Partida Rol por web

Sacamantecas se encogió de hombros. A él le daba igual que el recién llegado estuviera armado o no. Si luego era un problema acabaría con él y listo. Perder el tiempo ahora en discusiones no tenía mucho sentido, así que, con el sable en la mano, miró a Matagatos a la espera de que decidiera si el tal Kawashi podría ir armado o no.

- Yo estoy listo. Vamos a por la puta. – Confirmó dispuesto a seguir las indicaciones que Matagatos considerara oportunas. Seguramente tendrían que dejar que Kawashi les guiara hasta los harenes, y luego, una vez allí… improvisar.

- Jijiji...- Sabandija no pudo reprimir una risilla ante la osada contestación de Bimbawa a Preocupado. Tardó poco en borrar la sonrisa de su rostro pues no estaba bien reírse de un compañero, mucho menos cuando éste había sido uno de los pocos amables con él. Lo de la Compañía con las putas era mucho. ¿Qué pensaría el prisionero liberado sobre unos mercenarios a los que mandaban a rescatar a una puta? Por muy grande que fuera ésta, no dejaba de ser una mujerzuela. 

Finalmente quedaba claro que tenían que rescatar a Elefanta y, gracias a Kawashi, tenían una pista sobre donde podría estar su paradero. Arco a la espalda y lanza en mano Sabandija estaba listo para seguir a Matagatos.

Gruñó al ponerse de pié. Las heridas tiraban por todas partes, los puntos de sutura parecían a punto de saltar en cualquier momento y prefería guardar el aliento para cosas más importantes que decidir qué iban a hacer a continuación. No era algo discutible. Estaban allí para recuperar a Elefanta. Al precio que fuera, aunque ello implicara un nuevo mapa de cicatrices en su cuerpo.

-Si el Cabo dice que no supone peligro, no lo supone. Si afirma que es un guerrero, que tome la lanza -dijo concluyendo su aportación con un jadeo de fatiga y dolor.

-Coge una lanza, Kawashi-dijo Matagatos, una vez que pareció quedar zanjada aquella discusión. No podía decir que estuviera en condiciones de luchar después de las atenciones del brujo y su retorcido torturador, pero al menos debía intentarlo. 

-Iremos al harén... Y luego, estudiaremos la posibilidad de acabar con el brujo y restaurar el orden en este sitio. Preferiría irme de aquí con calma en vez de nadando contra ese cocodrilo. 

Kawashi sostuvo la mirada a Preocupado unos segundos. Tras aquello asintió a Matagatos y recogió una de las lanzas. El grupo bajó por la trampilla, recorrió el pasillo de las cárceles vacías, pasó por delante de la sala de torturas en la que Preocupado y el Cabo fueron invitados por un día, y finalmente empezaron a subir las escaleras de caracol.

Por turnos, los miembros del equipo de expedición asomaron la cabeza a la altura del suelo del siguiente nivel. Una cueva natural había sido transformada en un barracón de soldados. Había una veintena de camas, pero solo ocho ocupadas por guardias durmiendo. También había un gran baúl.

En ese cofre guardarán la mayoría de vuestras cosas...-conjeturó-las menos valiosas.

El otro extremo de la cueva se abría a la noche, separado del exterior por una fina cortina de agua a modo de catarata. Junto a esa salida al exterior, dos siluetas sentadas, una frente a la otra, con unas velas iluminando sus movimientos. Estaban jugando a un juego de mesa extraño, y se turnaban para desplazar las fichas por el tablero. Uno de los dos jugadores bostezó. Seguramente la partida se había alargado, y llevaban toda la noche así.

Tras la catarata, hay una larga caída: da a la ladera de la montaña sobre la que está el Palacio.

Alguien discreto* podría llegar hasta el baúl sin hacer ruido, abrir el cofre, coger el equipo de Preocupado y Matagatos (salvo quizás las espadas gemelas, que seguramente el Brujo tendría en otro sitio) y volver de nuevo a las escaleras de caracol. Alguien con muy mala suerte, sería visto por los dos jugadores y estaría rodeado por todos los guardias que se despertasen en ese momento (ocho, más los dos trasnochadores que ya estaban despiertos).

También podrían atacar en tropel. Que la mayoría estuviese durmiendo les daba una oportunidad, el factor sorpresa, que quién sabe si sería suficiente para vencer, ya que no podrían matar a todos en el primer envite.

Las escaleras de caracol seguían subiendo hasta Palacio, así que podrían ignorar los barracones de la guardia e ir directamente a por Elefanta, dejando a todos estos enemigos atrás.

Preocupado también sostuvo la mirada de Kawashi, pero le preocupaba aquella manera de mirar que tenía el extranjero, con los ojos siempre entrecerrados como si sospechara de todo, así que para no ser menos entrecerró sus ojos y le miró sospechando. Quizás hubiera engañado a todos y ganado su confianza, pero a él tendría que demostrárselo con hechos, no se iba a fiar del primer desconocido que pasara.
Cuando le llegó su turno se asomó al siguiente nivel. Le preocupaba la situación, allí había bastantes soldados y ellos eran un contingente pequeño.

Si al menos todos fuéramos de infantería seguro que podríamos tener una oportunidad de vencerlos, pero me preocupa que no estemos a la altura como grupo de lucha.

Ya habían fracasado contra la magia del brujo y ahora que tenían una segunda oportunidad era mejor no desperdiciarla.

-Yo no necesito mi lanza y escudo ahora, puedo arreglarme con esta y será arriesgado. Creo que lo mejor es ir a por Elefanta, rescatarla y si después tenemos que pasar por aquí podemos intentar recuperar nuestras cosas.

Era tan solo su opinión, que sabía que no contaba mucho, pero al menos ahí la dejaba. Ahora Matagatos tenía que decidir que harían.

En cuanto vio la situación Sabandija se escurrió entre sus compañeros para arrastrarse por el barracón y llegar hasta el cofre. En menos de lo que el infante decía "Me preocupa..." Sabandija ya había abierto el cofre en silencio y cogido a manos llenas su contenido. Después, de puntillas pero raudo, recorrió el camino de vuelta sudando como un cerdo y lanzando temerosas miradas a los soldados dormidos, vigilando que su pecho siguiera meciéndose como mece la mano de una madre la cuna de su retoño.

- Rápido. Hay que encontrar a Elefanta.

Preocupado miró al Cabo Matagatos, después pasó su mirada por el maltrecho Ponzoña y a continuación miró a Sacamantecas a ver que opinaban, y mientras lo hacían miró a Bimbawa y sobre todo al extranjero sospechoso.

Espera un momento. ¿No había alguien más?

Volvió a contar y efectivamente le faltaba uno. No fue hasta que Sabandija regresó y habló cuando el K'Hlata se dio cuenta que era él quien faltaba. Y de alguna manera había conseguido sus cosas...

-¿Pero donde..? ¿Pero como...? ¡Muy bien hecho Sabandija!

Debería tener en cuenta para el futuro la capacidad de pasar desapercibido del pequeño campamentero. En cualquier caso de nuevo le había sorprendido para bien, no parecía tan malo como la fama que tenía.
Preocupado dejó la lanza que tenía y cogió las suyas, así como su escudo. Esas eran todas sus pertenencias.

-Sí, ahora podemos ir a por Elefanta. ¿Verdad Cabo?

Sacamantecas no se perdió ni un detalle de los movimientos de Sabandija. Aquel tipo sería un ladronzuelo estupendo… si es que no moría combatiendo por la Compañía. Debía sugerírselo a Usurero, así que el rufián procuró recordar aquello. A lo mejor había que hacer una oferta a Sabandija que el escuchimizado K’Hlata no pudiera rechazar.

Luego aferró su sable con fuerza y miró a Matagatos para esperar a ver cuál sería el plan de acción. Podían continuar su camino a por Elefanta, o tratar de acabar con los guardias allí presentes.

Matagatos estaba pensando qué hacer, pues se sentiría mejor con su equipo, aunque solo fuera la armadura, a pesar de lo peligroso que era. Sin embargo, Sabandija fue más rápido, y en un visto y no visto, volvió con sus cosas. El oscuro sonrió, agradecido por aquello.

-Muy buen trabajo, Sabandija-dijo. El siguiente paso estaba claro, dejaban muchos enemigos tras de ellos... Pero debían arriesgarse, no podían con todos-ahora a seguir subiendo a por Elefanta. 

Hubo de contener una carcajada cuando Sabandija reapareció con el equipo requisado antes de que las palabras del extranjero se extinguieran. Sí, Camaleón podría ser un buen nuevo nombre para aquel pequeño y huidizo guerrero que poco a poco iba ganándose su respeto.

Apoyó una mano pesada y firme en el hombro de Sabandija y apretó en señal de reconocimiento. Su mirada, como dos carbones oscuros, lo miraron fijamente al tiempo que asentía.

Cuando Matagatos susurró la orden que marcaba su siguiente destino, se limitó a avanzar por las escaleras con cuidado y procurando no sacar ruido alguno. El Cabo había hablado y no había más que discutir.

Sacamantecas ahogó un resoplido. El escuchimizado les había ahorrado un combate más o menos duro, y el perder el tiempo vertiendo sangre de enemigos... Quizá, después de todo, no había sido una mala opción.

Empuñó su arma y siguió a Matagatos y el resto de K'Haltas.

Las escaleras de caracol llegaron hasta un espacioso salón, con hileras de mesas no más altas que la rodilla, con cojines en lugar de sillas. Una de las paredes estaba ahuecada, con grandes arcos sustentadas por columnas. Desde allí tenían una vista formidable a la luz de la luna de la parte este de la ciudad, principalmente el puerto y los barcos que se aproximaban a los muelles con la pesca diaria. A pesar de ser todavía noche cerrada, varios mercaderes se encaminaban a la lonja para pujar por las capturas, con pequeños farolillos de papel para iluminar su camino, como si fuesen pequeñas luciérnagas.

También tenían vista del puesto de guardia por el que entraron, junto a la plaza donde se vendían los esclavos, y donde conocieron al Brujo. Por el momento no había nadie cerca, y seguía siendo una salida apropiada para la huída.

En la quietud de ese lugar, Matagatos se colocó su armadura y verificó que su instrumental médico estaba completo. Preocupado recuperó su escudo y el valioso amuleto de Caratótem, que desde que se lo quitaron solo ocurrieron cosas malas, como conocer a Kawashi, liberar a Kawashi, y otras cosas terminadas en "-ashi", como la tortura.

Tras ese breve respiro, abrieron la puerta doble de madera a un ancho pasillo, con numerosas puertas. Uno de los extremos del pasillo terminaba en una ventana de cristal que daba al puerto. El otro extremo del pasillo se desplegaba un amplio recibidor iluminado por el fuego de un par de pebeteros. Junto a los pebeteros, dos guardias de perfil, montando guardia al pie de las escaleras que subían a la izquierda y mirando en dirección a una puerta doble echa de oro macizo que se mantenía cerrada a la derecha.

En el extremo opuesto al pasillo, del otro lado del recibidor, había una nueva sala, sin puerta, separada por un arco del que asomaba un gran y pesado macetero del tamaño de un hombre, en el que nacía un helecho florido bastante exótico. Pero Kawashi había sido claro: la prostituta Elefanta habría sido llevado a los harenes del segundo piso. El camino a tomar era el de subir las escaleras. Pero para eso había que acabar con los dos guardias...

En ese momento, con todo el grupo adentrado en el pasillo, una de las puertas se abrió.

La persona que les salió al paso llevaba ropa de sirvienta, y los más cercanos a ella distinguían entre las penumbras unas migas de comida alrededor de la boca, como si se hubiese levantado en mitad de la noche a picar comida de la despensa o cocina de la que acababa de salir, para seguramente volver ahora hacia su cuarto. La chiquilla, tan menuda como Bimbawa, se quedó petrificada al verles, dando a la Compañía Negra un segundo para reaccionar e impedir que gritase.

Preocupado se sentía mejor empuñando su propia lanza y embrazando su escudo, pero sobre todo recuperando su amuleto protector. Lo tocó repetidas veces esperando que los malos espíritus se alejaran.

Ahora todo saldrá bien.

Claro que el optimismo le duró poco, exactamente lo que tardaron en llegar al piso superior y comprobar que las escaleras para acceder a la zona donde supuestamente se encontraba Elefanta estaban vigiladas por un par de guardias. Iba a compartir su preocupación por eso con el resto del grupo cuando una muchacha salió repentinamente de una de las puertas.

¡Esto es el fin! ¡Va a gritar y va a descubrirnos a todos!

Sin pensarlo se abalanzó sobre ella intentado taparle la boca para que no gritara.

Satisfecho con su trabajo de recuperar el material de otros Sabandija sentía un calor en su interior que pocas veces había sentido. Era orgullo por las felicitaciones recibidas, algo a lo que no estaba acostumbrado dada su mala suerte y un Cabo frío como el hielo.

Sabandija, casi tan menudo como la extraña que acababa de sorprenderlos, a punto estuvo de gritar también del susto. Al ver abalanzarse a Preocupado contra la muchacha temió que fuera a matarla. ¿Sería tan desalmado? No se lo parecía. Sacó el arco y tensó una flecha a la espera de los acontecimientos. Si la mujer alertaba a los guardias tendrían que pelear de nuevo.

Maldita sea. Sacamantecas reaccionó tarde mientras el K'Hlata se abalanzaba sobre la cría. Sólo podía rezar por tener suerte y que consiguiera enmudecerla antes de que gritara y pusiera sobre aviso a todo el palacio.

El rufián sujetó con fuerza su machete y se preparó para cargar contra los guardias si la niña daba la alerta. Si cualquier ruido hacía que los enemigos se pusieran alerta, quería ser el primero en llegar contra ellos para que no tuvieran demasiado tiempo para reaccionar.

Ponzoña era el más cercano a la muchacha que salió inesperadamente al pasillo. Con presteza y en silencio, se palntó ante ella, tapó su boca con una mano y la alzó en vilo contra su cuerpo con la otra, para escurrirse por la puerta aún entreabierta de la que había salido la mujer. NO solo no quería que no gritara sino que sus patadas no golpearan contra nada en el pasillo, advirtiendo a los guardias de su presencia.

Todo iba demasiado bien, sin contar su captura y tortura, claro. Y ese demasiado se materializó en la forma de una sirvienta, que apareció de pronto, sorprendiendo al grupo. Por suerte o por desgracia, Preocupado y Ponzoña ya se habían lanzado a reducirla e impedir que gritara. Resultara lo que resultara de aquello, ya estaba hecho, así que solo quedaba esperar que saliera del mejor modo posible, que trajeran a aquella sirvienta sin que diera la alarma. 

Ponzoña reaccionó antes que Preocupado y con una eficiencia propia del buen soldado, redujo a la peligrosa niñita.

 Mmmmph... mmmmh...-dijo en Nyueng Bao, bajo la mano del Hiena.

Al entrar con ella en la cocina, Ponzoña encontró mandiles con la que atarla y trapos de cocina con la que amordazarla. La situación estaba controlada. Mientras, en el pasillo, aguardaban en las sombras a que alguien se atreviese a cruzar el amplio recibidor hasta las escaleras. Todo el factor sorpresa se perdería en el trayecto, al no tener dónde esconderse. Tan solo podrían llegar hasta los guardias y dar un golpe antes de que reaccionasen. Sacamantecas casi se ponía de puntillas para proceder el asalto. Kawashi agarraba con fuerza la lanza. Era ahora o nunca.

Ponzoña, a pesar de sus heridas, había logrado neutralizar la amenaza que suponía la criada. Solucionado el problema era necesario atacar para continuar el camino. Sabandija tensó una flecha en el arco y esperó a que sus compañeros estuviesen preparados para lanzarse contra los soldados antes de soltar la cuerda y que la flecha saliera disparada.