Alguien ordenó un cuarto de libra con queso...y un decapitado?
José cerraba el turno noche, apagaba las planchas y las freidoras, juntaba la basura en enormes bolsas de consorcio, y mientras depositaba todos los restos y desechos en el contenedor, una mirada fugaz lo llenó de horror y espanto. Ahí mismo, a escasos metros de la entrada, descansaba un cuerpo humano con un particular detalle: su cabeza no estaba.
Hay lugares donde el tiempo parece estar estancado. Todos los días son iguales, no hay cambios, nada se mueve. Sin embargo la gente es feliz. En este suburbio del Midwest americano, la calma es moneda corriente, enroque de ambición y progreso por una estabilidad tranquila que brinda el exclusivo lujo de dormir a la noche sin trabar cerraduras. Pero cuando algo quiebra ese sosiego, el ruido retumba por cada rincón de la ciudad y, lo peor de todo, es que nadie sabe que es lo que está pasando.
Los drow son una raza taimada, adoradores de una diosa demoníaca. Viven organizados en casas, estructuras familiares matriarcales. Purgan a los débiles, traman conspiraciones y alianzas con los fuertes, y cuando consiguen suficiente poder, se expanden conquistando y esclavizando al resto.
Año 2026. El mundo se fragmenta bajo el peso de guerras regionales, insurgencias y conflictos que se multiplican cada día. La cifra de muertos crece, y con ella la demanda de profesionales capaces de hacer el trabajo sucio lejos de la mirada pública.
Un grupo reducido de especialistas, elegidos por su experiencia y su capacidad de sobrevivir donde otros fracasan, es reunido para un encargo que nadie reconocerá. No habrá medallas, ni uniformes, ni patria. Solo una misión en tierra hostil, armamento moderno y una muerte casi segura.
Nadie los recordará si fracasan. Nadie los reclamará si mueren.