Partida Rol por web

No tardé en personarme abajo, junto con los demás compañeros y habitantes de la casa. A penas recompuse rápidamente las ropas al despertar y agarré casi instintivamente mi zurrón y espada, que me coloqué como buenamente pude al cinto mientras bajaba las escaleras.

Aquellos pocos días tras el alumbramiento, los pasé asistiendo a la madre y recomendando a las sirvientas que preparasen a Ilda algunas hierbas que tomar en infusión, que deberían ayudar a recuperar las muchas fuerzas vertidas con el nacimiento. Entre tanto, busqué tiempo para gastar parte de lo entregado por el buen Xurxo en ropas nuevas y una espada, para reestablecer la que me robaran aquellos rufianes días atrás.

El tañer de las campanas, así como la urgencia con que se anunciaban a la puerta, no presagiaba nada bueno. Quizá un incendio estuviera sacando a las gentes de las casas. Sea como fuere, no supuse de entrada que los que llamaban a la puerta representaran amenaza alguna, si no más pensé en que fueran portadores de malas nuevas. Por esto, tras recomponerme las ropas y los elementos en pleno camino hacia la puerta, procuré mantener mi espada poco visible, como siempre.

Ah, eso si. Es posible comprar cosas (objetos) tras vuestro pago. Podéis comentarme qué comprais (si es que lo hacéis) en el off. Me lo tenéis que consultar (no vale adquirir cualquier cosa). ;)

un saludo

Dudas al off.

-Ende luego hay quelcunos que... no tien na c'hacer por las nuchis mas que  diar pol culo.

Blas se ponelas calzas y sale en mangas de camisa, y le pregunta a una sirvienta:

-Zagalaaa, ¿que pa? ¿por que tan tos levantaus?

No sé, señor -respondió una sirvienta a Blas-, espero que no sean noticias graves.

En estas fue que bajásteis todos, incluyendo a Xurxo y sirvientas y excluyendo a Blas, que pareció quedarse sobre la escalera, Gerberto, que se asomó desde los establos, y por supuesto Ilda, que pensaba quién podría estar molestando los sueños de su bebé.

Con gran vocerío externo, Xurxo abrió la puerta y salió a la calle con las vestiduras de dormir. Allí mismo y casi a pleno grito, un hombre (sería un vecino), comenzó a explicar atropelladamente la intromisión. Casi toda la calle se enteró del encuentro.

Señor al... alcalde -comenzó-, ¿no oye las campanas? ¿las oye? -tal que si que las oíais todos...-son de la capilla de Monte Aixiño*. ¡Están sonando! Y además... ¡hay luz! ¡Sale una luz de allí!

La gente de la calle, otros vecinos, salieron a ver qué pasaba en su tranquilo pueblo, al lado de sus casa y comentar por lo bajo, a cuchichear, lo típico.

¡Compruébelo, señor Xurxo, hágalo!

¿Pero qué estas diciendo, muchacho? -respondió preguntando Xurxo algo desconfiado ante la incoherencia. ¿Acaso había alguien tocando a estas horas? ¡Qué locura!- En fin... ¡Gerberto, ven aquí! Santiacobus, ve a avisar a Blas y tu Nuño... hijo mio... ¡por el amor de dios, guarda esa espada que asustas al panadero!

Esto último lo dijo señalando al joven que avisó de los hechos. Os dísteis cuenta que estaba nervioso por lo que contaba, por el estruendo de las campanas y también, por la actitud precavida del "buen amigo de su hija".

¡Vamos! -continuó el alcalde-, os espero arriba, en la buhardilla. Y subió escaleras arriba, y vosotros con Xurxo.

Nunca habíais estado allí. La entrada al ático se hacía por un agujero en el techo del primer piso, en el que había una escalera dispuesta, aunque nunca la habíais subido. Ciertamente Xurxo tampoco en todo ese tiempo. El alcalde tomó un candil rudimentario y se alzó bajo el tejado. Una vez allí la tenue luz de la vela os guiaba. Era básicamente un trastero donde había olores peculiares (que todos recordaban al pasado: muebles antiguos, tinajas de matanza y demás utensilios inservibles y poco fiables), pero era un lugar suficientemente alto para vislumbrar a través de las casas que había delante de ese edificio: había una ventana.

Xurxo se acercó a ella y por poco se dió con los palos del tejado. Había un punto de luz en la lejanía, concretamente en el Monte, el cual se veía desde allí. ¡Era la ermita iluminada! Os asomásteis.

¿Véis algo? -decía el ahora abuelo entrecerrando sus ojos hacia la lejanía.

-Qu'estan mu bonicas los luceros esta noche

Los ojos de Gerberto, aún no acostumbrados a la luz, poco podían ver más allá de los últimos tejados de las casas del pueblo. Todo lo que más allá se extendía era negrura.

Nuño bajo la espada y subió en pos de Xurxo hasta aquella buhardilla, y al ver a lo lejos la iglesia con luz no tuvo dudas.

Bandidos, seguro que son bandidos almorávides que no respetan la casa del señor.

Agudizo la vista seguro de que veria guerreros de pieles oscuras saqueando aquel lugar.

¡Ay, la Virgen! -y se golpeó la cabeza con una jaula de pájaros maltrecha.

Voy a vestirme señores, aguardad -dijo-, iré a llamar al pregonero para alertar al pueblo, que alguien vaya a ver qué ocurre y a comprobar quién está tocando las malditas campanas... ¡Vaya lio...!  A no ser que...

Entonces os miró a vosotros y vuestras espadas, sin deciros nada pero tragando saliva. Luego miró abajo, se mordió los labios y se atrevió a preguntar.

¿Porqué no van ustedes, mis señores? Nadie es soldado como algunos de vosotros en el pueblo... no quiero que ningún lobo o jabalí dé una mala noche a algún vecino ni aparezca... bueno... ya saben.

El ruido de las campanas era ensordecedor.

¿Me harán ese favor?

¿Vista de halcón? ¿de águila? Harto probable: tu observación llegó a límites insospechados:

Viste a una jóven al lado de la capilla, como huyendo de algo, monte arriba. Aterrorizada, entra en la capilla/ermita.

Sin vestirse ni esperar a nadie, Nuño bajo las escaleras de dos en dos, corriendo en dirección a la capilla, y mientras se alejaba sus compañeros apenas acertaron a oírle decir.

¡Necesita ayuda!

No había tiempo de pertrecharse. Si la mujer a la que había visto huyendo estaba siendo perseguida por bandidos o almorávides, no había tiempo que perder, y Nuño estaba dispuesto a enfrentarse a ellos en camisa.
Su incipiente barriga le cortaba la respiración, pero no tanto como para impedirle correr. Los músculos de sus piernas, acostumbrados a otro ritmo, respondieron con dolor pero también con agradecimiento al súbito esfuerzo al que el joven leones los sometía.

Solo su brazo, acostumbrado y entrenado, no se resentía por el peso de la espada e incluso parecía latir con fuerza propia, como si fuese a abandonar el resto del cuerpo y perseguir en solitario a quienes amenazaran a aquella joven.

Ni una sola vez volvió su cabeza para ver si alguien le seguía, ni tampoco lo esperaba. Después de todo el era el soldado, y el resto de sus compañeros, aunque buena gente, poco podían saber de armas y el combate.

Gerberto frunde el ceño tras las palabras de Xurxo, y a pesar de que algo se barruntaba que se escondía para sí, él era ya un hombre mayor, y Gerberto joven y fuerte y más aún, era Xurxo el que le pagaba el jornal. Así pues, reverenció al recién abuelo y dijo:

- Voy pa la ermita, a ver quién y por qué tañe las campanas ¿Puedo llevar la mula del establo, pa mas pronto llegar y poder alcanzar "al Nuño"?

Tras esto, enfrentó las escaleras que bajaban de la buhardilla. Al poner el primer pié en el escalón y mientras esperaba la respuesta de su patrón, preguntó al resto de presentes:  

Blas, Corvo, ¿vienen ustedes?

-'chosos aficionaus.-Gruñe Blas para sus adentros- Mia que quema una 'glesia. Latrocinas y te vas... y si pue no haber tistigos pos mijor.

Blas gira sobre sus talones y va a buscar su arco y sus flechas.

-Se vin a cagal

Estaba francamente preocupado, dado a la amistad que habíamos cultivado estos meses con el buen ermitaño. No comprendía que pudiera estar pasando. Alguien comentó algo sobre fuego en la capilla, pero no podía ver nada desde allí, más que una extraña luz que surgía de donde se suponía estaba el edificio que servía de retiro espiritual y de vivienda a aquél buen hombre.

La reacción de Nuño me sacudió el sueño que aun se resignaba a abandonarme y comprendí, con claridad meridiana, que debía ir hacia aquel lugar por muchos motivos. Primero por si el buen ermitaño estaba en peligro, segundo por si el peligro amenazaba a alguien más o incluso al bosque y tercero, aunque no menos importante, porque Xurxo nos lo pedía.

Por tanto, arranqué a correr detrás de Nuño. Mis constantes idas y venidas, tanto por el pueblo como por los caminos circundantes, habían mantenido la vitalidad de mis piernas, así que no me resultó difícil alcanzar al soldado a la carrera, pues él había abusado visiblemente del buen yantar y el mejor reposar, y eso ahora le pasaba factura.

Cuando le alcancé no pude más que preguntarle: - ¿Visteis algo allá arriba? ... arf, arf, arf ... - La carrera entrecortaba mis palabras, pero la necesidad acuciaba mis piernas dando hálito a mi corazón - ¿Es fuego, a caso? - Le insistí, pues el compañero Nuño corría colina arriba espada en mano. Si fuera fuego lo que vió, eso no tenía sentido, así que algo diferente al mortal elemento debió ver allí.

El gallego me alcanzo mas rápido de lo que lo hubiese hecho en otros tiempos, y para mi vergüenza me di cuenta de que tenia que empezar a cuidarme y dejar un poco la buena comida y el mejor vino.

Sin embargo no podía dedicarme a esos pensamientos en un momento como este, y mientras sentía que iba a tirar las tripas por la boca con tanta carrera trate de responder a o Corvo.

Mujer… peligro… iglesia…

Poco mas pude decir sin bajar el ritmo de la carrera, y sin embargo el curandero parecía tan fresco como si fuese andando. Malditos sean los cochinillos.

- Mujer en peligro hacia la Iglesia - Pensé, intentando traducir los balbuceos de Nuño - Querrá decir hacia la ermita, pues allí nos encaminamos. 

Entonces puse toda la atención en el camino que nos llevaba ladera arriba, por si pudiera vislumbrar algo de lo que decía mi compañero y, así, poder ponerme en guardia o idear una estratagema antes de toparme con de repente con la situación presumiblemente violenta.

Nada oculta Xurxo, las intenciones para con vosotros son totalmente buenas.

Gerberto fue a las cuadras sin dilación alguna en el momento en que Xurxo le dio el visto bueno acerca de la mula. Ésta no marchaba muy deprisa, pero subir el monte a pie o corriendo (tal y como sus compañeros había hecho osadamente) era un poco temoroso. Blas fue a su lado todo el tiempo, a ritmo rápido. Antes de que Nuño y O Corvo alcanzaran la ermita de Aixiño, Gerberto y Blas los alcanzaron. Nuño parecía estar en cierto estado de expectación, pues había visto algo que no lograba comunicar realmente a sus compañeros, todos en pleno ascenso.

Una vez estábais allí, un hediondo olor a sangre, incienso quemado y azufre captaba vuestro olfato. Os internásteis en la capilla y justo antes de entrar vísteis un espectáculo dantesto, terrible:

Las pocas y pequeñas imágenes que había parecian haber sido movidas; el diminuto sagrario simbólico estaba como entreabierto, como si una ráfaga de aire lo hubiera embestido cual pedrusco y había nuemrosas velas repartidas por doquier, muchas de ellas casi consumidas, pero todas encendidas. En el altar de la capilla yacía el cuerpo bocarriba de una muchacha joven (no más de la quincena aparentaba), la cual tenía un cuchillo de plata clavado en su vientre. Además, de su boca semiabierta caía una extraña sangre negruzca.

Pero eso no era todo. Vísteis tras las puerta de la capilla (aún no habíais entrado del todo) unas piernas tendidas en el suelo, como si en el interior hubiera alguien tumbado. Al estirar el gaznate y dar dos o tres pasos observásteis a un tipo que también yacía, con la espalda apoyada en la pared y los brazos abiertos. Todo su alrededor estaba lleno de sangre y él tenía heridas que les traspasaban las telas de las ropas.

Éste era el tipo:

Tu corazón se enconge, tu espíritu se estremece. El hombre que yace es Abu-Alí Hussain ibn Sina, el famoso "Avicena", el ermitaño que conociste.