Partida Rol por web

Que la casa estuviera en pie tenía que ser una buena señal. Todo aquello, desde el tejado intacto hasta las flores en las ventanas, significaba que los demonios no se habían atrevido a invadir el hogar de una paladina de Iomedae. Irabeth tenía que ser, tal como decía Anevia y respaldaba su reputación, una verdadera heroína.

Ioseph entró en la casa detrás de Anevia y Liliana, guiado no tanto por la preocupación como por curiosidad por ver cómo vivían Anevia e Irabeth. Su nueva amiga estaba preocupada pese a todo. Le puso la mano en el hombro, tranquilizador.

-No te preocupes, Liliana. Aquí estamos a salvo. Pero de todas formas, vamos a ver.

Entre los dones que le había dado Shelyn estaba el de descubrir el mal y la corrupción, para ayudarle a distinguir entre la auténtica belleza y el horror disfrazado. Con esa claridad de visión, pero sin ninguna expectativa de encontrar nada que no fuera un hogar inocente, Ioseph miró a su alrededor desde la puerta.

Anevia entró en la casa y la encontró vacía, apagada, aún con el olor de Irabeth flotando en el ambiente. Era tan humilde por dentro como por fuera; Beth no quería mudarse a una más grande, pues prefería donar casi todas sus ganancias a causas de caridad antes que nadar en la abundancia.

Casi al mismo tiempo que Ioseph percibió el mal en el interior, un escarabajo de fuego apareció frente a Anevia y le dio un mordisco. Desprevenida como estaba, Anevia sólo tuvo tiempo de levantar un brazo para protegerse la cara. Allí fue donde el insecto de fuego mordió. Las mandíbulas eran más duras y fuertes de lo que podría esperarse y dejaron una buena herida en la carne de la pícara.

Anevia se quedó asombrada al ver el enorme bicho que estaba en su casa, aquello no podía augurar nada bueno. 

—Maldito bicho... ¿Te has colado por la chimenea? 

Pensando tácticamente, comenzó a rodearlo mientras sacaba su espada corta, pero su pierna falló y tropezó, cayendo de rodillas detrás de la criatura. Sin dudarlo levantó su espada corta y la clavó en el vulnerable abdomen. 

—Luego esto va a ser más difícil de limpiar...

El mago rápidamente levantó la ballesta y accionó su mecanismo. Estaba seguro de conocer a aquella criatura, pero la su ataque por sorpresa hizo que en aquel momento no lo recordase.

El virote salió volando muy lejos del monstruo.

Sentir la presencia del mal le sorprendió tanto que no pudo reaccionar a tiempo para avisarles. El grito de Anevia le hizo reaccionar, y luchó por entrar para unirse a la pícara, pero lamentablemente la casa era muy pequeña para maniobrar con la guja, y lo único que consiguió fue arañar el techo con el filo de Resplandor.

Los temores de Liliana se confirmaron: en el estado actual de Kenabres, incluso los remansos de paz podían ser una trampa. Terminó de desenvainar la espada mientras veía como Anevia caía al suelo, pero lo aprovechaba para hacerle una buena herida al escarabajo con su espada corta.

-¡Buen trabajo! -le dijo a la otra mujer, a la vez que descargaba un golpe con la bastarda sobre el caparazón del insecto.

Veamos cuán dura es tu cáscara, bichejo.

Liliana partió en dos el escarabajo, que se esfumó con una nube de azufre.

La chica suspiró aliviada al ver que su golpe había bastado para librarles del coleóptero.

-Buf... ¿estás bien, Anevia? -preguntó en dirección a la pícara.

Anevia respondió preocupada —Estoy bien, no ha sido más que un rasguño, pero... ¿Que hacía esta criatura aquí? ¿Por qué ha desaparecido al golpearla? ¿Es algún hechizo?

Y sin mediar más palabra se adentró en las habitaciones de la casa. 

—¿Beth, estás ahí, estás bien?

La angustia la embargaba y a pesar de su pierna, avanzaba por la casa con rapidez, buscando a su esposa.

-¡Anevia, espera!

Ioseph la siguió, símbolo sagrado en mano y mirando a su alrededor en busca de amenazas ocultas.

Otro escarabajo apareció por arte de magia junto al paladín. Se arrojó sobre él al ser el blanco más cercano a Anevia, a quien no podía alcanzar. Sus mandíbulas no eran suficientes para atravesar la gruesa armadura de metal.

Otro escarabajo apareció, pero éste de la nada. Aquello no era normal, ¡Alguien tendría que haberlo llamado o convocado o lo que fuera con magia! La inquietud de la mujer creció, un temor en el corazón que la comía por dentro.

—¡Irabeth! ¿Estás aquí?— dijo Anevia angustiada, no podía golpear al escarabajo y entró en la habitación, buscando alguna pista, alguna idea sobre donde podría encontrarse su esposa.

Esto no podía ser normal. El mago estaba convencido de que este no era el habitat natural de estos seres. Intentó concentrarse para recordar algo sobre ellos, pero le fue imposible.

Se alejó para dispararle intentando posicionarse de tal modo que si erraba el tiro, no diese a sus compañeros, cosa que le vino bien, ya que el virote se clavó en una pared cercana sin daños que lamentar.

-N... No me gustan los sitios cerrados con monstruos que no conozco-

Ioseph retrocedió, sobresaltado, y se sacudió al bicho de encima antes de tratar de partirlo en dos con Resplandor. No entendía qué estaba pasando, pero tenían que marcharse de allí antes de que empezasen a aparecer más insectos gigantes.

Frente a Anevia se apareció una figura de gran tamaño envuelta en vestiduras de cuero rojo, armada con una lanza de dos puntas de apariencia letal. Gritó algo en orco mientras cargaba contra ella, clavando la punta de su arma en su vientre mientras reía a carcajadas.

-¡Dejaré tu cuerpo sobre la cama para que tu mujer lo encuentre! -fue lo que dijo el semiorco.

-¡Anevia! -gritó Liliana. Se apresuró a entrar en la habitación, pasando junto a la otra mujer y encarándose a la figura de rojo. Apartó su lanza con la espada, sujetándola contra la pared de la estrecha habitación, y entonces golpeó con el lateral del escudo en la mano que la sujetaba, intentando que la soltase.

-No sé quién eres, pero me da igual. ¡Habla! ¿Dónde está la paladina que vive en esta casa? -preguntó, mirando con severidad al intruso.

—¡Ahhhhhh!— chilló Anevia ante el brutal desgarro que hizo su enemigo en su vientre... el ataque la había pillado completamente por sorpresa—¡Tú debes de ser Vargog!. Eres... eres todavía más asqueroso de lo que me dijo Irabeth— dijo con apretando  los dientes, mordiéndose el labio para no gritar más y responder al ataque. 

Se agarró el vientre ensangrentado y esperando que las tripas se quedaran donde debían, avanzó y trató de clavarle su espada corta en el vientre.

A pesar de la herida, a pesar de encontrar a un enemigo tan enconado en su casa, la mujer sonrió y dijo unas palabras en orco. 

—¿Ríes? La que río soy yo, aborto cagado de un cerdo leproso*. ¡Tus palabras me han confirmado que Irabeth está viva! ¡Gracias!— Si quería matarla a ella para que Irabeth la encontrara, eso significaba que su esposa estaba viva, su corazón se alegró, podía, junto a sus compañeros, matar al miserable... o si moría, lo haría sabiendo que ese monstruo no había visto muerta a Beth. Era su única preocupación ahora. 

Kevveon se apresuró a acercarse donde venían los gritos. Escuchó a Liliana y a Anevia gritar. Sin pensarlo, disparó al orco.

-Ya preguntaremos luego- Pensó.