Partida Rol por web

Por supuesto, fue un sueño. Todos los especialistas se lo han dicho, y él no puede probar lo contrario. Desde luego, preferiría que fuese así, porque entonces la visión de los míseros barrios de ladrillo y los rostros oscuros de los extranjeros no le consumirían el alma de ese modo. Pero en aquellos momentos todo fue espantosamente real, y nada puede borrarle el recuerdo de esas criptas tenebrosas; esas arcadas titánicas y esas infernales figuras semiformadas y gigantescas que avanzaban en silencio llevando entre sus  garras seres semidevorados cuyos fragmentos,  vivos  aún,  gritaban  pidiendo misericordia o reían demencialmente. Olores de incienso y de corrupción se mezclaban en nauseabundo concierto, y el aire negro hervía de bultos brumosos, semivisibles, de informes seres elementales dotados de ojos. En alguna parte, un agua negra y pegajosa lamía espigones de ónice, y, una de las veces, se oyó el tintineo estremecido de unas campanillas estridentes que saludaban a la risa loca y sofocada de una entidad desnuda y fosforescente que surgió a la superficie, salió a la orilla y se encaramó a lo alto de un pedestal tallado en oro que había en el fondo, y se puso en cuclillas mirando de soslayo.

H.P. Lovecraft, El Horror de Red Hook

Despiertas en una balconada de piedra negra brillante, más brillante que el mármol, fría como una tumba. Cuando levantas la vista, el mundo que conocías ha desaparecido: Hasta donde alcanza la vista se extiende una ciudad de pesadilla, una sucesión de acantilados de piedra negra, edificios infinitos que se pierden en la oscuridad y escalan hasta desaparecer entre las nubes purpúreas.

Arcadas irregulares se abren al vacío. Puentes delirantes cruzan abismos sin fin. Algo agita las nubes sobre tu cabeza. Algo inmenso, apenas entrevisto en la niebla, que se enrosca entre los edificios lejanos y se pierde en la oscuridad.

De algún lugar llega una brisa helada cargada de ecos desagradables.

A tu espalda, una arcada redonda lleva a la oscuridad.

Como si esto fuera normal, me levanto, lentamente, y miro a mis dos lados.

Dios mio... Dios mío... ¿Que significa todo esto?

Temeroso, y con las piernas flaqueando me levanto, mirando a los dos lados.

¿Estoy muerto?- Me pregunto a mi mismo, para intentar confirmar que sigo existiendo.

Todo vuelve a mi cabeza... Esa ciudad... Alexander... el puente... los ghouls...

Vamos... tienes que salir de esta chico... Alex no sabía a que se enfrentaba, seguro... hagamos las cosas con cuidado...

La arcada se adentraba en la oscuridad, perdiéndose en las entrañas del edificio de piedra negra cristalina. 

Inconscientemente comienzo a descender la escalera, en busca de alguna salida.

Algo en el ambiente me dice que no hay salida... Pero es eso o esperar a que me vuelva loco aquí.

La arcada te arroja a la oscuridad, que te recibe con su negrura bituminosa de un abismo líquido e infinito. Los escalones no están pensados para pies humanos, sus proporciones y ángulos te hacen tropezar y caer, desafiando tus sentidos.

Tus manos tocan las paredes, frías como el hielo, invisibles, pero amenazadoras en la oscuridad. Notas pequeñas hileras de grabados, glifos profundamente tallados en la piedra. cuando dejas las manos demasiado tiempos sobre ellos, te parece que se mueve, se agitan bajo tus dedos, se retuercen como gusanos moribundos expuestos al sol. Y luego, tus dedos tocan algo seco. Tela, quizás papel, polvoriento y rugoso. Las formas que se adivinan en la negrura son diabólicas, inhumanas. Momias de seres que no deberían existir, cubiertos de vendajes como parte de una ceremonia de enterramiento ancestral de la que Egipto es sólo la imitación pueril de un niño asustado. Las criaturas tienen demasiadas articulaciones, los dedos demasiado largos, los cráneos deformes y estriados. Tus dedos resbalan sobre dientes afilados, cortándote las yemas, grandes bocas entreabiertas que esperan en los abismos del tiempo.

Totalmente fuera de mi me doy cuenta de cómo la sangre brota por mis mejillas....

No... es un sueño... no... es...

Fuera de mi desenfundo mi 32, con la profunda seguridad de que no sería rival de esos horrores indescriptibles.

Una fuerza mística y totalmente fuera del razonamiento humano me seguía impulsando, como si fuese un títere a punto de caer en la boca del lobo. Pero los hilos tiraban más fuerte que yo.

Chocas y tropiezas, te arrastras mientras tus manos ensangrentadas te guían por la pared. Encerrado en los abismos insondables, compañero de las momias inhumanas que te miran con ojos huecos, impulsado por algo dentro de ti que te dice que una parte de tu mente pertenece a este lugar ultraterreno.

No sabes cuánto tiempo ha pasado cuando te encuentras escalando, arrastrándote sobre una escalera quebrada. Los filos fríos de la piedra te arañan las manos y las rodillas. Arriba hay una luz, un resplandor enfermizo y pulsante como el latir de un corazón muerto.

Intentando mantener el equilibrio decido guardar mi pistola y servirme de mis dos manos para bajar por las informes escaleras con más precisión.

 Con el sudor en mi frente y con la adrenalina haciendo funcionar mi cuerpo en las más profundas cavidades de lo desconocido sigo descendiendo torpemente, al compás de la arrítmica luz que tintinea sobre mi cabeza.

Incapaz de pensar otra cosa que en mi propia supervivencia, concentro mi mente y mi cuerpo en no tropezar y otear las informes profundidades de ese lugar.

No sabes cuanto tiempo llevas escalando, o cayendo, en aquel edificio infernal. Apenas te das cuenta cuando chocas contra el pretil tallado en roca negra. Estás a cielo abierto, un cielo extraño y púrpura donde brillan estrellas desconocidas.

Más allá se extiende la ciudad, en todas direcciones. Edificios imposibles, rascacielos que sólo pueden haber salido de una pesadilla. Una ciudad concebida por mentes no humanas.

A lo lejos, una oscuridad se extiende: Una llanura negra y desolada. Un lago. Un lago, o un océano de negrura que no refleja en sus aguas muertas ni una estrella. Un puente se alza sobre el agua, un puente imposiblemente elevado. Y al otro lado, entrando y saliendo de la realidad, parpadeando y desdibujándose por momentos, la Torre, inmensa, inabarcable, extendiéndose en el vacío.

A esto se refería Alexander... -Digo, mascullando entre dientes.

-La ciudad... La torre... El puente de la luna... Dios... Esto no puede ser real. ¡Me niego a que sea real!

Con el pulso indeciso y con el poco valor que pude hacer acopio desenfundé mi pistola.

-Me da igual si es real o no. Le pegaré tres tiros entre ceja y ceja...

Renqueante y tembloroso comienzo a caminar hacia el puente...

El descenso es largo. Innumerables escalones te llevan a través de las entrañas negras del edificio. El pánico te asalta cuando te ves obligado a cruzar las salas oscuras pobladas de ecos. Los grabados de las paredes se retuercen justo cuando dejas de mirarlos, acechando, cuchicheando en idiomas desconocidos y ásperos.

La soledad de la ciudad muerta está poblada de voces fantasmales que se insinúan en las orillas de tu consciencia.

Desciendes los últimos escalones saltando, enormes peldaños casi tan altos como tu, que llevan a una puerta de proporciones ciclópeas. Al otro lado las calles son retorcidos desfiladeros rodeados de paredes que se inclinan sutil pero aterradoramente sobre ti.

La piedra oscura se retuerce en la oscuridad. El pavimento es roca oscura que parece haber fluido entre los edificios en tiempos pretéritos. Miles de pasos la han desgastado hasta formar sendas entrelazadas que se pierden por los callejones.

El silencio está poblado de los susurros de voces muertas, y en el cielo las nubes purpúreas se agitan como el vientre lleno de gusanos del cadáver de un Dios blasfemo.

Por todos los... Impresionado, abro los ojos aún más si cabe.

¿Que clase de lugar es este? -Si no fuese porque estoy sudando, sangrando por las manos y a punto de morir de cansancio, diría que estoy soñando.

no... No...

No puedo estar muerto... Aunque espero no estarlo...

Mirando atrás, ante esa gigantesca puerta veo cómo los edificios se "acercan" hacia mi.

Instintivamente llamo a la puerta, esperando poder huir de ellos.

La puerta se abre a un pasadizo abovedado y oscuro. Al otro lado, la luz caliginosa de la luna a través de la niebla de la Ciudad. Por encima de tu cabeza, figuras entrevistas en la oscuridad, movimientos aberrantes de algo que corre o se arrastra por el techo, oculto por las sombras.

Del otro lado, la calle se retuerce de nuevo, y el sonido de gaitas y tambores comienza a llegarte a retazos. Una música desafinada y molesta que sin embargo parece tener un significado oculto y poderoso. Algo guía tus pasos hacia el origen de la música.

Pero que... -Totalmente fuera de mi avanzo, sin poder evitar pensar en la batalla de Hastings...

-¿que demonios tendrá que ver todo esto?- Murmuro para mi, con la pistola en mi mano, y con la sensación de que no me servirá para nada...

La música gimoteante te lleva hasta una amplia avenida rodeada de columnas deformes que se alzan como dedos rotos. Un enorme templo adornado con hediondas tallas de hombres y mujeres deformes vomita una concurrencia de figuras que saltan y se agitan como enloquecidas. Hombres y mujeres, algunos vestidos con largas túnicas de color lechoso, otras arrastrándose sobre muñones ensangrentados, todos gritando y cantando con voces destempladas salmos impíos a dioses olvidados. Cadáveres andantes portan sacos de piel con los que tocan la melodía desatiplada, mientras caminan con paso torpe y ojos ciegos.

Y entre ellos, criaturas proteanas que cambian y se arrastran, a medias como ranas o grandes sapos, otras veces como oleaginosas masas de pálida carne fosforescente. Avanzan entre la multitud, sus rostros sin ojos cubiertos de pequeños tentáculos con los que acarician a los adoradores, en ocasiones cerrándose sobre algún infortunado con fauces sin dientes y arrancándole un miembro, mientras siguen avanzando y unen sus gritos al coro infernal de voces.

A la cabecera avanza una criatura de proporciones ciclópeas, moviéndose entre la niebla con largos zancos óseos de los que cuelga un cuerpo abotargado. Sólo una misericordiosa coincidencia te ha hecho llegar cuando la comitiva ya ha salido, y la criatura que la encabeza se puede apenas entrever en la niebla a medida que avanzan en dirección al Puente Lunar.

Unas terribles arcadas se apoderan del detective, con los ojos inyectados en sangre, y con la mirada perdida de un cuerdo atrapado en el más profundo abismo de la locura.

Intento taparme los oídos; es inútil. Los gritos de terror orgásmico no se escuchan por los oídos, es algo más oscuro, más pérfido. La locura de Alexander no era nada comparado con esto.

Instintivamente intento buscar algún lugar donde esconderme, cerrar los ojos y esperar, que todo pase, o que pase algo... ¡¡No lo sé!!