Partida Rol por web

Tras preparar las cosas como ha dispuesto el teniente, os desplegais en linea, con él al frente. Incluso desplegais un improvisado estandarte.

Empezais un trote ligero en la contrapendiente de la colina por unos 100 metros. Eso hace que empeceis a armar ruido y a levantar una nube de polvo.

Al llegar a la cima de la colina ya estais rodeados por una buena polvareda. Entonces para dar más efectividad al asunto, el corneta empieza a dar el toque de carga.

Los españoles, que creen tener el sector seguro, se quedan de piedra al oirlos.  Cuando os ven

Tras preparar las cosas como ha dispuesto el teniente, os desplegais en linea, con él al frente. Incluso desplegais un improvisado estandarte.

Empezais un trote ligero en la contrapendiente de la colina por unos 100 metros. Eso hace que empeceis a armar ruido y a levantar una nube de polvo.

Al llegar a la cima de la colina ya estais rodeados por una buena polvareda. Entonces para dar más efectividad al asunto, el corneta empieza a dar el toque de carga.

- ¡Escuadrón, duro con ellos!- grita el teniente.- ¡Vive l'empereur!

Los españoles, que creen tener el sector seguro, se quedan de piedra al oirlos.  Cuando os ven, os confunden con la vanguardia de todo un escuadrón.

Solo hace unos segundos, el comandante Ceballos staba muy satisfecho de sí mismo. Oficial cuartelero, promocionado mediante la compra de cargos, su carrera había sido un soberano aburrimiento hasta ahora, cosa que ya le estaba bien. Se las había apañado para perderse la guerra de los Pirineos en 1794, y se preparaba para jurar lealtad a José Bonaparte, pues es poco amigo de aventuras, cuando le pilló el motín patriótico en Cádiz.

Unido a la rebelión para evitar el paredón, Ceballos se había propuesto hacer lo mínimo posible, pero la victoria contra la división Dupont le ha dado, por primera vez en su vida, ansias de gloria. Ahora lleva sus fuerzas al norte para atacar la muy superada y rodeada división Verdel. Una victoria fácil, se dice, que le permitirá obtener el ascenso a coronel.

Va con su uniforme de gala y su peluca empolvada, muy contento, cuando oye el toque de carga y, por primera vez en su vida, ve al enemigo cargar contra él. Rápidamente, hace dar la vuelta a su montura y cabalga hacia la infantería gritando con voz ahogada:

- ¡En cuadro, en cuadro!

Y olvidándose completamente de sus jinetes, que quedan sin jefe y sin órdenes.

Marcel sonríe torvamente. El comandante español ha salido por patas hacia la retaguardia, dirección a su infantería. Su caballería debe de estar, ahora mismo, desorganizada. Húsares a la carga contra jinetes sin cabeza, sí, eso suena bien, suena al tipo de de batalla a la que se apuntaría sin pensarlo mucho.

Magnifique. Parece que su jefe acaba de mancharse los calzones al vernos venir. Sabía que vuesas mercedes eran feas, camaradas, pero no me imaginaba que tanto- dice con cierta chanza Marcel, tan proclive a bromear y soltar pullas en medio del combate como cualquier buen húsar. Mejor para nosotros. ¡Duro con ellos! ¡Pour l'Empereur!

Marcel saca la carabina. Es hora de cazar patos.

Jean-Baptiste galopa, sable en mano, en dirección a la caballería española. Sonríe para sí al ver que el oficial ha salido disparado hacia retaguardia, muerto de miedo, con lo cual al resto de la tropa le faltará tiempo para hacer lo propio en cuanto caigan un par de compañeros.

Se esfuerza por distinguir, de entre los jinetes españoles, cuáles parecen ser los más veteranos que, por pura lógica, andarán en cabeza de la formación, más que nada para no tragar tanto polvo.

- Marcel: podrás disparar con un -20. No podrás recargar, eso sí.

- Chamberlac: tira buscar.

Tendreis que hacerme todos igualmente una tirada de cabalgar.

Jean-Baptiste cree distinguir entre la polvareda lo que está buscando.

NOTAS DE REGLAS

El sistema de juego se basa en el sistema 1d100. Consiste en tirar el dado y sacar menos del percentaje que tengáis en la habilidad.

- Así si un tavernero tiene un 73% en Sacar Borrachos de su Taberna a Patadas y quiere sacar de su antro, por pesado a.... digamos... Lesniak, tira el dado, y si saca 73 o menos lo consigue.

Si teneis un modificador (positivo o negativo) este se suma o resta al percentaje ANTES de la tarada.

Sacar menos de un 10% del percentaj supone un crítico.

Por fin, entre el polvo, Jean-Baptiste capta la imagen de uno o dos veteranos que no se han alarmado tanto como su jefe y están intentando mantener la formación, y evitar que los novatos salgan disparados hacia retaguardia.

Sonríe tristemente y cambia el curso del galope para cerrar contra ellos.

manteniendo el rumbo de su montura con las rodillas, Armand Marcel baja la colina al trote contra la masa confusa de los jinetes españoles. Rápidamente se lleva la carabina al hombro, apunta al mejor blanco disponible (un patilludo oficial que intenta organizar las cosas) y dispara. Bendecido por Apolo tanto como por Cupido, su disparo hace florecer pétalos de sangree en el corazón del enemigo, que cae fulminado.

A su lado, Chamberlac localiza al grupo de soldados vestidos aun con restos de uniforme que parecen los únicos que reaccionan con control, preparando sus armas o dirigiendo sus monturas contra vosotros.

Marcel sonríe mientras devuelve la carabina a su cincha y saca el sable.

Uno a cero, més amís. A ver si sois capaces de acortarme la ventaja a la hora de hacer unas cuantas viudas a las que consolar en la carga, no se vaya a decir que Armand Marcel tuvo que pegarse solo con todo el ejército español. Odio que se me publicite en ese tipo de rumores, luego me dicen que abuso.

deChamberlac fija su atención en los veteranos españoles, y gesticula a sus compañeros de carga señalando con el sable hacia su blanco para cerciorarse de que caen todos como un vendaval de acero sobre el mismo objetivo, a fin de maximizar el efecto.

En contraste con los demás, deChamberlac no es muy dado a gritar durante los combates, prefiere ahorrar energía para la lucha, pero hay una frase que nunca ahorra cuando se lanza al combate.

¡VIVE LA FRANCE, VIVE L'EMPEREUR!

Por el rabillo del ojo, Marcel ve como otro de sus compañeros, el habitualmente taciturno Chamberlac, vira levemente y parece enfilar la dirección de un grupo de españoles. No se le ocurre por qué pueda dirigirse a ese grupo en particular, lo cierto es que él no se ha fijado excesivamente en ellos. Un ejército es un ejército. Se les dispara, a los que estén muy cerca para disparar se les pincha o se les raja hasta que se aparten, luego se les dispara otra vez. Claro, no todo es tan fácil, por eso hay tenientes, capitanes y generales que te dicen a quién tienes que disparar y pinchar. Él al menos nunca se ha preocupado por más, siempre le ha interesado más la batalla y el ruido de los sables... es lo que da las mejores historias, y las mejores historias son las que abren las alcobas de las mejores mujeres, que es lo que le interesa... más aún que la batalla, aunque, naturalmente, el siempre ha cumplido y siempre cumplira con sus deberes de soldado, como buen fiel húsar que es.

Y cómo buen fiel húsar, sabe que a un compañero no se le abandona, vaya donde vaya... a la batalla, al vino, o al Infierno si se tercia y no hay más remedio. Así que tira de las riendas y azuza a su bestia para que siga tras la estela de Chamberlac.

¡Pour l'Empereur! ¡Húsares hasta la muerte!

Estais ahora ya a unos veinte metros de los confusos y desrganizados españoles. Caeis encima suyo gritando.

Podeis hacer ahora un ataque y luego cabalgar para zafaros y seguir huyendo, o directamente tirar cabalgar.

Armand se inclina en lateral sobre su caballo, y con la práctica de muchos años, aprovecha el impulso de la bestia para soltar un tajo que le habría afeitado las patillas a la altura de las tripas al español de uniforme más cercano, de no ser por esa especie de salope de cuatro patas que monta, que, espantado, da un brinco lateral que, aunque casi tumba al jinete, hace que el sable de Armand silbe en el aire bastante por delante del español. Con un salaud sordo dedicado tanto al jamelgo como a si mismo por su falta de visión, se endereza en la silla, lanzando el brazo armado en un violento movimiento hacia arriba a la vez que gira la muñeca en la dirección en la que percibe el destello del acero del español, que ha lanzado un venenoso contraataque. Aunque ha sido más un reflejo que otra cosa, logra parar el golpe en seco con el falso filo, y con un violento tirón a las riendas, su bestia cacarolea y se lanza en un galope furioso que, poco a poco, va poniendo tierra entre el y los españoles.

Jean-Baptiste llega hasta su objetivo, uno de los veteranos españoles, y le lanza un tajo que hubiera descabezado al militar, si no fuera por un inoportuno movimiento extraño de su caballo, que le hace fallar por un poco. Cabreado, pica espuelas para demostrar al jaco quién manda, y se zafa del alcance de los españoles mientras jura en arameo coloquial, dirigiéndose al caballo: ¡Espèce de jument siphilitique! ¡Como me vuelvas a hacer un extraño, te juro que esta noche cenamos filet de cheval au poivre vert, avec ses pommes de terre paillette, et une réduction d'aïoli aux fines herbes!

Hace sólo unos minutos, estos españoles iban por el camino alegres, confiados. Seguros de una victoria por la que no habían luchado. Con la bota de vino bien cerca y alguna guitarra a mano para animar la marcha.

Vuestro ataque ha caído sobre ellos como el de unos lobos sobre un redil de ovejas. Cortada en seco esa especie de romería por vuestros feroces sables, las canciones se han convertido en gritos de sorpresa y alarma primero, y luego de miedo. Reina por doquier el ruido y la confusión. Con la polvareda que habeis armado, es imposible saber si les atacan seis o veinte. Cortais y matais. Disparais y gritais, llevados por la audaz y exhultante furia que caracteriza el "estilo husar", ¡temido en toda Europa!

Siguiendo el plan, tras dejar varios españoles desangrándose en el suelo, giráis vuestras monturas y os alejais del revuelto avispero. Pasais a escasos cien pasos de la infantería española, que se queda mirandoos asombrados. los pocos que han pensado en cargar sus armas (pues sus oficiales no se aclaran) os sueltan una andanada. Tan torpe y descoordinada que le provocan una risotada al sargento Ronfort:

- ¡Aficionados! Seguro que fallais igual con vuestra mujer! ¡Vamos, garçons!

Y os alejais al galope por las colinas.