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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Solución Final - Escena Seis.

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16/02/2014, 18:10
Stille

Ambroos bajó al suelo de la planta baja de un salto, cual Batman, con la gabardina revoloteando a su alrededor y desparramándose en todas direcciones contra el suelo. Al volver a erguirse y disparar a un par de tipos, comenzó a acercarse a la puerta con paso firme, avanzando de forma impasible. Escuchó el sonido del arma de Stille a sus espaldas y el sonido de apresuras pisadas bajando las escaleras del piso superior se detuvieron con un grito agónico.

- Voy contigo- dijo sin más el "padrastro" de Gretchen, que no se hubiera querido perder aquel momento por nada del mundo, salvo la propia Gretchen, claro está.

Desde el techo hasta la planta baja cayó un Anarquista con su rifle de francotirador. La mira roja bailó por toda la sala con violencia en plena caída de caos, hasta que se estrelló contra el suelo y apuntó a la portezuela por la que estaba huyendo Diéter. Descendía hasta los subterráneos del local, lo cual era de algún modo asociable al sótano de Jo Deng donde Jürguen había sufrido una pequeña tortura no precisamente china.

Pero al abrir la portezuela y atravesarla, Ambroos se topó de bruces con un puñetazo entre el pecho y el estómago, que lo hizo volar con un sonido sordo varios metros hacia atrás. Despedido como un pequeño cometa. A juzgar por la superficie del impacto, era un puñetazo de dimensión imposible. Salvo para quien llevaba nudillos de metal anclados a la piel, claro está. Se escuchó a Stille disparar y un sonido metálico, como si hubiese impactado en la armadura, y al propio Anarquista recorrer un par de metros rodando por el suelo antes de golpear una columna y, tras un gemido, erguirse.

- Hijo de puta- fue lo único capaz de mascullar, limpiándose un hilillo de sangre de la lengua. Una expresión molesta en su mandíbula parecía indicar que se la había mordido-. ¿Alguna idea?- preguntó en dirección a Ambroos mientras se parapetaba tras la columna, ya que una ráfaga de balas, procedente del a puerta, agujereó la misma.

No se veía nada en el interior, sólo una insondable oscuridad por falta de luces encendidas. Pero la mole estaba ahí dentro, con una ametralladora en una mano y un puño blindado en la otra. Entrar significaba exponerse a un combate a ciegas con él, pero no hacerlo que antes o después un disparo golpearía a Janssen, haciendo estallar todo por los aires. Quizá eso consiguiese matar a Diéter, pero Ambroos estaría en el centro de la explosión. ¿Sobreviviría?

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18/02/2014, 15:11
Ambroos Janssen

Mientras la muerte iba cayendo sobre todos y cada uno de los presentes, Stille se unió a la peregrinación de venganza de Janssen. Hasta la mirilla les señalaba el camino. Lo tenía que haber visto venir.

Había sido demasiado fácil. Como la versión brutal de una broma de mal gusto, al intentar abrir el pomo un jarro de muchos newtons de metal había golpeado a Janssen, arrastrándolo hacía atrás sin respiración y con un dolor que auguraba huesos rotos. Nada que la regeneración no pudiese solventar...pero suficiente para haber dejado K.O. a cualquier otro que lo hubiese intentado. 

Arrastrándose como pudo hacía una cobertura, Ambroos intentó coger aire mientras sus costillas resentidas protestaban al hinchar su pecho, cubierto del explosivo. Mientras aguantaba las ganas de vomitar por el golpe, Stille apareció como tropezando con la misma piedra, mascullando improperios mientras las balas comenzaban a caer sobre ellos.

Ambros se quitó parte del C4 del chaleco y lo moldeó con las manos, haciendo una bola prácticamente esférica que ocupaba lo que su puño y miró a Stille desde su torpe cobertura. El proxeneta aún tenía un reguerillo de sangre cayendo del labio, pero había recuperado el aire y el color que le había arrebatado el antinatural puñetazo, y sus ojos estaban más cargados de esa ira fría glacial que les caracterizaba.

- Yo lo tiro, tu lo disparas. le susurró a Stille, gesticulando para que comprendiese sin que su víctima se percatase del plan.  Volamos a ese hijo de puta por los aires y entramos cuando aún no sepan que le ha pasado. 

Con suerte, ese capullo metálico sería lo suficientemente resistente para reventar sin que la explosión destrozase el interior. Sino...Janssen arrugó la nariz. La última de sus intenciones era herir a la gemela, pero esta no era una situación para delicadezas. Tenían un timming y demasiados enemigos, y su equipo de anarquistas eran eso. Anarquistas. No especialistas de los cuerpos de élite de la policía alemana. ¿Como era la frase? Para hacer una tortilla...hace falta romper un par de huevos.

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19/02/2014, 04:53
Administrador

Stille hizo una breve señal con los dedos a Ambroos para que esperase, pero asintió. Escupió balas en dirección a la puerta hasta que se quedó sin balas, dejó caer el cargador al suelo y, sacando uno de su cadera, cuyo cinturón estaba sembrado de ellos, recargó su AK47. Amartilló y pegó un cabeceo más firme, preparándose.

Ambroos tensó el brazo y trazó un arco con el mismo, lanzando su colosal granada improvisada por los aires rumbo a la puerta. Sorprendentemente, giró sobre si misma de tal modo que, cuando amenazaba con perder su forma, el aire incidía haciendo que no volviese a convertirse en una tira rectangular. El propio proxeneta tuvo dificultades para observar cómo la suerte había estado de su lado en tan decisivo momento, pero no era momento para aplaudirse por eso.

Tuvo que cambiar su ángulo de tiro al ver cómo una ráfaga de disparos comenzaba a llover sobre su posición. Se encogió en el sitio y pivotó alrededor de la columna en que se había parapetado, escondiéndose. Comenzó a oír también a su lado los incesantes y rápidos disparos de Stille, que parecía estar vaciando su arma de nuevo sin compasión ni pereza alguna. Tras tres o cuatro disparos se escuchó una tremenda explosión amortiguada y el sonido de la puerta reventando sus anclajes. Cayó al suelo como una losa de metal humeante con algunas llamas adheridas, pero unos gritos atronadores, mucho más potentes que la otrora música de discoteca que allí había sonado, lo llenaron todo.

Gritos de hombre muerto de dolor, provenientes del interior de la sala e incesantes. Inclementes.

Aún con lluvia tras sus hombros, echó a correr rumbo al interior de la nueva sala, llevando la delantera. Las balas ni le rozaron. O los Mercenarios estaban teniendo muy mala puntería porque estaban acojonados o porque les acababan de pillar en bragas, porque Ambroos sabía que no solían ser unos tiradores tan pésimos. Sea como fuere, si bien el interior de la nueva sala estaba oscuro, era fácil reconocer a humeante mole de carne envuelta en llamas, que se mantenía en pie vete a saber cómo.

En la penumbra el proxeneta atinó a distinguir una espesa barba, una cabellera larga y desmelenada, y piezas recortadas de polímero adhesivo sobre la piel. Parecía que su brazo izquierdo estaba más en llamas que otro, aunque era fácil distinguir el olor de la sangre y cómo su brazo derecho parecía haberse convertido en un muñón que rezumaba sangre entre el codo y la muñeca. El muy capullo había intentado devolver la granada. Con razón chillaba como un cerdo en el matadero. Se había volado la mano en el intento.

Ambroos apenas tuvo tiempo de ver una ametralladora pesada, con cargador de tambor, tirada en el suelo. Había tenido que soltarla. Pese a todo, su cuerpo parecía sorprendentemente entero. Humeante, pero entero. Tenía llamas adheridas al polímero que se había pegado a la piel como defensa impermeable y reforzada. No es que pudiese ponerse un chaleco de kevlar cuando llevaba tornillos de metal clavados hasta el hueso a través de la piel. Todo por aquel armazón metálico y sin vida que le rodeaba, como una armadura medieval y puños americanos a lo grande.

Un puñetazo con la mano no hábil cruzó el aire hacia Ambroos. El hombre se agachó y pudo ver restos de carne, probablemente de la mano derecha del mercenario metalizado, y restos de aleación diseminados por el suelo. Entre el ingente dolor, que no era zurdo, que estaba a oscuras y que de por sí parecía más bruto que preciso, fue muy fácil esquivarlo. Pese a todo, cuando Ambroos intentó derribarlo por los pies se encontró con que era una mole inamovible. Más grande que él, aunque mucho más fea, con menos habilidad y sin ningún tipo de gracia.

El mercenario rugió a falta de poder lucir una mayor expresividad.

No se escucharon más disparos cercanos. Stille no disparaba por el riesgo de darle a Ambroos.

- Tiradas (5)
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22/02/2014, 22:23
Ambroos Janssen

El fuego purifica.

Janssen esquivó los golpes con calma, sus pies pasando al lado de muertos repletos de ampollas, como un gato jugando con una presa que ya está moribunda. Los torpes puñetazos del mercenario solo conseguían dejar un rastro de gotas de sangre que hacían un historia sangriento de cada uno de sus golpes, mientras la gabardina del proxeneta revoloteaba con una promesa ominosa de muerte. Sin guadaña: solo balas, granadas y explosivo plástico. La modernidad, tan fría y poco simbólica.

Los gruñidos de esfuerzo de aquella mole metálica no significaban nada. Una negación ante su destino, una incapacidad para aceptarlo. Algo en su manera admirable, pero para lo que Janssen no tenía tiempo.

Con un último giro en aquel baile mortal, Ambroos se colocó a apenas medio metro del mercenario, y la pistola se apoyó sobre la cuenca del ojo entrecerrado. Una presión fría y desagradable: lo último que iba a sentir aquel hombre desconocido. Lo único que seguía sintiendo Janssen desde aquella noche que cayó envuelto en alambre de espino en un lago.

La bala atravesó el tejido blando sin esfuerzo y una explosión rojiza apareció en el otro lado de su cabeza, mientras pedazos del cráneo caían al suelo en un baile macabro. Microescenas que, fuera del contexto, eran dueñas de una belleza sórdida y única: manchas del rojo que significa la vida en la más pura paradoja que es la muerte, pedazos de marfil en una abstracta sinfonía de formas. El exoesqueleto del mercenario chocó contra las baldosas con un repiqueteo metálico, desplomando su cuerpo destrozado y sin vida junto al del resto de sus compañeros, unas momias ennegrecidas caídas en el anonimato. Mirándolo sin emoción alguna, Ambroos se planteó cuanto tardaría él en acabar así: descoyuntado, ensangrentado, exánime. Si aquella presión fría y desagradable sería una suerte de eutanasia cruel para su alma retorcida. Si sentiría algo siquiera.

Quizás la vida era tan puta que solo podías sentir su asqueroso peso sobre los hombros, y ni siquiera te daba el placer de sentir como te libraban de ella. 

- Vamos. Fue lo único que alcanzó a decir a Stille, con un hilo de voz grave y de una frialdad inhumana. Quería ver que les esperaba al final del pasillo, si una bala era capaz de traerle la tranquilidad que le habían vuelto a arrebatar los nazis.

En su cabeza...o en la de Dieter.

No se en que medida y hasta que punto se hacen repeticiones. Si solo se repiten los dados una vez (supongo que sea así XD), he obtenido seis éxitos.

- Tiradas (5)
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24/02/2014, 06:09
Diéter

Ambroos dejó atrás el creciente charco de sangre en que estaba convirtiendo el mercenario. Con un armazón de metal y carne dejado caer sobre el suelo como una tortuga aplastada. Y es que sus movimientos fueron demasiados lentos y torpes, mientras que el conejo blanco seguía avanzando por la madriguera al país de nunca jamás.

Todo por Gretchen, cuya Alicia de algún modo seguía teniendo una fuerte presión en la mente de Ambroos, como una silenciosa promesa de retorcido amor futuro en un mundo donde no quedaba nada de cordura por salvar. A su lado, el mismo Stille parecía ajeno a toda aquella muerte, destrucción y horror vivo que se estaba desatando. Simplemente avanzó, satisfecho y orgulloso, seguro de si mismo en aquel momento a sabiendas del compañero de armas que tenía.

Fue él quien golpeó con la culata de su ametralladora un hombro del proxeneta, deteniéndolo en seco en mitad del avance por las escaleras descendentes. Alguien había dejado un reguero de minas explosivas de proximidad, aunque debido al reciente pulso electromagnético esa función había quedado relegada a ser un mero resorte que al pisarlo desataba una deflagración. Aquel arcoíris sobre el cielo no había traído consigo más que un retroceso tecnológico de un siglo.

Lo cual en ese momento fue una suerte. Con pies de plomo, y con algo de más de plomo encima a decir verdad, los dos asesinos, vengadores y antihéroes avanzaron hasta la puerta final, cerrada a cal y canto. Para evitar nuevas sorpresas, Ambroos la destrozó con otro "cartucho" de explosivo y atravesó la puerta gabardina al viento.

Lo que encontró dentro, mientras movía los brazos para apuntar con el arma al objetivo y Stille se colaba en la habitación tras "Jo Deng", no fue sino a cinco mercenarios armados, parapetados y listos para disparar. Había otro al lado de Ambroos, moribundo en el suelo tras la explosión, que sólo suponía una molesta banda sonora de fondo con un incesante gorgoteo de sangre acumulándose en su boca, ahogándose con ella.

El problema era Diéter. Situado al fondo de la sala, con sus zapatos relucientes, su corbata negra, su camisa blanca, su chaqueta de traje y el pañuelo perfectamente doblado asomando del bolsillo. Entre sus brazos, Tinna, amordazada, maniatada, con los cabellos revueltos y una expresión en sus ojos que claramente decía "me he visto muchas veces amorzada, maniatada y con los cabellos revueltos, pero es la primera vez que no tengo fuerzas para bromear al respecto".

Ambroos no pudo sino evocar por un instante, en mitad del tiempo bala en que se había sumido su mente, aquella última escena de ambas gemelas juntas. Antes de acostarse con ellas, con una terminando las frases de la otra, pasándose el turno de palabra, tomándose el pelo entre ellas y al proxeneta. Demostrando una vez más que no sólo podían tomarle el pelo a Jürguen, sino que eran unas personas bellísimas no sólo de cuerpo, sino también de espíritu.

En aquel momento, el cañón de una pistola sobre la sien de Tinna, empuñado por Diéter y con el dedo en el gatillo, era lo único que evitaba al tiempo seguir su curso. Para hacer una tortilla había que romper algunos huevos. Diéter ya estaba muerto. Si no lo mataba Ambroos tras hacer con él lo que él mismo se había atrevido a hacerle a Diéter, lo mataría el explosivo que Ambroos llevaba sobre el cuerpo. Con su capacidad de regeneración y la cantidad de mercenarios, si perdía contra ellos, alguien terminaría por hacer que todo explotase.

El problema era que, si Ambroos y Stille mataban a todos los camorristas, ¿sacrificarían a Tinna por Diéter? Mirándolo desde un punto más comparativo y cruel, ¿sacrificaría Ambroos la vida de Tinna por aliviar el espíritu de Gretchen? ¿Sacrificaría la vida de Tinna por hacer justicia al resto de sus chicas? ¿Por hacer justicia a su local? Era su momento para decidir si entregase a la sangre, a la civilización o a la astucia.

De un modo u otro... era el final. Para Diéter. Para Tinna. Y para Ambroos.

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06/03/2014, 20:02
Ambroos Janssen

Aquello no era justicia. Era venganza. Destruir la base mercenaria trayendo tras él la muerte y el caos no era justicia. Matar a Dieter no era justicia. Lo sería si hubiese otro propósito en sus acciones, si la motivación de sus gestos fuese un idealismo burdo cargado de sangre y pólvora. Pero Janssen había dejado atrás esas nimiedades hacía ya mucho tiempo, con su inocencia, su humanidad y un buen montón de valores, en el fondo de un lago helado en Serbia.

No. Ambroos Janssen no creía en la justicia.  

Era una palabra vacía. Como Alice. Alice no significaba nada. Era una promesa triste de sexo en un futuro gris, radioactivo y nacionalsocialista. Visto así Alice significaba mucho, en realidad. La certeza de un futuro gris, radioactivo y nacionalsocialista. Un futuro de mierda, en el que la muñeca rota de Gretchen se transformaba en un autómata cargado de muerte. Se transformaba en Ambroos Janssen.

La vida no era justa. Tina podía morir, y Ambroos no sentiría remordimiento alguno. Algunas cosas tienen que ser hechas, y hay que romper un par de huevos para hacer una tortilla. Mirado como se mirase, la muerte de una puta holandesa bien valía la pena por cambiar un futuro como el que iba a ocurrir. La muerte de cualquiera lo valdría, incluso la de la bella diosa del sexo aturdida entre los brazos de Dieter.

El asunto era otro. Y es que Janssen no pensaba dejar que Dieter se saliese con la suya. 

Como una cobra, el brazo del proxeneta se alzó y lanzó su mordisco mortal hacia Dieter, una bala que recorrió el aire con precisión, abriendo espirales que culminaron en una herida mortal en medio de su frente. Un ruido de explosión, la potencia de fuego, y la marioneta se desmadejó contra la pared en una mancha roja que tenía por completo su camisa.

Tina había caído al suelo con un gemido sobresaltado, pero antes de que los mercenarios pudiesen hacer nada, la pistola volvía a apuntar el chaleco de Ambroos, que los contemplaba con el rostro de un jugador de poker que acaba de subir la apuesta. Tu vida y la mía.

- Fuera tenéis posibilidades de salir con vida. Aquí no. Fue lo único que dijo. Dos frases contundentes, un punto final amartillando la pistola. Una postura que camuflaba la desagradable sorpresa de ver que aquel cadáver contra la pared no significaba nada. El más mínimo triunfo, el más mínimo alivio. Solo había sido un mero trámite para descubrir lo enorme que se había vuelto el gigantesco vacío retroalimentado que lo llenaba cada vez más y más.

El tiempo se detuvo en silencio, un duelo de miradas y voluntades llevado a cabo en el mutismo más absoluto. El primero de los Mercenarios rompió el silencio abandonando la trinchera, y pronto sus compañeros demostraron de lo que estaba hecho su bando: de avaricia sin valores ni compromiso. A la carrera y con una mirada de frustrado rencor, los soldados salieron corriendo por el pasillo sin mirar atrás, abandonado el cadáver de un patrón que les había salido demasiado caro.

Solo Tina, Stille y él. Con paso rápido se acercó a la chica quitándose el chaleco de C4, que cayó al suelo con un ruido sordo, y  retiró la venda y ataduras de Tina antes de cogerla en brazos como si fuera un héroe de película. Un héroe sucio, lleno de polvo y mugre, que acaba de salvar a una inocente lujuriosa.

- Cúbrenos, Stille. Dijo el proxeneta, dirigiéndose hacía la puerta para abandonar el local. Esta historia ha terminado.

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07/03/2014, 10:32
Administrador

El abrigo de Ambroos revoloteó al salir por la puerta del local. Con una Tinna inconsciente, anegada en sudor ya frío y visibilemente pálida. El sonido de los disparos de Stille en su espalda, a ráfagas irregulares y concentradas o simple fuego de contención. Un par de segundos después y los pocos cristales blindados que quedaban en pie en la discoteca con apariencia de iglesia, convertida a su vez en refugio mercenario, estallaron para dejar salir lenguas de fuego mientras las paredes se venían abajo, colapsando sobre si mismas hacia el interior. Una oleada de humo y polvo fue lo único que bañó a Ambroos tras salir de allí. No le había partido el culo a Diéter, pero le había negado el derecho a asimilar su muerte.

Una bala en la cabeza. Sin más.

Unas horas después, Ambroos había expuesto a Jürguen en su sótano, sobre una camilla, con su lengua como tapón en la garganta y los miembros convertidos en anatomía expuesta por partes. Juntos pero separados. Unas horas después, Jürguen había vuelto a la ecocueva y visto que allí sólo quedaban una puerta blindada reventada y una pila de cadáveres. Y suministros apilados en una única sala. Si Arjen, Gretchen o Novák estaban por allí, tirados en el suelo, no los reconoció.

Lo único que vio fue un solitario avión surcando el cielo hacia el oeste, proveniente del noreste, donde estaba el único aeropuerto que había seguido abierto hasta el pulso electromagnético, y que tenía pistas de aterrizaje y despegue abiertas. Aún había gente que salía poner pies en polvorosa en lugar de quedarse hasta el último aliento. Ambroos tenía la conciencia muy tranquila en ese sentido. Todo lo que podía teniendo en cuenta sus otros pecados.

Por eso, unas horas después, Ambroos estaba de vuelta en El Boulevard. Liria ya estaba consciente, y mandaba a las mujeres, entre ellas Liselot y una Ada que la miraba con "yo soy la dominatrix" a fuego en los ojos. Poco a poco el local iba desquitándose de sus cristales en el suelo, los cuadros rotos y demás desperfectos, volviendo a su esplendor del día anterior. No obstante, lo primero que pasó al ver a Ambroos no fue ningún abrazo.

Helghe corrió hasta el proxeneta y, con toda la fuerza que fue capaz, le pegó un manotazo, cruzándole la cara. Acto seguido simplemente se echó a llorar y abrazó al hombre por la cintura, poniendo la cabeza sobre su pecho. Por la diferencia de estatura, era incapaz de nada más. No dijo nada. Simplemente lo abrazó.

Ambroos ya lo sabía. Por un lado, le había dado varios sustos tremendos. Por otro, seguía vivo, Tinna seguía viva, y Helghe seguía queriendo a Ambroos. Con o sin Diéter muerto, con o sin platos rotos, el alma congelada de Ambroos la había salvado. ¿Cómo hubiese sido su llegada al local con Tinna sin pulso, en una bolsa de plástico?

- Gracias- atinó a susurrarle la morena sin más-. Te quiero.

Significase lo que significase eso para Helghe. Y para Ambroos. Distintos significados en cualquier caso.

Natasha apareció en el umbral de la escalera, apoyada contra la pared. Mientras Ambroos seguía abrazando a la gemela Suxx, la enferma terminal simplemente se tocó la sien con un dedo de forma rítmica, y luego apuntó con él a Helghe. Sonrió. Ella era la que podía leer los pensamientos de la gente. Así que levantó el pulgar a Ambroos.

Media hora más tarde, Ambroos estaba sentado en una silla, en la habitación de Natasha, con el cajón de los fármacos abiertos para darle personalmente los antiretrovirales. Natasha, tumbada sobre la cama, con las manos cruzadas sobre el abdomen, sonreía profundamente, en paz como nunca parecía haber estado.

- ¿Podrías colgar el arma en la pared?- dijo apuntando con los ojos enfrente de la cama-. Si Gretchen vuelve, quiero que pueda ver siempre la prueba de que su padre ya no podrá tocarla nunca más.

Pero Ambroos sabía que no era sólo por eso. A ella también la habían violado los alemanes. Haberse quitado de encima a otro violador, a falta de poder matar jamás a quienes le hicieron eso a ella, era lo más parecido a una venganza personal que podría llegar a obtener. Así que, por una vez, se sentía simplemente liberada.

Ambroos sabía que nada había cambiado. Simplemente, Ámsterdam estaba ahora en una posición mucho más delicado. Tendría que seguir haciendo su trabajo unas semanas más, hasta que los ejércitos de tierra barriesen lo suficiente como para conquistar la ciudad en nombre de la Reina de Inglaterra o los Estados Unidos. Y entonces...