Partida Rol por web

Aldea del Arce Rojo. Hora de Doji.

Tu padre se lo piensa un rato, antes de asentir, mientras sonríe.

-Claro, hijo, hazlo. -Ahora más serio, aunque con la sonrisa aún en su boca.-Pero no dejes al Clan en vergüenza.

La multitud jalea al hombre santo. El día es soleado y el olor de las flores de los campos de los alrededores inunda tus pulmones. Los grillos y las chicharras, desde el suelo unos y desde los árboles las otras, contribuyen con sus sonidos a aumentar el bullicio que ya hay en el ambiente.

Le sonrío a mi padre y decido mostrar lo que mejor se hacer:

 - Haré una demostración de esgrima, demostrando que el talento de nuestro clan no se limita al de la palabra, si te parece bien, por supuesto.

 Si mi padre me da permiso, le pido a la gente que haga un círculo a mi alrededor, dejándome espacio para maniobrar. Me coloco en el centro y, manteniendo los ojos cerrados todo el tiempo, desenfundo mi katana y comienzo a realizar una coreografía de esgrima, que he realizado un montón de ocasiones en sesiones de entrenamientos. Mis movimientos son fluidos y gráciles, como si fueran los de una danza hermosa y letal.

Tomo nota mental de todo lo que me dice, sin duda es un objeto bastante exótico, pero ciertas dudas recorren mi mente. Dudas que he de preguntar.

Discúlpeme ¿Cuantas personas sabían de ese magnífico collar?

Espero que no fuesen muchas eso reduciría ampliamente la búsqueda, sobre todo si esa persona odiaba a algunos de estos cónyuges. Las cosas pueden complicarse mucho… todo depende…

¿Tenía su marido algún enemigo? ¿Tal vez usted? Quizas alguien que le pregunto por el collar...

Durante el baño, he ido repasando poemas e intentando crear alguno nuevo para la ocasión. El baño siempre lo tomo solo pues no me gusta que me vean desnudo gente extraña, aunque pueda parecer un tanto raro, en mi familia somos muy estrictos en eso y como mucho si en alguna ocasión necesitamos ayuda para lavarnos, somos nosotros quien asistimos a quien lo necesita y no un criado.

Después del baño y de vestirme tranquilamente, siguiendo con el repaso a los poemas, caigo en alguno que a mi Padre le gustó espcialmente y siendo el un tanto rudo en esta materia me hace suponer que podría ser una elección a regalar a Katsumoto, además creo que una buena pluma le seria bienvenida como regalo.

Termino de vestirme, me ajusto el Wakizashi y cojo mi abanico de madera, no llevo el abanico de batalla y montando en Fergo me encamino a recoger el Kimono y a comprar una pluma que pueda estar a la altura de Katsumoto mientras recito algún poema en mi cabeza:

" La brisa del valle, el trinar de las aves

y el calor del sol, en el pesado pecho

del guerrero, alientan la victoria de su ejercito.

La brisa le dice desde el valle:

-Valiente guerrero, la victoria es tuya.

y las aves vitorean sus lances

y el sol calienta su corazón llenandolo de gloria"

Kyuden Doji. Hora de Akodo.

Tras el baño y de haberte preparado, has montado en tu caballo y te diriges a la tienda donde tienes el kimono de seda azul que has comprado. Pagas al sastre 1 koku. El precio lo merece, ya que con este kimono estarás deslumbrante. Una Grulla tejida en otro tono ha sido puesto en la espalda, además de los mones del Clan y de la Familia Doji en tu pechera. El kimono viene acompañado de unas nuevas zori (sandalias), el obi (cinturón de tela) y los tabi (calcetines).

La hora de comer te sorprende conversando amablemente con el sastre, por lo que decides volver a casa. Dado que tienes mucho que escribir, ordenas a los sirvientes que te lleven la comida, consistente en ramen de pollo, a tu habitación, donde te preparas para escribir algunos haikus antes de ir a comprar la pluma.

La comida es deliciosa y, en cierto modo, parece que te inspira.

El día, aunque ha salido soleado, ha comenzado a nublarse ligeramente. Los vientos han cambiado y en los próximos días puede que llueva. Los pájaros cantan alegres y las golondrinas vuelan veloces persiguiendo insectos que capturan en el aire.

Aldea del Arce Rojo. Hora de Doji.

Tras tu exibición, el hombre santo se te queda mirando, con una extensa sonrisa en la cara.

-Tú, -dice señalándote. -tú eres a quien buscaba. Eres la reencarnación de la virtud. Tú serás mi elegido.

La multitud enfervorecida grita de alegría al poder ver a quien el hombre santo ha elegido. Tu padre se sonríe. Los otros participantes se encuentran divididos entre quienes aceptan su derrota, y se alegran por ti, y los que lamentan no haber sido elegidos, unos mediante el llanto, otros mediante el enfado.

-Tú, y sólo tú, debes seguirme a mi templo donde te colmaré de bendiciones. Esta noche podrás volver a la aldea con tus seres queridos. -Su sonrisa parece sincera y no puedes evitar sentirte orgulloso porque cosas que has practicado desde pequeño sean tan importantes como para que alguien se haya fijado en ti. Sin duda, ha tenido que ser algo más, algo que habrá visto en tu espíritu.

Ciudad de la Orilla Solitario. Hora de Hantei.

Tras unos segundos de silencio, pensándose la respuesta, Mitsuko contesta con cara triste:

-Siento deciros que todo el mundo, incluso gente de fuera de esta ciudad, ha visto mi collar. Como sabréis hace poco fue el festival de la ciudad y yo, como una de las representantes de una de las familias más importantes e influyentes de la ciudad, he tenido un lugar destacado en el mismo.

Mitsuko piensa un rato más tu segunda pregunta. Mientras, el aroma de su perfume te embarga. Delicioso. Piensas.

-La verdad es que me mirado era un hombre muy respetado y querido en esta ciudad. No veo quién querría enemistarse con él. Siempre se comportó con corrección con todo el mundo. -Con cierta tristeza- Es una pena que ya no vaya a poder verle nunca más.

 Le dedico una reverencia llena de respeto al hombre santo y le respondo, con la perfecta humildad que un Samurái siempre debería tener:

 - Será un honor, os acompañaré con mucho gusto.

 Luego me dirijo a mi padre, con otra reverencia:

 - Con vuestro permiso, padre, acompañaré al hombre santo.

 Después de que mi padre me haya dado su consentimiento, acompañaré al hombre santo a su templo, a recibir sus bendiciones.

Aldea del Arce Rojo. Hora de Doji.

Caminas tras el hombre santo por un sendero que se adentra en el bosque. Hace rato que el gentío de la gente ha sido reemplazado por el chirrido de las cigarras que pueblan la arboleda. Tras un buen trecho, llegáis a una cueva. Akihito se gira y te invita a entrar primero. Accedes.

Al entrar en la cueva, observas que está iluminada. Al fondo distingues la entrada a una oquedad mayor, cuando el tunel de entrada termina.

Al llegar a la sala observas un altar. Te acercas a él, pensando que será donde serás bendecido. Sin embargo, no encuentras lo que esperabas.

El altar muestras claros rastros de sangre fresca. Efectivamente, tras el altar dos cuerpos ya muertos descansan en el áspero suelo de la cueva.

Te giras hacia Akihito, pero este está recitando unas palabras que no entiendes, mientras con un cuchillo se hace un corte en un brazo, dejando que la sangre mane. Sus brazos están llenos de heridas recientes y de otras escarificaciones, sin duda de cortes más antiguos. En ese momento, los dos cuerpos muertos se levantan.

-Cogedle, esclavos. -Dice. -Su sangre servirá para nuestros propósitos.

Te preparas para el combate como te han enseñado.

- Tal vez las fortunas os lleven junto a él, cuando llegue el momento, hay relatos que indican que sería posible. Seguro que un amor tan puro llama la atención de las fortunas. – digo con cierto pésame pero con una voz convencida de que mis palabras son reales y una verdad.
- Supongo que no vio nadie de la casa al ladrón, así que con la descripción de un collar tan carismático y único podamos registrar las caravanas de salida de la ciudad. Agradezco toda la información que me ha proporcionado.

Me inclino reverencialmente frente a la dama y con su permiso me dispongo a salir, una vez en la calle, marcho corriendo al barracón para informar a mi superior y sugerirle revisar la salida de la gente para localizar dicho collar al menos podríamos recuperar la mercancía, y tal vez localizar al ladrón.

Bueno eso será si nuestro superior desea pues las órdenes las da él. Esperemos que sepa escuchar o ya se le haya ocurrido eso, por que si no... mejor no pensar en lo que ocurrira.

 Al ver lo que sucede, desenvaino mi katana  y me preparo para atacar al primero de los muertos vivientes, mientras mi rostro juvenil adopta el frío de la muerte.

Me pongo en posición de ataque y voy a por mi objetivo, con movimientos rápidos y gráciles, dispuesto a separar su cabeza de su cuerpo.

Ciudad de la Orilla Solitario. Hora de Hantei.

La mañana avanza y no has sacado nada demasiado en claro. Vuelves al barracón con la esperanza de conseguir algo más de información. Te diriges hacia donde está tu superior.

Comentas tus dudas y sugerencias a tu superior, que opina que son acertadas. Escribe rápidamente unas órdenes en unos papeles y te ordena marchar corriendo hacia las 3 puertas con las que cuenta la ciudad. Tres puertas... ¿Me dará tiempo? Piensas mientras sales de la estancia tras haberte inclinado respetuosamente ante tu superior.

Sales a la calle del cuartel. El viento del mar viene con fuerza, haciendo que por un segundo el polvo se te meta en los pulmones. Paras. Toses un poco, pero enseguida recuperas la comportura y sigues con tu misión.

Si bien en caballo irías más rápido, la ciudad comienza a tener mucha gente y quizás resulten un estorbo. Sin embargo, estás ya cerca de los establos y aún no te has decidido por una opción u otra.

Cueva cercana a la Aldea del Arce Rojo. Hora de Doji.

Tu impacto contra el primero de los zombis ha sido correcto, pero has notado como su piel dura ha hecho que tu katana no haya cortado tan bien como debiera. ¿Por qué habrá ocurrido eso? Tu impacto ha hecho que el zombie pierda su brazo izquierdo, lo que hará que su ataque sea algo menos efectivo, o eso esperas, porque es su turno.

Ambos zombis se lanzan contra ti con un grito ahogado que encoge el corazón. Sus terribles caras, llenas de sufrimiento que sin duda sufrieron cuando perdieron la vida, son horribles. Confías en superar este trance y olvidarlas para siempre.

Akihito, a unos metros de ti comienza a lanzar un conjuro en una repugnante lengua que parece funcionar, mientras con la daga se vuelve a hacer un corte. La sangre vuelve a manar de su brazo.

Uno de los zombis consigue darte un zarpazo y la sangre mancha tu kimono por primera vez en mucho tiempo. Debes acabar con ellos.

 Viendo que mi verdadero adversario es otro, me dispongo a atacar al brujo, confiando en terminar pronto con él.

 Con un rápido giro, trato de esquivar a los no muerto, mientras enfundo mi espada, mientras corro a máxima velocidad contra el traicionero brujo, para desenfundar de nuevo mi katana y volver a atacar.

La idea de usar un caballo resulta tentadora pero pienso en la seguridad de los ciudadanos de la ciudad y niego con la cabeza, no soy tan buena montando a caballo como algunos de mi compañeros por lo que desisto, pero sin perder más tiempo salgo corriendo calle abajo mientras me dirijo a la puerta más cercana de los barracones pero a su vez mas alejada del puerto.  Siendo lo mas rauda que puedo en alcanzar la primera puerta gritando para que se aparten de mi camino los heimin.

Estoy siendo ruidosa y escandalosa pero nuestro honor esta en ello, debo de alcanzar la puerta cuanto antes y explicarles lo que buscamos según creo aunque en las cartas pondrá lo que nuestro superior quiera.

Voy alcanzando la puerta y entrego la carta de nuestro superior – Al parecer buscamos un collar de perlas nacaradas blancas con 3 perlas de mayor tamaño en el centro del collar siendo la del medio aun de mayor tamaño y de color negro – digo tomando aire para poder seguir la carrera hasta la siguiente puerta, intentando recortar camino por algunas de las calles.

A menos que alguno de ellos pueda ir a entregar otra carta con toda la información, pero no sé si podrán dejar el puesto unos minutos… maldita sea…

Cueva cercana a la Aldea del Arce Rojo. Hora de Doji.

Tu impacto ha partido por la mitad al zombi, pero no ha acabado con él.

Un aura de energía negruzca danza alrededor de Akihito, insuflándole más fuerzas. Los zombis te atacan de nuevo, y ambos parecen impactar.

Con las heridas que ya tenías y las nuevas, te desmayas.

Cueva cercana a la Aldea del Arce Rojo. Hora de Shiba.

Te despiertas dolorido. Tu padre está a tu lado. Los cadáveres de Akihito y los zombis descansan cerca de ti. El kimono de tu padre está teñido de rojo. No sabes si es tu sangre o la de tus oponentes.

Los kamis te han salvado, pero has aprendido una dura lección por las malas.

-Deberíamos volver al pueblo, hijo. Esperemos que allí podamos hacer más por ti. Creo que llegaremos tarde a las negociaciones. -Te dice tu padre con una sonrisa triste.

Ciudad de la Orilla Solitario. Hora de Hantei.

El soldado te mira con cara sorprendida al verte cubierta de sudor y jadeante, pero enseguida se cuadra y te responde afirmativamente.

Aún te quedan dos puertas y no sabes si te dará tiempo a llegar a ambas. Quizás el ladrón esté ya lejos. Piensas. No, no debo pensar en ello. Si perservero los Kamis me serán favorables.

Las calles están cada vez más atestadas de gente, pero consigues entregar ambos mensajes con idéntico resultado al de la primera.

A la hora de Akodo has terminado y vuelves al cuartel rendida.

 Miro a mi alrededor, confuso, mientras me levantaba con ayuda de mi padre, aunque no pude evitar tambalearme unas cuantas veces, debido a mis heridas:

 - ¿Que ha sucedido?. ¿Como sabías que necesitaba ayuda?.

 Mi mente estaba llena de enfado conmigo mismo por mi estupidez y torpeza, por haber caído en esa trampa y no haber sabido salir de ella por mi mismo.

Cueva cercana a la Aldea del Arce Rojo. Hora de Shiba.

-Instinto, hijo. No sé cómo lo supe, pero algo me dijo que las cosas no iban bien. Así que decidí seguiros. Por suerte llegué a tiempo. -Tras mirar tu aspecto lastimoso, dice -Ven, apóyate en mi, iremos hasta el poblado.

 Negué con la cabeza, con expresión sombría:

 - No merezco tu ayuda, ni ahora ni antes. He deshonrado a nuestro clan, familia y a nuestros antepasados. He perdido de manera miserable y mi deber es quitarme la vida para restaurar el honor familiar.

Mientras hablaba, mi mano acaricia mi Wakizashi, meditando muy en serio cometer el Seppuku.

 - He esperado toda mi vida para un auténtico enfrentamiento y cuando ha llegado el momento, fui derrotado con facilidad por un enemigo indigno, la vergüenza es demasiado grande para seguir viviendo... Déjame poner fin a mi vida.