Partida Rol por web

El Fuego

Zaragoza

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22/11/2010, 01:41
Director

 

El frío de la piedra contra la piel impedía que ninguna otra sensación al margen de sus aspereza recorriese tu piel. Nin una mala comida caliente había tocado tus labios, ni un solo chorro de agua fresca había descendido por tu garganta y tu lengua mantenía ya la misma textura que la superficie donde permanecías tirado, mientras algunos insectos trataban de obtener de ti algo más de lo que tu obtendrías de tu encierro. Los pocos mendrugos de pan recio que podías obtener, restallaban contra tus dientes como si mascaras piedras, y bajaban por tu dolorida garganta como si de tierra se tratase.

Una escasa luz que se colaba por alguna de las rendijas del pasillo, al otro lado de los barrotes de la celda. Sin embargo, tus ojos no alcanzaban a divisar algo más de dos palmos de tierra que asentaba el suelo del mismo. En ese estado, apenas lograbas saber si se correspondía a la luz del sol o de la propia luna. Lo que habías oido alguna vez en tus tiempos en Tierra Santa era completamente cierto, ahora podías afirmarlo. Cuando el rugir tus entrañas  cesó de mantener el propio ritmo marcado por las horas propias para alimentarse, tu cabeza perdión completamente la capacidad de llegar a comprender cuando la noche seguía al día.

Durante la primera semana tu cuerpo había notado, con toda la claridad de la que su piel era consciente, de los padecimientos del hambre y la sed. Sólo cuando tu vientre se había encogido hasta lo que te parecía el tamaño de una nuez, tus entrañas habían cesado en su despiadada tortura, para ser sustituidos por un constante estado de extremo cansancio y abatimiento. Al cabo de dos semanas de estar rodeado de tus propios excrementos, tu olfato se había desprendido de todos sus tapujos. Puesto que tu vientre ya no tenía nada que expulsar, pronto dejaría de ser un problema en que pared realizar tus deposiciones dentro de tu encierro. Los insectos ya corrían por la celda libremente tratando inutilmente de obtener de ti algo de lo que ya carecías completamente, sangre.

Fue tras el primer mes, si realmente tus carceleros no jugaban con tu mente, cuando tu cuerpo comprendería al fin cual era su destino. Mientras el mismo se consumía desde tu interior tu mente caía presa de su propio encierro, incapaz de obtener de si mismo las respuestas que tus captores te requerían.

Desde el fondo de la pared contra la que habías logrado apoyarte esa mañana escuchaste nuevamente un suspiro prolongado.

- Ahhhhhhhh hermano....sabes perfectamente que no tienes porque seguir manteniendo este sufrimiento - te inquería la voz que no lograbas identificar.

A lo largo de esos días, semanas o meses ese sonido había adquirido cierta familiaridad ensolada. Se repetía cada varios días, creías, tal vez cada menos tiempo. Al final, esas preguntas se habían convertido en el agua fresca que tu garganta silenciada por la agonía necesitaba para poder sobrellevar el dolor. Ansiabas esa presencia al otro lado de los barrotes, sorbías cada una de las palabras que pronunciaban las sombras de ese pasillo hasta tal punto, que las lágrimas que pudieras conservar recorrían tus demacrados pómulos cavando cauces entre la roña acumulada.

- Eudes...no deseamos tu mal. Sabemos que no te dejaron opción alguna para ello. Hiciste bien en desprenderte de su compañía pero...¿por qué los encubres ahora hermano? ¿Por qué habrías de padecer tu posr pecados  y crímenes ajenos? Redime los tuyos propios ayudando a tus verdaderos hermanos en Cristo, Eudes - susurraba comprensivamente el rostro que permanecía velado a tus ojos.

El honor habría dejado de ser una opción para convertirse en un lujo del que odías prescindir. Decenas, sino cientos de veces, cuando tus labios podían despegarse de la lámina gelatinosa de piel que los mantenía sellados por la deshidratación, habías repetido que desconocías el paradero de tus tres acompañantes. Cada palabra arrancaba algo más de piel de tus maltrechos labios, ya tiempo ha descarnados.

Tu mente lo repetía una y otra vez, sabías que al descubrir su paradero, dejarías de ser de utilidad. sencillamente un reo más al que nadie estaría dispuesto a dedicar su tiempo. Ajusticiado en el mejor de los casos o presa del marchitamiento y la inanición en el peor. Ante la traición no existía redención posible en esta vida, tal vez si en la otra. Pero no lograbas comprender el como una Iglesia que promulgaba en favor de las atrocidades cometidas por los ejércitos cruzados podría conceder la salvación de alma alguna. No era que ya eso importase en demasía, tu cuerpo se mantenía con escaso aliento porque tus hermanos así lo requerían. El arte de la tortura había sido refinado en el seno de la Santa Madre Iglesia durante siglos, hasta tal punto que, se podía prolongar el sufrimiento de un cuerpo más allá de límites que no parecían reales para el que la padecía. Sencillamente no había opción, desconocías el paradero de los tres. El primero secuestrado, si es que se podía definir como tal, durante la noche, sin dejar rastro alguno, ni explicación plausible. De los otros dos, sencillamente conocías su intención de adentrarse en la región itálica. Pero por lo comentado a lo largo de los días, tu hermanos mantenían firmemente una larga lista de cargos en diversas tierras. Incluso la deshonra de la hija del Duque de Umbría.

Francamente, te costaba creer este último punto. En cuanto a los demás, la necesidad precedía a la desesperación y esta al crimen. Lo habías experimentado por ti mismo en al menos una ocasión. No podías reprochar por tanto la actitud de los dos hombres. Tanto daba emitir o no juicios de valor, confesar o tratar de mantener un mínimo de dignidad y honor. Tus hermanos jamás cesarían en su requerimiento, jamás crearían la palabra de un traidor y ante todo, jamás permitirían la remisión de su pecado.

Un nuevo suspiro que transmitía cierta pesadez acompañó el sonido de unas últimas palabras.

- ¿Prentendes mantener tu negativa? Sabes que de esta forma solamente nos dejas un opción - sentenció el hombre.

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24/11/2010, 01:21
Eudes de Brienne
Sólo para el director

- Malditos! Las palabras de mis pensamientos pesan como losas y duelen como el tañir de una campaña, que resuena en la mente abotargada donde ya hace semanas que no hay pensamientos conexos, sólo el vacio de una mente casi doblegada - Malditos Caines, que me llaman hermano mientras lo único que desean es mi perdición!

Sólo un pensamiento recurrente aparece de vez en cuando, en los momentos de mayor lucidez... - Porqué tanto interes en ellos? Acaso los crímenes que les imputan son tan graves... No. La mitad de los nobles de estas tierras los han cometido, seguro, y en más de una ocasión en nombre de Dios o con el perdón de la Iglesia... - Porqué tanto interés en ellos?

- No sé donde están... las palabras salen entre los labios cuarteados y la lengua hinchada por la sed, casi inaudibles, dichas para mi mismo, como un recuerdo de que antes yo podia hablar.
Aunque la esperanza es poca saber que aún estoy vivo y que cada vez que vienen se llevan la misma respuesta es como una pequeña victoria. Después de la derrota en Hattim incluso eso vale como victoria. Hattim... el recuero vuelve de mi memoria y me llevo la mano a la oreja perdida - Dios, porqué me salvaste? si era para esto mejor dejarme morir con honor en el campo de batalla...

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26/11/2010, 20:13
Director

Casi puedes percibir como tu captor menea de forma negativa la cabeza a uno y otro lado. El ambiente parece más cargado trás tu silencio apenas balbuceado. Algo en la escena te resulta familiar, algo vagamente acude a tu memoria con el timbre de la voz que te persigue. Pero tu mente, ajena a tales conocimientos, apenas hilvano líneas de pensamientos coherentes a estas alturas. El dolor es pasajero, solína decir durante tu instrucción. Estaba claro que no te habían instruido para esta clase de sufrimiento.

- No nos dejas más opción hermano. Tu cuerpo se ha consumido, no puedes verlo, pero seguramente lo sientes. No eres más que la sombra del hombre que alguna vez fuiste. Tu mente no tardará en perseguir el mismo sino que su cuerpo. Pero aún así, reniegas del perdón de tus hermanos y la Orden, del perdón del mismo Cristo y Dios Nuestro Señor. Tu infamia no caerá en el olvido y aquellos a los que proteges serán capturados sin tu ayuda. ¿Acaso crees hermano, que no tenemos otros medios a nuestro alcance? - inquiría la voz desde la sombra tras los barrotes.

Pero, ¿que otros medios eran aquellos a los que hacía referencia?

- Ponedlo en el cepo, es hora de que nuestro hermano termine por expiar todos sus pecados ante nosotros. Dios se encargará de hacerselo pagr en la otra vida - impelío la voz al vacío, para acto seguido llegar a tus oidos el repique de botas contra la piedra.

Los goznes de la puerta resonaron envejecidos. Tu mente adquirió a su vez un nuevo estado de consciencia con el pavor a nuevas torturas. Sencillamente, tucuerpo era incapaz de reaccionar, quebrado como estaba, a las súplicas de tu espíritu desgarrado.

Un par de brazos arrastraron el encogido amasijop de huesos y piel en el que te habías transformado. Sin ningún esfuerzo, tus rodillas fueron dejando su exigua piel por el camino mientras los grilletes chirriaban contra la piedra emitiendo los quejidos que tu garganta no era capaz de proferir. Al cabo de unos momentos, una cegadora luz se impuso sobre las sombras que velaban tus ojos. Los destellos arancados por las antorchas herían las cuencas casi hundidas de tu ojos, mientras dos hombres se afanaban en estirarte en un potro.

Cada chasquido metálico producido por los cierres sobre tus extremidades fueron una nueva agonía para tus oidos. Sabías lo que te esperaba. Solamente mantenías la esperanza de que tu ahora frágil cuerpo, se partiera rapidamente llevando consigo al descanso, la agonía padecida durante solo sabe Dios cuanto tiempo.

Un sonido de la rueda dentada girando tensó las cadenas hasta el punto de que tus huesos cataron cada uno de los crujidos propios a los de una gallina desmembrada en un festín. Una nueva vuelta arranco un bramido de tus entrañas de una gravedad inimaginable para que el acceso de tos posterior sacudiese tu interior para vaciar la poca sangre que se mantenía viva.

Un siseo y un pequeño calor se acercó a tu rostro. La luz se había vuelto más intensa de repente. Sólo con el primer olor a carne quemada te diste cuenta de que el tizón templado al fuego había sido colocado inmisericordemente en uno de tus ojos.

Un nuevo berrido cegó una última frase antes de que la consciencia abandonase tu cuerpo.

- El fuego purgará tus pecados hermano -