Partida Rol por web

El cielo está tranquilo. No se ven nubes por ningún lado, como si los dioses te acompañaran en este viaje, apartando las tempestades de tu camino. Miras por la borda, ansiosa por llegar ya a tu destino. Llevas ya varios días en este barco mercante y la impaciencia por ver que te aguardaba en estas nuevas tierras era a cada minuto más intensa. Hace ya un tiempo que empezasteis a ver una enorme isla a vuestra derecha. A la izquierda, en el horizonte, las vastas tierras del continente lo ocupan todo. Ensimismada en tus pensamientos ves como el mercader dueño del barco se acerca a ti con una afable sonrisa.

¿Que tal se encuentra nuestra joven pasajera? - Mira hacia la isla, con la sonrisa todavía en el rostro. - Ya pronto llegaremos a Avalon y será momento de separarnos. Ha sido un placer teneros a bordo.

Su mirada vuelve a ti.

- Aunque sigo pensando que sois demasiado joven para estar viajando, y aun más por vuestra cuenta. Imagino que seguiréis sin contarme que clase de locura se os ha podido meter en la cabeza para hacerlo...

Cierro los ojos unos segundos disfrutando del sol y de la ligera brisa que nos impulsa. Son sólo unos segundos porque abro los ojos al escuchar pasos que se acercan. Me giro hacia Luan, que ha sido un buen compañero de viaje. 

— Me encuentro con ganas de llegar. Demasiado tiempo llevo esperando.—respondo con una sonrisa impaciente. —Y puede que sea joven pero por suerte, parece que los dioses me acompañan.— digo señalando el cielo despejado. 

—Locura... viajar sola a un país desconocido con costumbres que me son extrañas... hubiese sido más locura viajar al continente. Al menos en Avalon la hechicería no está tan perseguida como en la lejana y hostil Castilla. Eso sí hubiese sigo una locura. Y de todas formas, el mundo de las leyendas es de los valientes...
 

El hombre mira al cielo cuando lo señalas y suelta una alegre carcajada.

- Me parece que no compartimos dioses, mi señora, pero dele las gracias a los suyos de mi parte. Bien, debo seguir con mis cosas. ¡Negocios! - dice gesticulando de forma muy expresiva - Te quitan la vida. Nunca te metas en el camino del dinero, solo trae problemas. Nos vemos luego. Si necesitáis algo, servios.

Luan se da la vuelta y vuelve a bajar a los camarotes. Empieza a atardecer y un panorama asombroso se extiende ante tu vista. El sol lanza sus rayos a través la isla de tu derecha, dotándola de un color mágico y reluciente. Las aguas anaranjadas mecen suavemente el gran navío, como si unas manos gigantes lo transportaran con ternura.

— Pero mis dioses me observan, me conceden poder y me ayudan. ¿Cómo no tener verdadera fe en ellos?— reflexiono mecida por un mar que me acerca poco a poco a mi destino. Cuando contesto, no hago ninguna referencia a los dioses de Luan, es un tema delicado que atrae el conflicto y está siendo un agradable compañero de viaje. 

— Creo que dejaré los negocios para los comerciantes, mi destino me lleva lejos de hacer cuentas y tratar con gobernantes, aranceles y proveedores. Exige una paciencia que no tengo. Sois muy amable— admito con una sonrisa franca, pensado en mis propias limitaciones. 

— Comerciante... eso sí que supondría una conmoción en el pueblo. Aunque para Argus, ha sido parte de su camino. ¿Quién sabe lo que tendré que hacer un vez en Avalon?.

La noche se acerca y el tiempo refresca. Decides bajar a cenar algo a la mesa del mercader, a la que estás invitada. Realmente te han tratado muy bien y has tenido suerte. Sabes que algo grande te aguarda después de este viaje y estás de los nervios por descubrir más cosas. Después de intentar dejar la mente en blanco por la inquietud, consigues dormirte.

En ese momento varios gritos se oyen en la cubierta. Los marineros se lanzan órdenes unos a otros, pero no distingues sus palabras, ya que casi todos hablan en una lengua extranjera. Lo que si sabes es que algo serio pasa arriba. Debe ser todavía pronto, ya que estás muerta de sueño y solo la luna ilumina la habitación por el pequeño ventanuco.

—Algo va mal...

Me despierto al más mínimo ruido, como toda mi familia. De forma mecánica, sigo todos los movimientos que me han sido enseñados en caso de ataque a la aldea. Acostumbrada a estar alerta, me levanto de un salto, me pongo el vestido, cojo el hacha y subo corriendo las escaleras.

— ¿Piratas? El gremio de mercaderes se ha estado quejando de un incremento de su actividad en esta zona. Zona de comercio, como no. Espero que no sea eso, tal vez un incendio o una pequeña tormenta... puede no ser nada importante...— pienaso intentando quitarle hierro a la situación.

- ¡Venga, holgazanes, daos prisa! - La potente voz de Luan llega desde el castillo, mientras dirige a sus hombres. En ese momento se fija en ti. - Señorita, parece que no le caigo muy bien a tus dioses. - Dice señalando hacia un punto situado a tu izquierda.

En ese momento te fijas. Ya habéis dejado el continente a vuestra espalda, con Avalon a la diestra. A la izquierda del barco, algo lejos pero claramente visible, hay una extraña isla, que parece desprender un débil fulgor grisaceo. Pero eso no es lo que más te preocupa. Justo sobre ella, dirigidos hacia el barco como si fueran creados y lanzados desde la isla, unos enormes y amenazadores nubarrones negros se acercan rápidamente.

- ¡Es la Isla de la Reina Gris! - aulla de repente un marinero - Estamos maldito, vamos a m.. - Pero la voz de Luan lo calla de golpe.

- ¡Calla, zopenco! Te voy a dar yo a ti isla maldita como no te pongas a trabajar ahora mismo. - Luan baja del castillo y empieza a enganchar unos amarres. - ¿No habéis visto antes una jodida tormenta? En marcha.

Le grita unas ordenes al timonel - ¡Bira a estribor! ¡Vayamos hacia Avalon!

El mercader no para. Se desplaza de un lado para otro con increíble facilidad, asombrando aun más por su edad y su físico. El rostro y la mirada afable han desaparecido completamente para dar paso a una determinación y una concentración máximas. Entre tanto ajetreo parece volver a reparar en ti. - ¿Seguís aquí, mi señora? Será mejor que bajéis de nuevo y esperéis en el camarote. Y guardad el hacha, no hay cabezas que cortar aquí...

Suspiro ligeramente aliviada cuando veo que es una tormenta. Una grande, cierto. Pero soy hija de mar, no me asusto con tanta facilidad. No como los marineros, que parece que nunca les han caído tres gotas encima.

— Si, señor. Pero si alguno de sus marineros está demasiado asustado como para hacer su trabajo, hacedme llamar. No sería la primera vez que ayudo a llevar un barco en medio de la tormenta— contento con cierto aire tranquilo, con fe verdadera en que mi historia no acabará aquí.

Bajo a mi camarote y, en un trozo de cuero del zurrón, empiezo a trazar la runa que cambiará las tornas climáticas... al menos lo justo para que los marineros vuelvan a tomar las riendas de la situación.
 

—Cierto que estas tierras rebosan magia y que la forma de moverse las nubes era poco natural pero... ¿Islas malditas?...*

Empiezas a invocar la runa de tus ancestros. Sientes como el poder de los dioses fluye a través del dibujo, a través de tus palabras, a través de tus manos. Parece que la invocación ha sido realizada satisfactoriamente. Prestas el oído y parece que de repente el ajetreo en cubierta se reduce, aunque no se detiene por completo.

—Stans—pienso con fuerza una vez terminada la runa. Muevo los labios sin emitir ningún sonido y un sabor afrutado, como a tranquila tarde de verano, se cuela por ellos. Me recreo un poco en esa sensación, hasta que la runa despliega todo su poder. 

Me muerdo ligeramente el labio embriagada por la energía de la invocación, que me deja sin aliento unos segundos. Una pequeña descarga recorre mi cuerpo, erizando el vello. Sacudo ligeramente la cabeza para despejarme y subo con calma las escaleras que llevan a cubierta, desde las que me asomo sin llegar a subir para ver la situación.

Cuando te asomas de la cubierta varios marineros miran hacia la pequeña y extraña isla, que ya dejáis a vuestras espaldas, dirigiéndoos hacia Avalon.

- Pero que.... - exclaman algunos asombrados. Se acercan a la barandilla mirando embobados.

Finalmente miras las nubes, y ves cómo las negras nubes se van descargando, reduciendo su velocidad y tornándose blancas a medida que la potencia que llevan en su interior cae al mar, desatando una extraña amalgama de colores. La luna vuelve a asomarse en el cielo y todo parece retomar su tranquilo ritmo.

Incluso Luan se detiene de su ajetreo para observar el pequeño espectáculo.

Asomo la cabeza para observar que está pasado. Me siento muy aliviada al ver que el cielo está más calmado y que los marineros parecen entrar en razón. Mucho más tranquila y segura, subo los escalones que me quedan con un par de rápidos pasos y subo a la cubierta. 

— Y por eso mis dioses son respetados y amados... a la vez que temidos por nuestros enemigos.

Me acerco a la barandilla sigilosamente, para disfrutar del extraño espectáculo de colores juntos a los marineros. 

—Pocas cosas podemos observar más hermosas que un buen hechizo que ha dado buen resultado—pienso con una sonrisa. 

Estáis observando el cielo cuando algo cambia de repente. Una enorme ráfaga de viento envuelve al barco y por encima de las nubes vuelve a surgir la tormenta, como si de una enorme estampida de negras bestias se tratara. Esta vez avanza a un ritmo acelerado. Las olas rugen y zarandean el barco, a la vez que el viento empieza a zozobrar el barco. De la misma embestida, muchos marineros caen al suelo, aunque Luan y muchos otros consiguen agarrarse ágilmente a algo.

Por los hijos de Legión... - dice el mercader, aferrandose a la barandilla en el último moment - ¡Arriad las velas, maldita sea! ¡Arriad las jodidas velas o nos iremos a pique!

Se dirige al centro del barco y empieza a atarse una cuerda a la cintura, al tiempo que te busca con la mirada. Otros marineros hacen lo mismo y empiezan a bajar las velas mientras el barco se inclina cada vez más.

Todo parece tranquilo y, de repente, el mar vuelve a la carga. A lo mejor no debería haberme reído de las supersticiones de los marineros, o haber subestimado el poder de los dioses de tierras lejanas en las que ahora estoy, capaces de crear tormentas de la nada desde sus islas. Pero lo hecho, hecho está. 

— Seguramente mi magia los ha enfadado, plantarles cara y reducir su tormenta a nada ha sido algo que hará que redoblen sus esfuerzo— pienso preguntándome una vez más por qué no soy capaz de hacer estas reflexiones antes de actuar.

El movimiento del barco hace que pierda el equilibrio, me agarro a la barandilla pero un nuevo golpe hace que esta desaparezca de mis manos. 

En ese momento ves a Luan. Él te observa con los ojos abiertos de par en par. El tiempo pasa despacio, como a cámara lenta. Parece que te grita algo pero el ruido del viento no te deja oír. Estira el brazo hacia ti...

Luego todo borroso. Una fuerte sacudida te empuja contra el barco. Empiezas a girar y revolverte en un remolino de agua. Ésta empieza a entrarte en la boca, en la nariz. La presión se afloja y sientes que caes hacia el mar. Entre los embistes de las olas, intentas mantenerte a flote, pero las corrientes te arrastran y te hunden. Consigues vislumbrar como el barco consigue volver a equilibrarse aunque la tormenta sigue castigándolo. A medida que las aguas te alejan de él, te parece oir unos gritos clamando tu nombre. Pero ya es tarde para ti.

Antes de que me de cuenta, he caído a un mar hostil, extranjero y al que sé que no le gusto nada. Me giro hacia el barco, siguiendo la voz de Luan, pero en dos golpes de mar más pierdo la orientación y empieza a costarme saber dónde estoy. 

—Vamos, vamos, has estado en situaciones peores, no puedes perder la calma. No puedes morir así... — pienso intentando calmarme a mi misma. 

Poco a poco recupero la compostura y empiezo a intentar desenvolverme mejor en el agua.

—Tengo que soltar el hacha del cinturón, es un lastre...