Partida Rol por web

"¿Tras la cena?", dice Alberto, a modo de eco, visiblemente complacido en un principio, pero a continuación recuerda algo e intenta excusarse. "Perdón, maestro, pero aquesta noche non puedo. Buscadme mañana cuando vos pluga*, estaré a vuestra disposición."

Los comensales van retirándose a sus habitaciones conforme se terminan la cena. Algunas mujeres se quedan y van recogiendo las escudillas. Una de las hijas de Sancho, la más pequeña, le dice algo a su padre al oído y se retira al darle este su permiso; la otra se queda y no se levanta hasta que lo hace su padre.

"Buscadme si habedes necesidad de ayuda mañana en vuestro trabajo", os indica Sancho, antes de retirarse.

Es extraño que el cocinero sea el que se encarga de organizar el trabajo de todos los criados, pero suponéis que después de que don Juan Téllez ahorcara a su mayordomo (tal como os contó Pedro el posadero), su hijo Fernando no trajo a ningún otro hombre que desempeñara ese cargo, y los criados (o quién sabe si el propio Fernando) elegirían a Sancho como su jefe. Sancho se ve un tipo muy capaz, con el temple y el seso necesarios para ello. Por sus manazas tiene más pinta de herrero que el propio José.

Quienquiera que se encuentre en la celda, guarda silencio en cuanto te acercas. Tal vez te haya oído, o quizás la luz del yesquero ha entrado por la abertura, alertándole de que alguien se acerca. El silencio se prolonga durante unos segundos, hasta que oyes algo o alguien arrastrándose al otro lado de la celda en dirección a la puerta.

"Dadme agua, por caridad", suplica una voz tan débil que casi es un susurro. La voz, perteneciente a un joven seguramente, te es desconocida.

Roger escucha con mucha atención todo lo que se ha explicado durante la cena y tras concluir mientras los comensales abandonan la sala, Roger se dispone a ayudar a Sancho, pués la tapadera de siervo ha de llevarse con la máxima naturalidad, aprovechando al ver pasar a la gente y con el máximo respeto dice:

- Ruego a usías todos presentes, que me dejeis orar por el alma de Álvaro, el ahijado de José, oir esa historia me ha afligido enormemente y presento mi más sincero pésame y condolencias por la pérdida que habeis sufrido todos vosotros, y si lo considerais oportuno lo acompañaré con una oración por los otras dos fallecidos Zoraya y Santiago.

Iriguiendose nuevamente tras presentar sus respetos a todos los presentes se dirige nuevamente a la mesa para seguir ayudando a Sancho con la mesa.

—Shhhhhhhh —digo a la voz, diciendo que guarde silencio, o que, tras darle algo, no alce la voz. Tras esto, saco un poco de carne seca de una de las raciones y algo de agua, para dárselas al reo—. Necesito hacerte unas preguntas —digo acercando la carne y el agua al reo—. Necesito que me digáis si sabéis si han venido por aquí tres personas, y si sabéis donde están. Una de ellas es vieja y muy alta... ¿Sabéis algo de esto, como dónde puedo encontrarles y si están presos?

Oyes cómo el reo devora la comida y se bebe todo el agua que le das en un santiamén. Lo oyes masticar ávidamente sin decir una palabra, y de hecho no te responde hasta que ha terminado.

"Yo...", susurra, y pronto descubres que no por tu advertencia, sino porque está al límite de sus fuerzas y apenas le sale la voz. "Yo non sé nada... Largo tiempo ha que estoy acá adentro encerrado, comiendo bazofia et conviviendo con las ratas." Y haciendo sus necesidades, piensas, cuando te viene un nauseabundo tufo a orines y excrementos por la abertura de la celda. "Pero el Señor ha escuchado mis plegarias et vos ha enviado a mí. Non sé quién sodes, mas sodes mi única esperanza. Por Dios vos lo pido, que es la única verdat que he podido fallar en aquesta vida: decilde a mi padre que estoy acá abajo. Fazeldo, et vos ayudaré a encontrar a vuestros amigos et sacallos del periglo en que estén, et vos dazré cualquier otra cosa que hayades menester."

El reo emplea palabras cultas para expresarse; pero no puedes creer que esté encerrado aquí alguien de calidad. Sin embargo, como si te hubiera leído los pensamientos, añade:

"Mi padre es don Juan Téllez, comendador de Montemolín et señor daqueste castiello."

"Ahorrarvos la oración por Santiago, que ya ha de estar bien asadico en el infierno", le contesta a Roger un muchacho de la misma edad que Alberto, de pasada mientras se dirige a descansar a su habitación.

Nadie le replica, lo cual da a entender que el tal Santiago, por mucho nombre de apóstol que tuviera, debía ser un buen hideputa.

Ya apenas queda gente en el comedor y las criadas están recogiendo los últimos platos y retirando las tablas, caballetes y taburetes.

Ventura asiente a Alberto despiendiéndose de él tocando su hombro condescendiente. 

Permaneció callado mientras Roger recordaba a los que ya no estaban. La réplica del muchacho le sorprendió pero como nadie espetó al muchacho Ventura simplemente se encogió de hombros.

Una vez recogida la mesa y acabada de la comida Ventura se desperezó y se preparó para salir afuera.

—Yo voy a salir a pasear —dijo dirigiéndose a Roger y Simplicio—. Quizá me pase por la puerta por ver si el guardia sabe algo de Ruperto... o quizá me pase a ver la obra.

Enfatizó un tanto la última palabra. En realidad lo que quería ver era esa torre que tanta mala gracia había traído.

-Permitidme que os acompañe, pues aquí mi ayuda ya no es necesaria- Dijo Roger al terminar la tarea y se dirigió tras los pasos de Ventura.

La situación, por dramática que parezca, no deja de ser divertida: un noble encerrado en las mazmorras de su propio castillo, pidiéndole ayuda a un ladrón al que, de conocer su condición, él mismo encerraría donde él está preso, si pudiera. Desde luego, si es Dios quien ha propiciado este encuentro, debe tener muy buen sentido del humor.

Así que este es el hijo del comendador don Juan Téllez. Pero el posadero os contó que su hijo se había hecho con el mando del castillo, después de que su padre se encerrara en sus aposentos. ¿Qué es lo que ocurre aquí, entonces? ¿Acaso hay un impostor? Comprendes que esta es una ocasión única para averiguar algo sobre la situación del castillo y ganaros los maravedíes que os prometió Orduño.

Paralelamente, te viene a la memoria la situación que te condujo a donde te encuentras ahora: aquel misterioso tipo que en vez de matarte, te preguntó sobre tu vida y forzó tu salida de Ciudad Real. Ahora han cambiado las tornas, eres tú quien tienes en tus manos la vida de alguien aún más desgraciado, pues a la desesperada situación que vive ahora se suma el sufrimiento por la pérdida de la vida de lujo y comodidades que ha conocido. Por tu vida de pillo siempre estás alerta y en búsqueda de oportunidades, y en estos momentos adviertes los pingües beneficios que te reportaría ayudar a un noble a recuperar su estatus.

Pero todo esto no son más que fantasías, por ahora. Nada sabes de esa persona, ni siquiera puedes estar completamente seguro de que te esté contando la verdad...

Es noche cerrada cuando salís. Los soldados de guardia se pasean con antorchas por el recinto y las almenas. Cuando le decís al soldado de la puerta que vais a observar la zona que tenéis que reparar, este se queda algo extrañado, pues poco podréis ver a estas horas. No obstante, se encoge de hombros y entrega una tea al que cree que es el subordinado, Roger, que encabeza la marcha hacia la famosa torre.

El patio de armas está desierto. Observáis un resplandor que viene de la casa de José el herrero, lo cual indica que aún está despierto. Vosotros os dirigís al otro lado del patio, donde se halla una pesebrera techada.

Lo primero que observáis es que el muro que debéis reparar está en un estado tan ruinoso que incluso es peligroso situarse cerca, ya que podría caer algún cascote suelto desde arriba y abriros la cabeza. Hay zonas abiertas a media altura por las que incluso sería posible colarse para una persona pequeña, aunque antes habría que trepar hasta ellas (lo cual no es muy difícil, ya que es posible apoyarse en el tejado de la pesebrera) y tener suerte para no ser descubierto por un soldado.

En esos momentos os viene a la cabeza vuestro compañero Ruperto. ¿Dónde se habrá metido? Algún grave problema debe tener ese muchacho con las autoridades, pues en las dos ocasiones en que habéis sido abordados por guardias, ha puesto pies en Polvorosa. Es probable que se haya quedado en el pueblo, habida cuenta del temor que le inspiran los soldados... podría convertirse en un serio problema para vuestro "trabajo".

Volviendo a la muralla, observáis la cercana torre de vigilancia, la única de todo el castillo que es redonda. Simplicio apunta que en el tiempo que pasó haciendo algaradas en el Reino de Granada, observó que allí la gran mayoría de los castillos tenían torres cuadradas, pero en los reinos cristianos las torres suelen ser redondas. Esto indica que la torre de vigilancia debe ser la de construcción más reciente, pues no es raro que los cristianos, al apropiarse de una antigua alcazaba árabe, le den su toque personal. La torre es sólida y parece bien construida, pero al ser de noche no podéis ver más que la parte de abajo, hasta donde alcanza la luz de la antorcha que sujeta Roger.

Mirando por los alrededores descubrís unas escaleras que ascienden hasta llegar al adarve de la muralla, por donde pasean los centinelas. No hay nadie haciedo la ronda por las cercanías de la torre.

Por otra parte, a lo lejos, veis la puerta que da a la barbacana por donde se accede al castillo, iluminada por la luz de una antorcha que sostiene el soldado de guardia.

—Un segundo —digo todavía casi entre susurros. Sé que la situación es precaria, y que estar aquí puede ser lo que me mande a la horca... Pero claro, nunca veré una ocasión como esta. Y si no aprovecho, seguramente no me veré en otra. Así pues, vuelvo a decir al supuesto noble— Contadme todo lo que ha pasado. Sino no podré ayudaos. Y apresuraos. Que esté aquí puede ser muy peligroso para ambos...