Partida Rol por web

Ante las imperiosas palabras de Livia, los gigantes se detuvieron, para sorpresa de todos. La brisa nocturna meció sus raídas capas durante unos segundos, con el silencio del momento casi apagando el combate que, a sus espaldas, tronaba en el patio de armas de Piedranegra.

Y, entonces, los engendros dejaron los cadáveres que arrastraban para, inesperadamente, marchar con pasos rápidos hacia Livia. Alzaron sus peligrosas y oxidadas armas bajo el brillo de la luna llena...

Barkas trataba de identificar a todos los bandos en liza. Obviamente, había Lyfren allí, lo que confirmaba sus sospechas. sin embargo, la presencia de las criaturas artificiales parecia sugerir que, o bien los Llyfren habian perdido el control sobre ellas o trabajan para una tercera faccion.

En cualquier caso, antes de que Barkas pudiera protestar, Martin se lanza abajo con temeridad.

-MArtin! No!

El maestre se lamento por la decision de su señor pero  el no pensaba bajar con él. Solo lo estorbaria en combate. Con un lamento saco su ballesta. En sus viejos tiempos, antes de la lesion, podia acertarle a una mosca en pleno vuelo. Ahora era peor que un niño de 8 años. Aun asi, apunto al perro mas cercano y disparó.

- Martin... te conozco - susurró Elaine.

La sacerdotisa había visto a Martin Blackford solo una vez, cuando era una niña. En aquella ocasión se sintió impresionada por su porte y su caballo. Nunca quiso darle importancia a los rumores sobre si Martin tenía realmente sangre de Blackford o no; al fin y al cabo ella misma era una bastarda.

A los sabuesos también les importaba poco. Tosió, y la sangre manchó las ropas de su improvisado amigo.

- Qyburn... - balbuceó - ... está aquí... hay que cogerlo... hay que... está aquí... ¡oh Dios! Está tan oscuro... Livia, que me perdone... coged a Qyburn... está aquí... y está oscuro, cada vez más oscuro...

Elaine empezó a temblar, presa del frío incontenible y la sangre perdida, y cayó inconsciente.

Duncan echó a correr hacia el castillo mientras Emir se arrodillaba buscando en su petate. Habían llegado hasta allí para saber, y no podía dejar pasar la oportunidad de averiguar más. En sus oídos se perdieron los altivos reproches de la dama.

-¡Deteneos! ¡Os lo ordena la señora de la Casa Llyfren!

El grito hizo a Duncan detenerse y mirar atrás, estupefacto. La Casa Llyfren. Tal como suponía, no eran ellos los culpables del asalto, sino aquel misterioso maestre proscrito. Lo que vio heló su corazón: los monstruos que les cercaban se giraron como un solo hombre, arrojándose hacia la mujer. ¿Y qué haría ahora? ¿Jugarse la vida por salvar a la líder de los malditos Llyfren? Hace muchos años, tal vez. Ahora ni hablar. Con aquel grito les había perdido. Que se atuviese a las consecuencias de su estupidez, como cada cual.

-¡Volved dentro! –gritó-. ¡Sin un refugio os despedazarán!

Sin esperar respuesta, se adentró en el derruido castillo de Piedranegra. Quizá si hallaba al maestre lograría poner fin a la pesadilla.

¿De dónde habéis sacado una dama tan hermosa pequeño Finn?
Mostrad más respetos, montaraz

La joven  Llyfren respondió con brusquedad a la pregunta del montaraz. Finn prefirió guardar silencio y afanarse en ayudar a Emir a preparar fuego. Sin embargo pensó que no eran justas las palabras de Livia ¿Qué habría sido de ella sin la ayuda de los Blackford? Seguramente aquellos engendros hubieran acabado con ella junto a las murallas mientras se compadecía de su mala suerte. Ahora su bello cuerpo estaría siendo arrastrado por el fango si no llega a ser por ellos. No, no era justo que tratara así al pobre Emir.

¡Deteneos! ¡Os lo ordena la Señora de la Casa Llyfren!

El muchacho abrió absorto la boca.

"¿Qué haces? ¡Llamarás su atención!"

Las repugnantes criaturas no tardaron en dejar su macabra labor para empuñar sus oxidadas armas y dirigirse hacia Livia. El muchacho, paralizado por el miedo, no sabía si correr hacia la joven y apartarla de allí o salir corriendo en la dirección opuesta.

Leroi y su escudero cabalgaron sobre el mismo corcel de guerra durante un par de horas, cruzando las tierras de la Casa Llyfren como una sombra bajo la luz de las estrellas y la luna, deteniéndose de vez en cuando para seguir las huellas del paso de Livia. ¿Adónde iba la bella dama con tanta prisa? El tiempo pasaba rápido sobre la montura, leal y ligera, con sus patas golpeando la tierra en sonoro galope, en su búsqueda.

Al fin, casi repentinamente, Piedranegra apareció ante ellos; la destrozada fortaleza que había pertenecido a la familia Llyfren antes de ser tomada traicioneramente por los Blackford se erguía en el horizonte, iluminada por la luna llena. Cómo unos dedos oscuros, sus torres se elevaban hacia el cielo, implorando por el regreso de la gloria perdida.

Pero aunque el lugar se suponía abandonado, allí había claramente una batalla. Más allá de las derruidas murallas, se veían fogonazos luminosos, con el sonido del acero haciendo eco en las piedras. Había gritos de dolor, miedo y muerte.

No era lo peor: aquí y allá, desde todos lados, se acercaban seres enormes con pasos pesados, directamente hacia Piedranegra. El señor y el escudero los observaron desde la distancia, con éstos dándoles las espaldas; engendros de armaduras doradas o negras, casi gigantes, de los cuales varios eran conocidos por Leroi.

Unos cubrían sus cuerpos con doradas corazas y yelmos a juego, mientras a sus espaldas andrajosas capas se mecían bajo la brisa nocturna. Sus grandes manos sostenían oxidadas espadas y escudos que habían visto mejores tiempos, alzados como peligrosa advertencia ante los presentes. Los otros engendros levantaban con sus gruesos brazos, y cada uno, dos hachas tan pesadas que una de ellas no podría levantar un solo hombre común. Sus armaduras eran negras y plateadas, con cascos oscuros y cornudos.

Eran decenas. Decenas y decenas. Y venían desde todas direcciones, hacia la fortaleza.

—¡Deteneos! ¡Os lo ordena la señora de la Casa Llyfren!

La voz de Livia resonó repentinamente en la noche. Edweir distinguió varias figuras cerca de la entrada de las murallas de Piedranegra, con varios engendros acercándoseles con pasos más acelerados de lo normal. La oscuridad solo permitió al escudero distinguir sus siluetas, pero cuando señaló hacia ellas para indicárselo a su señor, ambos distinguieron la figura de Livia entre aquel pequeño grupo en peligro.

El aire esa noche portaba el olor de la muerte, proveniente de aquellas criaturas, antaño vivas, pero que ahora caminaban muertas. A esto se unía el olor de la carne muerta ardiendo, gracias a los fuegos originados por Elaine.

Y el olfato del corcel que montaba la montaraz, llevaba rato percibiendo tan desagradable mezcla de olores, lo que hizo que el animal cada vez más inquieto, llegase a corcovear haciendo caer la siguiente flecha que Anna pretendía disparar. Había logrado mantenerse encima de la montura, y hasta conservar su arco, pero no quería tentar mas a la suerte, tenia que hacer que el animal se tranquilizase antes de que fuese ella la siguiente en caer, así que  se inclinó levemente hacia delante, y comenzó a darle suaves caricias en el cuello para tranquilizarlo, a la vez que le susurraba que se tranquilizase, que pronto saldrían de allí y dejaría de percibir esos desagradables olores.  Como si el animal fuese capaz de entenderla, se fue calmando rápidamente.

Una vez tranquilizado su caballo, Anna vio que Livia ya había escapado de allí, al igual que los dos muchachos, pero el herrero y Darren se habían quedado para parar al gigante, y a los perros que les atacaban. Uno de ellos salió despedido después de que Darren lo golpeara con su escudo, cuando estaba encima del herrero, y cayó cerca del caballo de Anna, espantandolo de nuevo. A duras penas consiguió dominarlo hasta llegar donde estaban el caballero y el herrero.

—Ser Darren, intentaré parar a los perros mientras vos os centráis en el gigante.—Dijo Anna, mientras desenvainaba su espada.

Seguidamente descabalgó y dando una palmada en el culo a su caballo, le hizo alejarse de allí.
Contra los perros, y con su espada corta, permanecer en la montura sería una desventaja y dejar el caballo allí, solo podía acabar con la muerte del animal. Anna prefirió perder su montura, pero que el animal siguiese con vida, pues si algo había aprendido todos esos años en el bosque, era a querer y respetar a la naturaleza, y a los animales, salvajes o domesticados.

Mientras corrían en el caballo de guerra Leroi no podía dejar de pensar en su hermana, en todos los momentos que habían pasado juntos y en como ahora debían de liderar su casa los dos a fin de poner las cosas en orden y restituir a la familia su antigua gloria.

La visión que había visto con su escudero en el fuego no hacia mas que preocuparlo y mas cuando pudo ver llamas y batalla en la fortaleza que se suponía abandonada.

Abandonada dos veces...una vez por mi padre y otra por sus propios conquistadores...casi es como Harrenhal, y también esta maldita...

Espoleo el caballo hacia el lugar de la batalla, mientras en su mente se dibujaba la mejor forma de encarar aquella situación.

Seres que parecían sacados de las pesadillas y cuentos de amas de crianza, era casi como Los Caminantes Blancos que se habían ido hacia miles de años, pero estos parecían ser atraídos por el fuego, serian acaso esbirros del señor de la luz de Elaine? No, después de todo ella misma no conocía a esos seres y casi había sido atacada por ellos.

La visión de su hermana en el grupo que estaba siendo amenazado lo preocupo, parecía querer dar ordenes pero nadie la escuchaba, quizás por el fragór de la batalla o quizás por ser mujer y tener la voz aguda, mi padre siempre me decía que lo mas importante de un líder en batalla era su voz, tener la capacidad de ser escuchado por sus generales de batalla.

-"Agárrate fuerte"-

El joven Llyfren entonces arremetió contra el grupo con fiereza, de ser necesario arrollaría a quien se pusiera en el medio con tal de llegar delante Livia, haciendo relinchar su caballo y desenvainando la espada, presto al combate...

Mientras avanzaban sobre la montura Edweir miraba sin ver hacia el suelo ante ellos, solo pensaba en la visión y en lo que habría ocurrido con la montaraz y Ser Thomas que habían partido antes que ellos.Cuando se quiso dar cuenta su señor había cambiado de dirección y estaban entrando en aquellas oscuras ruinas. Había oído rumores de la antigua fortaleza de los Llyfren, pero a sus ojos lo mismo podía ser aquella fortaleza o una ciudadela abandonada de los primeros hombres.

Fue entonces cuando oyó los gritos y a lo lejos vio las formas de seres que debían morar alguno de los siete infiernos.

-"Agárrate fuerte"-

Apenas oyó las palabras de su señor antes de que el caballo se lanzase al galope contra aquellos seres, y solo por reflejos se agarró a tiempo de evitar caerse de la montura. Era la primera vez en mucho tiempo que tenía autentico miedo.

- ¿Que hago aquí? ¿que puedo hacer yo contra demonios y muertos andantes? maldita sea, si solo me hubiera quedado en la cama y no hubiese seguido a Anna no estaría en este lío.

Livia permaneció inmóvil unas milésimas de segundos, veía como alzaban sus hachas y espadas oxidadas. Sus puños se cerraron rígidos pegados al cuerpo. Repentinamente su pie daba un paso atrás, seguido de otro paso atrás que, lentamente se apoyaba en el suelo, sonando los crujidos de hojas y ramas secas.

-¡Click! – Ramas secas crujiendo
-Concéntrate, respira. Controla tu pulso y sobre todo, mira donde pisas-

Livia cerró los ojos por un instante e inspiró profundamente hasta que resopló, entonces abrió los ojos y prestó toda su atención al suelo y a sus movimientos.

La joven miró preocupada al pequeño y al montaraz que intentaba prender fuego. Livia lamentaba lo ocurrido, pero solo algunos de los que la conocían sabían que su orgullo le impedía disculparse por la situación que los envolvía.
Su caballo no andaba muy lejos de donde se encontraban, a unos pocos minutos corriendo al este encontraría su escapatoria. Y arrastraría aquellas bestias con ella.
 

-¡Es imposible que no me caiga corriendo! – se quejaba la joven.
-No, no lo es. Tienes que deslizarte.