Partida Rol por web

Simplicio busca un madero suelto desesperadamente, pero no es capaz de encontrarlo; todo lo que había eran mesas, caballetes y taburetes.

Oís los gritos de la muchedumbre al otro lado del muro y caen más piedras al patio, pero por suerte os encontráis a cubierto en la taberna.

Al rato, oís algo al otro lado de la puerta de la taberna que da a la calle. La hoja de madera se mueve como si la estuvieran manipulando desde fuera.

"¡Apartaos!", grita alguien mientras tanto, y lo hace con autoridad. En ese momento deja de moverse la puerta.

Simplicio respira aliviado porque por fin se va a solucionar el tema de su encierro.

Coloca la mochila a la espalda , el zurrón y el resto de sus cosas y espera traquilo el desenlace apoyado en su lanza.

—Yo no estaría tan tranquilo... —digo al ver como Simplicio recoge sus cosas y se prepara para ser rescatado. Es posible que sea la guardia, y que vengan a por nosotros porque nos crean ladrones. Desde luego, no seré yo el que les llevará la contraria, pero si una cosa he aprendido, es a no quedarme quieto cuando aparecen los problemas.

Busco bajo la luz de la antorcha un lugar donde poder esconderme, y cuando lo encuentro entrego la antorcha al más cercano, para decir— Hombre precavido, vale por dos. Yo no me quedaría ahí pasmado.

Al tiempo que digo esto, dejo la antorcha en otras manos, y me voy al "agujero" que haya encontrado.

-Buena idea la de esconderse maese Ruperto, yo ya estoy perdido y poco o nada podré hacer. Alea jacta est.

Roger nervioso, recorre con la vista el patio y se fija en el pozo. Corriendo se acerca a él y lo examina, no sea que la solución que necesitan pase por ahí.

"¿Qué es aquesta cuerda?", pregunta la voz al otro lado. "¡Desatalda"!, ordena; la puerta vuelve a moverse un poco, y al rato, la misma voz da otra orden: "¡Aprestad las armas!"

Entonces, la puerta se abre de golpe y aparecen tras ella dos alguaciles empuñando sendas lanzas hacia delante con ambas manos, y tras ellos otro más con una ballesta cargada, apuntando hacia el interior y precedido de un grupo de curiosos que se han acercado para ver lo que pasa. Los alguaciles perciben dos siluetas dentro de la taberna, una de ellas apoyada en una lanza, pero sin actitud ofensiva. No obstante, son precavidos y, en previsión de una posible trampa, no se atreven a pasar al interior.

"¡Eh, los de dentro!", os grita el hombre que sostiene la ballesta. "¡Salid de ahí! ¡Vamos!", y al decir esto endereza aún más la ballesta, amenazadoramente, mientras los otros dos dan un paso atrás para separarse un poco de la puerta, sujetando sus lanzas firmemente.

Os encontráis en las inmediaciones del pozo, preparados para esconderos en algún sitio por si vienen mal dadas. Por suerte, la lluvia de piedras ha cesado; es probable que la gente esté reunida frente a la puerta de entrada a la taberna.

Observáis a vuestro alrededor, buscando el lugar más adecuado para esconderos. Las habitaciones, al estar vacías y no tener ventanas ni balcones por donde poder escapar, no son un buen lugar para ocultarse. En el pozo cabe una persona muy justa; tal vez el grandullón de Simplicio tendría problemas para meterse por ahí, pero vosotros dos no. No quedan muchos lugares más para elegir, excepto el montón de mesas y taburetes que apilasteis, tras los cuales tal vez, con mucha suerte, podríais pasar desapercibidos.

Salís bruscamente de vuestro escrutinio cuando oís cómo la puerta de la taberna que da a la calle se abre de golpe. Se hace el silencio durante unos segundos, y entonces oís la misma voz de antes, ahora con más claridad, gritando desde la calle: "¡Eh, los de dentro! ¡Salid de ahí, vamos!"

Simplicio obedece, saliendo a la calle en actitud tranquila y lentamente. Espera que sean sus compañeros los que hablen ya que él es poco ducho en elocuencia y comunicación.

De reojo busca su monturas, no siendo que el frayle no las hubiese robado. Pone sus sentidos a funcionar, ( escuchar, descubrir....), cualquier cosa le ayudara a conocer los detalles sobre la situación que andan padeciendo.

Con el Coltell enfundado, y en actitud no hostil, brazos bajados y con la mirada al frente, Roger inspira profundamente y se situa a la derecha de Simplicio y le acompaña intentando no mostrar emoción alguna. "Además si la guardia ha encontrado la puerta cerrada por fuera con cuerda estará claro que nos han hecho una jugarreta y nos han encerrado", piensa Roger.

Ventura obedeció y comenzó a caminar hacia fuera.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó mientras caminaba al exterior tranquilo—. Maese alguacil, un hombre nos privó de nuestro libre albedrío aquí dentro y, de no ser por vos, aún estaríamos presos.

A modo de agradecimiento Ventura hizo una exagerada reverencia mirando al alguacil que llevaba la voz cantante.

—Un hombre nos trajo aquí para que pudieramos descansar y que así lo hicieran también nuestras bestias y cuando entramos, demasiado confiados, cerró la puerta tras de nos y se llevó las bestias. Recuerdo la cara de ese bribón, y doy fe que lo era —mientras hablaba iba alternando la mirada con sus compañeros buscando complicidad.

Los gestos que busca mi buen Ventura, los encuentra sin duda en Roger, en cuanto se oye lo que está alegando.

Un ligera pero firme confirmación con un gesto con la cabeza despues de cada comentario y manteniendo el semblante abstraido de emociones. Roger no quiere que las emociones lo traicionen dando a entender lo que no es.

Una tercera silueta aparece y se coloca junto a la que se apoya en la lanza. Los alguaciles permanecen alerta, vigilando los movimientos de esos hombres que permanecen en el interior sin decir ni palabra. Las gentes allí reunidas observan con incertidumbre, a una distancia prudencial. Entonces aparece el primer hombre, magro, con la nariz torcida y con pinta de pobre campesino, aspecto que no inspira mucha confianza en los presentes. Le sigue un hombre alto y más maduro, que sostiene dos lanzas atadas con un cordel, mejor vestido pero con un pañuelo en la cabeza que le confiere aspecto de bandido; y por último, sale otro hombre, tan enclenque como el primero pero más bajito. Los alguaciles no pierden de vista las lanzas del grandullón ni el curioso cuchillo que lleva el que está a su lado, pero enseguida se dan cuenta de que ninguno de ellos tiene una actitud hostil. Entonces el primero de ellos explica cómo han sido engañados por un granuja que les encerró en esa posada abandonada. El alguacil que les habló baja un poco su ballesta, pero los otros dos no se mueven y continúan empuñando sus lanzas en dirección a los desconocidos.

Ni rastro de las monturas, solo ves un montón de gente rodeándoos, aunque a cierta distancia, y solo contenida por el alguacil que os estaba apuntando con la ballesta. Se nota que tienen ganas de un buen jaleo.

El alguacil mira alrededor; la gente que os rodea parece que esté asistiendo a un espectáculo en vez de presenciar la caza de unos ladrones. Es gracias a la autoridad del aguacil por lo que se están conteniendo y no os lanzan lo que tienen a mano, pues se nota que están necesitados de un buen ahorcamiento o cualquier otro evento en el que puedan liberarse y dar rienda suelta a sus instintos más animales. Entonces, el alguacil grita:
"¿Alguno de los presentes puede dar fe de lo que dice aqueste hombre?"

Durante unos segundos, nadie habla. Están deseando empezar a gritaros y a descargar en vosotros sus frustraciones.

"Yo vi algo", dice un hombre, que se adelanta a los demás. "Un viejo et un zagal que estaban faziendo unos nudos a una cuerda en la puerta a toda priesa et depués marcháronse tirando de mulo et jamelgo."

"Yo vilos también", dice otro, animado por la iniciativa que ha mostrado el primero. "Mas non vi entrar a los otros."
La gente comienza a murmurar.