Partida Rol por web

Cindy analizaba toda la situación y le encantaba cómo sus compañeros se implicaban. 

- Quizás es... Un barco volador.- Dijo basándose en algunas historias que había leído de pequeña. - Han arrastrado los cuerpos, los han subido y se los han llevado volando. Y ahora quién sabe si estarán en el mar o en el cielo. Pero sin lugar a dudas esto es cosa...- Bajó el tono hasta susurrar. - ... De brujería. 

Liam iba tejiendo la historia y poniéndoles en antecedentes de aquel misterio que había preparado con sumo cuidado, y mientras tanto, ellos decidían las acciones de sus héroes para resolverlo. ¿Dónde habrían ido a parar los asaltantes de aquellos cuerpos que habían encontrado en la arena? ¿Se habrían ido volando? ¿Serían extrañas criaturas? Todos estaban pendientes de lo próximo que fuera a decir Liam, del resultado que salía en los dados que lanzaban y de encontrar algo en las cualidades escritas a mano en la ficha de sus personajes que pudiera ayudarles a resolverlo todo. Liam había hecho un dibujo en su cuaderno representando la playa, y sobre él había colocado cuatro figuras metálicas que eran los héroes que interpretaban: un bárbaro blandiendo su espada, una clériga sosteniendo un amuleto protector, una hechicera alzando al aire su bastón y un ladrón con la cabeza completamente cubierta por una capucha y adoptando una posición sigilosa. Becca lanzó los dados para intentar que su personaje pudiera descubrir algo de lo sucedido. El dado de veinte caras rodó por el suelo y mientras lo hacía todos pudieron escuchar nítidamente una voz sobre sus cabezas que les resultaba ajena. 

—He visto que tienen cosas brillantes. Guuuu. Puedo robarles alguna. 

La voz sonaba algo mecánica, pero a menos que hubiera alguien allí volando, era imposible que nadie estuviera afuera, ya que para acceder dónde se encontraban había que hacerlo por la escalera de mano que solían esconder para proteger la seguridad de su guarida y que además estaba en el interior del viejo anuncio. Cuando alzaron la cabeza, preguntándose tal vez si las criaturas de la historia de Liam, fuesen las que fuesen, habían saltado de la historia a la realidad para atacarles a ellos, pudieron ver como unas inofensivas palomas se posaban en el borde de una apertura de la chapa del techo y miraban al grupo moviendo la cabeza para enfocar su vista con un ojo primero y con el otro después. 

—Olvídate de cosas brillantes. Tenemos que encontrar comida. Sin comida no hay nido. Guuu —a menos que la madre de Cindy tuviera razón, y aquellos juegos de rol sirvieran para invocar al diablo, las dos palomas allí posadas tenían la sorprendente capacidad de hablar.

Tanto impostar voces y hablar de cosas fantásticas, hizo que en un primer momento Theo mirara a todos confuso, pensando que uno de sus amigos había dicho aquello. Al menos así fue con la primera de las frases. Pero a la segunda, su mirada viajó hacia el techo para descubrir a aquellas dos palomas que se habían colado. Las señaló perplejo, se quedó callado un instante, y luego con el mismo dedo aún estirado apuntó a Astrid.

—Je —señaló a su hermana mientras entrecerraba los ojos en un gesto acusador. Y sin embargo en su cara podía leerse también el desconcierto mientras repasaba los rostros de los demás.

Becca y Astrid, eso fue lo que pensó: se habían trabajado una broma muy elaborada. ¿Habrían puesto algún radiocasette arriba? ¿Pero cómo lo habían activado? Porque justo había sonado al estar allí las palomas... Theo esbozó una sonrisa insegura mientras alternaba su vista entre las chicas y los pájaros.

—¡Cómo  mola! ¿Cómo lo habéis hecho? 

Prefirió preguntar. Se daba por vencido.

Becca era arrogante y se creía un poco superior a los demás, e incluso por encima de los acontecimientos mundanos. Por eso quería dar a entender que el juego de Liam no estaba mal pero que tampoco era la bomba, sin embargo, el brillo de su mirada delataba el entusiasmo que corría en sus venas.

Escuchaba atenta, preparada para otro hechizo, para enfrentarse a los demonios del cielo o del mar. Tan metida en el juego que, inconscientemente pilló y se encendio otro cigarrillo, ofreciendole a la clériga Astrid.

-¿Qué, qué dices? –preguntó distraída a Theo –Dio una calada intensa –E…no…no hemos preparado nada…

La expresion de Theo era de desconcierto y un poco de fascinación, semejante a la del rsto de amigos. Ella miró sin comprender hacia las dos aves. Abrió mucho los ojos, sus facciones se maquillaron de estupor.

Mantén la calma, chica dura –se dijo.

Se mordio un labio. Otra calada –Qué coño…-su vista iba y venía de las dos aves a las caras de sus amigos.

¿Qué estaba pasando? Se apartó a un lado, se armó de valor y se puso en pie. Se sintió un poco idiota.

-¿Es cosa tuya, Liam?

Vaya broma. Luego, comenzó a sonreír de lado. Theo se la estaba colando a todos haciéndose el inocente.

En las relaciones estandard entre hermanos a algo así se le respondía con un “¿Yo? Anda ya, has sido tú” seguido, si era necesario de unos cuantos “yo no, tú” para terminar con un reclamo a la represión “Mamá/papá, mira lo que ha hecho…” y luego más “¡No he sido yo”. Aunque para en el anárquico hogar de los Korklan, donde lo liberales padres les dejaban a su aire, no había lugar para el recurso a la autoridad .

—Anda ya, Theo, al acusarnos te delatas... Está claro que has sido tú.

Miró arriba y no vio nada. Quizá habían encalado un radiocasete en el techo, cerca de las palomas. Volvió a Theo frunciendo el ceño. Por mucho esfuerzo que pusiera en disimularlo, en su cosmología personal su hermano era Mozart y ella Salieri. Sí, el perfecto compinche podría haber sido Liam, el Robin de Batman... Podrían haber hecho ese efecto con algo más sencillo, más genial. Quizá tubos. Pero tampoco había tubos... Señaló a Liam, era más débil y confiaba en que cantaría.

—Sí, habéis sido vosotros dos… ¿Cómo? ¿Cómo lo habéis hecho?

La aparición de las palomas creó algo de desconcierto en el grupo, Theo atribuyó la voz metálica que procedía de las aves a los demás, y en un abrir y cerrar de ojos hubo unas cuantas acusaciones cruzadas sobre quién era el autor de aquella broma. Mientras los niños las miraban perplejos, las palomas que habían interrumpido la partida que con maestría había elaborado Liam, aletearon hacia el interior de la guardia y descendieron hasta el centro del círculo que ocupaban los muchachos, justo done estaban las figuritas metálicas. 

—Guuu. ¡También tienen comida! —dijo la voz metálica que procedía de una de las palomas—. Tú coge las cosas brillantes y yo la comida. 

Una de las palomas tomó con su pico la figura del bardo y alzó una pata para coger también la de la hechicera, mientras su compañera se dirigía a la bolsa de golosinas y chocolatinas, dispuesta a tomar la bolsa con el pico y llevarse toda la mercancía. 

Cuando aquellas palomas se posaron en el centro del juego, y comenzaron a hablar, Becca continuó mirando a sus amigos y amigas. Ninguno asumía la autoría de la elaborada broma, y se miraban unos a otros, con miradas acusadoras y risueñas.

La jovencita regresó su vista a los dos pájaros. Pero cuando escuchó lo que decían y vio que picoteaban las figuras, y en particular la suya, y la otra la bolsa de cuches, su temperamento tomó el control de Becca y, por impulso y sin darle una vuelta, agarró su mochila y lanzó un golpe contra las dos palomas, en plan revés de tenis.

Eso ya era demasiado.

-Ni se os ocurra tocar a mi hechicera ni la merienda.

Al ver los pájaros descender al centro del círculo, Theo trató de contener el sobresalto y solo dio un ligero respingo. Los miraba con los ojos muy abiertos, fascinado de ver el desparpajo con el que se paseaban entre sus cosas, y absolutamente atónito cuando volvió a escuchar aquella extraña voz: en ese momento no le quedó duda de que la paloma, fuera como fuera, estaba hablando.

Paseó su mirada sobre los demás para comprobar si estaban viendo lo mismo que él, y cuando Becca se atrevió a increpar a los bichos por su cara dura, con un pestañeo salió de su estupor y se lanzó a intentar atrapar a la que, a todas luces —y contra todo el sentido común—, parecía la líder e ideóloga de aquel atraco.

Astrid se quedó sin palabras y miró a su hermano pensando que él actuaría sí o sí, arrastrado por su inherente espontaneidad. Luego ella lo podría acusar de ser demasiado impulsivo y llevar la situación al desastre, pero ahora necesitaba que él hiciera algo que luego le sirviera de base a ella para "trabajar".

Dio un paso hacia atrás y se echó la mano a la boca al ver que Theo iba a atrapar a aquel "ser". Todo el mundo imagina que los aliens se decantarían por nuestra especie como camuflaje para una invasión, pero a ella se le ocurrió que no tenía por qué ser así, pues en la Tierra hay muchas especies más... En todo caso venir disfrazado de paloma no había sido muy buena idea.

La advertencia de Becca hizo que las palomas se giraran hacia ella y la miraran sin comprender agitando la cabeza de un lado a otro y alternando el ojo con el que la miraban con un gesto bastante cómico. Entonces Becca sacudió la mochila frente a ellas y las palomas se echaron hacia atrás agitando las alas y llenando el espacio de pequeñas plumas que se quedaron flotando en el ambiente. 

—¡Huye! ¡Guuu, vuela! —Advirtió una de ellas a su compañera. 

Pero fue demasiado tarde para ella. Theo se acercó sigilosamente y aprovechó la distracción creada por Becca para atraparla por la espalda en aquel descuido. La otra logró huir por la abertura del techo con dos de las figuras metálicas del juego de Liam. La paloma atrapada por Theo agitó las alas nerviosa intentando escapar pero las manos del muchacho la sostenían con firmeza imposibilitando la huida. Pronto la paloma se resistió y se quedó lo más quieta que pudo, llenando el buche para respirar y mirando fijamente a su captor.

En el ambiente de la guarida se habían quedado suspendidas muchas más pequeñas plumas que se habían desprendido de las alas de la paloma en su desesperado y estéril intento de fuga junto a un intenso olor a ave. Se trataba de una paloma bastante normal, a excepción de que en la cabeza del pájaro había una pequeña cicatriz reciente con la marca todavía visible de unos pequeños puntos de sutura.

- Err... Chicas, el humo de vuestro tabaco creo que nos está haciendo tener alucinaciones.- Dijo Cindy mirando desconcertada a las palomas. Luego se comenzaron a acusar, pero ciertamente no parecía que ninguno de los presentes pudiera elaborar un plan tan currado como para hacer que las palomas hablaran. 

- Theo, mira a ver si tiene algún micro, o algún altavoz... Es muy raro que hablen...- Bajó el tono pensando en lo que sus padres opinaban sobre las nuevas tecnologías y solo pudo deducir una cosa. - A menos que sean robots. 

Se acercó con cautela para analizarla, a pesar de que parecía una paloma normal y corriente. - Mirad, está cosida. ¿Le habrán metido algún chip dentro? Esto es muy raro, muy, muy raro...

Cindy comenzó a sentir empatía por el animal, a saber qué cosas había sufrido y lo que le habían hecho. 

- Pobrecita, seguro que lo ha pasado muy mal... No es natural esto. Debe estar asustada. 

Liam tardó un poco en reaccionar, pensando que alguno de sus compañeros era, en secreto, un genio del ventriloquía y el doblaje. Desde luego, era menos inverosímil que asumir que las palomas acababan de hablar.

Cuando Theo finalmente capturó una, se vio obligado a aceptar la extravagante realidad.

—Creía que solo los loros hablaban, como en la película esa de dibujos. 

Al examinarla más de cerca, sin embargo, pudieron ver los puntos de sutura en su pequeña cabeza. Tal vez la teoría de Cindy sobre el chip no era descabellada.

Le costó un rato, pero la paloma logró calmarse en las manos de Theo, o eso, o es que estaba tan asustada que ni se atrevía a moverse. Solo contoneaba la cabeza y miraba uno a uno a los muchachos que se arremolinaban en torno a ella para estudiarla y resolver el misterio de por qué hablaba. La paloma no llevaba ningún altavoz, ni tampoco era un robot. Era una paloma tan normal como cualquier otra, salvo por su increíble capacidad de hablar y la cicatriz en la que se habían fijado y que observaban con detenimiento. 

Cindy se aventuró a teorizar un montón de cosas, entre las que estaba la posibilidad de un chip implantado. Pero fue Astrid quien lo confirmó. El corte era una línea recta, hecha por un bisturí con gran precisión. La sutura había sido limpia y apenas se notaban los pequeños puntitos alrededor de la cicatriz. Cuando Astrid se fijo más pudo ver que bajo la cicatriz había un pequeño bultito, lo tocó suavemente y su forma le recordó uno de aquellos microchips que tenían los circuitos de las naves magnetrínicas que alguna vez había visto en los libros de la biblioteca. 

Sin terminar de fiarse de que no hubiera algún intento de evasión, Theo sujetó a la paloma con más suavidad cuando la notó relajarse y la acarició despacito con el pulgar. Sonrió fascinado ante semejante maravilla y escuchó las hipótesis de Cindy y de su hermana mientras observaba con mayor atención aquella cicatriz. 

—¿Y qué creéis que hace el chip? ¿Traduce sus pensamientos a palabras? —planteó a todos profundamente intrigado.

Levantó al ave para ponerla enfrente de su cara y probó a mirarla a los ojos. Si era capaz de hablar, ¿podría también comprender a quien le hablara?

—Hola, bonita, ¿tienes nombre? —preguntó con el tono cariñoso con el que le hablaría a una mascota.

Astrid afirmó con la cabeza.

—Eso dice muchas cosas de la inteligencia de los pequeños animales... Aunque también podría estar convertida en un zombi esclavizado por un cerebro electrónico.

Puso la misma voz que su hermano y esta vez no porque estuviera haciéndole burla.

—¿Eh, bonita? ¿Eres una paloma de verdad? ¿Una genuína Columba livia? ¿O estamos hablando con un parásito robot?

-Buah, qué alucine -murmuró Becca, observando con ojos muy abiertos y llenos de intensa curiosidad, a la paloma parlanchina.

Las teorías de sus amigos se tornaban realidad.

-Démosle espacio. Apartaos un poco. Eh, ya se- se puso en la palma de la mano un poco de pastelito-. Toma, come, no vamos a hacerte daño.  

Pensó que sería alucinante tener una mascota que hablase, una paloma espía. Su mente intrigante ya leía diferentes escenarios a futuro.

-Astrid, deja de hablarle así, que la asustas. Seguramente es producto de algún experimento raruno y se ha escapado con la otra. O puede que haya más.

Continuaba mirándola y ofreciendo el dulce.

-Es una pasada. ¿Y si hay perros y gatos que hablan?

Cindy no se acababa de creer la situación y le parecía de lo más alucinante posible. Miró a la paloma sin parpadear y con la boca abierta cuando Theo preguntó si traduciría los pensamientos del animal en palabras. 

- Si eso es así... Madre mía. Parece cosa de magia.- "O del demonio". Le vino la voz de su madre repentinamente a la cabeza, como si la escuchara realmente. Sería mejor no comentarle nada a ella pero tenía unas ganas tremendas de salir de ahí, con la paloma en la mano, para enseñársela a Nile. 

- Yo me llamo Cindy.- Le dijo a la paloma, acercándose a ella después de que Theo le preguntara su nombre. - No queremos hacerte daño. 

Si esos eran los pensamientos de una paloma, sin lugar a dudas, tal y como decía Astrid, razonaban y eran inteligentes. Se sintió bastante orgullosa de haber estado cuidándolos siempre. 

- Un momento... Si solo traduce sus pensamientos en palabras, significa eso que no nos entiende. Quiero decir, ¿puede tener una conversación normal? ¿Entiende el idioma humano o solo lleva un chip que hace que exteriorice sus pensamientos sin entender lo que ella misma está diciendo? 

Se giró hacia Becca. - Ojalá perros y gatos habladores, sería tan fácil saber lo que quieren.- Y le lanzó una mirada a Astrid. Así sabrían super rápido las necesidades de los animales que suelen cuidar y lo que les ha pasado. 

Liam se quedó a una distancia prudencial. Tenía experiencia con robots, pero no con animales parlantes. Aunque era un sueño de muchos niños, no dejaba de ser un hecho totalmente insólito.

—Antes hablaban de comida y de volar, ¿verdad? Tal vez no tengan malas intenciones —se atrevió a aventurar.

Su hermano Charley había llegado a enfadarse con sus jugadores por abandonar una sesión a medias cuando descubrían que había partido o sucedía algo que les llamaba la atención —como las excelentes mini-pizzas de la señora Brown—, pero a Liam le fascinaba aquella interrupción. Era como si él mismo estuviese siendo invitado a una aventura.