Partida Rol por web

En el jardín de algún chalet adosado de Neavitt, diciembre de 1984. 12 AM, varias horas después de la despedida de Emily.

Tom Holloback, vestido con un ridículo albornoz granate que se ha agenciado en alguna casa cercana,  hojea el ejemplar de mayo de 1980 de la revista Penthouse (encontrada junto al albornoz) mientras devora una sabrosa barrita energética. La mujer del primer "artículo", una rubia de curvas despampanantes y rostro angelical, parece seguir con la mirada la mandíbula de Holloback menearse arriba y abajo lentamente, aplastando el sabroso bocado de chocolate. No está claro si el de Missouri está prestando una atención importante a la revista (incluso si está pensando en tocarse), o si únicamente está dejando caer sus ojos sobre ella para evitar la mirada de Randall.

Una repentina y potente ráfaga de viento saca a Tom de sus ensoñaciones, y le obliga a agarrar la ropa del tendedero del jardín con ambas manos para evitar que salga disparada hacia quién sabe dónde. Su chaqueta y pantalón están ya casi secos, después de haberse empapado completamente tras el encuentro "en alta mar" con la buena de Susan y sus amigos comunistas.

Desde unos metros de distancia, Randall observa la escena. Tom tiene un aspecto ridículo, en calzones y con el albornoz enrollado desordenadamente sobre la espalda por el viento. Parece estar enfurruñado y peleándose con las prendas del tendal, que se agitan de forma enloquecedora. El muchacho está a punto de soltar una carcajada, pero este impulso se detiene súbitamente. No cree que sea el momento. Por culpa de ese hombre, ha tenido que abandonar a Emily en manos de quién sabe qué gente. Quizás también por culpa de Tom y su gatillo fácil, la situación se fue de las manos en Villa Lucía. Dominic, Everett, Audrey Lafayette, el bueno de Barry Corver... la muerte de muchos de ellos podría ser su culpa. Aunque, por las noches, Randall también ha tenido mucho tiempo para hacer autocrítica y para dar mil vueltas a su forma de gestionar el carácter de Negan. Quizás si hubiese dejado a ese bastardo entrar en la casa y llevarse la mitad de todo, las cosas no se hubiesen ido de madre. Al fin y al cabo, solo soy un chaval con aires de grandeza. Quizás otro lo hubiese hecho mejor. O quizás no. Yo asumí la responsabilidad. En cualquier caso, ya es tarde para flagelarse,  hay que pensar en el presente. Y en uno mismo, y en sus compañeros. O no.

 Su mirada se detiene en Tom de nuevo. El ex-militar ha dejado de forcejear con la ropa y observa a Randall con descaro, como intentando escudriñar que pasa por la mente del joven, o quizás retándole. Dime algo, DIME ALGO, ¡¡VAMOS!! DAME UNA EXCUSA PARA ROMPERTE ESA CARA DE NIÑATO - eso es lo que quiere, quizás esté buscando una excusa para terminar conmigo - piensa Randall. Al fin y al cabo, todo el que tiene contacto con Tom acaba, por un motivo u otro, uniéndose al ejército de los no muertos. 

Los dos hombres quedan por unos segundos frente a frente, mirándose a los ojos.

Tras sostener durante varios segundos la mirada de Randall, Holloback esboza una media sonrisa y se da la vuelta con una seguridad no exenta de arrogancia. Sin preocuparse de lo que Randall esté pensando, el exmilitar se encoge de hombros, como si hubiese tomado alguna decisión, se quita el albornoz granate y lo lanza a una esquina de la habitación, donde queda hecho una bola.

Antes de coger su ropa del tendedero, Holloback echa un vistazo rápido a su baqueteado cuerpo. Su mirada vaga por las numerosas cicatrices y marcas, testimonio de una vida repleta de emociones... incluso demasiadas emociones, sobre todo en las últimas semanas. En ese momento el mercenario se acuerda de la chica de la revista y lanza un suspiro casi inaudible. Le parece que han pasado siglos desde la última vez que estuvo con una mujer. Por si había pocas razones para dudar de que el mundo se ha ido a la mierda...

Pero... la vida sigue. Práctico como pocos, Holloback no cae en la tentación de deprimirse. La vida sigue. Todas las cosas por las que han pasado no han servido sino para confirmarle lo que ya sabía: los fuertes sobreviven, y los débiles... en fin. Mientras se pone la ropa aún parcialmente húmeda, el antiguo soldado recuerda a todos los que han quedado atrás: todos los habitantes de Villa Lucía, Luke incluido, las personas de la base, tantos conocidos y compañeros... el propio Holloback ha estado a punto de no contarlo en varias ocasiones, pero, ¿qué importa eso? El hecho es que él, Tom Holloback, sigue aquí. Está vivo, respira y y sigue caminando por un mundo lleno de posibilidades. Todos los demás están muertos. Eran demasiado imbéciles, demasiado débiles o simplemente demasiado desafortunados. 

Animado por esos pensamientos, Holloback, ya vestido -manchas de humedad se extienden por su camisa y sus pantalones-, se vuelve de nuevo hacia Randall aún con una media sonrisa insolente bailándole en el rostro. Finalmente dice:

- Después de todo, no hacemos mal equipo, chaval, ¿no te parece? He llegado a la conclusión de que te pareces a mí bastante más de lo que crees. Y eso está bien.

En la mente de Randall solo aparece una preocupación inmediata y es tan simple como que hacer a continuación. Habían pasado muchas cosas desde el inicio de aquel apocalipsis y si bien es cierto que durante este tiempo aquella extraña pareja habían logrado sobrevivir a todo lo que les había caído encima, pero siempre a un precio. A decir verdad, por fruto de sus decisiones se encontraban de nuevo solos en aquella casa, sopesando el próximo movimiento. 

Desdeña las palabras de Tom -aún no entiende porque sigue salvándole la vida a ese tipejo- y mira hacia el pueblo. 

Tenemos que buscar alguna armería- dice finalmente- para conseguir armas y municiones. No podemos quedarnos aquí eternamente y vamos a necesitar algo más que lo que tenemos actualmente para defendernos en caso de proseguir hacia...- calla durante unos instantes- bueno, hacia vete tu a saber donde. Pero el caso es que necesitamos mas armas. 

Mientras la pintoresca pareja conversa secamente, se puede escuchar el silbido constante de las hélices de algún helicóptero en Washington, a unos 10 kilómetros de distancia. Randall y Tom  llevan escuchando desplazarse al aparato casi desde que tocaron tierra tras encontrarse con Susan, pero no saben a ciencia cierta qué demonios hace un helicóptero (o varios) en la ciudad. ¿Estarán rescatando a algunas unidades militares aisladas? ¿Habrá algún grupo de supervivientes bien pertrechado? ¿Habrá atracado en el puerto algún portaaviones para realizar alguna operación? ¿Habrá vuelto Murdoch a la ciudad por algún encargo del Gobierno? Si es que tal Gobierno sigue existiendo, claro. No sería descabellado pensar que el bueno de Reagan ahora mismo esté danzando en las inmediaciones de la Casa Blanca, en busca de algún pedazo de carne sanguinolenta que llevarse a los carrillos - piensa Randall sin poder evitar una risilla traviesa al imaginarse la escena.

Por otro lado, también existe la posibilidad de encontrar alguna embarcación apropiada para cruzar el charco, y huir a alguna isla o algún otro lugar alejado. Por lo que comentó Susan, el ataque vírico se ha circunscrito a Estados Unidos. Muy posiblemente el virus aún no haya alcanzado las zonas más meridionales del continente americano. Y, si nada ha cambiado, Europa, Asia, África y Oceanía deberían estar limpias de zombies - reflexiona Randall, valorando distintas opciones.

Holloback se rasca lo que le queda de pelo, descuidado y desordenado, al tiempo que responde - Lo de las armas está muy bien, pero lo que necesitamos realmente es un plan. Un objetivo a largo plazo. 

El exmilitar se aproxima a la ventana y se apoya en ella, observando el mar con aire pensativo. Entonces continúa - Esa zorra frígida del submarino... - hace otra pausa y entrecierra los ojos durante un instante, como si estuviese imaginando algo - ... No es mala idea. Eso es lo que necesitamos. - se gira hacia Randall - No un submarino, claro, pero... un barco. Un barco que nos lleve lejos de esta puta tierra llena de cadáveres ambulantes. Podríamos ir a una isla caribeña, o incluso a Europa. O tal vez a África, un lugar excelente para perderse - asiente ante sus propias palabras, como si fuera algo obvio - Aquí no queda nada que salvar, con la excepción de... nosotros mismos. Así que yo digo que nos salvemos.

El barco puede servirnos, si. Uno de estos botes nos puede ayudar para movernos con más seguridad por la costa, aunque necesitaremos uno más grande para poder realizar un viaje más largo... eso y saber pilotarlo, y tener una tripulación para su mantenimiento-al fin y al cabo, los barcos no se pilotaban solos y dudaba que el mantenimiento pudieran hacerlo solamente dos personas. Pero eso eran problemas que debían solventar más adelante. Ahora lo prioritario era salir de allí. 

¿Sabes manejar un bote?

- ¿Manejar un bote? - el exmilitar ríe entre dientes - Chaval, para la navegación de cabotaje, sin perder de vista la costa, cualquier bote que encontremos podría pilotarlo hasta un chimpancé. Solo necesitamos la embarcación, combustible y saber manejar un volante y dos palancas. Creo que podremos apañárnoslas. Cruzar el océano ya... es otro tema - Holloback se pasa la mano por la barba, tan desordenada como el pelo - Supongo que no hará falta una tripulación muy extensa, en realidad, pero... la navegación, orientarnos... será complicado. En cualquier caso, sugiero que primero requisemos un bote y pongamos rumbo a algún puerto en el que podamos encontrar barcos más grandes. Una vez allí pensaremos en cómo resolver el problema de cruzar el mar.

Tras una pausa de varios segundos, que Holloback dedica a pensar en otras posibles alternativas -Randall ha escuchado la propuesta del exmilitar con su habitual mirada ovina (así la interpreta Holloback), pero no ha dicho nada-, vuelve a llegarles a través de la ventana el monótono sonido del rotor de un helicóptero...

- Ese chisme... - Holloback interrumpe sus reflexiones para asomarse discretamente, pero no logra ver nada - ... no me fío ni un pelo. - se vuelve de nuevo hacia Randall - Mira, teniendo en cuenta por dónde andan dando vueltas esos helicópteros, probablemente lo mejor es que vayamos en dirección contraria, es decir hacia el sur, tal vez hacia el puerto de Norfolk. Allí encontraremos barcos, seguro. 

Es una opción. Con suerte encontremos también alguna tienda para conseguir suministros- si no estaba ya todo saqueado- recojamos las cosas mas útiles y pongámonos en marcha de inmediato. Caminar por la noche no es una opción.

Tom invierte media hora en el sótano de la espaciosa casa, levantando cajas vacías, abriendo muebles y rebuscando en todo lugar donde todo americano suele esconder un arma. No le es difícil hacerse con un par de cargadores extra para su arma corta y un martillo, pero la búsqueda no arroja nada más de utilidad. Randall, por su parte, encuentra un bate de béisbol metálico en el armario de la habitación de los hijos. Después, voltea una mochila, dejando caer todos los libros de texto sobre el suelo, y baja hacia la cocina para volverla a llenar, pero de alimentos.

La cocina de la casa está coloreada por un inmenso charco de sangre granate que se ha secado al sol durante días, dejando en el aire un olor a hierro bastante insoportable. Allí, rebuscando en unos armarios que permanecen ordenados tal y como los dejaron los dueños, Tom y Randall hacen acopio de varias latas de conserva que les permitirá no pasar apuros durante unos días.