había hecho todo eso? ¿Ella había hablado con alguien? ¿En otras lenguas? No podía recordar nada... Y eso sí la asustaba. Sus manos, que todavía sujetan las de su acompañante por sus paseos por la ciudad, se tornan más frías aún por esa sensación de temor. Y sus ojos, ahora fijos en Valpurgis, ahora en Diego, han pasado de tener aquella mirada dulce e inocente a una temerosa. Como la de un pequeño cachorro arrinconado sabiendo que algo malo va a suceder.

¿Y si tenían que volver a huir? Su hermano parecía cómodo en aquel lugar... ¿Y si por culpa de sus caprichos de querer pasear por la ciudad, tenía que hacer que él se la llevara de allí? ¿Y si fue esto lo que ocurrió cuando dejaron su hogar?

La mirada asustada de Zoila se encuentra con la de su enorme hermano, y algo parece tranquilizarla en su interior. Sabía que pasara lo que pasara, nunca estaría sola. Asiente a las palabras de él y, procurando conseguir que sus manos dejen de temblar, vuelve a mirar a Diego.

- Buen señor... ¿Recordáis palabras? ¿Alguna palabra de lo que yo... de lo que yo dije?

Se estaba esforzando. Normalmente utilizaba tan sólo las palabras necesarias para hacerse entender. Y es que sabía que si su apariencia llamaba la atención, su voz no era para menos. Con su querido hermano no hacía falta nada más. Y durante mucho tiempo ha sido el único con quien hablaba. Así que llegó a acostumbrarse. Pero si era necesario, y esta vez creía que así era, podía recordar perfectamente cómo hablar de forma normal.

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27/06/2011, 00:52
Director

El muchacho fruncía el ceño mientras secaba el sudor con la manga. Masajeaba sus sienes ritmicamente, como si las palabras fuesen a brotar como el jugo de la uva.

- Yo...no puedo recordar nada concreto...eran demasiadas palabras. Demasiados sonidos y muchos ojos mirando. Con la tensión del momento...creo, creo que lo he olvidado - dijo al fin alzando la vista con la vergüenza reflejada en el rostro.

El calor empezaba a disiparse alrededor de la estancia, agradeciendo que la humedad propia de la tierra que contenían aquellas paredes de piedra, acariciase vuestro cuerpo en forma de frescor.


No quedaba mucho por decir. La situación se planteaba ciertamente peliaguda, pero cuanto más tiempo hubiese para que los rumores se extendieran, más serían las preguntas y mayores las consecuencias. Retener al joven Diego tal vez no hubiese sido la mejor opción en el momento. Pero había sido la única opción.