Partida Rol por web

Un gran estruendo se escuchó en toda la ciudad, interrumpiendo conversaciones y pensamientos. Parecía que los propios cimientos de Nueva Amsterdam se sacudieran bajo el peso de una gran batalla.

Esa batalla era la que habían mantenido Reed Richards y Susan Storm contra el que otrora fuera la Cosa, Ben Grimm. Ahora, Ben Grimm transformado en un destructor, se había enfrentado al Hulk Rojo en la torre de los Avengers. 

Por la estela roja que se podía ver en el cielo parecía que el Hulk Rojo había sido derrotado.

Todo aquello era de locos, ¿acaso la Cosa no era de los buenos, de los Cuatro Fantásticos? ¿Entonces qué hacía dándose de galletas contra los demás? ¿Y por qué Hulk era rojo? ¿No era verde? ¿Qué le estaba pasando al mundo?

Tenía que salir de allí, tenía que buscar un lugar seguro para que la ciudad no se le cayera encima. Buscó un lugar escondido y puso las manos en el suelo. El asfalto estaba caliente y pegajoso por culpa de las llamas, pero era más que suficiente para lo que pretendía. Necesitaba una criatura grande para que le sacara de allí. Su mente evocó una lista de imágenes cuidadosamente seleccionadas, y buscó que le podía interesar más. La noche le ayudaría a esconderse de los curiosos.

Tampoco quería llamar excesivamente la atención, pero sabía que la noche le permitiría camuflarse mucho más fácilmente, y también sabía que si iba a pie, tarde o temprano se encontraría con un obstáculo. Así que invocó una de las criaturas voladoras y se dejó invadir por la sutil sensación que le embargaba siempre que dejaba fluir su poder.

El asfalto se hinchó como si estuviera a punto de explotar, y sin embargo no lo hizo. Poco a poco empezó a ganar tamaño y volumen, y el vello de la nuca de Donovan se erizó mientras las endorfinas inundaban su torrente sanguíneo. Dos patas a los lados de la cada vez más estilizada figura completaron el conjunto, y finalmente un par de alas coriáceas surgieron lentamente sobre el lomo, como si se tratase de dos manos que buscasen atrapar la luna.

La criatura le miró, y una chispa de inteligencia apareció en sus ojos. Luego, un rugido carente de todo sonido hizo que el cabello se le erizase, pero todo fue momentáneo. Sabía que le pertenecía, y que actuaría como una extensión más de su pensamiento. Con sólo desearlo, la criatura, que parecía un dragón en miniatura, se acercó a él y se posó sobre el vientre, esperando a que su amo y señor le ordenara alzar el vuelo y fundirse con la oscura noche.

Era difícil conseguir un sitio aislado dada la cantidad de gente y el revuelo que había a su alrededor, pero el sitio era perfecto para lo que el quería y le daba el tiempo necesario para poder largarse de ahí.

Nadie  le vio agacharse y poner las manos en el suelo, así como tampoco nadie  vio posarse a la extraña criatura

Notando cómo el corazón se le encogía cuando la criatura alzaba el vuelo, Donovan indicó mentalmente al mitológico ser que quería echar un vistazo a la ciudad desde arriba para ver el alcance de las destrucción provocada por La Cosa y el Duente, amén de todos aquellos villanos y delincuentes comunes que aprovecharan el momento para desatar el caos.

Mientras la Wyvern viraba en el aire, Donovan se restregó los ojos, que le lagrimeaban por el humo y el fuerte viento de las alturas. No estaba hecho para volar, después de todo.

Lo que Donovan vio era Nueva Amsterdam sumida en el caos y el miedo. Comparado con el resto de la ciudad, la destrucción de parte del edificio Fisk por parte del Duende Verde era una nimiedad. La calle Fancy ahora era un amasijo de ladrillos, polvo, hierro y hormigón. A lo lejos se veía la estela dejada por el Hulk Rojo y justo abajo una gran nube de polvo y humo reflejaba el lugar donde se había iniciado la pelea con Ben Grimm.

En diferentes calles se oían los gritos de las personas, puesto que muchísimos delincuentes habían aprovechado el caos para actuar a sus anchas. La policía no daba abasto.

Desde la bahía se podía ver a The Raft, la cárcel, medio destruida. Y allí también se adivinaba que había una batalla entre los superdelincuentes y seguramente un equipo de contención.

La criatura voladora hizo un viraje en el aire y le permitió ver más de cerca la monstruosidad en que se había convertido la ciudad. Ni siquiera se atrevía a expandir su mente e intentar percibir los sentimientos del acero y el asfalto, porque sabía que le inundarían oleadas de miedo y pánico. Bastante tenía él ya acumulado en su interior. No sabía qué hacer. ¿Intentar ayudar al equipo de contención en The Raft? Se había acojonado de más cuando el Duende Verde había aparecido, ¿qué iba a hacer allí, cuando la mayor parte de tipos eran el doble o el triple de peligrosos que él? ¿Volver a casa? No, no conciliaría el sueño sabiendo que había gente que lo estaba pasando mal.

Pero no podía dejar que le vieran actuando con sus poderes. En todo ese berenjenal, le confundirían con un supervillano y sería peor el remedio que la enfermedad. Así que tenía que actuar como un buen marionetista.

Hizo descender a la bestia hasta un piso bajo y allí se deshizo como si fuera un montón de polvo, que fue a juntarse con el hollín que flotaba en el ambiente. Observó con cuidado para no caerse y disfrutó de la vista. Tenía ante sí un buen trozo de calle, donde llegaban sin problemas los gritos de la gente. Luego, tras recuperar el aliento (maldita sea, debía de dejar de subir tan alto), se arrodilló y posó las manos sobre el suelo.

Lentamente, como siempre ocurría que quería hacer las cosas bien, empezó el suelo a elevarse. Esta vez no tardaría tanto, ya que la idea que tenía en mente era mucho menos compleja que la criatura que le había convertido en un improvisado piloto. El suelo, una mezcla de ladrillo y cemento, tomó la forma de dos perros, una especie de sabuesos cornudos con mirada maliciosa. Infundirían terror en el corazón de los ladrones y él permanecería a salvo.

Satisfecho con la creación, dio una palmada y ambas criaturas se abalanzaron contra las escaleras de incendio, y de ahí al suelo. Sus ojos, que eran los mismos que su amo y señor, buscaban a la escoria de la calle.

Por si alguien no lo había visto, traté de avisar a mi jefe.

- Hulk rojo ha sido derrotado. Esperamos instrucciones. - Dije mirando de soslayo a Seth sin poder apartar la vista del cielo. Esto seguía sin pintar bien... nada bien.

Cooper estaba sobrepasado. ¿Qué se supone que debía hacer cuando toda la maldita ciudad estaba patas arriba? Demonios... ¿he dicho ciudad? ¿Hulk rojo...? ¿La Cosa...? Mierda, mierda, mierda, mierda...

- Esto... esto nos supera, rubia. Intentemos contactar a ver si nos dan instrucciones. De hecho... no deberíamos quedarnos aquí. No es seguro... ¡vamos a mi piso!

No demasiado lejos puedes observar como un hombre ha acabado con al menos media docena de policías. Ahora un único policía le sigue disparando  para intentar detenerlo. Una legión de pájaros infecta el lugar

Unos locos llamados S.T.R.I.K.E. han robado un Hellicarrier y se dirigen hacia New Amsterdam. Creemos que van a usar todo el potencial de fuego del Hellicarrier para borrar la ciudad del mapa. 

Hemos enviado a un hombre a deternerlos, pero no creemos que sea suficiente. Quiero que detengáis a esos hijos de puta cueste lo que cueste, y siento decir esto pero estáis solos chicos, el mundo parece que se esta yendo a la mierda y vamos algo justos de personal. 

A Aaron le jodían sobremanera los matones y los que se creían mejor que nadie. Él era bueno, pero es que eso era evidente, y nadie podía negarlo. Pero ver cómo aquel megalomaníaco se había deshecho de tantos policías le molestó. No sólo eso, sino que además se pasó a pensar, como si de repente un cubo de conciencia le hubiera caído encima, que esos hombres eran padres, hermanos e hijos. Había destrozado familias enteras por sólo el placer de hacerlo.

Sin apenas pensarlo, los dos sabuesos infernales se lanzaron contra la garganta de aquel desgraciado sin pensar en las consecuencias.

El espantapájaros miró con aire de superioridad a los enormes y extraños perros que se le acercaban.

Los perros se acercaron al principio con prudencia para luego acelerar la marcha y saltar sobre él, mordiendo y desgarrando carne y músculo, para dejar al cabo de un tiempo un amasijo de carne.

Los perros ya se estaban volviendo cuando el espantapájaros se puso en pie. Su rostro había desaparecido, su cuerpo parecía imposible que se pudiera mantener en pie, sus ropas chorreaban sangre. Extendió sus manos, que ahora eran garras.

Estaba a punto de soltar una exclamación de júbilo pero se tuvo que morder la lengua y tirarse al suelo en cuanto vio que el Espantapájaros se levantaba. Pero, ¿qué estaba sucediendo? Sus sabuesos habían despedazado su cuerpo hasta convertirlo en un guiñapo sanguinolento, y sin embargo ahí estaba, como una abominación dispuesto a levantarse una y otra vez.

- Puto gilipollas - alcanzó a decir desde la seguridad de su ático - Me voy a asegurar de que no te levantas otra vez.

Y diciendo esto, volvió a enviar a sus sabuesos infernales, asegurándose de que le arrancaban la cabeza y la llevaban muy lejos.

Los perros volvieron a dar cuenta de él, pero esta vez cundo hubieron acabado le arrancaron la cabeza y se la llevaron. El policía que había estado atento a la jugada aprovecho para acercarse al espantapájaros con la pistola apuntandole en todo momento, luego cuando estuvo cerca aprovecho para ponerle las esposas 

Joder...Joder...Joder. Pensaba que esta vez no lo contaba 

Lo más inteligente sería deshacer los sabuesos y desaparecer para ahorrarse preguntas innecesarias. Alguien más sabio habría sonreído y se habría marchado con la satisfacción de haber salvado a los policías de aquella ciudad.

Pero Donovan no era así. Era un chaval, joven, y que buscaba la gloria.

Así que descendió del edificio lentamente, y se aseguró de que todo fuera lo más teatral posible. Así le habían enseñado en el circo: lo primero, era una entrada espectacular.

Los sabuesos, tras deshacerse de la cabeza (¿por qué le esposaba? ¿Cómo iba a moverse sin cabeza?), volvieron hacia su amo y avanzaron junto a él, como dos guardias escoltas. Sus cabezas miraban a uno y otro lado, como queriendo decir "eh, somos los buenos", mientras que Donovan sonreía de pura satisfacción.

- Ha sido un placer, agente - dijo el muchacho, mientras acariciaba distraídamente el hocico de una de las criaturas - No podía permitir que ese tipejo se saliera con la suya. ¿Es alguien conocido?