Partida Rol por web

-¿Cómo te sientes Baldred?- pregunta Dastar a su compañero- Si te has recuperado podríamos seguir investigando y que nuestro nuevo compañero haga la guardia, quizá recavemos más información y cuando vuelva Darmaeh tendremos más que informar. -Luego mirando a Ceorl- ¿También estás de acuerdo?

- Estoy mejor, pero creo que he sobrevivido al golpe del osezno de puro milagro. Gracias a los dioses. - dijo mirándose la herida. - Creo que debemos esperar, Dastar. Vigilar el pasadizo y esperar a que vuelva el jefe de guardia. 

-Está bien- anota Dastar. Luego se dirige al joven guardia que quedó con ellos- ¿Cuál es tu nombre compañero? -dice- El mío es Dastar y ellos son Baldred y Ceorl.

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   - Soy Hermgarth, hijo de Hermgamel, - dice orgulloso el muchacho. Su cara os resulta conocida, pero no habías hablado antes con él. Charláis un poco, mientras esperáis el retorno de Damaeh.

   Hermgarth y vosotros esperáis durante un rato con impaciencia. Durante la espera, Hermgarth mira varias veces con nerviosismo la entrada oculta entre las zarzas, como si legiones de montañeses fueran a surgir repentinamente de debajo de la roca. Vosotros también miráis, sólo sois solo cuatro para vigilar un paso secreto cuya importancia podría ser vital

   Cuando ya ha transcurrido una hora larga y estáis a punto de pensar en que vaya uno de vosotros a buscar a Darmaeh, veis que se acerca con cinco jinetes veteranos.

   - Vosotros cuatro podéis regresar a vuestras obligaciones. Estos hombres se encargarán de todo aquel que utilice este escondrijo sin nuestro permiso. -

   Hermgarth mira curioso a la entrada del túnel y pregunta.

   - Disculpadme, señor, ¿no se va a seguir al explorador enemigo en el pasadizo? -

   Darmaeh Niega con la cabeza. - De ningún modo!, - es su respuesta. - Herulf está convencido de que todos los túneles abiertos bajo el Thrihyrne son circulares o están ciegos. Este montañés que vieron tus compañeros debe de haber entrado ahí impulsado por el pánico para evitar ser atrapado. Cuando salga nos encargaremos de él.

   Ahora volved a vuestros puestos y tened cuidado: ¡nos han llegado informes de que bandas de orcos vagan por el Folde Oeste aprovechando la ausencia de patrullas al estar las tropas combatiendo lejos! -

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   Absorto en vuestros pensamientos, camináis de vuelta hacia Cuernavilla. Dos horas después, camináis hacia una de las cuadras, construidas en el patio junto al muro exterior de la ciudadela. A vuestro alrededor, los hombres se preparan para el más que probable, futuro combate. Se gritan órdenes, se cuentan y se distribuyen flechas, y los guerreros afilan sus armas. Cuando entráis en la cuadra no veis nada más que diez caballos y el mismo número de jinetes eorlingas atendiéndolos.

   Os dan trabajo inmediatamente, os piden que preparéis las lanzas y pongáis arreos a los corceles más grandes. Mientras trabajáis, los demás guerreros hablan de su experiencia en el combate.

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   En ese momento, Herubrand, uno de los oficiales de Gamelín, entra en la cuadra que aún está sumida en la semioscuridad matinal. No hay antorchas encendidas para que no asusten a los caballos ni prenda en un lugar, ya de por sí, fácil de arder.

   - ¡Vosotros cinco, traed esos caballos y seguidme! -

   Veis con sorpresa que sois escogidos junto otros dos guerreros. Los cinco conducís los caballos al patio y seguís a Herubrand en dirección a las Grandes Puertas. Uno de los dos guerreros se adelanta hasta llegar a la altura del oficial.

   - Herubrand, ¿qué ocurre? Los caballos no están aún bien arreados. -

   Herubrand se vuelve para que todos podáis oírlo.

   - En el Valle todavía quedan hombres y mujeres del Folde Oeste que aún no han salido hacia las cuevas. Esto no tendría importancia, si no fuera porque han llegado informes de que hay orcos y huargos aprovechando la situación. Debéis hacer una incursión por la zona, matar a todos los orcos que encontréis y traer aquí a quienes sean de los nuestros que se hayan quedado rezagados. -

   Luego, Herubrand prosigue su camino hacia las Puertas, mientras vosotros cinco cruzáis miradas perplejas. Una vez reunidos en la Empalizada, bajo el Peón, se os dan las últimas órdenes.

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- Señor - dijo Baldred - Lo haré con gusto - las ropas de Baldred estaban llenas de sangre y rajadas por varios sitios - Pero no me encuentro en plenas facultades. ¿Tal vez habría en la base algún remedio o curandero, que pudiera sanar mis heridas?

Después de que le contestaran, Baldred dio un salto sobre los caballos. No sabía si era fruto de la casualidad, pero ir en un grupo tan reducido a matar orcos podía ser simplemente una excusa para quitarlos de en medio. El joven había montado en caballo desde casi el mismo momento en que aprendió a andar. Se sentía cómodo con ellos y no le fue difícil domesticar rápidamente a la bestia. 

La persecución no terminó como querían, pues al final no descubrieron de que se trababa la visita del dunlendino al fuerte y ahora la nueva misión parecía revestir un peligro mayor. Dastar solo esperaba que su compañero se recuperara pronto y salir a limpiar el Valle de orcos y huargos y traer al mayor número de personas al fuerte. 

De momento debía probar a los caballos para saber si estaban listos para emprender el siguiente viaje.

No había ya mucho mas que hacer salvo cumplir las nuevas órdenes. Ceorl se encaminó sobre el caballo y montó con agilidad en él. Afortunadamente él era buen jinete por lo que no tuvo muchos problemas en acomodarse en la montura para ponerse en marcha.

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   Mientras os preparabáis para partir, a consultas de la petición de Baldred y aunque se había recuperado un tanto, Herubrand mandó traer al sanador de la fortaleza, un joven que responde al nombre de Grima.

   Tras llegar y examinar a Baldred, Grima saca de uno de los numerosos bolsillos que parecen tener sus ropajes y tarro de barro pequeño sellado, rompe el precinto y un olor a hierbas se esparce. En el tarro hay una pasta con la que te aplica en las heridas. La cataplasma hace efecto, ayudando a cicatrizar los cortes y eliminando el dolor, dejándote casi como nuevo.

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- Gracias, Maese Grima - dijo Baldred

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   Tras un rápido desayuno y recoger unos pertrechos. Saltáis sin problemas a las monturas con gran habilidad. Cabalgáis en busca de eorlingas rezagados o tal vez demasiado apegados a sus casas como para estar aún por el valle.

   El grupo de cinco jinetes del que la mayor parte la formáis vosotros sale de la empalizada. Cabalgáis velozmente por los huertos y los campos del valle. Las monturas son robustas, acostumbrados a cargar a los pesados jinetes con los pertrechos de batalla y los cascos de los caballos resuenan mientras recorréis los senderos y campos sin acusar por el momento el cansancio.

   Luego, uno de los jinetes observa a unas siluetas en la lejanía y os la señala. El día amaneció extraño, densas nubes cubren el cielo provocando una perenne penumbra más propia de un atardecer tormentoso que de una mañana temprana. Los cinco formáis una línea y os lanzáis al galope. Los caballos os llevan mucho más deprisa de lo que hubierais podido imaginar y pronto distinguís en la penumbra a una mujer, que corre sujetando un bulto contra su pecho. La persiguen unas sombrías figuras, que ahora que os acercáis con rapidez, veis que se trata de orcos, media docena tal vez.

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Baldred salió cabalgando a toda velocidad en dirección a los orcos mientras se preparaba para la batalla. Quería salvar a aquella mujer, y a lo que probablemente era su hijo. Fue el más rápido y prácticamente lo hizo sin avisar. La urgencia del momento le hizo evitar, por unos segundos, pensar en su propia seguridad. 

Ceorl continuo con el resto del grupo cabalgando hacia su destino. En poco tiempo se enfrentarían contra los orcos y debían estar preparados para el combate.

Dastar ha visto como Baldred y Cerol apresuran la marcha así que decide seguir el ejemplo. Le cuesta un poco pero logra mantener el paso. -¡Vamos! -grita para aturdir a los orcos y animar a sus compañeros