Partida Rol por web

Había llegado diciembre y el calor se empezaba a notar en Capilla. La gente pasaba más tiempo en la calle, donde corría una brisa fresca, un pequeño calmante contra los rayos del ardiente sol. Los más atrevidos, incluso, se animaban a sacarse sus armaduras de cuero para ir con alguna camisa hecha con piel de brahmin. Los demás los miraban al pasar, ya que, si bien era cierto que no había un ataque de bandidos desde hace tiempo, Capilla no era el lugar más seguro en el yermo.

Por tu parte, te pondrías una armadura si pudieses, pero la verdad era que eras uno de los pocos ciudadanos que no poseía una. No por falta de chapas, todavía te quedaban 210 chapas de lo que habías logrado salvar del ataque que ocurrió hace 2 meses.

De todas formas, te las arreglabas para no tener tanta pérdida trabajando de mecánico en el pueblito. Al parecer estaban necesitados de uno desde que el último se perdió cazando gecos o algo así. Justamente en este momento te encontrabas reparando una radio que pertenecía al tabernero del pueblo. El problema es que, si bien habías logrado gracias a tu elocuencia, que te dejen las herramentas del mecánico anterior, el tipo no tenía muchos transistores en su taller y ya los habías gastado todo. Obviamente, debido a alguna ley en el universo no escrita sobre la suerte, la radio necesitaba justo eso para funcionar.

Suspiraste hondo y decidiste que era un buen momento para visitar por primera vez la tienda local, para lo cual no habías tenido tiempo antes, ya que estuviste ocupado con las preparaciones. Igualmente, esto te venía bien, ya que no solo necesitabas transistores. Ni por un segundo olvidabas la misión que te impusiste, equiparte para algún día salir del pueblo y volver al camino, investigando sobre el grupo de bandidos que mató a tu padre y amigo hace poco. Tu viejo revolver que te regalaron de niño no serviría de mucho, y necesitabas saber el precio de lo que necesitabas.

La llegada de diciembre había traido aún más calor al yermo. Y si bien habías perdido la sensibilidad a algunas cosas en tu metamorfosis, la temperatura se seguía sintiendo, tal vez incluso más ahora que tu piel no bloqueaba bien los rayos del sol. De todas formas, no podías sacarte la armadura, eso sería una locura. Por la ventana puedes ver gente por el pueblo usando simples camisas. Idiotas que no aguantarían el próximo ataque de bandidos.

Llegaste la noche anterior al lugar y no habías podido ver Capilla por el día. No es que sea muy interesante tampoco, igual que durante la noche pero con un par de personas caminando por la calle principal. En algún lugar de estas calles puede que se encuentre la última huella del rastro que estuviste siguiendo estos últimos años. O puede que no. Puede que estés totalmente equivocada, que Casado nunca haya pasado por aca y vos estabas perdiendo el tiempo.

Sacudes la cabeza. No podías permitirte pensar en eso. Si bien era cierto que las pistas estaban cada vez menos tenues, había que tener esperanza. Pues este era el único camino que tenías para seguir. Abandonar la búsqueda sería rendirte y tirar toda tu vida. Estabas hecha para vengarte, ese era tu única salida. Tu piel colgando te recordaba eso cada instante, ya no pertenecías a la sociedad. Miraste por la ventana una vez más. No había ningún otro necrófago en Capilla.

Agarras una bolsa a los pies de tu cama. La habías atado a tu brazo y dormía con vos para estar segura de que no desaparecería al día siguiente. Habías tomado esa costumbre por las malas. El saco no era muy pesado, lo que hizo que apretes los dientes. No había sido buena idea vender el cuero que conseguiste cazando al tabernero, era una rata y solo te dió un poco de chapas y una habitación para pagarte.

Finalmente, decidiste aceptar tu mala decisión y colgar el rifle al hombro. Tenías un día de investigación por delante y solo una pregunta para ti misma antes de salir de la habitación. ¿Dónde empezarías a buscar el nombre de Casado?

El calor se sentía en la oficina. No se sabía qué era peor de aquella mañana, si el aburrimiento o que el ventilador de techo llevaba 200 años sin funcionar. Ni el nuevo mecánico del pueblo podría hacerlo andar. Y diciembre recién empezaba, faltaban 2 meses más para que sea baje la temperatura.

Te encontrabas limpiando tu arma, una 9mm importada antes de la guerra desde algún país al norte. No era gran cosa, pero era linda, las bombas no le habían sacado el brillo, eso seguro. Conseguir el arma no fue dificil, te vino con la placa, la cual si fue un poco más complicada de obtener.

Desde que llegaste a Capilla, el comisario del pueblo te empezó a vigilar constantemente. Sabías que mandaba gente a seguirte, el viejo Roca estaba paranoico de que alguien se infiltre en su pueblo y lo destruya desde dentro. Probablemente se preocupaba más por eso que por los verdaderos bandidos. Te tardó varios meses ganarte la suficiente confianza para que te de un trabajo como ayudante. Después de todo, en un pueblo como este, no había otro trabajo honesto si tu especialidad eran las armas. Y no te apetecía marcharte como mercenario con una caravana. Tu camino te había llevado ahí, a Capilla.

En esas cosas piensas cuando se abre la puerta de la oficina y el comisario entra, seguido por Franco, un asistente.

El comisario era un hombre ya en sus años. Pocos habitantes del yermo llegaban a esa edad. Era una de las personas más respetadas en Capilla, aunque no faltaban las voces que decían que se estaba volviendo senil y lento. Por lo que sabías, eran rumores solo ciertos a medias. Si bien era cierto que a veces parecía demasiado cauteloso, no podías negar que el viejo sabía disparar.

Venía seguido de un tipo que estaba en sus tempranos 30. El asistente no era tan buen pistolero como el comisario, pero no le faltaban ni agallas ni fuerza. Tampoco lo habías visto en acción muy a menudo, generalmente el viejo Roca mantenía a los 5 asistentes, contándote, bien ocupados por el pequeño pueblo y cuando hacía falta más de una persona, lo más frecuente es que se encarge él mismo junto con algún otro. Claro que había excepciones.

Finalmente, el comisario se paró al lado de su escritorio. -Ahh, estás acá, Andrés.- Dijo, como notándote por primera vez desde que entró. Solía hacer eso con todos. -Bueno, eso me va a ahorrar el trabajo de buscarte.- Se sentó en su escritorio y empezó a describir el primer trabajo del día. -Ayer llegaron dos forasteros a la ciudad. Por la pinta, parecen mercenarios que no se van a quedar mucho tiempo, pero nunca se sabe.- Eso último lo decía por vos, probablemente. -De todos modos, su llegada fue convenientemente el mismo día. Uno venía con una caravana, con otros mercenarios, la otra viajaba sola.- Notas que usa el femenino.

-El muchacho es un pibe musculoso, al rededor de los 20. 21 como mucho. Ahora mismo se aloja con los mercaderes que lo trajeron, pero por lo que averigué la caravana se va mañana. Él no. A los tipos no les hacía gracia dejarlo aca. Parece que era bueno con el rifle.- Hizo una pausa para que asimilen la información.

-La mina es una necrófaga.- Esto te sorprendió un poco. Habías encontrado un par en tu viaje hasta Capilla, pero en pueblo no vivía ninguno. ¿Cómo reaccionarían los lugareños ante eso? -Iba sola con sus pertenencias al hombro. Pagó por una habitación en la taberna y se fue a dormir, practicamente sin decir nada.

-La cosa es así, no me dan buena espina ninguno de los dos.- Dijo por fin, cosa que no te causó ninguna sorpresa. -Quiero que cada uno vaya a vigilar a uno. Lo dejo a su decisión. ¿La mina necrófaga o el pibe mercenario?- Calló unos momentos, esperando sus respuestas.

Te despiertas sudando como cerdo. Diciembre había llegado y se notaba. No ayudaba mucho el que duermas en una caravana con otros 3 tipos cerca, pero era lo que había. El camino del mercenario era así. Rápidamente te vistes y te cuelgas tu rifle al hombro. No querías pasar mucho más tiempo con los mercaderes. Tenías cosas que hacer.

El pueblo de Capilla era pequeño, no parecía haber gran cosa, pero podías investigar. A lo mejor alguien necesitaba de tus servicios. Después de todo, los mercenarios eran requeridos por toda la extensión el yermo. Pero primero, tenías otras cosas que hacer.

Habías pasado la última semana a la intemperie, disparándole a todo lo que se mueve en el horizonte, comiendo carne dura de geco y caminando sin parar. Y ahora es cuando daba resultados. Quinientas chapas en mano por llevar la caravana a destino. Luego podrías por fin ser libre.

Te empezaste a preguntar cómo pasar el día. La caravana no se iría hasta mañana, según ellos, aunque no era anormal que se demoren un día preparandose para salir al alba. Por lo tanto, tenías tiempo para reclamar tu pago. Podías inspeccionar el pueblo, fijarte si había alguien que necesitaba un contratista civil, familiarizarte con el entorno, etc.

Una vez, cuando era niña, Tori escuchó a uno de los esclavos necrófagos hablar de Diciembre. No el Diciembre actual, sino el que había antes de las bombas. No recordaba el nombre que le daba a unas motas blancas que caían del cielo, pero decía que llegaban a cubrir el suelo con un manto que duraba días, semanas, meses, y que los niños jugaban y se divertían en él. Ahora solo quedaba... esto. 

Desde luego, Diciembre había dejado de ser "divertido". Para ella, esa palabra, diversión, significaba otras cosas, todas ellas desagradables. De todas formas, no estaba allí para divertirse. Se levantó de su cama, colocándose la ropa y echándose su bolsa a la espalda. Su poco peso le recordaba que tendría que volver a cazar algo pronto... y esperaba que ese algo que se cruzara ante el cañón de su rifle fuera Casado. El solo pensar en ello le hizo apretar sus despellejados puños antes de salir de la habitación. El día daba comienzo, y no estaba allí para hacer turismo. Lo primero que hizo fue buscar al tabernero.

-Gracias por la habitación, no estaba nada mal.-saludó tratando de sonar amable. Sabía que los piel suave solían ser bastante cerrados con los necrófagos, por lo que mejor tratar de caerles bien para recopilar información.- Vine a Capilla buscando a una persona, Armando Casado.-agregó al nombre la descripción del sujeto dada por su madre.- ¿Pasó por aquí?

Me encotraba ensimismado en las reparaciones, cuando estoy urgando un aparato pierdo por completo la noción del tiempo, pero la falta de transistores me hace bajar a la realidad, no puedo continuar trabajando sin ellos.

- Creo que no me queda otra alternativa que ir a la tienda local - digo para mi mismo mientras me pongo de pie y camino hasta el cajón donde guardo mis chapas, tomo 100 chapas dejando el resto bien guardadas - creo que con esto será suficiente.

Apenas abandono mi refugio el sol incandescente de diciembre me daña los ojos, el calor es insoportable, el sudor invade mi cuerpo rápidamente, si uno está quieto bajo la sombra puede que no transpire tanto, pero caminar bajo el sol es como entrar a un horno y cocinarse a fuego lento. Camino sin detenerme hacia la tienda e ingreso con la esperanza de encontrar un ambiente un poco más fresco.

Andrés se quedó observando unos instantes al comisario. Aun no sabía qué mierdas había hecho que aquel hombre no le pegara un par de tiros nada más verlo. Era un soldado, protegía este lugar. Y los tenía bien puestos, qué mierdas. Así que todo se reducía a hacer las cosas bien, y si te él te daba una orden, ¿qué coño?, se había ganado dar órdenes. De hecho él era quien protegía el asentamiento así que, tal como lo veía Andrés, el asentamiento era suyo. Uno tenía lo que podía obtener o lo que podía proteger. Eso era todo 

- Muy bien, jefe. Entonces la chavala medio descompuesta - dice levantándose con un medio gruñido- ¿Le dejo claro que es mejor que se largue, o intento sonsacarle que está haciendo en la ciudad?

Esa noche el calor había sido insoportable y mas de una vez me desperté empapado de pies a cabeza de puro sudor, incómodo luego de haber pasado una semana llena de calor y dura carne de geco decidí colgarme el rifle encima y salir a caminar un rato, la caravana se iría al día siguiente y aun tenia mucho tiempo de sobra para cobrar mi recompensa por ejercer mis servicios de mercenario para proteger a la caravana, " Unos buenos billetes que me ayudaran a pagar una buena arma" pensé mientras caminaba por el pueblo, sin lugar a dudas era un lugar pequeño en el que perderse era mas difícil que conseguir inmunidad a la radiación, a pesar de esto el sitio contaba con algunos lugares de interés, entre esos se encontraba una improvisada taberna bastante descuidada pero con una gran clientela teniendo en cuenta el reducido espacio, me acerque al cantinero para hacerle unas preguntas:

- hey, ando de paso por el pueblo y busco algún trabajo de esos... Especiales, por casualidad no sabrás si alguien necesita de un especialista en habilidades de combate? Como se organizan los habitantes en la zona?-

A pesar de la temprana hora, las calles de Capilla poco a poco se llenaban de actividad. La tienda general estaba más o menos en el centro del pueblo, aunque eso no era a más de un kilometro desde la punta del mismo. Llegas rápidamente y sin problemas, aunque el calor te agobia un poco.

Dentro de la tienda suena una música de los tiempos de la guerra. No había muchos artistas ni lugares para grabar en el yermo, pero la radio seguía funcionando y pasaban estas cosas, además de las noticias sobre lo que pasaba en el yermo pampeano.

Te acercas al hombre y le dices lo que necesitas. -Un transistor, una chapa.- Te dice con una sonrisa. No hacía falta ser un genio para saber que te estaban viendo la cara.

-No, no.- Te dice mientras niega con la cabeza. -Ya sabés como me gusta a mi hacer las cosas. Mantenele un ojo encima, pero por ahora, si no te habla no te reveles.- Tal y como se hizo con vos en su momento, parece agregar implícitamente.

Después de decir eso, se gira hacia el otro ayudante. -Vos, Franco, andá con el mercenario entonces.- Este asiente con la cabeza y se para para retirarse. -Buena suerte a los dos.- Dice mientras se pone cómodo en la silla. Sabías que él se quedaría ahí mientras ustedes hacen el trabajo. Podía ser bueno y todo, pero últimamente prefería quedarse sentado en su oficina. Tal vez era cierto eso de que se estaba quedando viejo.

La taberna del pueblo era facil de localizar. Irónicamente, era el edificio más grande del lugar después de la capilla. Al parecer, los locales no solo tenían la religión como necesidad principal.

Dentro, el tipo de la barra estaba hablando con una mina necrófaga. Esto no te sorprendió mucho, ya habías visto a estos seres por el yermo y habías aprendido a no prestarles atención. Habías atestiguado cosas más interesantes. Al parecer, antes de tu llegada estaban discutiendo algo, ya que el tabernero tenía una sonrisa en los labios, y no era de las buenas.

-¡Hey!- Lo llamaste. -Ando de paso por el pueblo y busco algún trabajo de esos... Especiales, por casualidad no sabrás si alguien necesita de un especialista en habilidades de combate? Como se organizan los habitantes en la zona?- Por la cara del tipo, apostarías a que habías interrumpido algo.

-No hay mucho trabajo para eso.- Te responde. Esto te desconcierta un poco. Era muy raro que en el yermo no se necesitase los trabajos de un rifle contratado. -Lo máximo que vas a llegar a agarrar es un encargo de Don Felipe cazando hormigas gigantes que se comen a sus brahmanes. Creo que el tipo está buscando alguien que lo haga.- No era lo que esperabas, simplemente.

El tipo sonríe al escuchar lo que decís. -Mirá, puede ser que haya pasado un hombre por acá con esa descripción. Pero no se, no recuerdo bien.- Suspiraste hondo. ¿Es que nadie en el yermo estaba dispuesto a darte nada sin pedir un puñado de chapas a cambio? Mientras pensabas si valía la pena pagarle o le rompías la cara para ayudarle con su problema de memoria, otro tipo entró al bar.

Por las pintas, otro mercenario. De hecho, te lo confirmó cuando le habló al tabernero. -¡Hey! Ando de paso por el pueblo y busco algún trabajo de esos... Especiales, por casualidad no sabrás si alguien necesita de un especialista en habilidades de combate? Como se organizan los habitantes en la zona?- Al parecer, no era muy sutil. El tipo de la barra no parecía muy contento con la interrupción y procedió a responder de mala gana.

-No hay mucho trabajo para eso. Lo máximo que vas a llegar a agarrar es un encargo de Don Felipe cazando hormigas gigantes que se comen a sus brahmanes. Creo que el tipo está buscando alguien que lo haga.- 

Tori ya había previsto la respuesta del tabernero, pero no estaba precisamente para despercidiar chapas en palabras que bien podrían ser una invención. Claro, que después volvería para que la cara del tabernero no fuera tan distinta a la suya con un poco de ayuda, pero no era el plan. Iba a decir algo cuando entró un tipo para interrumpir la conversación. Le echó una mirada tras confirmar que era un mercenario. No confiaba en ellos, y nadie podía culparla. En cierto modo, resultaba irónico...

-Por si no te has fijado, tenemos una conversación aquí.-comentó, desviando la mirada del recién llegado.- Si no te importa, espera tu turno. No me gusta que me interrumpan.

-Mira, no tengo nada para refrescarte la memoria.-continuó, hablando con el tabernero.- Al menos, nada que vaya a parecerte precisamente agradable. Sin embargo, soy buena recordando caras, en especial de aquellos que me han hecho un favor.-se apoyó en la barra con ambos brazos, esperando.- ¿Y bien?

El hombre me dice el precio de los transistores y me sonríe, le contesto con una sonrisa similar y muy tranquilamente le digo:

- Que mis anteojos y mi aspecto de "nuevo en la ciudad" no te engañen, no soy tan idiota como para pagar unos mugrosos transistores a ese precio, hazme una oferta mejor o me voy con mis chapas a otra parte, ni que fueras el único vendedor de transistores en todo Santa Fe.

No había mucho que decir, en realidad. Andrés asintió con un gruñido bajo, y se puso en pie. 

- Muy bien, jefe. Te comentaré si pasa cualquier cosa - dicho esto se ajustó su placa con una medio sonrisa, como si se burlara un poco de sí mismo, y caminó hacia la taberna, atento a lo que había por ahí. Justo al salir de la comisaría miró a Franco- Dame el toque si el mercenario da problemas. En principio estoy en la taberna   

Al oir tus palabras, el tipo se limita a reirse. -Entonces ve a comprarle a algún otro vendedor en el yermo, ya que hay tantos.- Dice después de unos segundos. -Cuando quieras los transistores, voy a estar esperandote.- Por supuesto, no le quedaba otra opción. Podía cobrarte ese precio si quería, pero eras la única persona que compraría piezas de reparación, así es que bien podías irte y algún día tendría que bajar los precios.

Claro, no arreglarías hoy esa radio.