Partida Rol por web

Darnassus, capital de los Elfos Nocturnos situada en una isla al noroeste de Kalimdor, el Reino — y continente — del Oeste. Se dice que está edificada sobre el mismo bosque, respetándolo todo lo posible, y que numerosos edificios no son sino árboles modificados o usan estos como cimientos, paredes o incluso suelo. Se sabe que las aves corren libres por el aire de la ciudad, que los árboles vivientes se quedan al pie de los caminos, mirando el fluir del río bajo el puente de piedra, y que el rugir de un oso en alguna parte y ver a un tigre corriendo libre no asusta a nadie.

Cuentan que hay árboles son tan altos y gruesos que las ramas y sus hojas sólo dejan entrar parte de la luz del sol, y que uno de ellos, lo bastante grande para surtir de madera a una ciudad durante semanas, es el pilar central que sustenta la ciudad. Pero la realidad es que nadie suele ir a averiguarlo. De difícil acceso, e inaccesible por tierra, los Elfos Nocturnos son una raza diplomática pero recelosa, siempre protegiendo la integridad de su naturaleza. Nadie tala nunca sus árboles.

Finalmente, saliste por el portal a Darnassus. Los gnomos del Círculo de Portales — una sala, valga la redundancia, circular y de piedra — leyeron tu escrito y te condujeron a la pertinente esfera flotante — y sin fondo — que dejaba ver una traslúcida imagen de Darnassus en miniatura. Lo activaron mediante un par de palabras y gestos de mando y pudiste atravesarlo. Cuando volviste a abrir los ojos, ante ti estaba una perspectiva muy distinta.

El ambiente era húmedo y fresco, y la luz suave. A tu alrededor había gruesas raíces y a tus pies piedra y musgo. Sin puertas. Los tubérculos dejaban espacio más que suficiente para salir y entrar sin ningún problema. Al mirar arriba vistes como los órganos se estrechaban en forma de cúpula. Un instante después, cuando ya podías verlo todo, incluidas las criaturas vivas, te diste cuenta de que había ocho guardias blindadas y armadas ahí dentro. Todas mujeres.

Una de las guardias — de las que, en este caso, desconocías todo sobre su organización — se acercó a ti. Si todas las elfas de la noche tenían esas piernas tan largas y esas curvas tan pronunciadas, no ibas a permanecer tranquilo ahí dentro mucho tiempo. Al menos, no unas pocas partes de ti. Daba igual que el estándar de belleza enano fuese bastante opuesto, quizás fuese que la naturalidad de los elfos lo que los hiciese traspasar a los sentidos barreras como la raza o la cultura.

La que sí que parecía tranquila era ella. Firme, en su puesto de trabajo, pero la mar de serena. Y la verdad es que, si prestabas atención a tu alrededor, veías claras diferencias con La Fragua de Hierro. Para ser una ciudad, y el Círculo de Portales, era como trabajar en una reserva natural.

— ¿Qué le trae a Darnassus, hijo de la roca?— preguntó con una voz sólo comparable al fluir de un río.

Acto seguido extendió una mano enfundada en metal, lista para aceptar las misivas legales.

Excepcionalmente, por el momento, la información de este PNJ no es conocida por Hagrim. No obstante, puedes leerla — o no— para situarte o ambientarte, si lo deseas.

Observo sin fingir desinterés a aquella elfa. Sí, mi cuerpo me dice que es atractiva y deseable pese a lo que la lógica me dictaría, y lo que va en contra de mi cerebro. Pero soy capaz de dominar mis emociones. No soy un animal ni me guío por impulsos.

Sonrío mirando hacia arriba para que mis ojos establezcan contacto visual con esta guardia.

- Vengo de parte del Consejo de los Tres Martillos para tener una audiencia inmediata con Tyrande Susurravientos. - dijo de forma protocolaria. Al acabar aprieto un segundo los dientes para no reír. 

- Tengo un mensaje para él. - Rebusco en mi mochila la misiva adjunta al mensaje que me entregó el Consejo para que Malfurion Tempestira y sin ir más lejos gente como esta guardia me franqueen el paso. Tardo poco en encontrar la misiva, pues la tenía colocada a mano, así que cuando la encuentro extiendo el brazo y se la entrego a la elfa. - Mi nombre es Hagrim Magna. -

Hubiera añadido "un placer", ya que realmente lo es. Pero esto es una misión oficial y tiene cierta urgencia. No puedo perder el tiempo. Quizá en otras circunstancias y con unas cervezas delante...

La guardia se irguió de forma tensa al oírte mencionar Consejo de los Tres Martillos, audiencia inmediata y Tyrande Susurravientos en la misma frase. No todos los días se combinaban esos tres elementos. No obstante, su ceja izquierda se alzó al oír tus siguientes palabras, mientras recogía la misiva de forma dubitativa.

— ¿Él?— preguntó la guardia en tono insondable—. Señor Magna... creo que se confunde en una cosa— su voz seguía siendo respetuosa, aunque revelaba cierta incredulidad y hasta algo de irritación—. Tyrande Susurravientos es una mujer.

Tras ello, soltó aire, volvió a respirar, y comenzó a leer la misiva.

¿Una mujer? De nuevo ese maldito jaleo con los nombres. ¿Es que estos elfos no pueden poner nombres normales a sus hijos?

- Eh... mis más sinceras disculpas. - digo mostrando un leve azoramiento aunque no es del todo real. - No lo sabía y me resulta difícil distinguir los nombres élficos de varones de los de hembras. Pido perdón de nuevo y le doy las gracias por el aviso. - Al menos así no meteré la pata más tarde, ni estaré muy sorprendido si me presentan a una elfa cuando pregunte por Tyrande.

- Ha sido un accidente. No volverá a pasar. - añado con gesto serio y solemne para asegurarle a la guardia que está todo controlado. - Esto... - comienzo a replicar. - Disculpe de nuevo mi ignorancia pero para evitar errores futuros... ¿Malfurion Tempestira es un varón? - A mí me suena a nombre de varón, pero con estos elfos amanerados nunca se sabe.

La mujer dejó de leer para prestarte atención. Su gesto se suavizó, e incluso compuso una pequeña sonrisa dulce, conforme te excusabas, explicabas y decías tus frases. Con un grácil gesto de la mano bajo el metal, la propia elfa trató de restarle importancia.

— Puede respirar tranquilo— te dijo con confianza. Mientras tanto, tendió la misiva a una de sus compañeras, que fue leyendo el primero de los rollos —. Supongo que no es usted un emisario corriente.

No, no lo eras. Y lo decía por tu desconocimiento sobre los reservados Elfos Nocturnos. Por suerte, no parecía ser más que un apunte sin atisbo de reprobación. Aquellas guardias eran más correctas en su trabajo que los enanos. Al menos, en cuanto a trato se refiere.

Cuando mencionaste a Malfurion, la mujer abrió ligeramente los ojos, incrédula. Y había algo más...

— El Archidruida Malfurion Tempestira es todo lo varón que puede ser un varón, Señor Magna— dijo con visible admiración, aunque te pareció leer también algo de embelesamiento—. Y es el varón de Tyrande Susurravientos, la Suma Sacerdotisa.

Te estaba explicando un mínimo, para que te situases, asumiendo que no sabías nada de nada.

La otra guardia dejó de leer, enrollando los pergaminos, y se los pasó con un cabeceo vertical a su dueña original, aquella con la que hablabas. La misma, sin soltar los escritos, te hizo una señal con la cabeza.

— Una de nuestras escribanas verificará la autenticidad de los documentos— explicó tras indicarte que la siguieras—. Procedimiento estándar— se excusó sin que entrevieses ningún tipo de sospecha—. Después, le escoltaré al Templo de la Luna. Lyria— llamó a su compañera—, llama a una sustituta temporal para mi puesto.

- No soy un diplomático. - afirmo mientras sigo a la elfa. Supongo que se referirá a eso con lo de emisario habitual. - Sólo soy un paladín. -

Me encojo de hombros y mientras la sigo voy recitando para mí en voz baja: - Archidruida y Suma Sacerdotisa... Archidruida y Suma Sacerdotisa... - Tengo que mentalizarme para no meter la pata. Además parece ser que aquí los títulos son importantes.

- Oye... una pregunta. ¿Cuánto se tarda en verificar la autenticidad de los documentos? - pregunto con pretendida inocencia. - Quizá podríamos tomar una cerveza en lo que esperamos... - sugiero con tono suave. No sé si para ellos esto será una ofensa, espero que no. Por los Titanes, es sólo cerveza... los elfos no pueden ser tan raros.

— Paladín— repitió la elfa con voz cantarina y rintintín—. No recuerdo ningún elfo de la noche con esa formación. Ni la hemos precisado. Pero envían a un Paladín sin conocimientos diplomáticos a Darnassus...

La mujer hablaba para si misma, pero en voz alta. No se molestó demasiado en bajarla. Nuevamente, no parecía decirlo como una crítica. Más bien, parecía curiosa al respecto. Ella tampoco tendría según qué formación.

Habíais salido por las raíces del árbol — que visto desde fuera era se elevaba como un colosal tronco hasta las alturas, donde se ramificaba cubriendo el cielo —, y ahora atravesabais el puente de piedra sobre las claras aguas estancadas para adentraros en los edificios blancos y azules que componían aquella singular ciudad.

La elfa tenía una forma de andar bastante enervante, moviendo las caderas al son de sus piernas, aun con la armadura puesta. Alrededor podías ver a más viandantes, vestidos con armaduras, túnicas, ropajes sencillos y ropa de etiqueta simplista. Todo dependía del tipo de individuo. Lo que más te llamaba la atención eran aquellos que vestían sólo con unos pantalones, o los que directamente sólo llevaban una prenda de ropa interior hecha con hojas y ramas. Definitivamente, los elfos en su casa tenían unos amaneramientos de lo más libertinos, pero nadie parecía conferirle la menor atención.

Ni siquiera prestaban atención al pequeño árbol humanoide que contemplaba las aguas, con aquellas ramas como brazos y el cabello hecho de hojas. Se movía, y estaba vivo, pero parecía absorto mirando sin prisa los peces.

— No debería tardar demasiado— respondió la elfa de forma sencilla. Ante tu última pregunta, sonrió como sonríen las mujeres con una inyección al ego. No parecía ofendida, más bien divertida—. No bebemos en horas de servicio— se excusó de forma blanda—. La próxima vez que queráis invitar a una elfa a tomar alcohol, os sugiero el vino.

Fue a decir algo más, pero cerró los labios y siguió andando.

Uy... debe haberse pensado que... ¡Pero la cerveza era para mí... no para ella! ¿No entiende que estoy sediento?

¿Debería aclarárselo? No sé qué hacer. Parece habérselo tomado bien, si se lo aclaro a lo mejor se ofende... Si no se lo aclaro podría ser una falta de respeto o algo inapropiado... sobretodo si llega a oídos de sus jefes. Pero parece habérselo tomado bien... quizá no diga nada.

Mejor callar la boca antes de meter la pata de nuevo. Si le ha gustado y le ha subido el ego... mejor.

Miro alrededor observando el lugar. Es impresionante. Distinto de mi hogar y de lo que estoy acostumbrado pero impresionante igual. - Esto no se parece a la Fragua de Hierro pero es muy bonito. - comento. Espero que sepa que es de los mayores cumplidos que puede hacer un enano a su hogar.

- ¿Qué es eso? - pregunto señalando brevemente al hombre-árbol. - Nunca había visto uno. - Dejo de señalar todo lo rápido que pueda, que seguro que es de mala educación.

— Intentamos mantener el equilibrio— dijo la elfa tras tu aprobación de la ciudad—. Al principio los extraños dicen que es bonita. Luego dicen que es hermosa. Luego que están enamorados.

¿Le habría pasado eso a Jemay, la hija de Falstad?

— Ese— corrigió la guardia de forma seca, pero no molesta—, es un árbol viviente. La mayoría de las demás culturas los denomenáis Treants.— explicó remarcando la palabra—. Hay muchas especies, pero todas comparten el hecho de ser criaturas del reino vegetal con conciencia y facultades más allá de lo que sería natural en su reino. Algunos caminan, otros hablan, muchos escuchan.

Podías comprender que los Druidas pudiesen animar a organismos vivos del reino vegetal gracias a sus facultades, pero aquello iba unos cuantos pasos más allá. Estábamos hablando de seres autónomos. Y en tu cabeza rondaba cierto cuento chino sobre árboles lanzando rocas más grandes que un ogro.

Treants... algo me suena pero pensaba que eran cuentos de borracheras. Bueno, al parecer algunos mitos tienen más de verdad de lo que yo creía.

- Una cosilla... ahora que mencionas que a los extraños les encanta vuestra ciudad... - comienzo. - ¿No habrás visto a una enana por aquí? De los míos - aclaro. - De nombre Jemay, Jemay Wildhammer. -

Miro con curiosidad a la guardia, seguro que ella no olvida un nombre. Y además, ahora que se lo pregunto yo... estoy convencido de que no sería capaz de distinguir a una enana de un enano... ¿Pensará que se lo pregunto para tenderle una trampa? 

Espero que no, me interesa la respuesta y espero que sea sincera conmigo. Después de todo, hasta que verifiquen los documentos no tengo otra cosa que hacer ni a dónde ir... sólo nos queda esperar.

La guardia levantó una ceja, mirándote de reojo de forma circunspecta.

— ¿La embajadora del Clan enano Martillo Salvaje?— preguntó, aunque ambos sabíais la respuesta—. Jé— soltó sin que supieses qué connotación tenía—, sí. Su lugar favorito son las aguas termales de cierto Pozo de la Luna.

Te indicó cómo llegar al lugar desde el árbol que contenía en sus raíces el Círculo de Portales. No parecía demasiado complejo, aunque igual, si pasaban muchas horas hasta que lo hicieses, te tocaba preguntar de vez en cuando a los ciudadanos locales.

— Pero no sé yo si de los suyos es la palabra— dudó la elfa, todavía con la ceja levantada—. La Señorita Jemay se ha aclimatado muy bien a nuestras tierras, nuestras costumbres, y nuestra vida. Ya está enamorada de Darnassus.

La elfa sonrió, satisfecha.

Estáis de camino a casa de la Lingüista. Habla con la Cazadora de Elune cuanto desees — por placer o para obtener ciertas informaciones de utilidad — y cuando termines, simplemente indícalo en el post que sea pertinente.

¿Enamorada de Darnassus? Esta elfa habla como si esto fuera la Panacea. Algo en todo el asunto me mosquea un poco. Es como si fueran una secta o algo parecido.

- ¿Jé? - pregunto con curiosidad. Así que ahora usa apodos y todo. Ningún enano que se precie haría eso. Además debería estar orgullosa de su apellido. - Efectivamente es la embajadora del Clan Martillo Salvaje. - confirmo.

Voy a tener que hablar muy seriamente con esa enana, aunque ahora mismo no tengo mucho tiempo.

Sacudo un poco la cabeza para centrarme mientras sigo a la elfa. - ¿Puedo preguntarte algo? - pregunto esperando una respuesta afirmativa. Cuando llega continúo:

- Las otras elfas y tú... ¿sois las guardianas del portal? - no pregunto con desprecio o algo parecido. Realmente es curiosidad al ver un cuerpo de soldados supuestamente de élite, todos ellos hembras. Es algo poco habitual o desconocido para un enano.

Ok, un par de post a lo sumo y finiquitamos la conversación.

La guardia se puso ligeramente nerviosa, palideciendo un poco, cuando le preguntaste por "Jé".

— Yo, bueno, quiero decir...— titubeó, sin saber muy bien qué decir—. No es que me estuviese burlando. No se me ocurría nada mejor para describirla. Sus circunstancias son... bueno... ¿no se parece mucho a ti, sabes?

La piel oscura de la elfa comenzó a volverse ligeramente rojiza en sus mejillas.

— Cambiemos de tema— ordenó dejando todo lo demás atrás.

Jé no era un apodo. Era una interjección. Y la mujer pensaba que, como emisario, criticabas ese gesto.

— Respondiendo a tu pregunta— se apresuró a decir, recuperando ya la normalidad—, no somos específicamente guardianas del portal. Algunas veces nos han llamado Guardianas de Elune, pero no es el término adecuado— explicó, o comenzó, dándole cierta importancia a la diferencia entre los nombres—. Las demás elfas que has visto en el Círculo de Portales y yo somos Cazadoras de Elune, las unidades de élite de Tyrande Susurravientos— y podías palpar el orgullo propio por ello—. Expertas arqueras a lomos de grandes felinos, generalmente tigres de bengala blancos o panteras.

Compuso una pequeña sonrisa, divertida. La ensanchó durante segundos, recordando algo.

— ¿No has oído la historia del ejército que ganó batiéndose en retirada?— preguntó emocionada.

¿El ejército que ganó batiéndose en retirada? - La verdad es que no he oído esa historia pero seguro que es interesante. Adelante, cuéntamela. - insto a la elfa. Estoy seguro de que se muere de ganas por contarla. Después de todo no he podido evitar escuchar el deje de orgullo en su voz.

Así que Cazadoras de Elune... tropas de élite de Tyrande Susurravientos. Bueno, una elfa y Suma Sacerdotisa además debe tener su propio cuerpo de guardia de élite, como todo político importante que se precie.

Si esta elfa es una tropa de élite la verdad es que no lo aparenta mucho. Mucha etiqueta, mucho protocolo pero me pregunto qué sería capaz de hacer en combate. Bueno, escuchemos su historia a ver si puedo aprender algo de ella.

La cazadora no pudo disimular una sonrisa.

— Hay muchas, y todas relacionadas con las Cazadoras de Elune— comenzó la elfa, aún orgullosa y satisfecha—. Te contaré la historia original, relacionada con la fundación del cuerpo...

Y comenzó su relato.

Hace miles de años, en los albores de la civilización conocida, los Elfos de la Noche aún tenían un sano Árbol del Mundo, alto hasta el cielo y grueso como las raíces de la vida misma. El árbol les proporcionaba la inmortalidad que les salvaba de todos los males, permitiéndoles crecer de una forma exponencial, abarcando cada vez más y terreno.

No obstante, no les salvaba de la guerra, ni de la muerte por causas violentas.

Cuando la Legión Ardiente, y tú sabías mucho sobre la Legión Ardiente, llegaron a nuestro mundo mediante el Portal Oscuro, sus orcos de piel roja asolaron las tierras de los Elfos Nocturnos. Al final, cuando los noctámbulos quedaron recluidos a una esquina del continente, Tyrande Susurravientos salió al campo de batalla con un cuerpo militar que había formado personalmente. Batidoras del campo de batalla, que se aprovechaban de su movilidad para ganar una posición favorable.

Golpearlas en movimiento era difícil, pero todavía más que a cualquier otro jinete. Sus arcos acababan con cualquiera antes de que pudiera llegar, y cuando si lo hacía, simplemente retrocedían. Nadie tenía monturas tan rápidas como las suyas. Aunque tuviesen que batirse en retirada, una carrera de metros les bastaba. Retrocedían y lanzaban una salva de flechas. Una, y otra, y otra vez. Mientras quedase terreno libre al que moverse, nadie podía alcanzarlas. Los propios cadáveres dificultaban el avance de los que iban detrás, y su caída aumentaba un paso más la distancia entre ambos ejércitos.

Huir, parar, atacar. Huir, parar, atacar. Huir, parar, atacar.

Su visión del campo de batalla era tal que no era posible flanquearlas. Su velocidad para escupir flechas derivaba en un muro de cadáveres. Los pies de sus monturas, las llanuras y las bosque, en un campo de batalla demasiado grande.

Al final, se cuenta que Malfurion Tempestira mandó contar los pies de distancia que cubrían los cadáveres de los orcos. El resultado fue simple. Nadie consiguió hacerlo. Los pocos que terminaron, obtuvieron resultados muy distintos por varios cientos de pies. La cantidad total era de miles de ellos.

En aquel momento fue toda una revelación, pero todavía hoy impera el uso de esa guerra por desgaste. Mientras el rival no disponga de medios para frenar la retirada, o no sea capaz de alcanzarlas, perseguirlas es la peor de sus opciones. El resultado es ir directos a una trampa que nunca pueden alcanzar. No obstante, la alternativa tampoco es muy alentadora. No perseguirlas equivale a sufrir el constante acoso de sus flechas, y aunque uno permanezca estático intentando devolverles el fuego... una cazadora a lomos de su montura no suele estarse quieta.

La mayoría de las Cazadoras de Elune actuales tienen niveles de Batidor y se basan en el uso de Hostigar. Este no es el relato personal de la Cazadora, sino la información — deducible — cruda y objetiva. Si quieres más información sobre la Legión Ardiente o alguna otra cosa, pregúntame.

Finalmente, al fin, la Cazadora de Elune se detuvo frente a un edificio con un saliente de madera. Terminó de contar la historia — a su manera —. No había sido precisamente breve. Claro, que, ¿cuando lo era una mujer en estos casos?

Paro aquí por si quieres añadir o hacer algo más. Sino, indícamelo y paso a la siguiente parte.

- Una historia interesante. - comento cuando acaba. Me ha resultado entretenido aunque se haya tomado su tiempo para contármelo. Se nota que le gustaba contar la historia, aunque sea improbable que ella en persona haya participado en esa batalla.

- Todas las historias en las que mueren orcos lo son... pero más aún cuando queda demostrado que no tienen cerebro y no saben pensar. - sonrío y suelto una leve carcajada. - Buena táctica la vuestra. -

- Imagino que hoy en día seguís aplicándola si es necesario... me pregunto qué haría yo para contrarrestarla. - comento pensativo. Luego observo el edificio con el saliente de madera.

- Ya estamos. Espero que no tarden en verificar la legalidad de los documentos. Me gustaría hablar con vuestros líderes cuanto antes. -

Por mi parte avancemos ya.