Partida Rol por web

La Flor de Occidente, la ciudad mas avanzada posiblemente del mundo entero.

Sus calles están repletas de nobles, abogados, médicos, artesanos de todo tipo... Pero también hay traidores, timadores y asesinos. Los sindicatos del crimen están muy bien organizados y más de una vez llegan a ser un problema incluso, para la Familia Real.

-No, no... Aquí no queremos aprendices... No hay trabajo para mas gente aquí... No, lo siento...

Parece que en esta ciudad nadie sabe decir más que NO.

Es difícil establecerse en una nueva ciudad, pero tu ya estás acostumbrado a ir de un sitio a otro en el mundo, siempre cargando con tus pocas pertenencias. Un martillo, unas pinzas, un delantal de cuero y poco más. No es nada fácil viajar con un yunque o  una fragua, así que sueles presentarte ante el gremio de herreros, o ante las fraguas y desear tener suerte...

En Aquilonia, aunque eres un buen herrero, nadie te suele contratar por ser bárbaro, así que aprender el secreto de maestros de como forjar las temibles armaduras de placas con cascos completos va a ser difícil. Los Herreros de aquí guardan celosos su secreto y lleva muchos años dominar la técnica.

Harto de dar vuelas infructíferas, decides presentarte en los barracones. Has oído que Aquilonia ha entrado en guerra y seguro que necesitarán herreros.

Cruzaste el puente de los reyes. Una enorme estructura de mármol blanco que cruza el río desde la ciudad hasta la ciudadela, donde se encuentran las villas de los nobles, los barracones, y el propio castillo Real.

Al cruzarlo te fijaste e los finos trabajos de mampostería que daban nombre al puente. Cada pocos metros una colosal estatua de mas de diez metros recordaba el rostro y la figura de algún rey muerto, muchas veces, disimulando grandes barrigas y hacíendolos mas heroicos y fornidos. Algunos tenían la cabeza cortada, en especial el penúltimo, Numedes III, y el último aun estaba en construcción, pero la placa ya anunciaba su nombre. Rey Conan I

-Aaaha... Muy bien, Pretorius, hijo de Velarius, ¿por qué no vas y se lo cuenta a alguien a quién le importe? Contestó el oficial. Esto es la Guardia de Tarantia. Aquí los títulos no valen nada hasta que no se demuestra lo contrario. Vé allí y dile al instructor que te quieres alistar. Luego te darán una sobrevesta y arregle tu armadura para el uniforme... A ver de qué pasta estás hecho.

Por lo que viste, el resto de los militares eran igual. Oficiales y caballeros que se creían superiores a los demás y soldados rasos o reclutas asqueados. También había buenas personas, por supuesto, pero eran algo más difíciles de encontrar. Hacer amigos iba a ser algo importante en ese lugar.

Cruzaste el patio de armas, donde se estaban preparando para la lección matutina. Tu tendrías que perdértela, pero ya tendrías tiempo de recibir golpes y hacer flexiones mas tarde. En la zona oeste, pudiste ver como dos Dragones Negros, fácilmente reconocibles por la cimera roja y la armadura negra, se entrenaban luchando entre ellos.

El combate era espectacular. Los dos guerreros, en pesadas armaduras completas de color negro como la noche, daban círculos uno al rededor del otro. Dos moles enormes de músculos y acero, de más de dos metros y un palmo en la cimera del casco que saltaban y chocaban sus espadas con agilidad como si no notaran el su peso, casi danzando. Uno atacaba, el otro retrocedía, un giro de mandoble...  El defensor trató de barrer a su rival con una pierna pero el otro saltó justo a tiempo para devolverle la jugada con un golpe vertical que el otro esquivó sin dificultad. El combate seguiría durante horas, pero no tenías tiempo de verlo.

Un rato mas tarde ya habías dejado todas tus pertenencias en tu nuevo hogar, unos barracones que dejaban mucho que desear. Tu caballo descansaba en los establos, donde le quitaron la silla y le dieron de beber. Tuviste que firmar unos papeles, responder unas preguntas y otros trámites que no te detuviste a pensar. Un hombre de honor no tendría que tener problemas para entrar en el ejército del Rey Conan.

Finalmente, ambos llegasteis a la herrería, aunque viajaseis por caminos distintos, vuestro futuro parecía coincidir aquí, después de todo.

Pretorius entró por la puerta del patio de armas, un tipo fuerte, pero de piel fina, que parecía no haber trabajado mucho en su vida y vestía ropas de calidad; mientras que Ragnar por la que daba a la calle empedrada de la ciudadela, era un norteño, eso era evidente, de espaldas anchas y pecho duro como el tronco de un roble, sus manos llenas de callos, los brazos esculpidos en piedra y el delantal de cuero lo delataban como herrero.

Ambos coincidisteis ante el maestro herrero que os juzgó con la mirada mientras le explicabais vuestros propósitos para llegar hasta él.

-Muy bien, recluta, por ahora coge uno de los uniformes de ese ropero, dijo el herrero, algo entrado en años, señalándole un viejo trastero, donde se amontonaban docenas de cotas de malla, cascos con la cimera azúl de la guardia de Tarantia, grebas y brazales de todo tipo...

Y en cuanto a ti... dijo rascándose la nuca llena de sudor y hollín, de momento vas a arreglar la armadura de Pretorius, para que se parezca a las nuestras. Ya veremos si te contrato o no, aunque me temo que pronto tendremos trabajo.

Dijo señalando con su martillo a la entrada.

Uno de los oficiales entré en la herrería, al tiempo en que Ragnar se preparaba para trabajar el metal y Pretorius se acababa de vestir con su nuevo uniforme.

-Eh! novato! Es hora de entrenar.

Su armadura de oficial estaba adornada con algunas filigranas y llevaba un blasón propio en el escudo, lo que hacía suponer que se tratase de un caballero ungido, pero no reconocisteis el blasón.

El oficial guió a Pretorius con los otros soldados.

-Vamos a ver si el nuevo recluta sale de una pieza. TU! Soldado! Un paso al frente.

Desde la terraza de la Torre Dorada, en el castillo se podía contemplar el patio de armas, donde el nuevo recluta parecía ir a batirse con otro de los soldados. Algunas doncellas del castillo observaban a los dos contrincantes aproximarse uno al otro, con la espada en la mano y el escudo en alto.

Uno de los soldados mencionó...

-Vaya, nunca había machacado a un zurdo, dijo al darse cuenta de la extraña guardia que utilizaba Pretorius antes del combate. Vas a tener el honor de ser el primero...

A pesar de su verborrea, no parece muy despierto en lo que se concierne al combate...

Ragnar se miro a si mismo, tenia experiencia en el combate y a pesar de ser del norte su pueblo se caracterizaba por la disciplina de sus guerreros, pero sabia que no se refería a él, así que miro a Pretorius y le alcanzo una de las espadas que estaba arreglando en ese momento. -Aquí tienes soldado -dijo con una voz tranquila y sosegada.

El nuevo recluta tomó al vuelo el arma que le arrojara el norteño, y la observó con detenimiento durante unos breves instantes. Luego, con cierto oficio, la sopesó en su mano izquierda, comprobando la solidez de su factura y la calidad de la hoja. Incluso probó a lanzar un par de cortes en el aire, examinando si se hallaba bien balanceada.

Por la mueca que se dibujó en su rostro, quedaba claro que el sujeto no parecía particularmente satisfecho con el bruñido y desgastado trozo de metal. De todos modos le dedicó una respetuosa reverencia al armero antes de abandonar la sala, inclinando levemente su cabeza en un claro gesto de agradecimiento. Finalmente, y sin decir una palabra, se internó con paso firme y sereno en el concurrido patio de armas.

A medida que se acercaba a la posición del oficial, utilizaba cada movimiento para intentar acomodarse a su nuevo atuendo. Había elegido una cota de malla que le quedaba demasiado holgada, que tal vez fuera algunos talles más grande de lo necesario, y el casco le bamboleaba torpemente sobre la cabeza. Incluso su escudo parecía endeble y desbalanceado, y no podía evitar golpearlo dolorosamente con su rodilla a cada paso que daba.

En verdad, no había contado con demasiado tiempo para elegir apropiadamente su indumentaria, y tampoco había tenido demasiadas opciones. Había preferido aquellas piezas a otras mejores pero más estrechas, que hubieran restringido seriamente sus movimientos. Realmente iba a extrañar a su vieja armadura. Solo esperaba que el norteño hiciera un buen trabajo... y que terminara cuanto antes.
 

Ragnar golpeaba la armadura que Pretorius iba a llevar durante su servicio, la forjo a base de martillo y fuego, las herramientas que alli habia no estaban mal y la forja le llamo mucho la atencion era totalmente diferente a lo que el estaba acostumbrado a ver en su pueblo natal. Esta es una larga chimenea blanca con un horno abierto, se podia acceder a las brasas para calentar el metal, desde todos los lados; en el que el aprendio era una horno cerrado con un solo acceso, en una habitacion cerrada y el edificio siempre rodeado de casa adosadas para aprovecar el calor de la forja. El frio extermo de su pueblo obligaba a todos a no desaprovecar el calor.
-!EEEE¿ -gritaba Ragnar al golpear la nueva armadura, de fondo se escuchaban los gritos de Pretorius en combate -Solo puedo realizar el armazon seria conveniente tomarle las medidas exactar, ademas por lo que veo es zurdo al final de la sala habia una puerta que daba al campo de entrenamiento, desde ahi se veia como Pretorius combatia y portaba el arma en su mano izquierda.

El Feje de los Herreros observa atentamente como trabaja el norteño, mirándolo con desconfianza a cada partillazo que da, haciéndolo sentir un poco incómodo.

Bueno, no está mal... Tienes talento para esto. Lamentablemente no tenemos mucho trabajo ahora. El hierro que nos traían de Gunder apenas llena ya un carreta al mes.

El viejo hombre de espalda encorvada, pero de fuertes y firmes brazos se rascó la la cabeza calva, manchándose de ollín.

Si quieres puedo enseñarte, puedes ser mi aprendiz, pero no voy a poder pagarte. supongo que podrías dormir en los barracones también, ahora hay camas libres.

El soldado no esperaba una reacción tan rápida de Pretorius.

Cuando estaba aun tanteando la posición de las espadas, tratando de sacar ventaja a su posición y equilibrando mejor el peso que su rival, se lanzó contra el soldado en un abrir y cerrar de ojos. Apenas pudo ver venir al nuevo recluta cuando le golpeó por su flanco derecho, por lo que el escudo apenas le sirvió para nada.

La espada de Pretorius sonó fuertemente contra la cota de malla, haciendo saltar algunas anillas y seguramente, rompiendo alguna costilla.

El soldado contestó con una maldición y un espadazo precipitado paralelo al suelo, que Pretorius esquivó sin dificultad.

Vaya, eres fuerte, novato, pero aun hay que mejorar esa esgrima...

Dijo el oficial mientras miraba el combate, complacido.

Continuad...

El novato había avanzado con paso firme y sereno hasta el centro del patio, otorgándole a sus movimientos un ligero tinte ceremonioso. Su andar solo se detuvo cuando pasó junto al oficial que daba las órdenes, y únicamente por unos breves instantes, solo lo suficiente como para dedicarle una sencilla reverencia al superior. Luego de ello, se paró frente a su oponente y alzó la empuñadora de su propia espada hasta la altura de su rostro a modo de cordial saludo.

A partir de ese momento, desapareció todo rastro de cordialidad. El contraste fue bastante marcado, y no pocos se impresionaron por la violencia del cambio. En verdad, los brutales tajos y golpes que siguieron, que sonaban estentóreos en el amplio patio y conseguían sacar chispas de cada encuentro del metal contra el acero, tenían bastante poco de ceremoniosos, como no fuera algún antiguo y olvidado ritual pagano de bestialidad y de muerte.

En cualquier caso, pronto fue evidente para el nuevo aspirante que su rival jamás se había enfrentado a un oponente zurdo. De haber sido así, evidentemente no estaría luchando contra él en aquel patio.

Pretorius solo necesitó dar un par de pasos hacia su costado, moviéndose furtivamente hacia su derecha en un leve semicírculo para descubrir que aquel soldado no tenía ni la menor idea sobre como proteger aquel flanco. Seguramente, estaba acostumbrado a recibir los golpes por el lado del escudo, y nunca se había preocupado por utilizar su espada como defensa. Aquello era un error imperdonable, aunque bastante común por aquellos días, en que las viejas tradiciones de esgrima parecían haber caído en desuso.

Con un movimiento vertiginoso y preciso, que pocos de los presentes alcanzaron realmente a atisbar, el novato penetró la guardia de su oponente con un golpe directo y punzante, que apuñaló el costado del soldado, haciéndolo retorcerse de dolor.

La respuesta de su rival fue previsible y lenta, quizás afectada por el doloroso pinchazo que el sujeto había sentido en sus costillas, y Pretorius no tuvo inconvenientes en agacharse levemente para esquivar la hoja enemiga, que cruzó el aire por sobre su cabeza en un furibundo tajo horizontal.
 

-Nunca se sabe que puedo aprender de un herrero del ejercito, llevara muchas años curtiendo en acero, incluso podría enseñarme ha hacer armaduras pesadas al estilo de Aquilonia

Mientras seguía golpeando el acero
-Nunca se sabe cuanto puedes aprender de otro herrero, no soy un novato pero si que soy consciente que no soy ni la mitad de bueno que los herreros de esta Tarantia. Con eso quiero decir que estaría encantado de aprender como forjáis el acero en estas tierras -era una oportunidad que no podía desaprovechar, después de muchos intentos de aproximarse a un herrero este era, y sin intentarlo, la primera vez que lo conseguía, siempre era re-celosos de enseñar sus conocimientos. -Y por el dinero, ya me las apañare, de algo tendré que vivir, sino puedo trabajar aquí también como soldado -tenia algo de experiencia militar su cuidad natal era considerada una de las ciudades con mas disciplina en sus guerreros algo raro entre los habitantes del norte

 En los balcones del palacio, al otro lado del puente, los nobles y cortesanos curiosos se arremolinaban en las cornisas para no perderse detalle. Unos parecían distraídos y bromeaban sobre la banalidad del espectáculo mientras que otros hacían apuestas y algunas doncellas se ruborizaban y se hacían confidencias chismosas al oído.

Un golpe tras otro, Pretorius se enfrentaba a su rival sin darle oportunidad a elegir. Sus armaduras al principio relucían bajo el sol del medio día. Las espadas de torneo, sin filo, eran como rallos de luz girando, chocando y retorciéndose.

Ambos encajaron golpes. Las armaduras recibieron la mayor parte del daño pero al día siguiente los dos contrincantes despertarían con el cuerpo lleno de moratones pero finalmente, Pretorius golpeó al soldado con un ágil y bien calculado golpe de esgrima, dejando la espada de su adversario tendida en la arena y una seria abolladura en el casco, que sin duda, le dejaría una jaqueca horrible durante una semana.

El otro soldado estaba medio inconsciente en el suelo y algunos de sus compañeros lo recogieron y lo llevaron a que revisaran sus heridas. Pretorius, cansado y con el brazo del escudo dolorido por soportar una docena de golpes se giró hacia el oficial, puede que con algo de arrogancia, pero con una buena sensación de triunfo.

El oficial se encaró a él con una mueca de desagrado.

-Por que bajas la guardia novato? El combate no se acaba tras vencer al enemigo. Se acaba cuando yo lo digo. Eh! tu, Octavio, tu turno.

El soldado que respondía al nombre de Octavio se ciñó el casco con las correas bajo la barbilla sin dudar la orden y recogió una de las espadas embotadas.