Partida Rol por web

Fertús, el lacayo, mira a su compañero con una expresión de horror en la cara, y se da la vuelta para salir corriendo, tirándose hacía la tapia del corral, que escala saltando sobre un arado. 

Detrás tuyo, el mozo que te avisó, comienza a pegar alaridos. -¡DON TIMOTEO, DON TIMOTEO...!-, y frente a tí, el lacayo se encoge doblandose sobre si mismo alrededor de la espada. 

Saco la espada sin dificultad y me doy la vuelta al ver al muchacho llamar al tal Timoteo. Estoy tranquilo, siempre he estado tranquilo en lances de espada. Envaino la espada y espero a que llegue el que supongo es el dueño de la posada, miro por si acaso al lacayo morir, no vaya a ser que no esté tan malherido.

Veo que ante mis palabras y mi golpe se aleja de mí, aunque sigue hablando en una lengua que no es humana y mucho menos divina por lo que vuelvo a sacar mi hoja y armado de mi justa fe arremeto contra la bestia.

¡¡¡Acalla tu inmunda lengua, criatura del demonio!!! Hoy sufrirás la ira del Señor para que no vuelvas a ensuciar este mundo con tus vilezas, sacrílega criatura..

La puñalada hace un corte en la traquea del hombre que te agarra, que en un reflejo, se echa hacía atrás bruscamente, queriendo escapar de la hoja de tu cuchillo, y se golpea sonoramente la nuca en la pared de la cuadra. -¡AaGHH!-  Agarrándose el cuello con las dos manos, el hombre resbala por la pared, cerrando los ojos. El otro hombre se queda quieto mirándote, con los ojos muy abiertos frente a tí. 

-¡Vayase perro sarraceno! -Gritó a aquella figura humana en la oscuridad mientras blandía el puñal con dos manos, asustada... Pegando cortes en el aire buscando así espantar a aquella personificación de la muerte, dispuesta a hacer quién sabe qué clase de perrerías.

Algunas ya las había vivido y no tenía ninguna intención de repetirlas.

Un segundo corte encontró su sitio en el abdomen

El golpe de Tancredo acierta al lobo negro que retrocede aún más en las tinieblas, pero sin emitir quejido alguno. La espada del caballero está manchada de un liquido que de ser tan negro, uno no lo llamaría sangre. 

Zacarías emplea todo el peso de su cuerpo en acabar con el lobo que le ataca, barriendo con el hacha el vacío y fallar. El movimiento pilla desprevenido al judío, al que se le escapa el hacha volando hacía el arbusto en llamas, donde queda enganchada...

Por el camino que lleva a Ucero, donde antes sólo había oscuridad, ahora se ven unas luces.

A pesar del sudor y de la excitación del combate, sientes algo extraño. No es el dolor de un golpe o de una rozadura. No es agudo, como un corte. Es como si te quemasen con fuego e hielo a la vez, bajo la loriga, en la cabeza, y en la mano con la que sostienes la espada. 

Oyes unos gritos al otro lado de la tapia, desde la calle. Es el mesonero. 

-¡La guardia, la Ronda... ¡La Ronda! ¡En el mesón!-

Y al cabo de unos instantes, Oyes carreras y la puerta del mesón que se abre. Ante tí aparecen tres soldados armados, el mesonero y varios vecinos, con horcas y hoces. 

Tranquilos señores que no les pretendo ningún mal. Vayamos a hablar con el alguacil et les explicaré lo que ha pasado. Que venga el mozo que ha sido testigo de lo que aquí ha acaecido.-digo con tranquilidad sabiéndome inocente et que si es cierto que he matado, también es cierto que me han atacado et estaba en inferioridad.

-El aquí presente con el suyo compinche pretendía robarme el caballo, les dí el alto et me atacaron. Yo me defendí et mandé a aqueste omne al infierno del que había salido. Lo siento si les he ocasionado algún perchance et les he molestado durante el sueño. -digo sabiendo que un noble no tiene ´que dar explicaciones a plebeyos, pero no me cuesta nada et tranquiliza a la turba.

Ahora vayamos con el alguacil, expliquémosle el caso et continuemos cada uno con la suya vida.-doy por zanjado el asunto y me dejo guiar hasta donde esté el alguacil. Todo esto con la mayor tranquilidad, como si matar a ese ruffian fuse lo más normal del mundo.

-¡Sólo queríamos el caballo!- La voz parece quebrada, como un lloro. -¡Para que queredes el jamelgo, malnacida!-

Y tras esquivar tu puñalada, se acerca para intentar golpearte, pero su golpe falla.  

-¡Ya me conozco vuestras intenciones aviesas malnacíos!- Maldijo antes de repetir el ataque con otras dos estocadas que impactaron casi de manera continua en el cuerpo del oponente. 

El lobo negro parece que se aleja del ataque del caballero, aunque sigue murmurando en esa extraña lengua. Veo por el camino de Ucero luces, espero que sean refuerzos.

También veo el hacha de Zacarias salir volando, después de acabar con el lobo que me atacaba. Me preparo para atacar e intento golpear al lobo que ahora esta atacando a Zacarias.

El lobo negro se lanza otra vez contra el caballo de Tancredo, pero el caballero le lanza un espadazo, a la cabeza que aunque falla, le hace retroceder, y la bestia no puede morder al corcel. Don Tancredo lanza un revés de espada que esta vez sí golpea el lomo del animal, que aúlla de dolor como una persona.

-¡AAAaaaahhhhh!-La sangre salpica al caballero. 

Pere se lanza a por el lobo que atacaba a Godesteo, y este se revuelve y le muerde en la pierna, parecería un perro molestando a su amo, si no fuera por la cara de terror de Pere, que con todas sus fuerzas le golpea con el cayado que empuña. El animal le suelta gimiendo de dolor, y sale corriendo por fin hacia la oscuridad. Otro gemido de dolor canino se oye al otro lado, cuando el lobo que acaba de morder a Zacarías en un costado, y al que Orosia intenta sacudir, recibe un hachazo en una de sus patas y una cuchillada de Froilán. Los lloros y quejidos de los lobos dan un vuelco a la cacería de las fieras, ahora luchan por sobrevivir. 

Pero esta vez se oye un grito de dolor humano. El lobo que estaba enzarzado con Fray Tomás salta tras retroceder y clava sus fauces en el costado de Fray Tomás que desesperado se echa hacía atrás abriendo con sus manos la mandíbula del lobo. Cuando le suelta, Fray Tomás, cae de culo y después se tumba a un lateral quedando inmóvil. El lobo tiene las fauces manchadas de sangre. 

Una gelidez se siente de repente, como si hubieraís entrado a una cueva húmeda, y las llamas del arbusto tiemblan y se reducen aún más. 

Tancredo, aún contra un lobo, empieza a sentir la satisfacción de ganar el lance.

Pero algo ocurre. 

Aunque sigue en pie y amenazante, el lobo negro es una sombra plana y transparente. Sus dos ojos rojos aún brillan con el refulgor del infierno, pero se puede ver a través de su cuerpo, y la hoguera del fondo ya no proyecta su sombra. 

Y la espada, loriga y celada de Tancredo están cubiertas de escarcha.