Partida Rol por web

Escucho a la mujer gritar, aquella de la habitación 15 que está en observación, la pobre de Mariana siempre trata de buscar amigos y nunca encuentra quien la escuche.  Me acerco a la ventanilla y miro el reloj, deberá tomarse la medicina entre poco... es una pena.

¿ Kendra?, ¿verdad?, le sonrió de manera consentidora, mi nombre es Blanca. Hablo con mi acento cubano, ¿qué pasa querida?, ¿quieres algo?, podre ayudarte sí te calmas.

Kendra se calma en apariencia un poco, aunque su respirar es agitado.

-Me tienen encerrada. No me dejan salir y yo quiero salir. Necesito salir -responde con nerviosismo, como si temiera ser descubierta por alguien y entonces comienza a murmurar-... Me tienen aquí a la fuerza, se quieren llevar a mi hijo, tiene que ayudarme a salvar a mi pequeño, me lo quieren quitar... No deje que se lo lleven, él es lo único que tengo.

Sonrió sintiendo pena por ella, miro de reojo y veo que sus gritos ya llamaron la atención de pacientes y colaboradores. Entiendo niña. Digo de manera cómplice. Yo te puedo ayudar a salir, pero, para hacerlo deberás  tomar tu medicina, ¿está bien?

Hablare para que te dejen la puerta abierta, y así puedas buscar a tu hijo... ¿qué te parece?

-¿Medicina? Sí, yo me tomo la medicina... no me gusta la medicina -se oía ansiosa-... Voy a ver a Adam y me voy a tomar la medicina.

Giró sobre sus talones y recorrió la habitación con la mirada.

-Tengo que ordenar, está todo muy desordenado.

Se miró entonces la ropa y volvió a tocarse el cabello. Estaba sucio, pegoteado a causa del sudor sanguinolento.

-Un baño, necesito un baño.

Se volvió a mirar a Blanca. Estaba ya calmada, pero ahora había en sus ojos ilusión.

-¿Hay juegos? A Adam le encantan los juegos... y la piscina. ¡Le encanta el agua!

Mientras haces eso te apartas levemente de la habitación y la anciana entra, en el pasillo hay otra enfermera (que bien conoces), pero en ese momento  no te produce  rechazo, posiblemente porque en la puerta corre el niño y se hace al lado tuyo abrazándote. Sonríes al muchacho y le consientes el pelo.

La anciana se sienta al lado tuyo con un vaso con olor a vitae, tú en ese momento estas confundida, miras el vaso y  sientes hambre, mucha.

Así que tomas del mismo con  cierta rapidez, como sí tus instintos desearan zacearse. El sabor de esa vitae es agrio, químico y medicinal haces un gesto de desagrado.

La enfermera que está en la puerta, pasa  a Blanca un litro de sangre (aquella en su empaque de transfusión) y esta te lo deja al lado, pero tu inmediatamente lo tomas y desgarras el plástico con facilidad y lo bebes.

No puedes controlar tu hambre.

Frente a ti mientras te alimentas el chico se presenta ante ti, lo vez tranquilo jugando con unos carros. Te sonríe,  y vuelve a jugar con sus carritos.

De repente te sientes mucho más relajada, en  realidad estas dopada, tus pensamientos ya  se han ido a otro nivel, te acuestas en la cama, mirando al mismo punto donde está  el niño, hasta que cierras los ojos.

Parece como si todo estuviera bien.

La imagen de Adam va difuminándose a medida que el sueño va ganando terreno, hasta que finalmente desaparece del todo, pero a diferencia de otras veces esa imagen no es reemplazada por otra dolorosa ni mucho menos, esta vez es reemplazada por su propia imagen, una en la que comparte con su familia, una en la que ella debía tener más o menos la misma edad de Adam, una en la que ella es feliz... y humana.

Risas. Kendra juega con sus hermanos, corren, ríen y saltan. Hay un sol radiante y sus cabellos son mecidos por el viento.

La madre está con ellos, les observa sonriente mientras sacude el exceso de agua de la ropa que acaba de lavar y la va tendiendo para que se seque. Los niños corren a su alrededor. Kendra se tropieza y cae, se pone a llorar pero Darla la abraza y le dice que no llore mientras que limpia la herida de su rodilla.

Kendra se enjuga las lágrimas y sonríe. Su madre se acerca y le besa la frente.

La escena se diluye y Kendra se ve sentada a la mesa, debe tener alrededor de los doce años. La madre se sienta y todos se toman las manos, el padre la mira orgulloso y le pide sea ella quien agradezca por los alimentos. Kendra así hace, sintiendo el pecho henchido por el honor que para ella significa dar las gracias a Dios.

Nuevamente la escena cambia. Kendra se ve otra vez una niña pequeña, difícilmente tiene más de cinco años y su padre le está enseñando a montar.

Kendra no sueña con grandes lujos ni comodidades, todas ellas carencias durante su infancia dado el sitio en el que creció. Sueña con una vida normal, sencilla, sintiéndose querida por su padre y hermanos. Sueña con su madre, la madre que no conoció más que en fotos, aquella cuya vida arrebató al momento de nacer. Sueña con los afectos, aquellos que ella conoció y extraña, sueña con una vida sin sobresaltos, carente de preocupaciones, inocente, sueña con la vida que deseaba para su hijo.

Despiertas con los ojos llenos de lagrimas que tiñen de rojo,  fue un buen sueño, un sueño más feliz, un sueño lleno de anhelos, y de sombras. Te sientes en exceso dopada,  si bien abres los ojos, sientes que todo al rededor de ti esta muy calmado, sientes que tu cuerpo esta más lento y miras la habitación por un momento como quien no comprende.

Pasas unos veinte minutos mirando el mismo punto en la pared, y de repente  notas algo nuevo... la puerta esta abierta.

Estas confundida, puedes mover tu cuerpo, pero no puedes concentrarte.

Siente como si flotara, está despierta, consciente, pero la sensación que tiene es como si estuviera en un estado de ensoñación. El tiempo parece transcurrir lento, muy lento a su alrededor. El silencio la rodea. Paz, una paz que no había experimentado en meses, áun cuando el dolor siga estando ahí. A sus oídos no llegan más sonidos que el de su respirar y, si tuviera un corazón que bombeara sangre por sus venas, sin duda le oiría latir.

Parpadea despacio y se pasa las ahora torpes manos por el rostro, aclarándose los ojos todavía medio nublados por las lágrimas. Se incorpora en la cama, cuánto tarda en hacero no lo sabe, pero sin duda ha sido más del necesario.

Intenta ponerse de pie, las piernas le flaquean y de no ser por esa puerta abierta quizás ni siquiera lo intentase, pero quiere salir, necesita salir y se esfuerza. Valiéndose del soporte que le proporciona la cama, se va sujetando de ésta hasta que consigue llegar a la pared. Las piernas le tiemblan, las rodillas se le doblan, pero lo intenta, se esfuerza, y consigue sostenerse en pie.

Comienza a avanzar, despacio, paso a paso en dirección a la puerta. Nunca una distancia tan corta se le había antojado tan larga, pero lo consigue. La puerta está abierta, ella está ahora bajo el umbral, sujetándose con fuerza, erguida, observando el pasillo que tiene ahora frente a sus ojos. Mira de un lado a otro. Hay más habitaciones, algunas con las puertas cerradas, otras, como la suya, con las puertas abiertas. Parpadea y da un primer paso. Está descalza, siente la fría superficie bajo sus pies. Otro paso y ha dejado atrás el umbral de la puerta. Avanza con cautela, del mismo modo que hizo para llegar a la puerta, valiéndose de la pared como soporte o punto de equilibrio.

Duda un momento. ¿Hacia dónde ir? ¿Izquierda? ¿Derecha? Y al final opta por ir hacia la derecha, hay un pasillo que no tiene la menor idea hacia dónde conduce, pero decide seguirlo.

 Escuchas atentamente aunque estas muy dopada, y a tu derecha escuchas al psiquiatra hablando con un paciente que parece aterrado. Por la voz por lo menos, asi que decides ir a tu izquierda donde  al parecer  no hay nadie, caminas lentamente, estas mariada y de repente das un paso en falso y sientes tu cuerpo caer hacia una puerta. La habitación 17. Estas muy mariada, en ese momento se abre la puerta y un hombre de gafas y pelo oscuro observa lo que acaba de pasar y trata de ayudarte.

¡Esta peor que yo! ¿Esta bien señorita?

No puedo evitarlo, soy un caballero. Las enfermeras se aproximan, pero yo que estoy mas cerca me agacho y levanto a la mujer, y la llevo a la silla más cercana para que pueda recuperarse. Sin embargo, este arranque de caballerosidad me recuerda algo muchisimo más terrible. Me recuerda el momento en que no fui un caballero, y me convertí en un monstruo. En mi mente se forma el recuerdo de ese instante en que tomé la vida de esa niña. 

Desesperado, me llevo las manos a la cabeza y cierro los ojos, me apoyo en la pared para no caerme. Me miro las manos, y las veo cubiertas de sangre como esa noche. Las sacudo, intento limpiarlas una contra otra, pero siguen manchadas. Cierro los ojos de nuevo, y me repito suavemente a mi mismo, como un susurro: esto no esta pasando, es solo una alucinación. 

Abro los ojos otra vez, pero las manchas no se van y el dolor de cabeza aumenta hasta hacerse casi insoportable. Llevo las manos a mi cabeza otra vez, intentando contener el dolor. Miro de nuevo a la chica que levante, y me sorprende ver que ella no esta manchada de sangre por mi contacto. Pero mis manos no dejan de gotear sangre.

-¿Está bien señorita? -la voz llegó a sus oídos como un eco... lejana, como un murmullo.

Parpadeó repetidas veces, sacudiendo la cabeza para aclararse. El la ayudó a ponerse de pie mientras que ella apenas y balcuceó un gracias, mirándolo con el ceño fruncido, interrogante... recelosa.

De pronto vio el modo en que él reaccionaba y retrocedió, mateniendo la espalda pegada a la pared, observando a su alrededor, reconociendo la habitación, grabándola en su mente, comparándola con la suya. Volvió a mirarlo, no entendía su reacción, le oyó susurrar pero apenas y consiguió entender lo que decía.

-¿Qué le pasa?

Se pasó la mano por el rostro, todavía todo era muy confuso y su cuerpo, así como sus pensamientos, estaban ralentizados. Parece que sufre, como ella.

-¿Cuál será la razón de su dolor?

Avanzó hacia él, despacio, tratando de no perder otra vez el equilibrio.

-¿Te duele? -preguntó al verle cogerse la cabeza de ese modo, el mismo modo que hacía ella cuando sentía que la testa le iba a explotar.

 Mucho, atino a responder. Siento que va a explotar, mis ojos me engañan, estoy seguro de que estoy viendo cosas que no son, y la cabeza me duele como nunca, ni en las peores noches de ....

Me callo, cierro los ojos y me agacho un poco, sin soltar mi cabeza. Como si fuera poco, recuerdo las noches en la capilla. Sin embargo, no puedo evitar una sonrisita. Dirás, qué valiente caballero el que te atiende, para caer al ratico al suelo. Abro los ojos, y miro por primera vez a la cara a la joven. Es hermosa, como pocas que haya visto. Y en sus ojos hay una fuerza, puede sentirse una voluntad demoledora, pero tambien hay más, una historia que me intriga. El dolor de cabeza cede, pero solo un poco.

Soy Diego, es bonito conocerte. Aún en un sitio como este.

-Cosas que no son -susurró deteniéndose.

La cabeza no paraba de darle vueltas, parpadeó repetidas veces y trastabillando volvió a apoyarse en el muro. Pareció ignorar lo que él le decía, puede que ni siquiera lo escuchara... habló, pero lo hizo a su bola.

-Estoy buscando a mi hijo... salió a jugar pero no encuentro los juegos... él es Adam y yo Kendra -se presentó, si es que eso podía llamarse una presentación.

Kendra una vez más estaba evadiéndose de la realidad, encerrándose, ocultándose... resguardándose en esa realidad que sólo era posible en su mente... en sus recuerdos.

Miró a Diego a los ojos, silenciosa, como si buscara algo. ¿Confiar quizás?

De pronto escuchó risas, las risas de un niño y sonrió.

-Ese es Adam -le dijo con ojos brillantes-. ¿Lo escuchas?...

 ¿Un niño en este sitio? Ella con niños y yo con esa niña...

Bajo la mirada y me disculpo. Lo siento, no lo he oído, creo que el dolor de cabeza no me deja. De todas formas, no creo que pueda ser de mucha ayuda, soy nuevo y no conozco mucho de este lugar, no lo he recorrido en su totalidad. Pero en lo que llevo, no he visto a ningún niño. Espero que puedas encontrarlo pronto, quizas las enfermeras sepan más. 

Vuelvo y la miro a los ojos, bastante fascinado con ella, con su sonrisa. El dolor de cabeza se ha vuelto secundario. Aunque, si quieres, te puedo ayudar a buscarlo...Kendra

Igual, no tengo nada que perder y puedo conocer el lugar hasta que me llame el doctor.

Kendra ladeó la cabeza. ¿No lo había oído? Sonrió. Quizás sea que él es medio sordo.

-Adam no está perdido, sólo salió a jugar -susurró apartándose un mechón de cabello del rostro y se encogió de hombros, divertida-... Nada más es cosa de encontrar los juegos.

Diego se ofreció a ayudarla y ella asintió.

No dijo más y avanzó hacia la puerta, mirando de un lado a otro, parecía temer ser vista por alguien, era como si se estuviera escondiendo.

-El no puede saber que estoy aquí... no puede saber donde estoy... Si Iñigo se entera es capaz de quitarme a Adam...

Cerró los puños con fuerza, sus facciones se endurecieron, parecía enojada, pero el enojo dio rápido paso a la tristeza, una tristeza que, si tuviera alma o corazón, diría que estaba arraigada en lo más profundo de ambos.

-Adam...

Ambos  se dirigen entonces al otro lado de la puerta donde es el sector de común.

Después de tu visita a las areas comunes, de conocer a Diego y de lograr tranquilizarte un poco. Caminas con dificultad, y andas al lado de Blanca quien no es muy alta, pero tiene fuerza para mantenerte. Estás confundida, pero sigues a la enfermera a la habitación. Cuando entras a la misma, notas varias cosas,  han puesto una mesilla de noche, y un escritorio con silla (que no estaba antes). En realidad la habitación parece mas acogedora de lo que estaba.

Le puse algunas cosas para que se sienta comoda. Digo de manera cariñosa, viendo que en la mesilla ya mi colega a puesto su medicina.