Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

El águila sobre el nopal

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16/03/2009, 06:28
Mercè Quiralte Veguer

Atrás habían quedado los días en los que el fortín de la ciudad de Cuba era el límite de su mundo, tras el cual la tierra terminaba y el abismo era infinito. Se habían transformado en remotas las voces que habían dado la despedida apresurada, casi furtiva, y también lejanos se habían vuelto los toques de todas esas manos de canela que le decían adiós. Atrás había quedado la tumba de la madre que había cambiado su vida, sepultada tan dentro de la tierra como lo pidió el doctor para evitar la cuarentena. Allá, al otro lado del mar, mujeres aún derramaban lágrimas por su partida, y hombres enfurecidos dejaban caer sus sueños de arrodillarla frente a un altar cristiano. Atrás había quedado toda la seguridad de una vida limitada por cuatro paredes y por mil miedos. Ahora, sólo había inmensidad.

Mercè era aún una niña, pero la emoción infantil de sus ojos la compartían muchos de los experimentados hombres que venían tras ella. Su padre no le había explicado por completo los motivos de aquel viaje, pero no había necesitado razones ni fuerza para obligarla o mantenerla sumisa. Desde el mismo anclar del barco, aquella tierra se había ido desplegando cada vez más grande ante sus ojos, como si las manos de un dios estuvieran desplegando un mapa maestro. Aquella sucesión de paisajes no parecía tener fin alguno, ni las maravillas detener su aparición ni un segundo, como si estuvieran ansiosas de ser vistas y ser adoradas. Y allí, ahora frente a ella, se alzaba algo más bello de cualquier cuadro que Mercè hubiera podido soñar jamás.

Tenochtitlán era una bruma de emociones contradictorias para ella. Llegaba a sus pies con un grupo de gente que buscaba destruirla, y que parecía no entender ni un ápice de su grandeza. Sólo podía admirarla a la distancia, con los ojos bien abiertos y deseando con fuerza que no desapareciera, como en aquel sueño que solía tener una y otra vez. Allí, volvía a ser una niña pequeña, y se hallaba sentada sobre un almohadón de terciopelo que se apoyaba sobre la espalda de un hombre acostado. El hombre tenía tribales en tinta roja tatuados en los tobillos, las muñecas, en líneas perdidas bajando de los hombros y uno especialmente grueso alrededor del cuello. El hombre tenía el rostro hundido en la tierra, como si pudiera respirar de ella. Mercè se sentaba con las piernas contra el pecho, y miraba una escalera inmensa a la distancia, una escalera que era igual que las otras tres cerca suyo que llegaban al mismo destino: el cielo. Pero aquellas escaleras y escalones estaban lejos, tan lejos que parecían un reflejo difuso o sólo una ilusión. Se alejaban más, muchísimo más, cuando dos manos enormes se posaban sobre los hombros de Mercè llenas de harina. La bañaban de blanco, y desaparecían así los tribales en rojo de sus pequeñísimas muñecas. Esas mismas se apoyaban en sus mejillas, y se cerraban frente a sus ojos. Las escaleras desaparecían, y se volvían sólo un sueño más.

Mercè suspiró, pero no la oyó ni su padre. Su mirada no se dirigió a los hombres que presentaban estandartes, ni a ninguno de los que venían con ella. La ciudad poseía su curiosidad, y algo en ella había empezado a poseer un poco de su alma. No sabía qué y no sabía cómo, pero sentía nítidamente como un pedazo de su espíritu se escindía de sí misma, y volaba libre como un águila con las alas extendidas hasta perderse en las brumas. Quizás era el efecto de ver lo que no la habían educado para concebir; quizás era lo esperable por la sorpresa, o por el miedo que debía generarle pensar en tantos enemigos. Mercè no lo sabía. Un último suspiro fue arrancado de sus labios por un repentino viento, y corrió de sus ojos el velo de su fascinación. Volvió la realidad, disciplinada, estática y gris como el grupo de hombres con el que acababan de encontrarse.

Dirigió sus ojos a los actores de esa gran escena. Aún detrás de su padre, a quien no osaba adelantar ni abandonar, descubrió quiénes eran los protagonistas y se descubrió mirando fijamente al hombre que terminaba de dirigir a las tropas que ya estaban allí. Al darse cuenta movió la cabeza de inmediato, y bajó la mirada dejando que su largo cabello castaño oscuro resbalara contra su rostro. Sin embargo, su educación no la censuró cuando descubrió a la mujer al borde del abismo. Sus ojos se fijaron en ella, incapaces de apartarse. La mujer pudo ver cómo la observaba, incluso tuvo la oportunidad de rechazar su acoso; pero Mercè, tras un largo momento, bajó la vista. Momentos después, irguió la cabeza y siguió mirando, sin decir una sola palabra. Su padre no había hablado aún. Entonces ella, hasta ese momento, no lo haría.

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16/03/2009, 13:47
Javier Núñez de Oviedo

El capitán miró al joven franciscano mientras este le hacía su sugerencia. Sonrió de manera afable, asintiendo con la cabeza.

-Por supuesto, padre -repuso.

Era curioso que llamara padre a una persona que era más joven que él, pero la Iglesia es la Iglesia, y todo cristiano ha de respetarla.

-Es más...

Se giró buscando a alguien con la mirada, y pareció encontrarlo.

-Don Juan, acompañádnos.

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16/03/2009, 13:57
Juan Quiralte

El tesorero contemplaba la ciudad con preocupación. Él no era un soldado, y todo aquello quizá les venía demasiado grande. Miró a su hija un momento, y vió en sus ojos una mirada relajada y soñadora. Se parecía a su madre, a la mujer que la crió durante aquellos largos años.

Las palabras de don Javier le hicieron parpadear.

-Con gusto, capitán. -repuso.

Se giró hacia el porteador que llevaba la silla de manos de su hija.

-Vamos.

El hombre alzó en peso a la chica, ayudado por otro indio. Se acercaron por detrás a los caballos que ya se acercaban a Cortés.

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16/03/2009, 14:52
Javier Núñez de Oviedo

Los dos jinetes, acompañados por varias personas a pie, se acercaron hasta el lugar donde se encontraba Cortés. Los arcabuceros al mando del sargento Cabal realizaron una salva, que espantó un poco al jefe totonaca que acompañaba a los hombres de Núñez.

El capitán frenó su montura con elegancia, delante de Cortés. Se quitó el yelmo y saludó con una reverencia a su nuevo capitán general.

-Excelencia -le dijo, mostrando respeto- Capitán Núñez de Oviedo. A vuestras órdenes, desde aqueste mismo momento.

- Tiradas (1)
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16/03/2009, 14:58
Hernán Cortés

Cortés miró en silencio a aquellos hombres al acercarse. Eran dos jinetes con aspecto de jefe principal, un franciscano joven y un hombre vestido de civil, acompañado de una damisela que era porteada por dos indios de mirada gacha.

Tras la salva de arcabucería, el jinete más adelantado frenó su montura, presentándole sus respetos. Cortés, que a este ese momento se había mantenido herguido en lo alto de "la mula", se atrevió entonces a hacer algo significativo y visible para todos. Su caballo dió dos pasos, situándose junto al lado de el del conquistador jamaicano.

-Capitán, sois más que bienvenido.

Al decir esto, tomó su mano por el antebrazo, y giró el rostro de modo visible durante unos segundos.

-Este hombre, caballeros, y todos los que sirven bajo su mando, acaban de demostrar que estiman más el servicio de su rey y de su patria que el sometimiento y el ostracismo que comporta el seguir el dictado y la tiranía de los hombres malvados.

Le miró de nuevo.

-Y por eso, le abrazo como a un hermano.

Y así hicieron, sin bajarse del caballo. Todos contemplaron aquella inusitada escena, que sería recordada años despues por los cronistas como "El abrazo de Chapultepec". Los hombres estallaron en vítores para recibir a aquellos valientes, que levantaban tantas esperanzas. En medio del ruido, Cortés preguntó:

-¿Habéis tenido problemas, no es así?

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16/03/2009, 15:08
Javier Núñez de Oviedo

A pesar del ruido, Oviedo escuchó bien a Cortés, y asintió con aire grave.

-Nos atacaron a la altura de Jalapa. Tropas del emperador moctezuma, según supimos por las divisas, del acantonamiento de la región.

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16/03/2009, 15:10
Pedro de Alvarado

Alvarado se mantuvo atento, y más ahora cuando los soldados comenzaban a callar de nuevo, por las grandes voces que daban sargentos y cabos. Lo que dijo Núñez hizo que sus ojos destellearan con furia.

-Perro traidor. Deberíamos poner sitio a la ciudad, y reducirla a cenizas.

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16/03/2009, 15:11
Hernán Cortés

Cortés pensó sobre aquello. El doble juego del emperador de los mexica se hacía cada vez más atrevido. Pero, por mucho que quisiera, él estaba en medio de su imperio y a su merced. Una guerra en aquellas condiciones podría terminar con todos ellos muertos en el campo o sacrificados en altares paganos, en honor a dioses con ojos de jade.

-Aqueste caballero impulsivo que acaba de hablar, don Javier, es mi lugarteniente, don Pedro de Alvarado, caballero de la orden de Santiago.

Presentó luego al resto de sus capitanes, que fueron mostrando respeto de una u otra manera al recién llegado. Al cabo, Cortés miró en dirección a sus acompañantes.

-¿Y quienes son estos camaradas, capitán? -preguntó.

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16/03/2009, 15:15
Javier Núñez de Oviedo

Javier saludó a cada uno de aquellos hombres con una inclinación de cabeza. Algunos los conocía. Otros, le sonaban. La pregunta de Cortés le hizo sonreir.

-Disculpad, excelencia. Os presento al capitán don Alfonso Castellar de Muñéjar, señor de Muñéjar y hacendado jamaicano. Es socio capitalista de esta empresa, y os ha traído asaz cañones, arcabuces y toda suerte de pertrechos.

Luego giró su mirada hacia el franciscano.

-Fray Santiago de Herrera, uno de nuestros capellanes, y hombre de fervorosa entrega a la causa de Nuestro Señor.

Su mirada se posó a continuación sobre la del tesorero.

-Don Juan Quiralte, tesorero real y licenciado en derecho canónigo y civil. Es uno de mis consejeros.

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16/03/2009, 15:20
Hernán Cortés

Cortés sonrió a todos con mucha política, especialmente a don Alfonso.

-Es un placer, don Alfonso -dijo, tratándole como igual al ser capitán general de aquel nuevo "reino"- Os quedo personalmente agradecido por vuestra ayuda material, que es bienvenida y bien acogida.

Luego, miró al fraile, e inclinó la cabeza.

-Padre... Aquí tenéis muchas almas a las que evangelizar. Hablad con el padre Olmedo, que es capellán mayor de aquesta expedición.

Luego, observó al caballero Quiralte.

-Señor. Me alegro al ver que nada menos que el tesorero real del gobernador Velázquez ha decidido tornarse al bando de quienes estiman más y mejor a su rey. Yo también estudié leyes, aunque no llegué a licenciarme. Siempre es un placer contar con hombres de tamaña categoría intelectual.

Se giró luego a mirar a doña Marina, y vió que esta miraba con curiosidad a la chica. Cortés hizo lo propio.

-¿Y quien, si me permitís el atrevimiento, es esta bella y distinguida señorita?

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16/03/2009, 15:26
Juan Quiralte

El tesorero se destocó con una graciosa reverencia al uso de la corte toledana, que despertó aprobación entre los capitanes cortesianos. Habló con voz firme, consciente de con quien estaba parlando.

-Excelencia, el placer es mío.

Cuando preguntaron por Mercé, se giró un momento a mirarla.

-Es mi hija, excelencia, de nombre Mercé.

- Tiradas (1)
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16/03/2009, 15:28
Hernán Cortés

Cortés sonrió, despacio. Una dama española, aunque joven, siempre era una dama española. Se llevó una mano al pecho, e inclinó el rostro.

-Señorita Quiralte. Es un placer. Ruego disimuléis si os advierto que esta empresa será harto peligrosa, y que mucha valentía ha tenido vuestro señor padre en traeros aquí consigo. Procuraré, no obstante, que mis hombres os protejan de modo conveniente, para que no corráis más peligro que paseando por una plaza de Segovia.

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16/03/2009, 16:24
Alfonso Castellar de Muñejar

-El placer es todo mío- dijo don Alfonso, mientras hacía una pequeña reverencia -Debo añadir que es para mi un gran honor formar parte de tan valerosa empresa.-

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16/03/2009, 17:08
Fray Santiago de Herrera

El joven fraile hizo una sencilla reverencia; aunque su conciencia le dijera que sólo debía respeto y obediencia a Dios Nuestro Señor, Hernán Cortés era el capitán de la expedición, y el buen término de su misión evangelizadora dependía de él. Es un gran honor y un motivo de gozo para nuestros corazones el encontrarnos con vuestra compañía,  Excelencia, y alabado sea Dios Nuestro Señor y la Divina Providencia por dirigir a nuestros capitanes por el camino apropiado para encontraros pronto. Hablaré gustoso con el Padre Olmedo, para iniciar cuanto antes la predicación de la Palabra de Dios a todas estas almas dolientes.

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16/03/2009, 17:15
Andrés Dorantes de Carranza

Dorantes llevaba todo el rato pensativo en su corcel, con la mirada baja y rememorando la cara de los caidos de ambos bandos, aquellos rostros le incitaban a llegar al final, todo aquello era una senda que se encauzaba así sola.

Mientras sus pensamientos iban creciendo, el paro de paso de la compañia me hizo volver a la realidad, y fue entonces cuando atisve a lo lejos al gran Hernán Cortés, algunos de mis compañeros ya se habían adelantado para dar la bienvenida al ilustre, yo no sería menos pues sus honores merecían todas las bienvenidas de aqueste lugar.

Acerqué mi caballo a la altura de la de mis compañeros de fatiga y quitandome aquello que cubria mi cabeza y esperando mi turno para no interrumpir, digo dirijiendome a Hernán Cortés:

- Andrés Dorantes de Carranza, para servirlo a usted. Es grato su semblante en aquestos tiempos.

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16/03/2009, 19:30
Director

Andrés se adelanta a saludar, con un caballo salido de no se sabe bien donde. Los ojos de todos aquellos capitanes se posan sobre él, haciéndole sentir una enorme vergüenza.

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16/03/2009, 19:31
Javier Núñez de Oviedo

El capitán escuchó la conversación de don Hernando con la joven, pero luego giró el rostro, muy extrañado por la aparición del cabo Dorantes. Tenía grandes planes para él, pero ahora acababa de fastidiarlos.

-Volved a la fila, cabo -le dijo.

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16/03/2009, 19:32
Lucio Lizerán

El sargento Lizerán se acerca alabarda en mano a Andrés, fúrico.

-Maldita sea, cabo, ¡Volved a la fila!

Su mano se extiende para agarrarle del cuello de la valona e intentar desmontarle del caballo.

-¿Quien os manda montar a caballo, si no sois jinete? ¿Y como os atrevéis a hablarle al capitán general? ¡A la fila!

Algunos soldados se sonríen, disfrutando con aquella cagada como perros de presa.

Notas de juego

Varias cosas:

1- Fíjate en tu ficha antes de decir que vas a caballo, ¡Porque ni siquiera tienes la habilidad de Cabalgar!
2- Eres cabo de escuadra. Esto es, un rango por encima de soldado. Normalmente, un soldado no habla con su oficial superior sin antes preguntarle a su superior inmediato (un sargento, por ejemplo).
3- Puedes resistirte al agarre que va a intentar el sargento tirando Pelea... solo si quieres, claro.
4- Pierdes temporalmente un punto de honra, y hasta nuevo aviso.

Ah, ¡Y más cuidadito la próxima vez! :P

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16/03/2009, 22:58
Ameyal Tonatzin

Se volvió al indio y asintió pero dudaba mucho en el fondo de su corazón que eso fuera cierto. Si se hubieran preocupado por ella, la habrían hecho buscar hasta debajo de las piedras pero no había sido así, la habían dejado a su suerte y su suerte era aquella. Miró a los recién llegados, más de ellos e iban a seguir haciendo daño a su pueblo pero qué más daba, el propio pueblo parecía feliz por ello.

-El problema, es que no sé si yo quiera verlos...-aguardó en silencio esperando por las nuevas órdenes.

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16/03/2009, 22:58
Juan Miguel de Quart

 La escena del cabo había sido bastante graciosa. No sé si lo había hecho a posta o no, pero el ambiente se había distendido un poco después del ímpetu de d. Pedro de Alvarado.

 "Si lo ha hecho a posta es un genio desde luego. Si no,....creo qeu va aser problemático estar en su misma compañía...en fin, el tiempo dirá. Aunque las noticias del ataque no son las que esperaba escuchar, preferiría tener un par de dias tranquilos y remojarme el gaznate un poco que nos lo henmos merecido,vive Dios que nos lo hemos merecido."