Partida Rol por web

La mujer bien entrada en la cuarentena de años y con algún kilito de más en su caderas, observó al semielfo presumido arrugando el ceño. No sabía cómo tomarse las palabras del arquero, pero aún así, al cabo de unos instantes recompuso el tono sereno y afable de su rostro y respondió a Satinder:

- ¡¡Qué comentario tan halagador!!... ¡¡Más de quince años sin oír algo igual!! Jajajaja...- rió la señora al tiempo que invitaba a los recién llegados a sentarse. - Mi nombre es Addas Grymble, y junto a mis hermanas regento esta villa desde hace generaciones. No debéis temer de Rosh. Es un chico muy amable. Cuidamos de él desde que era un niño. Nació mudito, el pobre...- hablaba la mujer mientras su ojos se fijaron en Elenzeran y en su gesto concentrado. - ¿Le pasa algo a vuestro amigo?- Preguntó Addas mientras hacía un gesto a Rosh para que fuera a buscar algo. - El joven traerá algo de vino. Mientras tanto, podemos hablar de qué les hace navegar por el Río de Cristal. Seguramente tengan una historia interesante que escuchar...- añadió la mujer mientras sonreía con candidez.

La mirada de la mujer se detuvo en la suya y todo se aclaró. Elenzeran se descolgó el mandoble de la espalda y se acercó lentamente hacia la mesa. Por un momento pensó en continuar con la farsa y poner en marcha la estrategia de hacerse pasar por peregrinos pero ante la constatación de la naturaleza de su anfitriona su lado más sincero y directo se impuso. Devolvió la mirada dura y fría.

No me pasa nada raro, mi señora.... Pero tengo una especial habilidad para descubrir las malas intenciones. Así que no perdamos más tiempo y vayamos al grano... ¿Dónde están los enanos? Llévenos hasta ellos y todos saldremos con bien del asunto....

El monje Había estado callado como siempre, atento a todo y preparado para todo. Obviamente no estaba ni en posición de meditación ni en trance, pero si observador y sensible a las perturbaciones.

Tras la reacción rápida de Elenzeran no tuvo más remedio que dejar de ser perceptivo de forma sutil a ponerse totalmente en guardia, no tensó su postura, aun no, pero ahora más que nunca fijó sus sentidos. El paladín no solía equivocarse en estas cosas.

La mujer recibió con sorpresa las palabras del paladín. Su cara de estupefacción y palidez, sólo denotaban una cosa... ¡¡Terror!!

- ¡¿De qué enanos habláis?! ¡¡No me hagáis daño rufián!!- exclamó atemorizada mientras se echaba de rodillas al suelo, buscando protegerse. - ¡¡No nos hagan daño!!... ¡¡No sé de que hablan!!... ¡¡Puedo darles dinero!!... ¡¡No es mucho pero...!!- seguía sollozando desde el suelo la mujer con las manos alzadas. -¡¡Pueden coger todo lo que deseen!! ¡¡No diré nada!!- añadió al tiempo que unas lágrimas cristalinas comenzaron a brotar de sus ojos. 

Aunque la interpretación es para darle un Óscar, estás seguro de que miente.

La magnífica interpretación de aquella mujer no impresionó en absoluto al vetusto paladín. El mal era artero y falaz, se valía de la palabra para sembrar la duda y el desconcierto de los buenos de corazón. Pero Elenzeran no se dejó engañar y continuó firme en su propósito...

Señora, no queremos su dinero en absoluto. Solamente queremos que nos indique el paradero de unos enanos que sabemos que fueron conducidos aquí por una Barcaza de Fe. Puede lloriquear, puede patalear, puede implorar por su vida pero no tengo intención de arrebatársela. Nos conduce donde están encerrados nuestros amigos y nos vamos. Así no tendrá nada que lamentar.

La posición del servidor de Iomedae era implacable. Siempre era conveniente resolver los problemas con la palabra pero no dudaría en ponerse más duro si la ocasión lo requería.

- ¡¡Criatura ruin y abyecta!!- exclamó la vieja con los ojos hinchados de llorar. - ¡¿A caso que vas a hacer?! ¡¿Matarme con tu mandoble?! ¡¿Eso es lo que dictan tus votos?!- dijo señalando con su dedo a Elenzeran - ¡¡He visto tus enseñas!! ¡¡Ya sé a quien promulgas tu fe, pues no lo escondes!!... ¡¿Iomedae insta a matar o torturar ancianas?!...- dijo aceptando su destino Addas. Justo en ese momento, un par de mujeres más, vestidas con ropas de labriego y entraditas en carnes, entraron alborotadas al oír el follón organizado. 

- ¡¿Qué sucede Addas?!... ¡¿Quiene son estos matones?!- dijeron arrodillándose junto a su hermana. Ambas llevaban pañuelos cubriendo sus canosos cabellos, una de color azul, mientras que la otra portaba un pañuelo de seda amarillo. Sin duda ese pañuelo resultaba muy familiar...

¡¡Cojan o busquen lo que quieran, pero déjennos en paz!!- sentenció la mujer del pañuelo azulado mientras se abrazaba a sus hermanas.

-¡¡No dialogues con ellos Eugenia!! ¡¡Se sienten muy fuertes amenazando a tres ancianas desvalidas!!- volvió a la carga Addas, al tiempo que las lágrimas volvían a fluir por sus regordetas mejillas...

La situación se complicaba por momentos, las palabras del paladín habían alterado a la mujer y todo empeoró cuando entraron otras dos que también se pusieron a gritar como gallinas matadas a escobazos.

A Gudrid no le gustaba nada ese sitio, y mucho menos las tres señoras. ¿Y si estaban montando ese alboroto para llamar la atención de los demás ocupantes del recinto?

Con gesto severo, pero sin perder (de momento) la ternura de sus ojos se dirigió al trío de señoras: - ¡Ya está bien! ¡Basta de gritos y gimoteos! Ya les hemos dicho que no queremos hacerles ningún daño. Respondan las preguntas de mi compañero y no les pasará nada, tienen mi palabra - la sacerdotisa se llevó la mano al pecho para reforzar sus palabras. - Por favor, se lo suplico. Deben entender nuestra postura.

Gudrid sabía que esas harpías no eran trigo limpio, por ese motivo, sus últimas palabras en forma de súplica le dejaron un sabor agrio en la boca. Pero el corazón de una seguidora de la Cálida Senda, ha de moverse por la compasión. Hasta el más abyecto ser puede encontrar la redención si se le muestra el camino correcto.

Tampoco le pasó desapercibido el detalle del gualdo pañuelo, pero decidió no darle importancia en ese momento: los problemas de uno en uno.

Podría parecer inmisericorde pero los caminos del mal buscaban socavar los sentimientos más puros de la gente de bien y Elenzeran luchaba contra toda manifestación maligna. Aquellas mujeres eran malvadas y cualquier acción que emprendieran no podía ser tomada a la ligera.

Al parecer no es posible dialogar con vosotras. No es mi intención acabar con vuestra vida y no lo haré... Si no os oponéis a que inspeccionemos la posada todo irá bien. Chicos, vamos a darnos una vuelta para investigar el lugar... Creo conveniente poner a buen recaudo a estas tres, una cuerda y unas mordazas nos vendrían bien....

La escena vista desde fuera podría parecer cruel y despiadada pero Elenzeran se guiaba por rectos designios y nada le apartaría de llevar a buen puerto la misión que tenían encomendada. La vida de varias personas corría peligro y por ello no escatimaría en su esfuerzo por ponerlas a salvo.... aun a costa de lo que pensaran los demás.

Las tres ancianas mujeres no opusieron ningún tipo de resistencia, tan sólo sollozaban y se lamentaban por tan desafortunado desenlace. En un acto de intentar preservar su vida, una de ellas, la del pañuelo amarillo acabó por confesar:

- No hagan daño a mis hermanas... Ellas no han hecho nada malo... - decía entre gimoteos y lágrimas la más joven de aquellas mujeres.

- ¡¡No digas nada Tarsis!!- Exclamó Addas de forma vehemente, mientras azuzaba los nudos de la cuerda que la inmovilizaban.

- ¡¿No lo ves hermana?!- Intentó decirle con tono calmado a su hermana mayor -Esta gente no dudará en matarnos si no le damos lo que quieren... ¡¡Y yo no quiero que muráis!! ¡¡Por que nada tenemos que ver con esa malvada gente!!- Volvió a elevar su tono de voz.

- ¡¡NO POR FAVOR!! ¡¡LOS RAZMIRI NOS MATARÁN A TODAS!!- gritaba como una posesa.

- ¡¡En los baños!!... ¡¡En los baños hay una trampilla que conduce a un subterráneo!! ¡¡Allí están las personas que buscan!!- se detuvo un momento par tomar aire y proseguir - ¡¡Nos obligaron a tenerlos aquí!! ¡¡Nos obligaron!! ¡¡Se lo juro por los dioses!!- finalizó Tarsis rompiendo a llorar como un lactante hambriento.

Tan buen punto como cantaron las mujeres su implicación, forzada o no, en el secuestro de los emisarios enanos Satinder extrajo una cuerda de cañamo que colgaba de su cinto, bien equipado para la guerra en bosques y entornos salvajes.

- Buena dama... creía que habíamos comenzado nuestra conversación con buen pie. - dijo con tono severo. - Os hayan obligado o no, ya no tenemos garantías para fiarnos de vosotras. No tenemos intención de haceros daño, os ataremos y permaneceréis aquí por seguridad hasta que rescatemos a los enanos. Así que colaborad y sereis tratadas con justicia. - dijo el arquero nirmathiano al tiempo que mostraba la cuerda a las mujeres. Su afabilidad se había tornado en una dureza y frialdad que caracterizaba a cualquier buen guerrero en una situación de peligro.

- Que alguien vaya a por el muchacho de fuera, no podemos fiarnos que las libere o que vaya directamente a dar la alarma. Habría que asegurarlo con cuerda también. En menos que canta un basilisco tendriamos otro contingente de fanáticos razimiris por aquí... -

Al final la presión hizo efecto en una de las mujeres, que acabó confesando que eran cooperantes forzosas de los sectarios razmiri y acogían dentro de su establecimiento a sus prisioneros. Pena no les dio, y que lo hiceran por la fuerza estaba por ver... Pero lo importante es que ya sabían donde estaban los emisarios. Aunque no la localización exacta.

No es mala idea Satinder, pero al menos una tiene que guiarnos hasta los baños. La mejor opción es la cooperativa Eugenia ¿no creéis? En cuanto al chaval sería recomendable tenerlo controlado...

El chico... Ahora caían en la cuenta del muchacho. Pero cuando la idea se gestó en la mente de Satinder, era demasiado tarde. La acalorada discusión que mantuvieron los pathfinders con aquellas mujeres, había permitido a Rosh marchar de allí sin que nadie se percatara de su falta. Sin embargo, quizás el mozo se alejara atemorizado por el grupo de aventureros y el tono creciente de las palabras cruzadas con Addas y sus hermanas. Elenzeran no había detectado mal en él...

- ¡¡Dejad al muchacho!! ¡¡Él... Él no tiene nada que ver con todo esto!! ¡¡Seguidme y... y os mostraré dónde está el baño!!- Afirmó Eugenia temblorosa. - ¡¡Sólo así tendréis lo que buscáis!!- finalizó deseosa de que el grupo de pathfinders cogieran lo que habían venido a buscar y se marchara.

Satinder observo severamente a Eugenia detenidamente - Tu nos acompañaras al baño, pero te lo advierto, al mínimo intento de traición me echare sobre tí como un lobo sobre su presa... - advirtió el semielfo, y instantes despues, utilizó la cuerda de cañamo para atar a las otras dos mujeres y realizar uno de sus nudos de cazador para evitar que pudieran marchar y dar la alarma.

- Vosotras dos.... - en referencia a las mujeres retenidas - más os vale ser pacientes hasta que volvamos. Si todo va bien, os liberaremos y podreis marchar sin rencores ¿Entendido? - aseveró el arquero.