Partida Rol por web

Don Jimeno ponía el oído con atención a aquellos comentarios. Su cara, poco a poco, se iba haciendo un poema. A su vez, se le estaba haciendo una bola de carne en la boca, casi imposible de tragar...

Las caras de Damián reflejaban una mezcolanza entre el deleite de degustar aquellas carnes y empanadas y el horror por los comentarios que se oían en boca de los aldeanos.

- ¿Ha oído mi señor Don Pelayo? Estas gentes parecen estar asediadas por algún tipo de criminal. ¿Sabe vuecencia a qué se deben sino esos comentarios tan funestos?

Como una rúbrica a las útimas palabras de Damián, el eructo del bereber resonó con tremendo eco. Echo por el cual el joven dedicó una mirada severa al de tez oscura. De igual modo, acto seguido, volvió su faz hacia la persona del de Arbás con los ojos como platos esperando alguna epifanía sobre el proceder ante tamaña situación.

Pelayo le sonrió al muchacho.

-Pero como voy a saber yo-dijo mientras se limpiaba con cuidado un poco de empanada que le había quedado en la barba- a cuento de que vienen dichos comentarios. Acércate sin miedo a ese hombre y pregúntale si es tan amable de explicarnos lo que ocurre a unos viajeros recién llegados-dijo dándole un suave empujón en el hombro en dirección a los hombres que hablaban de aquello. Efectivamente, el muchacho parecía tener razón y alguien había estado perpetrando aquellos desagradables crímenes.

Damián torció el morro. Ni siquiera había terminado de comer cuando el señor Don Pelayo ya le requería para ciertos menesteres. Y quizá la culpa era suya por bacín y por no aprender a comer con la boca cerrada pero ciertamente la ocasión era merecedora como poco de un poco de curiosidad por parte del buen muchacho.

Así, se levantó y se aproximó a una de las mesas en las que los pueblerinos debatían el asunto:

- Ruego disculpen mi indiscreción, lugareños. Pero recientemente hemos arribado a sus tierras pues estamos de paso de otros menesteres cuando os hemos oído acerca de ciertos crímenes que se han perpetrado aquí en las tierras de la villa de Vencemoza y, claro, nos vemos preocupados por ellos. ¿Qué es lo que ha sucedido exactamente? ¿Acaso ya no son seguras para los viajeros piadosos estas tierras?

Así es... -le dijeron al zagal que había ido alli a preguntar de mala gana-, hay mucho temor -se atrevió a decir alguno de los presentes que estaba rojo del vino-, muchas muertes... muchas, muchas, mu... ¡hip! -el tipo estaba ligeramente "borrachuelo", el resto que lo miraba, no decía ni "mú"-.

-Pero ¿qué es lo que ocurre? ¿Acaso estamos en peligro también los que pasamos por aquí de paso? oy hemos visto el cuerpo mutilado... ¿desde cuando suceden estas atrocidades?-preguntó el caballero desde la mesa.

Que les diesen a todos...

Potencia aprovechaba la distracción de Don Pelayo y Damián para agenciarse varias suculentas pitanzas que de otro modo, habrían ido para el Caballero.

¡Seguid de cháchara tunantes que aquí sigo yo hinchándome la barriga!

El tabernero, desde la barra, limpiaba con fueraza, demasiada fuerza, la misma, al tiempo que miraba al indiscreto paisano para con los nuevos viajeros.

-Las ruinas..., de ahí procede todo, ¡de ahí...! -el tipo comenzó a tener un ataque de hipo más pronunciado-.

-Será mejor que te marches a casa, Marcial, tu mujer te estará esperando... -dijo el tabernero con cara de pocos amigos-.

-Ti a mi tu no me mand... ¡tu a ti mi te mand... mi no me mand...! ¡A mi tu no me mandas... HIPPPP!! ¡¡ughh!! -el tipo, que bien se había ganado el apelativo de "borracho de aldea" en esos momentos, se llevó las manos a la barriga, doliente todo él, y optó por hacer caso. Ni siquiera le pagó las consumiciones, aunque todos se conocían allí como para saber que en cualquier momento se lo cobraría.

¿Ruinas? -murmuró Jimeno-. He visto unas ruinas -os dijo- en la loma sur, saliendo de esta aldea. La divisé nada más cruzr el puente, aunque no le he dado importancia con el tema del saco lleno de... -y obvió el pronunciar más acerca de muertos y mutilaciones-. ¿Qué habrá allí? -dijo rompiendo con sus dientes un huesecillo y lamiéndolo como un perrillo herido y hambriento-.

- gdusdfu seguro queudfd que son de los maricas esos de los romanos qjkfaddfjklsdfjklsdfjfd- dijo mientras masticaba y tropezones salían disparados en todas direcciones dejando la mesa peor que una cochiquera.

Después del creciente interés del caballero y el Jimeno, estaba claro que me iba a tocar desfacer entuertos con ellos. No entendía aquella manía que tenían los nobles castellanos de meterse donde no les llamaban. Malhumorado, pero sin tensión y sin levantarme de la mesa, después de hurgarme entre los dientes con uno de mis cuchillos, le grité al tabernero.

-Fablad claro, cojones. ¿Qué pasa con esa mierda de ruinas? ¿Y qué tiene eso que ver con los brazos y las piernas que habemos encontrado junto al río?

Dicho esto, clavé el cuchillo con energía sobre la mesa, junto a la escudilla.

El tabernero tragó saliva, se mojó los labios con su lengua y miró el ferviente cuchillo de Tariq con ojos desorbitados.

El tabernero le aguntó una mirada al pirata como ningún otro simple grumete de barco le hubo nunca mirado, y es que en esa zona repoblada los "moros" caían demasiado mal. Sin embargo, contestó a las palabras de Potencio, que hablaba más por hacer como que estaba allí y era parte de la nueva comitiva que por interesarse del tema.

No son romanas... -dijo el tabernero viendo cómo caía migas y pedazos de carne sobre el suelo de la taberna-. Son árabes. Mis abuelos y tantos otros repoblaron estas tierras cuando se logró echar a los... -y volvió a mirar a Tariq-...  ejem... y bueno, ahí han quedado. Era por lo visto un castillo, o como cojones lo llamen allí, o al menos eso parecía cuando los cristianos lo tomaron...

Ya... -dijo Arguilla-, pero háblanos mejor de lo que pasa en esta aldea. Si hiciéramos llamar al Alto tribunal de Dios* para que vieniera aquí a investigar te pondrían el local patas arriba, y os colgarían y quemarían, o tal vez las dos cosas, por ocultar lo que nos estáis ocultando... ¡Hablad de una vez!

Jimeno pareció despertar del protocolario letargo en el que parecía sumido hasta ahora, aunque lo hizo a través de un fallo en su discurso, del que nadie pareció percatarse (y menos los palurdos de la pequeña Vencemoza). (Tirada de CULx2 si queréis saberlo por simple curiosidad)

Ejem... -el tabernero dejó de limpiar la barra, llevándose un paño al hombro. El resto de la taberna dejó de mirarle, pues los naturales de allí sabían qué iba a contar, y prefirieron seguir bebiendo o hablando entre ellos-. En esta aldea ha sucedido cosas terribles... ¡atroces!... en dos meses han desaparecido cinco niños... algunos los han encontrado... -os miraba, y notábais cómo le costaba hablar de aquellos horribles sucesos-, sin piernas, sin brazos... otros ni tan siquiera eso. El último lo encontramos hace una semana, precisamente en lo alto de las ruinas, cuando salimos a buscarlo en batida desesperadamente...

El tipo se apoyaba en la barra, sudoroso todo él, pues allí se conocían todos y las muertes les quitaba el sueño a casi todos.

-Por la virgen santa, ¿pero cómo es posible? ¿Y no habeis hecho nada para detener al criminal?No se como vuestras mujeres pueden dormir sabiendo que los hombres no hacen nada para defender a sus hijos-dijo molesto el caballero sin alzar la voz pero mostrándose disgustado por la actuación de aquellos cobardes que mas parecían gallinas en lugar de hombres.

Al ser ignorado por aquel cobarde, monté en cólera, agarré el cuchillo clavado en la mesa por la punta y lo lancé en dirección a la barra, clavándolo cerca de donde estaba el tabernero.

-Te he hecho una pregunta, saco de mierda -dije, arrastrando las palabras, de la misma manera que había oído hacer tantas veces a quienes no hablaban en vano y cumplían sus amenazas-. O me respondes, o el próximo cuchillo irá directo a los huevos, si es que te queda algo dellos.

Y eché mano del otro cuchillo, sin sacarlo de la pretina, mirando fijamente al tabernero y esperando su respuesta.

A veces me olvidaba que ya no estaba en medio del mar, pero nadie iba a ignorar de aquella manera a Tariq, pues por algo los míos me llamaban el Shadid (el terrible).

- ¿Son siempre niños?

Uno de ésos que gustan de los más pequeños para desahogar la entrepierna...

El tipo se miró levemente sus partes (más bien bajó la cabeza hacia su pantalón), cuando Tariq, que al parecer no había oído las razones del tabernero en cuanto a sus explicaciones, le lanzó un cuchillo. Si que hace... hacemos... -dijo el tipo acongojado ya ante la pregunta de Pelayo-, hacemos batidas, pero siempre sin éxito, se... señor... ¡Y sí! -dijo volviéndose a mirar donde aún le quedaban los dos testículos bien reconocidos-, son siempre ni... niños... es una crueldad... pero.. pe... no me destrocen la taberna, no nos hagan más daño...

Al tipo se le veía realmente confuso. Sus comensales le miraba, aunque en realidad entendían su pena, pues era una desgracia que crios fueran víctimas de tan horribles muertes y luego de sus "despieces"...