Partida Rol por web

Últimos días de marzo.

Tras los acontecimientos vividos en la aldea de Vencemoza, seguísteis viajando durante dos días hacia el suroeste, teniendo aún en la mente los macabros hechos de aquel lugar. El viaje se hacía pesado, no sólo por la carreta de Elvira y la tierra árida que debían atravesar sus ruedas, sino también por el calor sofocante (que aún no era demasiado en esa época del año), así como por la propia comitiva que formábais (que siempre era más rápido viajar en menores cantidades).

Durante una parada para almorzar, don Jimeno, quien ya había puesto la suficiente confianza en vosotros, os confesó algo más sobre vuestro destino: en Alaurico (lugar donde viajábais escoltándole) le esperaba Ginés de Collera, noble de nacimiento y único aliado de la corona aragonesa en el Reino de Murcia , dada sus raíces y antepasados norteños. El de Arguilla esperaba, según sus palabras, que don Ginés intercediera entre el resto de nobles castellanos para hacerles cambiar su fidelidad, y tal vez así puedan provocar en ellos una sublevación (o al menos un malestar) contra Sancho el Bravo, a quien rendía de momento obediencia.

En ese segundo día, a media tarde, y una vez puestos de nuevo en camino, no tardásteis mucho en divisar en lo alto de una colina un castillo, dominando la hondonada baja que existía a su alrededor. Poseía varias torres muy juntas entre sí y la de homenaje era el punto más alto del lugar. A los pies del castillo, muy cerca de su muralla, una aldea se dispersaba sobre la colina. Don Jimeno se detuvo a contemplar aquel paisaje unos instantes, bonito, por cierto.

Sería bueno, para las bestias y para nosotros mismos el descansar aquí... -habló don Jimeno sin dejar de divisar el castillo-. Espero que la camaradería de hospedaje en estas tierras no esté en desuso...

Moraima había estado bastante callada en aquellos dos días de viaje. En los descansos se dedicaba a esbozar plantas en aquel libro que llevaba, describiendo cómo eran y sus usos más comunes, a veces se la veía absorta mirando aquel pedazo de doradilla que se había llevado de Vencemoza. No podía creer que hubiesen cosas tan comunes como aquellas que se utilizaran para fines tan siniestros, la planta era hermosa, pero su uso había sido impío, ¿tendría algún uso más?

Fuera como fuese, la alegría de la chica estaba algo truncada tras lo acontecido en el pueblo, no habían podido hacer nada por ayudar a aquellas gentes y la muerte del marido de Beatriz, aunque fuera una desconocida, había sido un golpe difícil.

- ¿Eh? Sí -contestó algo distraída a la propuesta de don Jimeno- me parece bien tomar un descanso, creo que los animales lo necesitan, no deberíamos forzarlos -la mora esbozó una efímera sonrisa antes de perder de nuevo la vista en el camino.

Aunque esta vez, dedicó unos segundos a contemplar aquella increíble estructura que se alzaba en la montaña.

—Me place lo que decís, es más recomiendo yantar en el pueblo, por separado incluso. Y fablando con cierto sentidiño con los de por acá tal vez logremos fochicar algo más acerca de los asuntos de las xentes de por aqueste lugar. Ya me entiende Don Ximeno, sobre los asuntos que nos traen por aqueste lugar.

Palpóse la barriga con cierta discreción mientras se relamía pensando el el puchero que podrían tener en el fuego.

—No nos has contado que esperas de nos una vez aquí. ¿Tan sólo escolta y salvaguarda?

Chenaro iba repasando lo acontecido en vencemoza , un pequeño atisbo de decepción cruzaba su rostro mientras analizaba lo ocurrido hace dos dias y como no habian podido ayudar a aquella localidad, pensaba en que quizas se habia confiado demasiado pasando por alto detalles cruciales  y pese a que en un principio no habia estado interesado en los males de pueblo le dolia haber fallado en el cometido de la busqueda del malechor, lo que habia fallado se le escapaba en su mente  .

Las palabras de don Jimeno lo sacaron de sus pensamiento, haciendo que se volviera a centrar en la gloriosa misión que alli los llevaba siguiendo al noble representante de la corona de Aragón- Como deseis, sin duda los animales merecen un descanso- dice dandole una palmada a su montura mientras al igual que Don jimeno observa el castillo que destaca sobre la aldea- Esperemos que si, algun buen cristiano abra que de cobijo a sus semejantes

Durante sus últimos kilómetros de andaduras, Cándido iba continuamente rezando. Se apartaba de vez en cuando del grupo, se auto castigaba y pedía penitencias por haber dudado del padre Simeón en aquel momento. - Un siervo del Señor y yo dudé de él... no merezco haber recibido su hospitalidad. - se decía a sí mismo de vez en cuando. Ya que aquellos sucesos le atormentaron durante aquellos días.

Fue cuando escuchó sugerir a Don Jimeno el descansar en aquella aldea/castillo/pueblo, que volvió un tanto en sí. No llegó a responder, tan solo asintió, siguiendo al grupo y con la esperanza de poder encontrar asilo espiritual cristiano entre aquellas gentes. - Me parece lo correcto - fueron las únicas palabras que articuló en su actual estado de ánimo.

-Arre arre mula pendenciera... *Elvira, experta conductora de mulas, como el Señor apacienta los Pueblos, arrea al pobre animal para que siga avanzando. Consciente es, de que está exhausta, pero bien sabe que no pueden permitirse quedarse al raso si permite que el animal clave las patas en la tierra.* Descanso nos vendra bien, digo yo, y algo de pitanza.

Moraima y Elvira asintieron ante la propuesta de descanso. La primera iba pensando en la Doradilla, y ojeando de tanto en tanto el libro de dibujos y esbozos de las plantas con las que se había topado desde hacía tiempo. La segunda, se afanaba en hacer atravesar a su mula y su carreta por los lugares más planos posibles, a fin de no quebrar las ruedas de la misma. Mientras tanto, que las oraciones de Cándido protegían todos vuestros pasos y al mismo tiempo Chenaro parecía lamentarse por momentos, en su interior, el hecho de no haber podido hacer más en Vencemoza, pese a haber aparecido el joven Uberto. Finalmente Bras apoyó encarecidamente la propuesta de don Jimeno, al tiempo que le preguntaba.

Te entiendo Bras -respondió el aragonés-. Quiera Dios hacernos el favor de darnos camino sencillo. De momento espero de vos salvaguarda, como acordado está, pero hasta llegar a Alaurico -añadió, como ya os había recordado antes-. Vayamos pues... Montepenares se ve ahí -entonces echásteis a andar y subísteis el cerro donde descansaba aquel pueblo y su castillo. Parecía conocer el nombre del lugar. ¿Habría estado ya allí don Jimeno?

No sabías si había estado allí vuestro benefactor. Pero lo cierto es que recordaste en ese momento el preciso instante en que encontrásteis los macabros huesos en Vencemoza, junto a la orilla del río. Allí vísteis por primera vez a Simeón, y tras la pertinente charla salió a relucir que don Pero, señor de Vencemoza, había ido a visitar el castillo de un tal Ramiro de Estebanillos. Y recordaste, además que don Jimeno abrió sus ojos al escuchar tal nombre, como si lo conociera, pero no dijo nada de ello. ¿Sería este mismo lugar?

Subísteis pues, el cerro que empinada siendo su cuesta, hacía descansar sobre sí aquel conjunto de casas en hilera, algo desperdigadas y sin ningún trazado planificado. Más arriba, en la cúspide del monte, se hallaba el castillo. No había iglesia alguna en el lugar, de lo inhóspito que era. Una vez entrásteis en el pueblo vísteis las casuchas en las que los pocos campesinos y pastores del lugar vivían: si la aldea de Vencemoza era un lugar disperso y totalmente levantado con esfuerzo, aquel pueblo (que don Jimeno apuntaba como Montepenares) poseía viviendas con menos pretensiones: eran más estrechas, peor equipados sus tejados y las veredas entre unas y otras poco o nada conseguidas. La carreta de Elvira habría de andarse con cuidado para no desfallecer...

Será mejor ir directamente al castillo. Recordad todos que no somos bienvenidos si hablamos de la Corona de... -Aragón, se refería, pero prefería ni nombrarla en aquellos lugares-. El sol calentaba demasiado a esa hora, aún plena tarde, y los campesinos que volvían a la aldea tras la jornada de labor os miraban y bajaban la cabeza, pues siempre la curiosidad invadía sus corazones.

Y mientras subíais ya la cuesta del castillo (tanto Elvira como Chenaro tuvieron que bajarse de sus monturas para no hacerlas desfallecer más), que detrás de vosotros comenzó a escucharse un ruido sordo y prolongado, y tras unos segundos se hizo más y más audible. Algo se acercaba y, al mismo tiempo, levantaba polvareda: una mesnada de veinte soldados castellanos armados con lanzas acudía también cuesta arriba a pleno galope (y sus caballos ni apenas relinchaban). Hubísteis de deteneros, pues, a un lado de la cuesta, pues de lo contrario os habrían arrollado.

Percibísteis sin problema, además, que entre ellos había un jinete de ataviado con ricas prendas sobre el cuero, así como con una espada en su cinturón tachonado. La tropa subió hasta el rastrillo de la fortaleza, que se encontraba abierto, y luego se cerró, clausurando el fortín. Allá arriba, los que manejaba el rastrillo (dos soldados que vigilaban la muralla desde algún adarve interior, os había divisado, y estaban esperando sin dejar de miraros a que subiérais hasta el rastrillo y, seguramente, preguntaros por vuestras intenciones. Don Jimeno carraspeó un poco y siguió andando.

Una vez arriba, efectivamente, uno de los dos soldados apostado en lo alto de la muralla miró hacia abajo y os preguntó.

¿Quiénes sois, forasteros? ¿Acaso traéis nuevas a Montepenares? -decía, hablando de una manera demasiado ruda-.

—Tan sólo somos humildes viajeros que nos hemos juntado por seguridad. Pasando por aqueste lugar buscábamos posada para dormir y yantar —gritó Bras buscando hacerse de oír en lo alto de la muralla—, también para dar descanso a nuestras monturas. Después habremos de seguir nuestra marcha. 

Miró entonces a los que custodiaban el rastrillo, mucho más cercanos, y empezó a relatar algunos cotilleos de la zona buscando reforzar su carácter viajero:

—Pocas noticias puedo contaros, pues apenas permanecemos en cualquier lado, salvo que pasamos antes por Vencemoza y cosas oscuras pasaron allá, más todo pareció resolverse. Resultó que un bellaco osó secuestrar varios chiquillos para hacer encantamientos, ayudamos en su búsqueda y vióle en la lejanía. Con la descripción uno de los padres logró encontrarle y darle matarile, más no pudo evitar irse con él de este mundo. El consuelo es que uno se ha ido allá arriba y otro al infierno. 

*Elvira tira de las riendas para frenar la mula ante las preguntas de los armados. Se pone alerta al ser inquiridos por una comitiva tan aguerrida*

-Solo somos un grupo de sirvientes y escoltas de Don Jimeno, aqui presente.

Chenaro decidio guardar silencio y pegarse a don Jimeno , al fin y al cabo era Aragones y podria ser que la gente de aquel sitio no simpatizara con el, asi que cuanto menos información diera mucho mejor para todos.

Los soldados se miraron entre sí cuando Bras relató un resumen de los acontecimientos de Vencemoza, en cuanto a lo de los zagales. Cuando mencionó no se qué de "encantamientos", los dos soldados volvieron a mirarse, y luego al resto. Además, el cazador había hablado de "humildes viajeros", pero luego Elvira comentó algo de "sirvientes y escoltas"... A vuestro lado, don Jimeno resopló al oir ambas versiones...

Ehmm... tan sólo esperamos hospitalidad del buen señor que more en este lugar, como muestra de hospitalidad para quien cruza sus tierras. Así podremos dar cuenta de porqué lo hacemos... -comentó extendiendo las manos don Jimeno, sonriendo un poco, tratando de desviar las extrañas expresiones de los soldados.

¡Aguardad ahí! -gritó el mismo de antes desde lo alto de las almenas, aunque su rostro denotaba sorpresa y rareza-.

Y tal que así que el rastrillo comenzó a elevarse, movido por la fuerza de una pequeña noria que enrrollaba a intramuros un mecanismo, similar a la polea, las cadenas que clausuraban el acceso. En pocos segundos cruzásteis todos el hueco de la muralla.

* * *

Una vez en el interior accedísteis directamente al patio de armas. De las cuatro torres que antes habíais divisado ahora veíais sus perfiles, con sillares bien dispuestos. En el centro se elevaba el edificio central del castillo, con varios apartados construidos unos sobre otros. En derredor había soldados y también criados, y todos allí hacía vida en el castillo. La tarde comenzaba a caer.

Enseguida vísteis que el tipo de las ricas prendas y la espada descabalgaba a cierta distancia, junto al edificio, y luego entraba en él. Parecía que no os había visto acceder dentro. Enseguida se os acercaron dos mozos de cuadras, dos chiquillos que no rondarían los doce años, e hicieron un gesto con la cabeza agachada a Chenaro y a Elvira acerca de sus monturas, ofreciéndose para guarecerlas en una cuadra anexa, allí visible, y bien techada.

Dos sirvientes (una mujer joven y un hombre de mediana edad) salieron entonces al patio de armas desde el edificio, pues los soldados que os abrieron la puerta habían ido a informarles.

Señores... -decía la mujer, con la cabeza agachada, como los mozos de cuadra, sin siquiera miraros a los ojos-. Podéis entrar -extendiendo sus manos hacia el edificio-, la hospitalidad de don Ramiro siempre está presente en su hogar... -y quedó así, con las manos extendidas hacia atrás, para que accediérais adentro.

Maldijo Bras en su fuero las palabras de Elvira. Convenía pasar siempre por perfil bajo y ahora no sólo sabían que habían tratado de burlarles, si no que además, había un señor entre ellos. Sin embargo, la respuesta de los de Montepenares sorprendióle más déjose llevar por la situación a la espera de tener más nuevas y miraba en derredor buscando alguna pista de la situación en el lugar.