Partida Rol por web

Hilos invisibles

Final: ¿Cómo saber si nosotros tomamos la decisión o la decisión nos toma a nosotros?

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19/04/2017, 23:30
Narrador

Observa a Wes. Siente su estómago revuelto y su dolor de cabeza, con ese latir pulsante de la resaca en sus sienes. En la penumbra de su cuarto apenas pueden distinguirse las formas sobre las sábanas, la suya y la de esa chica semidesnuda de su lado. No falta mucho para que ella deje de buscar en él las cosas que no le puede dar. Más tiempo tardará él en aceptarse, si es que llega a hacerlo. Y mientras tanto esa sombra que le visita desde la oscuridad, hablándole desde dentro de su cabeza, seguirá siendo capaz de apretar su corazón hasta volverlo incapaz de latir con fuerza.

Siente su incomodidad, sus dudas. ¿Ves su mirada perdida? Es la de un náufrago, la de quien se sabe totalmente a la deriva. Sin embargo él sabe que puede escoger su camino... Y eso es lo que le mata. A un lado el deber y la ley y al otro sus hermanos, esos que sólo han escuchado mentiras salir de su boca, pero por los que siente una lealtad sincera. ¿Le ves capaz de traicionarlos a todos? ¿Ves que tenga alguna otra salida?

Mírale ahora bajo el sol de California. Está vigilando esa entrega que será la primera de muchas. Observa la camaradería sincera con que bromea con sus compañeros. ¿Notas la alegría en todos? ¿No sientes su satisfacción y confianza? Esas armas representan la buena vida y el poder, pero también la adrenalina.

Para él son más. Siente el peso de quien sabe que aquello será lo que los encierre cuando entregue sus pruebas. Nota el sabor amargo que ahora acompaña a su paladar. No puede librarse de él. Es la sensación de estar traicionándolos, es la miseria y la culpa.

Ahora todos están dormidos. Mírale colarse en el almacén del club y robar algunas armas para llevárselas a sus superiores. Siente su frío, escucha cómo esa sombra le llama cobarde y nota sus lágrimas contenidas una vez más.

No todos son fáciles de engañar. El nuevo, ese que ha llegado desde la otra punta del país, tiene por costumbre revisar el inventario. Escucha los gritos a los proveedores, las acusaciones, los disparos. Mira cómo dos de sus compañeros caen y cómo con cada pérdida él muere un poco.

Son días tristes. La culpa llena sus gestos y su mirada y la desconfianza comienza a rondarle sin que llegue a darse cuenta. Acaban por seguirle. Acaban por descubrirle.

Mira cómo le arrancan la chupa que tanto le ha costado conseguir. Su cara está amoratada y sus huesos rotos, pero el dolor más profundo lo lleva dentro. Al menos hasta que el de la barba coge un soplete para pintar con él directamente sobre su espalda. Siente la epidermis y las capas más interiores crujir como el bacon pasado, el hedor a quemado, la agonía de los ocho. Nota cómo todos se retuercen de dolor allí donde se encuentran: tocando el piano, ante un ordenador o simplemente paseando por la calle. Todos gritan ante la piel derritiéndose y los surcos de sangre inmediatamente reseca. Y cuando al final el soplete por fin se calla y el de la barba da un paso atrás, admirando su obra, los ocho pueden sentir esas tres letras, «COP», adornando su espalda.

Y ahora mira cómo, prácticamente inconsciente, lo llevan al muelle. Siente su desorientación mientras lo atan a su moto, y su incapacidad cuando lo hacen caer al agua. Le han sacado lo poco que han podido: ahora sus secretos serán para los peces.

Míralo hundirse. Nunca se le ha dado bien nadar, pero menos en ese estado. Sólo un hilo de vida le separa de la muerte, uno tan fino como sus cabellos. O como los de la mujer que va en su ayuda. Mira cómo se mueve ella, parece que haya nacido para vivir bajo el océano. Con la respiración contenida se da cuenta de lo que está pasando y toma el control. Siéntela forcejear con los nudos, luchando por una vida que es tan suya como de él. Mira cómo logra desembarazarse de las cuerdas y cómo emplea todas sus fuerzas para salir a la superficie. Cuando es capaz de dejar atrás el miedo del chico y su dolor sólo queda la supervivencia.

Observa cómo ella sale a la superficie, y cómo al hacerlo es él quien saca la cabeza del agua. Míralos tomar unas bocanadas aceleradas de aire y toser más y más agua. Lo hacen a la vez, con un cuerpo compartido. Bajo el abrigo de la noche es ella quien nada hasta el otro extremo del muelle, dejando una vez que está tendido sobre la piedra a un hombre dolorido, sí, pero a salvo y renacido. Libre para elegir su camino.

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19/04/2017, 23:30
Narrador

Fíjate ahora en Devendra. Su moto se desliza sobre el asfalto a tanta velocidad que el viento se corta a su paso. La adrenalina es palpable, esa sensación de liberación que es al mismo tiempo causa y consecuencia de cada nuevo acelerón que el chico da sobre su motocicleta. No te quedes sólo en eso. Mira cómo su determinación crece con cada kilómetro que se aleja de su corazón. Cómo ha asumido la inevitabilidad de su destino, cómo está dispuesto por fin a asumir la responsabilidad y las consecuencias del pasado. Y, si te fijas un poco más, podrás sentir cómo algo se tensa en su pecho mientras va renunciando uno a uno a todos sus sueños. Es la decisión más difícil que ha tomado en su vida, pero aún así una parte de él se regocija al saber que haga lo que haga y acabe como acabe, no estará solo.

Puedes ver cómo aparca frente a los estudios de rodaje en los que debería estar trabajando. Hay un hombre allí. Uno que está esperándolo. ¿Puedes sentir la suficiencia con que mira al chico? ¿Puedes ver su sonrisa ladina cuando mete el sobre en la cintura de su pantalón y lo tapa con la camisa? 

Mira cómo Devendra se acerca a él y observa con atención cómo se crispan los músculos de sus brazos, cómo sus manos se aprietan con fuerza, convirtiéndose en dos puños. Pero ahora mira con sus ojos y fíjate en el chico de la chupa de cuero que le acompaña, el rubio que parece dispuesto a pelear por él hasta despellejarse los nudillos, el que nadie más puede ver.

Observa cómo la sonrisa taimada del que le esperaba se borra tras el primer puñetazo. El alivio que libera a Devendra cuando la adrenalina empieza a galopar en sus venas. Escucha el sonido crujiente de cada impacto y trata de no mirar la sangre que salpica el suelo con cada golpe. Algunos lo confundirían con brutalidad, pero tú puedes mirar sus ojos, los del chico de California: es precaución. Es saber que el otro no va a levantarse para devolver los golpes, y que cuando al fin consiga hacerlo no se atreverá a buscarle.

¿Puedes ver el sudor deslizándose por las sienes de los dos que son uno? Sólo un brazo se mueve, pero son dos mentes los que golpean.

Sigue sintiendo a Devendra ahora que la pelea ha termiando. Él sabe las consecuencias y está dispuesto a asumirlas. Ha decidido plantar cara y dejar de escapar y es esa determinación la que mueve su mano sobre el acelerador. Sus nudillos están rojos y pelados, pero no le importa. Antes de entrar en la comisaría escucha cómo sus ojos se cierran y su voz resuena en su pecho con un mantra de otro tiempo. El último pensamiento antes de entregarse no es de miedo hacia lo que tiene por delante, sino hacia atrás, hacia el respeto que siente por su abuelo.

Y ahora mírale entrar en la comisaría, con paso fuerte y las muñecas por delante. Siente el frío de las esposas en su piel y ahora fíjate en los otros, cada uno en un lugar. En cómo se estremecen con un escalofrío que no saben de dónde viene, pero que recorre sus espinas dorsales al unísono. Fíjate en cómo se fruncen todas sus fosas nasales cuando la puerta de la celda se cierra tras él. Y date cuenta de que a pesar de todo, no se siente solo. Ya nunca más podrá hacerlo, pues él ya no es sólo él. Tampoco se siente encerrado. ¿Cómo iba a estarlo cuando puede viajar a la otra punta del mundo en tan sólo un pestañeo?

Pero ahora déjalo acomodarse en la celda polvorienta y sucia en la que pasará meses, quizá años, y viaja al lugar donde arrancó su moto. Siente allí las lágrimas de una mujer que ha perdido su corazón y su futuro en un sólo día. Escucha sus gritos llamándole y las amenazas de ir a buscarle con las que intenta ablandar a unos padres que se disponen a romper un compromiso. Siente su dolor cuando se desgañita entre sollozos y asume que casi nunca los finales son felices. No para quien tiene las manos manchadas de sangre.

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19/04/2017, 23:30
Narrador

Mírala. Obsérvala con atención. Entiende su dolor. Entiende su miedo. Obsérvala ahí sentada, sobre la taza del váter cerrado. ¿Puedes sentir el peso de la realidad sobre sus hombros? ¿Puedes ver su angustia por lo inminente? Si la observas con atención verás que no está sola. A través de una oración silenciosa llama a sus compañeros, a esas siete partes de su alma que su Padre ha repartido por el mundo.

Obsérvala llegar. Ahí está la americana, dispuesta a cuidar de ella hasta el final. Ambas comparten unas pocas palabras, una caricia y la promesa muda de no abandonarse nunca. Eso no será suficiente, pero eso aún no lo saben. Ella se ha encerrado en el baño para poder hablar, para poder trazar un plan. Para que la ayuden a escapar. Pero no tiene tanto tiempo como cree.

Mírala salir del aseo. Siente a través de su pulso su tensión, sus dudas. Sabe que le quieren quitar más de lo que puede dar, pero no todo lo que se arriesga a perder si lo impide. Y ahora observa su sorpresa cuando se abre la puerta y los guardias la obligan por la fuerza. ¿Ves su labio temblar, cuando sus ojos encuentran los de su marido? ¿Notas cómo cree que sus hijos acaban de perder a una madre, cómo de su pecho nace la más profunda de las preocupaciones?

No dejes de mirar, porque los que la han detenido dejarán de hacerlo. La creen vencida. Observa cómo la atan a una camilla. Escucha las palabras del hombre que comparte con ella su vida mientras contiene las lágrimas, intentando convencerla de que es lo mejor. Convencerse a sí mismo. Y mira cómo la llevan al quirófano, dispuestos a sedarla.

En otra parte del mundo la americana habla con quien acabará por confiar en ellas, trazando los últimos detalles de un plan nacido de la desesperación. Una llamada de teléfono con las palabras adecuadas, las de quien por experiencia sabe qué decir, es suficiente para que en el hospital salte la alarma y con ella caiga la primera ficha de dominó.

Desatarse es complicado. Mírala ayudarse de los dientes. Pero nada es más fuerte que el miedo de una madre por dejar solos a sus cachorros. Pero mira cómo, en cuanto se levanta, la inmovilizan contra el suelo. Y ahora observa a la americana tomar el control, responder a la violencia con violencia y hacer que las baldosas conozcan una cara que no es la de Milka. Esta no tarda en huir, buscando en su fe la determinación que necesita. Tal y como había acordado recurre directamente a los conductos de ventilación. Con la policía entrando en el hospital esa es la única ruta que la puede sacar de allí.

Mira cómo abandona el edificio por un conducto exterior, saltando al césped del lateral con los ojos de quien descubre por primera vez la luz del día. Ese coche que está ahí, aparcado en un lugar donde ni siquiera podría haber entrado, es el de su amiga.

Observa a Milka correr aún con el camisón de hospital y reunirse con aquella que tantas veces la ha sacado de su propia vida rutinaria. Escucha a esa mujer bromear con la voz teñida de preocupación, darle ropa limpia y prometerle reunirse con sus hijos.

Y mira ahora su nuevo estilo de vida, días más tarde. De escondite en escondite, de motel en motel. Se saben perseguidas y el tinte ha ennegrecido el cabello de Milka, pero no sus ojos. Cada día habla con sus hijos, e incluso de vez en cuando se atreven a visitarlos. Pero hasta que todo se aclare sabe que no debe volver, que no puede. Escucha esa conversación con su marido, cómo tras días de silencio o monosílabos sirviendo sólo para responder y pasar el aparato él le pide perdón. Cómo le dice que lo siente, que ha reconocido las mentiras en las noticias y la verdad en sus palabras. Cómo le promete reunirse con ella, con todos, si lo desea.

Y escúchalo al final comprometerse a quedarse por los niños. A estar ahí para ellos, donde ella no puede estar. A dar, si es necesario, su vida. Él no lo sabe, pero como si alguien hubiera escuchado sus palabras no tardará en tener que demostrarlo. Mira al hombre de los susurros y el pelo blanco, observa cómo dispara en la frente del marido de Milka al abrigo de la noche. Y mira cómo sus hombres entran en la casa, consiguiendo llevarse a una de sus hijas mientras los otros escapan por la ventana. Una hija que trata de luchar, que llora y desespera. Una que ya no duda de quién es su madre, que la llama a gritos para encontrar como única respuesta una mordaza.

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19/04/2017, 23:30
Narrador

La decepción al entrar en la nave para encontrar allí solamente la furgoneta que andaba buscando, abandonada, es palpable. Pero fíjate bien de todos modos. Observa ese momento preciso en que Rena se da cuenta de que no ha llegado a su destino, sino sólo a un necesario cambio de vehículos. Siente su frustración y observa cómo su frialdad se quiebra ahora que le han robado a quien hace latir su corazón. ¿Puedes ver cómo se enfada consigo misma por perder la calma cuando más la necesita?

Contémplala de regreso en casa. Fíjate en cómo sus uñas tamborilean sobre la mesa mientras su mente funciona a toda velocidad. Y mírala después frente a su ordenador, comprobando con minucioso detalle las listas de pasajeros de todos los vuelos recientes. Obsérvala teclear, seguir pistas, y descubrir, una vez tras otra, que aquellos a quienes busca han ido siempre un paso por delante de ella.

Mira cómo se derrumba, cómo la soledad que siempre había sido su aliada se convierte en una losa fría y pesada sobre sus hombros. ¿Puedes verla aplazar una y otra vez el momento de irse a la cama? No es sólo desesperación: fíjate en cómo prefiere tirarse en el sofá tras veinticuatro horas seguidas de vigilia que entrar en su habitación tan rebosante de ausencia. ¿No notas el miedo a enredar los dedos en el vacío de su cama? ¿Puedes sentir el momento exacto en que toca fondo? Todos ellos, cada uno en un lugar, sienten el vacío en su pecho y ese instante preciso en que la desesperación cubre su piel. Pero fíjate bien y date cuenta de que ahora no está sola. Contempla al chico de piel tostada y ojos oscuros a su lado, dispuesto a brindarle una sonrisa llena de esperanza y optimismo. Mírale dispuesto a quedarse con ella el tiempo que necesite, ya sea ofreciendo sus palabras o su silencio. Siente cómo en ese punto de inflexión esa mano en su hombro le da las fuerzas necesarias para negarse a rendirse.

Observa cómo los días pasan y ella, en lugar de hundirse, se hace cada vez más fuerte. Mira cómo empieza a trasladar su equipo a una furgoneta, cómo abandona la estaticidad de su hogar para ponerse en movimiento constante. Ahora está en cualquier sitio y en todas partes al mismo tiempo. Siente también su determinación cuando su primo la aborda por enésima vez. Escucha cómo se niega a responder por sus promesas profesionales con todo lo que tiene entre manos.

En otro lugar, en lo alto de un rascacielos, tres buitres tratan de arrebatarle el trabajo de toda una vida sin que ella esté presente para evitarlo. Ni siquiera ha valorado acudir. Sabe qué es lo importante, pero no dónde está, y eso es lo que la mueve. Pero antes de que empiece la reunión donde eso sucederá un e-mail llega a su bandeja de entrada, con sólo tres letras como remitente. En él hay toda la información que necesita para alejar a los buitres de su nido, para espantarlos para siempre. Todos los secretos que podrían temer. Mira cómo el primo de Rena recibe al mismo tiempo un correo con un precio por recuperar los archivos robados. Son suficientes ceros como para pagar un año de buena vida en una ciudad como París, pero no los bastantes como para que él rechace la oferta. Un trato en el que todos ganan.

Pero vuelve a fijarte en ella. Mira cómo ha pasado a investigar la empresa a la que investigaba su pareja. Mira cómo crea algoritmos para revisar las fichas de cada empleado, y cómo después ella investiga las relevantes de una manera concienzuda y analítica. Observa cómo cataloga sus finanzas, descubriendo su financiación ilegal, cómo descubre en sólo un par de noches más de lo que la policía descubriría en meses.

Y sobre todo mira sus ojos brillar en el momento en que por fin encuentra un hilo del que tirar entre los ríos de código que su mente decodifica tan rápido como sus ojos leen. Fíjate en su expresión cuando da con la hoja de ruta de un avión que salía sólo una hora después de que su novia desapareciera. Uno cuyo cargamento era totalmente falso, pues la identificación del envío corresponde a otro de meses atrás. Alguien se había tomado sus molestias en ocultar qué viajaba en ese avión. Y quién. Y al dar con su plan de vuelo observa cómo los labios de Rena pronuncian una única palabra en una fina sonrisa de esperanza justo antes de que se ponga en marcha hacia el aeropuerto: «Nairobi».

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19/04/2017, 23:30
Narrador

Ahora que has visto el dolor de la ausencia, ahora que has conocido la pérdida, viaja hasta ese lugar al que la oriental se dirige. Mira a Wamai bajo el sol, recogiendo café como si la herida de su brazo no fuera más que el picotazo de un mosquito. Observa su sonrisa. A pesar de todo lo sucedido la preocupación sólo es una línea un poco más marcada alrededor de sus ojos. Escúchale bromear cuando otro de los recolectores, el patizambo, se acerca con los ojos en la nuca para no llevarse un varazo y unas cervezas en la mano.

Aún así no todo es alegría. Mira cómo sonsaca al compañero con nuevas apuestas hasta que se hace evidente que el otro no sabe más. Fíjate en la determinación de sus ojos. ¿Notas algo cambiar en sus pupilas? Wamai acaba de tomar una decisión. Una que le pone en peligro, sí, pero la única que considera justa.

Mírale ahora conseguir una pistola. Observa cómo entrega lo poco que tiene y promesas de lo que no. Ha pagado diez veces más de lo que vale un arma, y lo sabe, pero ¿tiene otra opción?

Mira ahora al viejo que hay a su lado. ¿Notas que nadie más lo ve, ni siquiera su hermano? Escúchale hablar de elefantes y leones, de venganza y violencia, y mira cómo le pone un dedo en el pecho a Wamai diciéndole que aún no está preparado, cómo es mejor que nunca llegue a estarlo.

Pero Wamai no escucha. O sí lo hace, pero su convicción es demasiado fuerte. Sabe lo que tiene que hacer. Cuenta con los otros siete, con la magia de su tierra y con todos los amuletos que su hermano ha logrado encontrar en ese tiempo.

Obsérvale en tensión. Ha dejado a su hermano en casa para protegerlo. Wamai vigila la guarida donde está el enemigo y donde está su amiga. Cuenta hombres y se le acaban los dedos más de dos veces. Aún así no se arrepiente. Quiere llamar, quiere pedir ayuda... Pero algo sucede antes. Una explosión, una que esta vez también siente con los ojos. Es cerca, a sólo cincuenta metros. El lugar donde los hombres guardaban lo más peligroso. Wamai llega a ver una sombra apartándose del lugar. Escucha su risa cómplice y la reconoce como la del viejo.

Mira a los hombres correr. Observa cómo Wamai aprovecha el momento para colarse en su refugio. Tiene miedo. El sudor llena su frente. Tras cada esquina puede haber alguien con un arma, alguien que sepa pelear o disparar y que le llene de agujeros. Pero la suerte está de su lado.

Pronto encuentra lo que busca. En el sótano está la mujer a la que ha venido a rescatar, atada y golpeada. A su lado hay otra, una oriental, y mientras Wamai desata a su amiga no tarda en darse cuenta de que ya no está solo. Justo detrás de él se encuentra una parte de sí mismo, mirando con ojos cargados de sorpresa y agradecimiento a la otra mujer. La compañera de Wamai de ojos rasgados aún se encuentra en un avión que tardará horas en llegar, pero si Wamai está allí, también está ella.

Escucha a la mujer hablar con la boca del chico. ¿Oyes cómo el japonés sale de manera fluida de su garganta? Es ella diciendo las cosas que siempre ha callado, hablando a la persona que ama de unos planes de futuro que nunca se atrevió a formular. Habla también de alivio, de preocupación y, sobre todo, de alegría de verla viva. Observa cómo la que escucha no comprende nada. Observa cómo llega un momento en que no necesita entender.

Han pasado sólo unos minutos. Algunos hombres han vuelto y deben salir de allí de manera discreta. Wamai pronto entrega la pistola a su amiga, decidido a darle con qué defenderse. Si él necesitase ayuda sabe que no necesita ni las balas ni la pólvora: tiene a los otros.

Míralos salir de allí agazapados. Escucha los gritos de alarma a su espalda, cuando descubren que las dos chicas ya se han marchado. Por suerte ellos ya están suficientemente lejos.

Por último mira a Wamai reunirse con el viejo. Se ha despedido ya de su familia, sabiendo que si se queda estarán en peligro. Al otro, sin embargo, nadie lo sabe encontrar, sólo la tierra. Y puede ayudarle a comprender y enseñarle a viajar.

Obsérvalos marcharse juntos sobre el tractor con el atardecer en la espalda. Ya no hay granos de café, sólo tranquilidad. Tranquilidad y una canción que empieza siendo compartida por dos, y acaba por extenderse por todo el planeta. Escucha sus ecos en Alemania, en India e incluso coreado por dos voces en Estados Unidos. Siente su tarareo de pura felicidad en un avión, en un auditorio y escúchalo también sobre una tabla de surf. Aquel es, probablemente, el primer momento de paz de todos en mucho tiempo.

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19/04/2017, 23:31
Narrador

Sigue ahora tu camino hasta llegar a ella, más preocupada por la seguridad de los otros que por la suya propia y, sin embargo, empezando a hacerse consciente de que no está a salvo por completo. De que no lo está ninguno. 

Obsérvala, tallando un trozo de madera de buen tamaño hasta que lo que fue un árbol va dejando salir la tabla de su interior, esa que sus ojos saben ver antes incluso de empezar a trabajar. Con el sudor que recorre su frente va imprimiendo en la madera todas las emociones de los últimos días y el resultado es espectacular, la tabla más equilibrada que jamás ha creado con sus manos. ¿Notas cómo se siente? ¿Ves cómo brillan sus ojos? ¿Sientes el tesón con el que trabaja? Como si fueran ocho pares de manos las que imprimiesen cada movimiento sobre la madera.

Mira una vez lo hayas sentido, al chico que está junto a ella y comprende por cómo la mira que sabe lo que su amiga está viviendo. Que lo sabe y que la apoya a muerte, con una lealtad construida a base de risas, olas y años compartidos. Siente cómo ella confía en él, más que en la sangre de su sangre. 

Pero mírala ahora, sentada ante su ordenador, contemplando páginas de compañías aéreas. Observa cómo se prepara para un viaje sin conocer del todo su destino, ni el camino que la llevará a él, pero dispuesta a hacer todo lo posible por mejorar la vida de aquel que hizo que sus almas vibrasen al unísono por vez primera. 

Está casi lista para ponerse en movimiento, pero antes duda, mirando al teléfono. Si fuera por ella tal vez no se plantearía marcar el número de la mujer, pero no es la única que necesita respuestas: todos lo hacen. Fíjate en su forma de fruncir levemente el ceño cuando toma la decisión. Mira cómo cierra los ojos y trata de llegar sin usar el aparato. Y siente el instante de exultante satisfacción cuando vuelve a abrirlos y está en una habitación de hotel, delante de la maciza de ojos de aceituna. 

Escucha su conversación, cómo la morena explica y cómo acuerdan una reunión con alguien más, una mujer más mayor, para cuando regrese de su viaje. Ella no lo sabe, no todavía, pero es la misma mujer que estaba presente de alma y cuerpo cuando murió quien los dio a luz a todos. Fíjate en ese bote de pastillas que le enseña la mujer y comprende su importancia, pues esas píldoras son la forma más segura de esconderse de los ojos que saben buscar. Pero fíjate también en el nombre de la etiqueta y en cómo Ruth abre más los ojos al reconocerlo y comprender. Quizá sí que vuelva a ver a ese chico después de todo.

Ahora ya puede marcharse, tranquila después de haber hecho todo lo que ha podido. Síguela en el avión y fíjate en cómo sus ojos contemplan una tierra nueva pero no desconocida, pues ya ha visto esos campos de café a través de otra mirada. Continúa tras la estela de sus pasos y mira cómo pregunta casa tras casa hasta llegar a la que busca. 

Pero él no está allí. Aún no ha regresado del viaje que emprendió sobre un tractor Obsérvala seguir el camino recorrido hasta encontrarlos, al viejo y a él. Fíjate en cómo sus pieles se erizan con un escalofrío electrizante cuando por fin se tocan en mente y cuerpo al mismo tiempo. Siente ese estremecimiento llegar a todos los demás en una comunión perfecta que saca sonrisas en todos sus labios. Ella es la primera en ver a otro de su grupo más allá de la mente y del alma, cara a cara, y los demás comprenden a través de ella cómo es esa sensación.

Contempla su abrazo y deja que llene tu espíritu durante todo el tiempo que dura. Y sigue luego el camino de ese avión que vino con una y vuelve con dos. Siente las promesas que él ha dejado atrás, tendidas como hilos que serán puentes con el tiempo, cuando su hermano pueda seguir sus pasos. 

Pero eso queda a un lado por el momento, cuando por fin ella puede enseñarle el mar. Contémplalos entre las olas, la piel tostada al sol de ella y la oscura de él. Y quédate por ahora en este momento de libertad y salitre. 

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19/04/2017, 23:31
Narrador

Viaja ahora hasta la ciudad que nunca duerme, donde la soledad puede presentarse en medio de la calle más transitada. Y fíjate en la puerta de esa cafetería de la que sale una chica joven corriendo tras conseguir lo que quería. ¿Has visto el fajo de billetes que asoma de su puño cerrado? Mira entonces hacia el interior del local y fíjate en la otra chica, un poco más mayor que ella, la que acaba de darle el dinero. Observa cómo las luces de la ciudad hacen brillar una lágrima solitaria deslizándose de su mejilla tras fracasar una vez más al intentar que su hermana no siga sus pasos. 

Pero Morgan no tiene tiempo para recrearse en la tristeza ni en la rabia. ¿Puedes sentir su prisa cuando su teléfono empieza a sonar? Ha llegado la hora y no puede llegar tarde. Esta vez se trata de algo gordo de verdad y ese hombre que es su jefe, su aliado y su cómplice al mismo tiempo, espera.

Fíjate en cómo se viste con ropa cómoda y negra, en cómo recoge su pelo dentro de un gorro y prepara las herramientas. Y fíjate después en cómo coloca el auricular en su oreja y prueba la conexión antes de ponerse en movimiento. Sus pasos son seguros, no es la primera vez que se cuela en una propiedad ajena y sabe bien lo que hace. 

Contempla cómo se desliza con el sigilo de un gato por el edificio, siguiendo una ruta que sólo existe en su cabeza y en su oído. Observa cómo se detiene tras una esquina para esperar a que un guardia pase de largo en otro pasillo y cómo después se apresura justo en el momento preciso para no ser vista, ascendiendo piso a piso. 

¿Puedes notar cómo su pulso se acelera con el riesgo a ser descubierta? ¿Puedes percibir la pequeña sonrisa que curva sus labios siempre demasiado serios cuando siente la descarga de adrenalina al llegar a la última puerta? Espera y su impaciencia es palpable. Mira cómo se pone nerviosa con cada segundo que pasa, cómo su cuello se gira hacia ambos lados del pasillo, como si esperase y al mismo tiempo temiese que alguien apareciese. 

Siente su alivio cuando por fin las luces se apagan durante un momento, permitiéndole pasar una tarjeta por el sensor que abre la puerta. Y sigue su mirada cuando sus ojos encuentran lo que ya saben que tienen que buscar. Fíjate en cómo esquiva los sensores de movimiento hasta llegar a la caja fuerte y en cómo se concentra después hasta que la abre y saca todos los documentos de su interior.

La curiosidad es la que mueve su mano cuando abre las carpetas y sus ojos pasan a toda velocidad por los papeles iluminados por su linterna, uno tras otro. Siente su extrañeza cuando un nombre atrae su atención con tanta fuerza que las letras que lo forman prácticamente parecen saltar del papel: «Ruth Williams». Mira cómo guarda ese dossier separado del resto, dispuesta a quedárselo ella en lugar de entregarlo a quienes le pagarán suficiente como para vivir todo un año. 

Pero fíjate ahora. ¿Puedes ver cómo su ceño se frunce cuando la luz regresa de pronto y ella todavía sigue allí? De repente todas sus alertas se han encendido y su mano busca el pinganillo de su oreja, esperando ayuda o instrucciones que no llegan. Nota la desesperación que provoca el silencio al otro lado y fíjate en sus pupilas dilatándose cuando se siente acorralada. 

¿Ves al otro, al oriental que ahora está a su lado? Si alguien conoce profundamente esa sensación de miedo es él, si alguien sabe qué cosas son importantes cuando uno necesita huir, es él. Pues la paranoia es un motor útil cuando uno de verdad necesita escapar. ¿Puedes escuchar esa melodía que su mente empieza a entonar para ordenar sus pensamientos? Siente cómo en ese instante los labios de todos los demás, cada uno en su lugar, se mueven al unísono, tarareando una canción que calma todos sus corazones. 

Es él quien señala el cartel con el plano de emergencias colgado de la puerta. Es él quien la guía después, siguiendo el camino hacia la ventana que la llevará hasta la escalera de incendios. 

Siente cómo la sonrisa vuelve a los labios de la chica mientras siente el viento de Manhattan azotando su rostro al descender desde lo alto del rascacielos. Mañana entregará casi todos los documentos. Mañana volverá a preocuparse por su hermana, por Wes, por Milka, por Budi, por todos... Pero ahora... Ahora sólo importa la sensación de libertad de este momento.

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19/04/2017, 23:32
Narrador

Míralo. Fíjate en cómo camina, mirando por encima de su hombro cada pocos pasos, sintiendo distintos temores arremolinarse en su estómago y apremiar a sus pies. Nota su incomodidad al estar bajo cielo abierto, en cómo sus ojos nerviosos buscan peligros en cada esquina y en cómo da pequeños respingos con cada coche que surca las calles londinenses. 

Obsérvalo observar. Mira cómo espera fuera antes de entrar en el local de su hermano. ¿Sientes sus nervios? ¿Sientes su miedo? Los otros están con él, claro, y él lo sabe, pero aún así su zona de confort parece demasiado lejana.

Siente los minutos pasar y mira cómo cada vez está más inquieto. Y nota cómo todo ese miedo se acentúa al ver llegar a una figura enfundada en una chaqueta de cuero y con un casco de moto en la cabeza. Mira sus manos temblar cuando se acerca a él, y date cuenta de cómo el miedo se transforma en sorpresa y en confusión cuando esta se quita el casco, dejando una piel pálida y cabellera llena de rizos a la vista. ¿Ves cómo sus ojos la miran? La conoce, la conoce como alguien a quien trata a diario y de quien no se esperaba nada parecido.

Mira también el temor de ella. También mira sobre su hombro, pero ¿notas su seguridad? Es porque no teme por ella, sino por él. Porque ni siquiera está ahí realmente.

Escucha las palabras de la chica. Escucha cómo, lentamente, explica a Hyun lo que es. Lo que ambos son. Mírala tenderle la mano y a él, dubitativo, aceptar. ¿Es demasiado pronto para dejar el miedo atrás? Es posible, pero llegados a ese punto Hyun necesita respuestas.

Mira ahora cómo entra en el bar para cruzar unas palabras con su hermano. ¿Ves el ceño de él fruncirse? Es porque sabe que Hyun le oculta algo. Le está poniendo una excusa para marcharse. Aún no está preparado para contarle lo que está viviendo, o cómo a su lado una chica espera para caminar y contestar a todo lo que él pueda preguntar.

Míralo ahora caminar. Siente cómo, por primera vez, el miedo empieza a quedar a un lado. Es difícil temer cuando uno se siente tan en sintonía con el mundo como él. Aquello es mucho más que una alucinación, y ha llegado el momento de creer. Aquello es trascendente, fantástico y maravilloso. Siente esas emociones vibrar en su pecho. Si estuviera ante un piano se transformarían en música, pero ahora reverberan en todas direcciones, alcanzando a todos sus compañeros. Él tiene un peso menos sobre sus hombros. Se siente cuerdo. Se siente bien. Y eso llega a todos los demás, aliviando sus pesares y provocándoles una sonrisa sincera allí donde se encuentran.

¿Sabes cuánto tiempo hacía que Hyun no pasaba dos horas caminando, hablando tranquilamente con alguien? Probablemente ni él mismo lo sepa. Y para cuando ella le deja delante de su casa lo hace con una promesa y la petición de que guarde silencio. Ahora él conoce su historia, sabe cómo los de la BPO cazaron a todos sus compañeros y la dieron por muerta.

Obsérvalo ahora unos días más tarde. Se encuentra en la filarmónica, en uno de esos únicos momentos que le permiten alejar su mente de todo lo que aún le preocupa. A su lado está la mujer alemana vestida con ropa prestada y ojeras robadas. Ambos tocan a cuatro manos piezas que ella recuerda con una precisión imposible. Él la supera en destreza, y por mucho, pero en esos momentos son iguales en todo. Diez dedos compartidos por cuatro manos. Dos cerebros en una sola cabeza, y una memoria tan vasta como la de las yemas de él sobre las teclas. Día tras día han estado ensayando, compartiendo tanto un solo como un sólo corazón. Los pulsos de las teclas hablan de tres niños perdidos, de un miedo ahora compartido entre los dos, pero también de esperanza.

Hay algo, sin embargo, que interrumpe ese día el ensayo. Dos policías están en la puerta, y el rubio golpea la puerta tres veces con los nudillos. En cuanto lo ve la alemana reconoce esa impaciencia, esos ojos azules y esa tez albina. Diga lo que diga su uniforme ese hombre no es policía. Dos notas discordantes rompen entonces la melodía mientras advierte a Hyun, mientras le dice que haga lo que tenga que hacer para escapar.

Él corre hasta la otra puerta de la sala, pero ellos estaban preparados: otra pareja le espera allí.

Mira cómo se lo llevan. Ni siquiera lo esposan antes de llevar una jeringuilla a su cuello y sedarlo. Lo primero es que no avise a sus compañeros, que ninguno de los de su grupo sepa qué ha pasado. Siente cómo Hyun se duerme rápidamente, cómo al encontrar la inconsciencia se duerme también esa parte de él que lo une a los otros. Y mira cómo lo sacan de allí a rastras bajo la mirada atenta de todos, que sólo ven a unos policías haciendo un trabajo que no comprenden, menos una, una cuyos ojos descienden al suelo y que se pone en marcha para seguirlos en una moto.