Partida Rol por web

Primavera de 1351. Mañana temprana.

El puerto ibicenco de Dalt Vita ("Ciudad Alta"), donde te has enrolado con otros "compayons", es decir, como gentes que se pagan el viaje a cambio de comprometerse a defender el barco en caso de ataque, y de ayudar a los marineros en las maniobras y mantenimiento del barco. Suerte que tu eres marino de profesión por lo que el capitán Pere lo tiene en buena estima.

La coca en la que viajáis a la península en regreso es propiedad de los hermanos Pujol, comerciantes de Barcelona, y de Pere Ginesta, el capitán de la nave (tocayo del tabernero amigo de tu padre). Tiene una eslora (longitud) de 16'5 m., y una manga (anchura) de 5 m. Su capacidad de carga es de 150 Tm, repartidas en dos bodegas (una para mercancías delicadas y otra para las comunes). Tras un vistazo al embarcar, pudiste comprobar que su tripulación estaba compuesta de una quincena de hombres, entre marineros, serviciales y companyons. En cuanto al propio Ginesta, se trata de un hombre de unos 40 años y aspecto recio, con una gigantesca barba de color gris que le llega, casi hasta la mitad del pecho. Lleva siempre un hacha de mano colgando de su cinturón, y es tan buen marino como temible cuando se irrita (y eso lo viste cuando gritó a un muchacho en el momento en que se le cayo un cajón vacío de especias y quebró...).

Con vientos favorables, no hay más de dos o tres días de viaje desde Ibiza hasta Valencia. El tiempo parecía bueno esa mañana, y parecía también que se mantendría así por bastante tiempo. La navegación se inició, pues, en óptimas condiciones. El trajín de cabotaje y velamen, organización en cubierta y demás. Los Serviciales (el cocinero, el carpintero y el barbero-curandero) marcharon a sus respectivos cubículos a organizar el trabajo también. Partísteis pronto de los muelles de Dalt Vita. ¡Viento en popa, a toda vela!

Ya eran seis años en la mar, ¿o eran siete? años ha que había perdido la cuenta y en aqueste momento, en el Mar Blava igual daba pues Jaume estaba curtido en tales lides y lo suficiente como para permitirse el lujo de bajar la guardia y enfocar su mirada en el horizonte, nunca inmutable y siempre insinuando grandes sorpresas pero no caería la breva en aquel viaje, sencillo y rápido. No por ello mal pagado.

Tras rascarse la barba castaña el marino empezó a trepar por las jarcias para así ocupar el lugar que le correspondía para soltar los amarres que ataban a las velas, tarea de otro compañero sería el tensarlas y atarlas para que se hincharan con la fuerza de Eolo.

Las velas se desplegaron en cuanto soltaste algunos nudos, y el viento entonces hizo su trabajo. Los vientos del noreste empaparon las lonas de la coca y los nudos del barco aumentaron. Justo antes de bajar de las jarcias por las que habías subido, escuchaste una conversación en la cubierta, entre tres marineros companyons. Fue algo rápido, pero por lo visto hablaban del "tipo con el ataúd y la muerta", y lo "extraño de velar un cadáver así, tan de continuo". El caso es que Pere Ginesta los sorprendió por detrás, y los hizo dispersarse hacia sus tareas, no son el correspondiente rapapolvo... Luego miró hacia arriba y te vio, pero no te dijo nada (a tí te tenía cierta estima, más alta que los marineros noveles que había contratado al mismo tiempo). Luego desapareció internándose bajo cubierta.

* * *

Cuando llevábais unas horas de navegación, donde ningún imprevisto se sucedía, uno de los companyons (Damiá, un muchacho de pelo oscuro y corto), sufrió un accidente. Mientras se encontraba trepando por el palo mayor del Mar Blava un brusco cambio del viento le hizo desplomarse, estrellándose contra la cubierta. Fuiste testigo del impacto, y la verdad es que no fue muy agradable: el cuello se le dobló, al igual que un brazo, de una manera terrible. Quedó pues casi delante de tus pies, y el de otros marineros que había por allí. Tenía ahora los ojos cerrados, fruto del impacto.

–¡Damián! –gritó Jaume del susto mientras miraba para arriba como si calibrase la caída creyendo que había esperanza alguna.

No encontró ningún otro peligro y acercóse al cuerpo del que creía ferido. Su cabeza estaba en una posición extraña y el joven no parecía respirar. Vióle más allá de cualquier esperanza y no pudo reprimirse por aquel suceso tan funesto y absurdo. Incorpórose y fizo el signo de la cruz mientras murmuraba unas palabras de pésame por el finado, entonces se acercó a uno de los jóvenes, alguien que hedía a marinero de agua dulce:

–Hay que guardarle para darle cristiana sepultura –le susurró mientras pensaba en el absurdo del suceso.

Supersticioso como buen lobo de mar que era, le fizo teorizar ante la posibilidad de que estuvieran malditos: un viaje sencillo en calma chicha no debería haberse saldado con tamaño accidente. Tras despedir al zagal dirigióse a buscar a los dos que antes había cazado susurrando, con la intención de encararles y demandarles una explicación más extendida sobre lo acaecido.

No sabías si el joven Damián había perdido la vida o estaba inconsciente. Tras hacerle la señal de la cruz, pues luego creíste que había pasado a mejor vida, se te quedó, al igual que la resto, una sensación desagradable. Pere Ginesta se acercó de inmediato, y casi la tripulación completa. Allí asintió a tus palabras sobre guardar su cuerpo para darle cristiana sepultura.

Está claro que así debe ser... -Julián, Renat -gritó a unos companyons que había por allí-, recoged al desgraciado y cubridle con una mortaja, el joven tendrá un entie... ¿¡Ehh!?

Entonces Damiá, mientras estaba siendo tomado de pies y manos, despertó. Sus ojos tornaron lucido otra vez, y hubo una sorpresa general en cubierta.

¡Está vivo! ¡Muchacho, Damián! -Pere se agachó para ver su estado, pues el joven había quedado tendido, pero ahora consciente-. ¿Estás bien? Tu cabeza... tu brazo... -ni Pere ni nadie sabían cómo había podido sobrevivir, pero los hechos eran los hechos.

Sí... ¿qué... qué ha pasado, capitán? -preguntó Damián aún conmocionado-. Estoy bien, me duele la cabeza -cerró sus ojos un poco, tocándose la cabellera-. Estoy un poco mareado, pero bien, don Pere.

–¡Que te has caído chaval! –gritó con efusicivad–. Me alegro de que te hayas despertado, ya te veía camino a las puertas de San Pedro.

Santiguóse por lo surreal del acontecimiento, pues Jaume prefería creer que aquello era acción del altísimo y no del maligno. Tendióle entonces su mano para ayudarle a incorporarse no sin mirar el brazo con preocupación. Por un momento creyó que había mirado mal el impacto y cómo el cuello parecía habérsele partido en el acto, pero prefirió achacarlo ello a la rapidez del suceso y por tanto consideró que lo había imaginado.

–Venga levanta y baja a los camarotes a descansar un poco

Damián se levantó, animado por tus palabras, ayudado por otros marinos allí presentes. Entonces Ginés se preocupó por él una última vez antes de hacer dispersar a todos sus asalariados. El muchacho entonces se marchó a los camarotes, como tu propusiste.

¡Venga! ¡Cada uno a su trabajo! -vociferó Ginesta en alto-. Y todos los allí presentes se dispersaron. Tú incluido.

Por tu parte, tras acabar algunas de tus tareas de cubierta, recorriste el camino de proa a popa buscando a Tomén, Xenaro y Bras. Eran los tres companyons a los que oíste charlar cuando estabas sobre las jarcias un par de horas antes... El caso es que los tres estaban en cubierta: dos de ellos fregándola y otro reuniendo unas cajas para limpiarlas.

El Mar Blava navegaba presto sobre el mar, bajo el sol.

Acercóse Jaume para fablar con los dos companyons que estaban limpiando la cubierta y tras facerles un gesto para reclamar su atención se les aproximó.

—Perdónenme vuesas mercedes pero no pude evitar oírles fablar del tipo del ataúd y señora. No sé si lo oí bien y normalmente no me meto en asuntos que no me atañen y a los que no me han invitado... —Miró entonces en derredor como si quisiera comprobar que no había oídos indiscretos—. Pero tras el accidente del pobre Damián me preocupa que hayamos sido embrujaos.

Los dos companyons se miraron entre sí, y no hicieron ascos a acercaste ante tu gesto, con tal de compartir un chascarrillo con otro marino (y de paso escaquearse unos minutos del trabajo). El tercero, el de las cajas, hizo lo propio, y se acercó a tí también.

-Sí, el tipo del ataúd -repitió uno-. Ese de la piel oscura... ¿no le habéis visto? -te preguntó uno-. Un musulmán de ojos rasgados y raras vestimentas.

-Que no es moro, te digo -dijo otro, contradiciendo a su compañero; eso parecía que lo habían estado discutiendo tiempo antes-. Creo que es Arabia, una tierra muy al este del mar que navegamos, eso dicen... -aclaró-.

-Sea quien sea, lleva un ataúd consigo, al cual vela... harto raro, y dicen que dentro yace una hermana muerta, o un familiar suyo, y que la lleva a Granada, capital de moros. ¿Y sabéis lo mejor? -te preguntó, como guardándose para sí el final que sus dos compañero ya sabían-: ¡El capitán Pere le ha cedido su camarote para la travesía!

-Yo le vi al embarcar, y era parco en palabras. Trató aparte con el capitán la subida a bordo, y aunque no parece dar problemas opino como tú, joven -te dijo el tipo que manejaba las cajas-. No es pájaro de buen agüero, y a la mar ahora temo más estando él aquí...

—Tanto da que sea de acá o allá, si son del sur son moros vengan de donde vengan pues pelean juntos y rezan al mismo indeseable —valoró Jaume mientras se rascaba la perilla pensando en una solución—. ¡Pardiez! ¿Tan mal vamos de maravedíes que dejamos entrar a cualquier pagano a cubierta? Voto a Dios que esto debe solucionarse, hay que movilizar a todos los companys para que Pere recupere el juicio. 

Temiendo que sus compañeros le ficieran acusación de felonía, se apresuró a explayarse para dar cuenta de sus intenciones:

—No es traición amigos míos —comenzó estrechándoles los brazos para aproximarles y así no les cazaran oídos indiscretos—, es supervivencia... Además traición sería si fuésemos contra el altísimo y tal vez sea éste quien nos está enviando señales de la felonía que estamos faciendo sin ser conscientes de ello. Eso si no es ese Alá quién casi acaba con el pobre Damián. Yo lo he visto y vive Dios que vos también, estaba para encarar a San Pedro y, sin embargo, no pasó de ferido. Eso fue un milagro más si no hacemos nada, lo próximo que nos veremos será un conxuro.

-¿Movilizarlos? ¿Cómo es eso? -preguntó uno de los companyons-.
-Pues un botín... -aclaró el otro-. ¿No es cierto?
-No, no es un botín, es... -respondió el tercero. Pero no acabo su intervención-. Mmmm... ¿Estáis seguro de lo que decís, muchacho? -te preguntó-. El capitán paga bien, a los más viejos, y a los nuevos les da buenas oportunidades de hacerse a la mar, hasta seis y siete viajes por mes... -concretó haciendo cuenta de su memoria-. No me parece a mí buena idea esa..., la de solventar por uno mismo las ordenes que nos da el capitán... Ehm... ¡No contéis conmigo! -te dijo, y se marchó a sus tareas, so pena de meterse en problemas-.

Los otros dos se miraron entre sí e hicieron lo propio. Tu afán de movilizar al personal, al menos comenzando por aquellos tres, no parecía dar sus frutos. Ahora debías rezar porque ninguno de ellos diera cuenta de tus palabras a otros marineros, o que llegaran a oídos de Pere Ginesta o incluso a aquel tipo del que se hablaba, tan embozado en esa capa de maldición.

Entonces te giraste y sentiste un estallido en tu pecho.

Tu rostro palideció un poco, pues te sorprendió encontrar en cubierta, caminando a tu lado y casi chocándose contigo, al tipo del que hablábais. Parecía ir a la popa, pues de ningún otro modo se hubiera topado así con tu presencia.

Era un tipo alto y fornido, de rasgos árabes y un rostro afilado. Era joven, y portaba un pañuelo negro, un turbante, sobre su cabeza. En su rostro lucía un bigote y prendas abiertas y anchas. Hizo un gesto de disculpa con la cabeza, por haberte sorprendido sin querer. Luego se apartó y continuó su camino que era el que sospechaste: el castillo de popa del Mar Blava. No con poco disimulo quedaste en cubierta unos instantes, mirando de reojo lo que hacía. Tras colocarse en el castillo, apoyó sus manos en la barandilla de la coca y miró el horizonte, pensativo.

—Maldito hideputa sarraceno —pensó para sus adentros Jaume mientras se entretenía dedicándole un par de miradas agresivas. Sin embargo, estaba solo en sus pesquisas y no le correspondía a él facer nada al respecto —. Vive Dios, que si esto vuelve a pasar, estarán todos más receptivos al problema. Y sí, para entonces nos podremos fablar con el patrón.

Tomada la resolución, echó un esputo por la borda y retomó sus tareas antes de que le dieran aviso por dejadez en sus funciones.