Partida Rol por web

La guardia estaba a punto de terminar para Artair. Pronto se habría quitado la armadura de nuevo para dormitar un par de horas más, dejándose seducir por los sueños de bellas muchachas que le habían acompañado el resto de la noche (quizás recuerdos inconscientes de la noche anterior de celebración). Pero en ese momento, cuando estaba terminando de rebañar unos pocos restos de la olla donde Elatha había hecho su "magia" culinaria, oyó un ruído desgarrador. Presto, sacó su enorme espada y, con las piernas abiertas para darse la mayor estabilidad posible, se preparó para el combate.

Aún no veía a su enemigo, por lo que no quiso despertar a sus compañeros. Entonces la vió. Rhodita, la cabra de Kroggar, berreaba de dolor. Una flecha en el muslo trasero de la cabra le alertó. Y Artair decidió que la amenaza era suficientemente real.

¡¡¡DESPERTAD!!! ¡¡NOS ATACAN!! Gritó el bárbaro. Aunque adormilados, todos se levantaron como un rayo y se prepararon para repeler cualquier ataque. La noche era oscura y ni la luz de la luna, de las estrellas o de la hoguera permitía a Artair ver mucho más allá del linde iluminado. No podría atacar a nadie si no era en cuerpo a cuerpo.

Pronto se dieron cuenta de quién era el enemigo: Orcos. Las Colinas de la Daga estaban plagadas, pese a los intentos de los Allaway de limpiar la zona y hacerla segura. Incluso tan cerca de la capital del Valle, las cosas eran peligrosas si uno no se andaba con cuidado.

Sus compañeros estaban preparados para el combate junto a él, pero sólo el bárbaro portaba armadura. Ninguno de sus compañeros había tenido tiempo para ello.

Artair se centró en su objetivo. Iba a haber mucha sangre. Y elevando una silenciosa plegaria a Mielikki, se juró que no sería la suya, ni la de sus amigos.

Los gritos de Artair despertaron al enano inmediatamente. Si hubiera estado más delgado, se habría puesto de pie disparado por un resorte, pero por desgracia tuvo que girar sobre sí mismo para poder levantarse con las manos con algo de dificultad.

Al salir de la tienda, Kroggar vio cómo Rhodita corría dolorida con la flecha clavada en sus cuartos traseros y como consecuencia el enano emitió tal rugido de furia que debería haber despertado a todas las criaturas en un radio de un kilómetro.

Con el rostro rojo de la ira, y un par de venas palpitantes que se veían en su calva, Kroggar puso a sus pies el hacha, la ballesta y el escudo. El clérigo vio cómo al otro lado del arroyo había dos grupos de orcos listos para el combate.

—¡MALDITOS BASTARRDOS! ¡NADA ME COMPLACERRÁ MÁS QUE CRRUJIRR VUESTRROS HUESOS! ¡VUESTRRAS ALMAS ALIMENTARRÁN LA FRRAGUA DE MORRADIN! ¡PORR BARRGENTA!

Elatha se estaba aún arrebujando en sus mantas calentitas, durmiendo un sueño intranquilo, como siempre que estaba en las Colinas. Aún así tardó lo suyo en reaccionar. Estaba cansado. Estaba resacoso. Y además estaba aún un poco alucinado del cambio que había pegado Edana. No era quién para juzgar, claro. Él era un bastardo sin un lugar donde caerse muerto que por no tener no tenía ni una carta de despedida, tan común entre los soldados, por si moría en combate.

Así que cuando el bárbaro empezó a dar voces se empezó a revolver, pero no se puso en pie. Maldito el enano deslenguado, que se puso a vociferar. Como si intentara indicar a los orcos que eran amigos, dado que él era igual de bruto y ruidoso.

- Maldita sea...

Elatha se puso en pie, vestido únicamente con unos pantalones, y cogió el hacha. Que frío, por todos los dioses del fuego. El semielfo se prometió a si mismo que ofrecería su alma a la primera deidad que le hiciera entrar en calor.

- ¡Venid, bastardos! ¡Antes de que el enano se invente más insultos!

Raine se levantó como impulsada por un resorte y la sensación de que se le fuera a salir el corazón por la boca debido al sobresalto que le había provocado el bramido de Artair, seguido de una ristra de maldiciones enanas.

Lo primero que hizo por reflejo fue llevar la mano dentro de una de las mangas de su túnica polar, al igual que un guerrero agarraría la empuñadura su espada, pero se quedó quieta; ahora estaba sentada con los ojos abiertos de par en par y contemplando estupefacta una escena, cuanto menos, intrigante: La enorme cabra de Kroggar venía corriendo hacia ellos, una hueste ululante de orcos venía corriendo detrás de la cabra, y el enano estaba a punto de salir corriendo hacia las dos cosas.

Todo esto mientras él y el semielfo deambulaban por ahí sin armadura.

—¡Mystra... !—sacudió la cabeza y agarró repentinamente su bastón para ponerse en pie a toda velocidad.

Ya habría tiempo de enarcar cejas más tarde.

Sus compañeros ya habían soltado suficientes maldiciones, de modo que Edana se las ahorró e invirtió su tiempo en tratar de sacudirse la modorra de encima y prepararse para el inminente ataque. Casi le daban pena unos orcos tan idiotas como para atacar a un grupo como el suyo.

Casi.

—¡Mengantisipasi apayang akan-terjadi! —recitó en vez del malgastar su tiempo.

Todo resultó obvio bajo el efecto del conjuro, y permitió a Edana anticiparse a lo que iba a suceder.
 

Edana alzó ambas manos por encima de su cabeza, en un gesto imperativo. Unió los dedos corazón y anular con los pulgates y extendió el resto, pronunciando su siguiente hechizo con la voz cargada de poder.

—¡Ast menciptakan benang laksana labana, suh mayat adanya membungkus!

Cogió un puñado de tela de araña y lo arrojó a los torpes monstruos. El fibroso material se multiplicó, dividió y separó cuando aterrizó entre los orcos, extendiéndose de un lado a otro del frondoso bosque. No tardó más que unos latidos de corazón en enmarañarse en un vibrante trama dotada de vida propia, para formar un diseño conocido y espantoso:¡una inmensa telaraña.

Terminado su trabajo, la tiefling dio un paso hacia atrás, mientras una nube de siniestra oscuridad se formaba en el punto en el que ella había estado.

Pese a la furia que embargaba al enano, Kroggar no se dejó llevar por ella. A él le habían enseñado a no perder el control en la batalla por muy furioso que estuviera. Era por ello que desde el momento que vio a los orcos, una pequeña parte de su mente empezó a trabajar y planificar los movimientos que tenía que llevar a acabos para acabar con ellos de la forma más rápida y dolorosa posible.

El enano se llevo la mano derecha al símbolo de madera de Clanggedin Bargenta, aprentándolo contra su pecho, a la altura de su corazón, al tiempo que extendía su brazo izquierdo y tomaba aire para recitar su oración. Con su profunda voz de bajo, Kroggar entonó:

—¡BARRGENTA! Beayntee mish ferr coonee rrunk vorrkhul gorr.

Una leve brisa de viento emanó alrededor del enano. Daba la sensación de que pese al combate que se avecinaba, el ambiente se relajaba. Algo instaba a sus compañeros a sentirse más cómodos, confiados y relajados.

Oscuridad. Las sombras de los orcos atacantes eran poco más que formas difuminadas en el horizonte. A Artair le costaba distinguir sus formas y confiaba poco en acertarles con su lanza. Miró a su alrededor. Dos grandes troncos les protegían de una posible carga, mientras que poco más allá había un río que, igualmente, dificultaría el tránsito de los que eran hostiles contra ellos.

Edana había reaccionado con increible rapidez y había lanzado un conjuro que, con la forma de una enorme telaraña, había inmovilizado a uno de los grupos de orcos que tendrían problemas de salir de ella. Pero aún quedaba otro grupo. La posición defensiva y el hecho de que no viese bien a distancia por la falta de luz, le hicieron retenerse al bárbaro. Nada le hubiese gustado más que cargar como ya había hecho con los muertos vivientes, llevándose a muchos de ellos por delante. No. Tenía que permanecer junto a sus hermanos y protegidas.

Kroggar, sabedor de la posición en la que se encontraban y, dudando que los orcos consiguiesen llegar hasta el grupo tan rápidamente, elevó una plegaria a su dios que, sabedor del vínculo que les unía a los cinco, aceptó bendecirles con su poder. Artair se sintió más fuerte en ese instante. Comenzó a notar que su cuerpo se calentaba por la ira del momento, pero se refrenó. Al menos por el momento.

Por fin, se adelantó ligeramente, con las piernas abiertas para conseguir máxima estabilidad, ligeramente flexionadas, con su espadón bien agarrado con ambas manos. En ese momento se giró, mirando a la dulce Raine.

Raine, es el momento de descubrir qué hace esa varita. ¡QUE LA FUERZA DE LOS ALLAWAY ME INSPIRE! Gritó Artair deseando que el efecto del conjuro fuese el deseado. Si éste le hacía un titán como esperaba, los orcos poco podrían hacer contra ellos.

Todos los orcos bajo la influencia del conjuro de Edana quedaron pegados al suelo por las pegajosas telarañas que nacían del suelo, impidiendo que pudieran moverse. Todos excepto uno, que hacía un esfuerzo por moverse.

La rabia se apoderaba de los orcos que intentaban zafarse como podían, las venas de los brazos y el cuello estaban a punto de estallar.

Mientras el enano bendecía a sus compañeros y Artair esperaba impaciente porque se acercaran sus víctimas, los orcos del grupo sur se acercaban con sus armas en mano. Uno de los orcos, quizá el líder a juzgar por el tamaño y los gritos de insultos y maldiciones que sacaba a flote, sacó una jabalina y la lanzó en dirección al Paladín sin código moral. La jabalina pasó cerca, pero sirvió de advertencia para lo que se venía. De su espalda colgaba un gran mazo que no dudaría en desenfndar.

Raine ya tenía la varita en la mano antes de que Artair dijese nada, de hecho, la maga caminaba en ese momento dándose golpecitos en una palma con ella;un par de pasos por detrás de Edana, como si estuviera dando un paseo a la espera de algo y quisiera rodear a la Tiefling mientras tanto.

No obstante, los ojos de Raine estaban fijos en la jauría de orcos que venía corriendo derechita hacia ellos; lo que estaba esperando era el momento justo para que se encontraran de bruces con la sorpresa. Con el último golpecito, se detuvo y las runas de la varita se iluminaron.

—Cuidado con las copas... —murmuró anecdóticamente.

Nada más despegar la punta de la varita de la palma y señalar con ella al Artair, la reliquia disparó un proyectil brillante que impactó contra el bárbaro e hizo que instantáneamente este comenzara a crecer hasta doblar su tamaño.

Elatha arqueó las cejas. Vaya, qué grande se había hecho Artair. ¿Podría guardar el flanco él solo? Lo dudaba. El semielfo estaba en la posición perfecta para saltar sobre los orcos que se acercaran al bárbaro o cubrir a las magas si el Kroggar resultaba insuficiente para ello. Así pues apoyó su hacha en el suelo y esperó. No sin antes sonreír socarronamente a los brutos de la maleza.

- ¡Última oportunidad para retiraros, gentuza!

Lo cierto es que estaba muriéndose de anticipación, pero como no cogiera una piedra y se la tirara a alguno...siempre había estado en contra de las armas a distancia. Qué poca clase, ¿Qué merito tiene matar si cualquier imbécil con suerte puede ponerte un florero de flechas en la cabeza aunque seas el mejor guerrero del mundo?

El no tan bueno Kol gurdôr lo último que se imaginó cuando llevó a su grupo a cazar para dar de comer a su líder y sus hembras, fue encontrarse a un grupo de experimentados aventureros. Claro, los bárbaros Allaway rondaban de tanto en tanto, pero su territorio normalmente no se extendía hacia el oeste de su campamento.

Kol Gurdôr vio un suculento plato que alimentaría a sus hombres y complacería a su temido líder, un bárbaro de esos tantos que pululan las colinas y las montañas. Pensó que Rhodita iba a ser una presa fácil y el estúpido nunca pensó en lo extraño que resultaba una cabra de ese tamaño, vagando sola entre las colinas, ese pequeño detalle ahora lo tenía en grandes aprietos, estaba en frente de magos y guerreros, entre ellos un bárbaro Allaway, que tanto odiaba, y que de repente empezó a agrandarse desproporcionadamente.

Artair de por sí parecía tener la sangre de gigantes corriendo por sus venas, uno de esos hombres que nace con estatura y musculatura desproporcionada, parecía tener la sangre de esos bárbaros de historias lejanas que vivían en el valle del viento helado, humanos que se mezclaban con gigantes y los dominaban. Cuando el rayo de la varita de Raine golpeó al bárbaro y este empezó a aumentar de tamaño, Kol Gurdôr sintió un pinchazo similar al que sentía cuando su líder no estaba complacido con él y sacaba su látigo. Kol Gurdôr sintió miedo esa noche a algo diferente a su líder.

Pero él bien sabía que la vida de un guerrero orco terminaba en cuanto se dejara vencer por esa clase de sentimientos, tenía algunos guerreros con él afortunadamente, pero otros menos experimentados en la guerra no lo entendieron así. Varios orcos (los orcos adultos) gritaron de pánico al ver al gigantón con su enorme espada enfundada, los que pudieron soltaron sus armas y se disponían a salir corriendo espantados del lugar, a ellos poco les importaba en ese instante algo que no fuera su propia vida.

Una vez terminada la conmoción por aquel acto de gigantismo, aún quedaban algunos orcos en pie dispuestos a luchar.

Uno de los orcos (orco cobatiente 2) entendió que habían dos salidas en esa situación: Llenarse de gloria entre sus pares o morir en el intento, no se detuvo a pensar en sus posibilidades (que eran casi nulas) y se lanzó vehementemente contra Artair, gritando y rugiendo mientras sus piernas avanzaban lo más rápido que podían.

Imbécil...

Era la primera vez que Artair aumentaba su tamaño, la sensación solo la podía describir él mismo, su nueva espada, su nueva fuerza, le costó adaptarse a su nuevo tamaño, pero tenía que hacerlo y rápido, justo cuando el orco entró en el alcance de la hoja de su espada, el grandullón lanzó un tajo que no impactó al orco (orco combatiente 2), quizá fue el peso extra del arma o su nueva condición, pero rápidamente y sin pensarlo lanzó otro tajo antes de que el mazo del orco pudiera alcanzarlo. Esta vez, la afilada hoja impactó en el pecho y desgarró armadura, piel, carne y hueso y la espada atravesó a su victima de lado  lado, la violencia del tajo rajó en dos partes diferentes al pobre orco. La sangre alcanzó a salpicar al bárbaro y al Semielfo que se encontraba a un par de metros alejado!

Edana echó un vistazo al campo de batalla y decidió que ya habían ganado. Se preguntaba cuánto tiempo necesitarían los marranos para percatarse de una verdad tan sencilla. Probablemente cuando les hundieran unos cuantos palmos de acero en el cráneo.

Ahora lo único que faltaba era que asegurarse de que todos salían con vida.

—Ast menciptakan kendala tak'kelihatan keliling mayat —recitó, y tocó la espalda de Elatha con las yemas de los dedos. 

A falta de armadura, el semielfo quedó rodeado por un escudo de fuerza invisible. Tras realizar su encantamiento, Edana se puso de nuevo a cubierto, dejando su paso una nube de oscuridad mágica.
 

Kroggar estaba enfadado, muy enfadado, pero después de como se había empezado los primeros instantes del combate su furia disminuyó. Si no hubieran herido a Rhodita, no fueran orcos, no hubieran interrumpido su sueño y no lo hubieran asaltado, quizás y solo quizás hasta sentiría pena por ellos.

Pero no era el caso, de hecho al enano se le ocurrió una divertida idea para aterrorizar aun más a los estúpidos orcos.

—¡Orrejas picudas! ¡Muestrrate digno!

Después de su aviso, como había hecho anteriormente, el clérigo de Bargenta se agarró con su mano derecha el símbolo sagrado y apretándolo contra su pecho volvió a entonar otra oración.

—¡BARRGENTA! ¡Jannoo lhiasaghey arrd agus gille baoth sith hum grruagagh!

A diferencia que el conjuro de Raine, en esta ocasión una esfera de luz apareció por encima de la cabeza de Elatha y lo iluminó formando un cono de luz en dirección hacia el suelo. Al ser bañado por el resplandor, el semielfo también comenzó a crecer hasta duplicar su tamaño.

—Prrrf.... ¡jajajaja! —estalló en carcajadas la tiefling al traducir lo que Kroggar había dicho—. ¡Los dioses enanos deben tener un gran sentido del humor si escuchan tus plegarias!

Era demasiado, enfrentar a dos gigantes sobrepasaba los límites de la cordura, incluso para un orco sediento de sangre cuando no tiene más refuerzos que 2 camaradas inferiores.

Kol Gurdôr tragó saliva rancia al observar como esos brujos de historias de niños realizaban esas gestas haciendo que la realidad se transformara, las historias de los niños orcos estaban plagadas de magos conjuradores, clárigos devotos y guerreros fortentosos y en ese momento, las tres pesadillas se juntaban en un variopinto grupo; Un demonio en cuerpo femenino (a juzgar por las curvas de su pecho), un bárbaro casi del tamaño de un orco, un semielfo guerrero, una niña de cabello extraño con artefactos poderosos y un enano, ¡Un Enano! Como si no bastara, todos con poderes inimaginables para la ralea orca común.

El miedo en ese instante se volvió más grande que su propio orgullo y que el látigo de su líder, rugió sin parecer intimidante, en ese momento sonó como el ronrroneo de un gatito asustado y soltó su enorme y pesada hacha, y arrancó a correr en dirección en la que llegó. su compañero orco (combatiente veterano) lo observó incrédulo, pero con el mismo sentimiento de miedo arraigado en su corazón, soltó su pesado mazo y echó a correr siguiendo a su líder de caza.

Fueron 10 los que salieron en busca de comida de una guarida orca, ahora menos de la mitad volverían y recibirían un castigo acorde a su estupidez o infortunio de encontrarse a un grupo tan poderoso en su camino....

Por ahora, 5 orcos estaban atrapados en la telaraña de la Tiflin y ya no representaban amenaza alguna, un cadáver yacía cerca a Artair y los otros cuatro orcos huían despavoridos del lugar.

¿Irían en su persecución? ¿Perdonarían la vida de los sobrevivientes? ¿seguirían su camino a cruce de caminos? ¿quién asistirá a la pobre rhodita ahora herida? ¿habrán pisado sin querer a Spin?.....

El ataque había terminado antes de lo esperado. El tamaño de Artair, combinado con el súbito incremento de tamaño del semielfo Elatha, había aterrado a los orcos atacantes. Un único impacto, brutal eso sí, había partido a un orco por la mitad de forma que sólo quedaba de él un amasijo de carne, huesos rotos y vísceras sobre el suelo húmedo del bosque que comenzaba a empaparse de carmesí.

Aún quedaban cinco orcos atrapados en la telaraña mágica lanzada por Edana que nos miraban con terror. Artair pensó si no sería mejor acabar con ellos, pues eran una amenaza para los habitantes de las Colinas de la Daga y áreas circundantes, pero no había honor en matar a criaturas indefensas. Además, lo más probable es que al volver a su guarida, habiendo fracasado, su caudillo acabase con varios de ellos.

Artair se acercó a grandes zancadas hasta ellos, y aunque no estaba seguro de que le entendieran, les dijo: No os mataré, sois libres de ir por donde habéis venido. Pero antes, deberéis dejar vuestras pertenencias aquí como pago. Pronto, los orcos comenzaron a hablar entre ellos. Parece que al menos alguno de ellos entendía el khondanzhano y les estaba proponiendo el trato a sus compañeros. No tardaron en aceptar y comenzaron a arrojar sus armas, armadura y demás posesiones. Para cuando terminaron, el conjuro había acabado y corrieron desnudos como alma que lleva el diablo, dejando sus cosas atrás. Artair sonrió. A enemigo que huye, puente de plata. Pensó, mientras recogía los objetos valiosos del suelo con el objetivo de engordar el bote común que serviría para equipar al grupo.

Edana se cruzó de brazos, observando a Artair desde sus pupilas invisibles con un gesto ceñudo.

—¿Estáis seguros de que es un bárbaro? —les preguntó en un murmullo a Elatha y a Kroggar, que lo conocían más—, más parece un lechero timorato.

Si de ella dependiera, hubiera quemado la telaraña con un proyectil ígneo y los habría mandado con el trasero humeante a dónde Gruumsh perdió el garrote. Pero tan rápido como se le había ocurrido, decidió que no le podía importar menos el destino de los marranos. Quizá lo que había hecho Artair era lo mejor. Quizá incluso sería lo que Elminster hubiera hecho. Al viejo mago le habría encantado enviarlos en paños menores de vuelta a su jefe.

—Espero que no estéis pensando en cargar con toda esa porquería —dijo, refiriéndose a los atuendos de los orcos. Esbozó una sonrisa aviesa y dedicó una pulla a Elatha—. Si es así, que la cargue el semielfo. Así al menos la peste quedará confinada a una parte reducida del campamento. 

Spin se estiró especulativamente y asomó la nariz por la capucha de Edana.

—¿Se han ido ya? —preguntó con voz chillona.

Raine esperaba que la aparición de dos gigantes hubiese disuadido a los orcos suficiente como para que se les quitasen las ganas de volver a intentarlo con más amigos. Aunque, a decir verdad, no es que pudiera decirse que hubieran combatido realmente; se habían muerto de miedo antes ni si quiera de acercarse a ellos.

«Si lo sé, no me levanto...» pensó haciendo un puchero mientras miraba su petate.

—Se han ido ya—le dijo al erizo mientras volvía a guardar la varita en su cinturón. Luego observó el montón de despojos que habían quedado como "trofeo" de la escaramuza cuando Edana lo mencionó—. No, yo no quiero ni acercarme.

Recordó entonces algo de golpe y buscó a la cabra con la mirada, al localizarla su mirada se entristeció. Pobre animal.

—Kroggar, ¿quieres que te ayude a sacarle eso para que la puedas curar?