Partida Rol por web

Blancanieves y sus pupilos

Preludio: La Viajera Presa

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22/01/2018, 20:47
Narración

En los últimos días, tu imaginación parecía desatarse con cada libro. Cada línea te hacía escuchar con inusitada claridad lo que sucedía en las historias, desde el viento hasta las voces de los personajes. Los olores surgían de cada página de acuerdo al párrafo y de vez en cuando podías captar vistazos del paisaje que te imaginabas a través de la ventana, como si estuvieses sumergida de verdad en el libro. A veces, incluso, luego de cerrarlo, las sensaciones persistían en el aire, mientras los personajes continuaban charlando en algún lugar, sin que entendieses muy bien de qué o por qué. E incluso el clima se te antojaba idéntico al que acababas de leer, aún cuando terminase contradiciendo lo que sucedía realmente en tu ventana.

Sin embargo, el día en que te enteraste de la noticia, aquel fenómeno se detuvo dejando lugar a una tristeza que parecía despojar de luz a tu cuarto. Ese día, tus padres entraron a tu cuarto, se acercaron a ti, y se sentaron junto a ti en la cama, con sus rostro cargado de congoja y te explicaron lo que sucedía: Tu abuela estaba en el hospital, estaba muy enferma. Lo dijo tu padre, mientras tu madre trataba de contener el llanto. Tu padre te pidió que preparas algunas cosas para llevar, ya que irían a visitar a tu abuela en la clínica. "Es importante que hables con ella", dicen con tacto, cuando en realidad parecían querer ocultar el hecho de que probablemente te llevaban para que te despidieras. No eras tonta, después de todo, y aunque a tu abuela le costaba recordar cosas y reconocer a quienes estaban a su alrededor recientemente, siempre había un brillo especial en sus ojos cuando te veía, incluso aunque tu nombre se le escapara.

El viaje hasta el hospital fue incómodo y demasiado silencioso. Tu madre miraba por la ventana del coche y tu padre no interrumpió el incómodo silencio. Ninguno de los dos se acordó de encender la radio. El edificio del hospital se veía grande, frío y desolador, con sus cristales tan brillantes como espejos, y sus colores pasteles desprovistos de cualquier alegría. Era imposible no sentir encogerse el corazón ante aquella armazón de vidrio, cemento y metal, que más se te antojaba en este momento una lápida blanca y solitaria.

El interior estaba cargado con tristeza y desolación, lo podías sentir en el ambiente. Por cada sonrisa que encontrabas, de alguna enfermera o de algún doctor, había al menos tres rostros de cansancio, seriedad o miseria. No había ningún olor predominante y las luces blancas solamente reforzaban la ilusión de que no existían más colores en el mundo que aquella variedad limitada y suave de tonalidades blancuzcas. Caminas detrás de tus padres, estás con ellos en el elevador, y luego en el alargado pasillo tras preguntarle a la enferma en dónde se encontraba el cuarto que buscaban: 452.

Y finalmente llegaron. Ingresaron con cautela, como si temiesen lo que estaba allí adentro. Tu madre comenzó a sollozar, tu padre la abrazó cariñosamente. La habitación parecía desprovista de toda luz, aunque había una ventana abierta con las persianas bloqueando el sol. Había una camilla en el medio y al lado, una máquina que emitía toda suerte de zumbidos y pitos de forma rítmica, mientras líneas verdes oscilaban con números y letras cuyo significado te era desconocido. Y allí, sobre la cama, bajo la cobija delgada y con cables y canales conectados a las máquinas y al suero, allí estaba tu abuela con los ojos cerrados, como si descansara solamente, mientras su pecho se movía al ritmo de una respiración apacible que armonizaba con los sonidos que emitía la máquina a su lado. Curiosamente, allí sí había un aroma diferente, era el olor a tu abuela, el mismo que recuerdas bien de aquellas sesiones de lectura, o cuando preparaba algo para comer.

Tu tío y su esposa saludaron a tus padres, también ellos tenían un rostro compungido y serio. Luego te saludaron a ti, intentando sonreír sin demasiado éxito. Entre ellos empezaron a hablar, mientras explicaba en detalle lo que le sucedía. Mientras tanto, tu abuela dormita, ajena a vuestra llegada. A pesar del aroma familiar, el cuarto se siente frío y metálico, logrando que te sientas algo incómoda. La mano de ella está allí, sobre la cama. Su mano arrugada y manchada que para ti siempre había sido la misma, suave y cariñosa. Sus dedos se movieron suavemente, en un pequeño espasmo, mientras atrás los adultos conversaban.

-Le hicieron los exámenes hace un rato, pero el médico no es muy optimista...- dice tu tío susurrando. Tu madre abraza a tu padre, mientras intentan bajar la voz aún más al notar que pareces prestarles atención. Tu madre se acerca a tu abuela acostada, y besa su frente, mientras intenta abrazarla. Todos observan la escena en un silencio solemne, sin atreverse a decir nada más y los minutos se suceden uno tras otro tras otro.

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29/01/2018, 14:35
Deanna O'Connor (joven)

Deanna no se había atrevido a pronunciar palabra alguna durante todo el trayecto hacia el hospital. Era como si de repente aquel nudo que se había instalado en la boca de su estómago al observar el rostro acongojado y lleno de preocupación de sus padres, no permitiese que su diafragma se abriese. Como si no dejase circular el aire a través de sus cuerdas vocales. En cualquier caso, no habría encontrado palabras que pudieran expresar aquellas emociones que la abrumaban, o aquel miedo que pulsaba entre sus sienes. 

Entrar en el hospital había añadido una pesada carga de pesadumbre sobre su espalda, y el olor antiséptico de los pasillos y las habitaciones había erizado su piel. Miraba cada pequeño letrero, indicando la ubicación de cada uno de los cubículos exactos en los que se guardaba a alguien más que debía encontrarse enfermo, o quizá incluso en sus últimos momentos, y durante un instante, aquello se le antojó frío, vacío y cruel. Era lo mismo que le ocurría cuando se paraba detenidamente, a observar el pollo crudo envasado en la sección de congelados del supermercado, cuando acompañaba a su madre. 

Tragó saliva, al ver que sus padres se detenían ante la puerta que venía acompañada del número "452", y acto seguido, se encogió sobre si misma. No sabía que esperar. ¿Qué aspecto tenía alguien cuando se moría? ¿Dolía mucho morirse? ¿Era como dormir para siempre? ¿O era algo más... Complicado? Deanna no estaba preparada para enfrentar algo así. Y menos para que la primera persona a la que viese en aquel estado fuera su propia abuela. A aquella edad tan sólo comenzaba a figurarse que la muerte era el último y fundamental proceso natural de la vida. Y le aterrorizaba enfrentar un hecho como ese. Le aterrorizaba volverse aún más consciente de que aquello pasaba.

Había sido súmamente difícil que entendiese en su día lo que había sucedido con Miss Sally. Más que nada, que lo asimilase. Y al entrar a la habitación, la sensación de que aquello no estaba ocurriendo, de estar viviendo una historia narrada y no algo que estaba sucediendo de verdad, la invadió por completo. Observó a su abuela rodeada de cables, con aquellas vías puestas, y aquel respirador que la ayudaba a recibir aire, empalidecida y profundamente extrañada, a penas siendo consciente de la presencia de sus tios en la habitación. 

Aún clavada en la puerta, y sin haber sido capaz de acercarse a la cama, escuchó a su tio, y vio cómo su madre lloraba, y se abrazaba a su padre, con la misma sensación de irrealidad con la que observaba a su abuela. Su madre besaba la frente de la mujer anciana, entre lágrimas. Era el mismo gesto que le dedicaba a Deanna cuando la despedía por las mañanas, antes de irse a trabajar. Pero en aquella ocasión lloraba. En aquella ocasión lo hacía como si se despidiese para siempre, y Deanna no supo entenderlo. Su abuela seguía ahí. 

Parecía dormida, se dijo, mientras finalmente se atrevía a avanzar, percibiendo el olor de su abuela. El olor de tardes sobre la alfombra, el olor que tenían por definición, las historias que leía junto al fuego del salón. El que acompañaba al chocolate caliente y a las tartas de manzana, y te llenaba el estómago de una felicidad diferente. Ese olor, que sin lugar a dudas la hacía percibir que estaba en casa.

Deanna se detuvo, en medio de su avance, a los pies de la cama. Observó el pequeño cuerpo delgado y envejecido de su abuela, cubierto por aquella sábana blanca inmaculada, y dibujó una mueca de enfado- No le habéis traído su manta.-dijo, hablando por primera vez, notando cómo aquel nudo se deshacía para derramarse en lágrimas silenciosas, mientras se desabrochaba la chaqueta de estampado de flores primaverales que llevaba puesta, y finalmente terminaba de acercarse, cubriendo a la anciana con la prenda, ajustándola con cuidado y cariño sobre su cuerpo, tal y como su abuela la habría tapado antes de irse a dormir. 

La notó cálida, aún viva, y débil. Notó el tacto de sus dedos suaves al tomar su mano, con aquellos bultos que los hacían parecer varillas para tocar el tambor a los que ella llamaba "artrosis". Notó todas aquellas cosas, con el corazón encogido, y sollozó- ¿Por qué no se la habéis traído? - dijo, con un tono a medio camino entre la desesperación, la tristeza y el reproche que nacía del absurdo. 

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30/01/2018, 02:50
Narración

Tu pregunta es respondida por el silencio, mientras los cuatro adultos intercambian miradas entre sí, con una expresión severa y triste. Finalmente es tu tío quien responde. -Pequeña, todo pasó muy rápido. Apenas si tuvimos tiempo de preparar las cosas y acompañar a la ambulancia- dice y tu padre se acerca y pone una mano en tu hombro para reconfortarte un poco. Y allí en la cama, tu abuela respira suavemente, completamente ajena a lo que sucede, sin reaccionar ante tu gesto o ante la conversación que tiene lugar allí.

Los minutos transcurren con lentitud y con un silencio grave. Una enfermera entra en un momento para vigilar los números de las máquinas, anotar unas cosas en la tabla a los pies de la cama, y salir sin decir absolutamente nada más, y los adultos solo parecen impacientarse ante la ausencia de noticias. Tu madre permanece junto a tu abuela sosteniéndole la mano, tu tío camina de lado a lado, silencioso, su esposa mira por la ventana y tu padre simplemente se muestra bastante inquieto, incapaz de permanecer en algún lugar de la habitación por más de unos minutos. Finalmente  se levanta del sillón duro y frío sobre el que os turnáis para sentaros. -Esto es ridículo. Creo que tenemos que ir a buscar al doctor, necesitamos saber como está nana- dice y los otros parecen asentir sin mover la cabeza. Quieren saber, necesitan saber, y tras discutirlo un momento, deciden que lo mejor es escucharlo de boca del doctor mismo. -Iremos a la cafetería- dicen tu tío y su esposa tras debatirlo rápidamente con tus padres -no hemos comido nada. No tardaremos- dicen finalmente. Tu madre se acerca a ti y te da un abrazo largo y fuerte. Su corazón late con fuerza y su respiración entrecortada suena como lo hacen los sollozos.

-Volveremos en un instante Deanna. Queremos saber qué dice el doctor. ¿Puedes quedarte con nana hasta entonces? Puedes leerle una historia si quieres, seguro que eso la alegrará- dice con voz débil depositando un beso en tu cabeza. Los adultos se dan prisa, y tu padre te acaricia el cabello antes de partir también junto a tu madre a buscar al doctor. Quedas sola finalmente, acompañada sólo por la melodía de los incesantes zumbidos y sonidos que vienen de los aparatos, por la respiración tranquila de tu abuela y por los lejanos murmullos del hospital.

Tu abuela parece apacible allí en la cama acostada, casi como si solamente durmiese y estuviese a punto de despertar en cualquier momento, sonreír, ponerse sus pantuflas y sentarse en su silla favorita. Es fácil imaginar que en cualquier instante abrirá sus ojos, te reconocerá de inmediato y te pedirá que le leas alguna de sus historias favoritas, mientras ella observa hacia algún punto en el vacío, y escucha con absoluta atención y concentración cada palabra. Y que al final de la narración, dejará un beso sobre tu frente, te dará un abrazo y te preguntará "¿Qué te ha parecido?" aunque haya sido uno de esos cuentos que has releído una y otra y otra vez.

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12/02/2018, 11:30
Deanna O'Connor (joven)

Deanna asintió, compungida, sorbiéndose la nariz, sin molestarse en secar las lágrimas de sus mejillas. Miró a su abuela, una vez más, antes de darse la vuelta para auparse, sentándose a los pies de la cama, dispuesta a no aceptar que se le impidiese tal cosa, a protestar enérgicamente si alguien se oponía a que se situase a los pies de la mujer que parecía símplemente dormir plácidamente.

Sí, como si en cualquier momento fuese a despertar, se dijo Deanna a si misma, entre hipidos, mientras rebuscaba en su mochila de felpa de color rosa, y escuchaba cómo los pasos de sus padres y sus abuelos se alejaban, sacando de entre sus cosas aquel libro que últimamente adornaba su mesita de noche, para abrirlo por la página que señalaba el marcador, y respirar profunda y entrecortadamente, apretando los dientes para no sollozar una vez más, antes de fijar su mirada empañada sobre las líneas plagadas de historias, y leer, tratando de sobreponerse a su propia voz temblorosa. 

El caballero lloró tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la visera de su casco y empaparon la alfombra que había debajo de él. Las lágrimas fluyeron hacia la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, toda la habitación había empezado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no fuera porque en ese preciso instante apareció otra puerta. Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta, la abrió y entró en una habitación que no era mucho más grande que el establo de su caballo.

—Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas —dijo en voz alta. Una voz replicó:

—Porque os estáis acercando a vos mismo.

Sobresaltado, el caballero miró a su alrededor. Estaba solo, o eso había creído. ¿Quién había hablado?

—Tú has hablado —dijo la voz como respuesta a su pensamiento. La voz parecía venir de dentro de sí mismo. ¿Eso era posible? —Sí, es posible —respondió la voz—. Soy tu verdadero yo.

—Pero si y o soy mi yo verdadero —protestó el caballero.

—Mírate —pronunció la voz con ligera aversión—. Ahí sentado medio muerto, dentro de ese montón de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si tú eres tu verdadero yo, ¡los dos estamos con problemas!

—Ahora óyeme tú a mí —dijo el caballero—. He vivido todos estos años sin oír una palabra sobre ti. Ahora que oigo, lo primero que me dices es que tú eres mi verdadero y o. ¿Por qué no me habías hablado antes?

—He estado aquí durante años —replicó la voz— pero ésta es la primera vez que estás lo suficientemente silencioso como para oírme. El caballero dudó.

—Si tú eres mi verdadero yo, entonces, por favor, dime ¿quién soy yo?

La voz replicó amablemente. —No puedes pretender aprender todo de golpe. ¿Por qué no te vas a dormir?

—Esta bien —dijo el caballero— pero antes quiero saber cómo debo llamarte.

—¿Llamarme? —preguntó la voz, perpleja—. Pero si yo soy tú.

—No puedo llamarte yo. Me confunde.

—Está bien. Llámame Sam.

—¿Por qué Sam?

—¿Y por qué no? —fue la respuesta. 

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14/02/2018, 02:39
Desconocido

-Tienes que conocer a Merlín, dijo el caballero, empezando a cabecear de cansancio - una voz a tu lado interrumpe repentinamente tu lectura. Al lado tuyo hay un hombre, de aspecto relativamente joven, de estatura mediana, de cabello arreglado en rastas y barba bien cuidada; el color del mismo parecía ser una transición entre el castaño y el rojizo y sobre él, una gorra negra, y su piel es más bien blanca. Sus ojos son negros y parecen tristes. Su contextura física tiende a la delgadez, viste de manera sencilla, con una chaqueta no muy nueva, una camiseta de un color azulado y unos vaqueros que seguramente han visto más de una postura. Lleva las manos en los bolsillos, y su postura lo hace ver algo encorvado. 

Cuando se da cuenta que le observas, te devuelve el gesto con una sonrisa triste. No estás segura de cómo llegó allí, pues no le has escuchado entrar o caminar hacia tu lado. El hombre vuelve luego su mirada hacia tu abuela recostada en la cama. -Lo lamento- dice con voz suave -no pretendía interrumpirte. El caballero de la armadura oxidada, lo recuerdo perfectamente...- dice dando un paso hacia tu abuela. Saca la mano de su bolsillo y toma la de tu abuela con delicadeza, sosteniéndola apenas mientras su mirada se pierde en el rostro de ella, dormitando bajo el arrullo de los sonidos de las máquinas a las que está conectada. El hombre ya no sonríe, sino que parece concentrado en la escena.

-Era uno de sus favoritos- dice mientras ahora esboza una sonrisa sin mirarte. -Le gustaba leerlo en voz alta todo el tiempo, hasta el punto en que terminé memorizándolo- su voz es suave, lenta, medida. Hay algo en él que te llama la atención, algo que pareces notar, como si hubiese un segundo aspecto, una sombra, una cualidad que no terminas de ser clara. Por instantes se te antoja que aquel extraño es más bajo de lo que aparenta, pero estando lado a lado, ciertamente puedes comprobar que es tan sólo una curiosa impresión tuya -Cuando lees, lo haces mucho como ella. ¿Eres familiar de Bella, verdad?- pregunta. Pero el interrogante es desconcertante a su manera... ya que aquel no era el nombre de tu abuela*

-¿Quieres continuar?- dice amablemente mirándote de nuevo

Notas de juego

 escuchaba cómo los pasos de sus padres y sus abuelos se alejaban,

Son sus tíos. xD

*Dejo el nombre en tus manos.

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15/02/2018, 10:53
Deanna O'Connor (joven)

Deanna emitió un respingo, sobresaltada, al escuchar una voz que no esperaba continuar su relato, observando al extraño que parecía haber salido de cualquier parte menos de la puerta, perpleja, y con los ojos aún llorosos abiertos como platos. Se llevaba, casi sin querer, una mano al pecho, al contemplar cómo se acercaba a su abuela, temerosa. 

Sin embargo, había algo. Quizá la tristeza en su rostro, o el modo delicado en el que tomaba la mano de Claudine, su abuela, o puede que la curiosidad chispeante que despertaba en sus pupilas heterocromas. 

La cuestión era que lo miraba, de hito en hito, sintiendo cómo su mirada se desenfocaba tratando de entrever algo que no terminaba de encajar en su cuerpo. ¿Era la altura? ¿O sus ojos negros? No lo sabía. Sólo entendía que aparentaba ser algo, y quizá... No era tanto tal cosa- ¿Quién...?- se atrevió a preguntar a medias. Había llamado Bella a su abuela. ¿Se habría equivocado de habitación? Pero sabía que "El caballero de la armadura oxidada" era uno de los favoritos de nana. Entonces, ¿tenían ambos en mente a la misma persona al nombrarla? ¿Era Bella un apodo o algo así? ¿Y cómo podía ser que le leyese a él cualquier libro? Tenía barba, y cara de tener por lo menos más de veinte años. Y nana no tenía más nietos. 

La extrañeza llenaba la expresión de Deanna, que torció el gesto ante la pregunta del desconocido- Es mi abuela.-dijo, notando que le temblaba la voz una vez más, antes de volver a enfocar la mirada hacia el libro, azorada, sin poder evitar mirar de cuando en cuando al extraño, elevando de nuevo la voz para continuar, omitiendo la frase que había mencionado aquel hombre que llamaba Bella a su nana. 

Luego se le cerraron los ojos mientras se sumergía en un profundo y dulce sueño. Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Tan solo era consciente de sí mismo. El resto del mundo parecía haberse desvanecido. A medida que se fue despertando, el caballero se fue dando cuenta de que Ardilla y Rebeca estaban sentadas sobre su pecho.
—¿Cómo habéis entrado aquí? —preguntó.
Ardilla rio.
—No estamos ahí.
—Vos estáis aquí —arrulló Rebeca.
El caballero abrió más los ojos y se sentó. Miró a su alrededor sorprendido. Sin lugar a dudas se encontraba sentado sobre el Sendero de la Verdad, al otro lado del Castillo del Silencio.
—¿Cómo salí de allí? —preguntó.
Rebeca le respondió:
—De la única manera posible, pensando.

 

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17/02/2018, 21:28
Desconocido

En ese instante tu abuela parece removerse un poco en su sueño, respirando con fuerza. Su inmovilidad había sido una constante desde tu llegada y ahora por primera vez aquella ilusión se rompía. Las máquinas no le dieron mayor importancia al hecho, manteniéndose impasibles con sus ritmos constantes y sus sonidos sin aumentar o disminuir de intensidad, indiferentes ante aquel pequeño pero significativo movimiento en reacción a tu lectura. El hombre, por el contrario, sonrió tristemente, y tomó entre sus dos manos la mano de tu abuela.

-Aún es su favorita- dice cuando nana parece volver a quedarse quieta. -¿Sabes? ella me educó cuando era un infante. Era la más astuta y ágil pooka gato que pudieses encontrar en las islas británicas. Le encantaba contar historias, aunque la mayoría eran sus versiones embellecidas y exageradas. No que haya nada malo con eso.- el hombre parecía perdido en sus pensamientos, incluso tenías la impresión de que no era exactamente a ti a quien te hablaba. Pero intercalaba algunas miradas hacia ti.

-El día en que nos dejó, fue muy triste. Siempre tuvo la esperanza de que tu madre tendría su crisálida y seguiría sus pasos. Pero ella jamás fue capaz de percibir ni las manifestaciones más pequeñas del Ensueño. Cuando la Banalidad se llevó a Bella... tú eras apenas una bebé. Tú eras una pequeña luz de esperanza, pero no tuvo la fuerza de resistirse a lo inevitable- el hombre limpió una lágrima de su ojo derecho y se retiró la gorra. -Creo que si recordara estas cosas, estaría feliz de darse cuenta cómo estás creciendo Deanna- musitó con un tinte de alegría en su voz.

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21/02/2018, 20:19
Deanna O'Connor (joven)

La joven se llevó una mano al pecho, al ver su abuela moverse, olvidando durante un breve instante la presencia de aquel extraño que, a continuación, volvía a hablar, provocando que su extrañeza, su nerviosismo, se tiñese de cierta pátina de temor, contenida tan solo por su expresión contrita, y por la lágrima sincera que parecía escapar de sus ojos. 

Parecía conocer a su abuela. Sentir un sincero afecto por ella. Aunque la llamase por un nombre que no poseía y hablase de cosas tan extrañas, utilizando algunas palabras que nunca había escuchado en la vida, o palabras que en aquel contexto no encajaban para ella.

Oirlo mencionar su nombre, sin embargo, le produjo un escalofrío, y provocó que se retirase un tanto, entrecerrando los ojos, aún embargada por la tristeza, mostrando además cierto recelo- Nana sólo ha tenido una nieta. No ha cuidado a nadie más... Y no se llama Bella. ¿Por qué hablas de ella como si ya se hubiera muerto?- preguntó, notando cómo le temblaba la voz, para su disgusto- ¿Y de qué me conoces? ¿Cómo sabes mi nombre?

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22/02/2018, 03:40
Desconocido

El hombre no se movió, no reaccionó ante tu nerviosismo. -Correcto, sólo ha tenido una nieta, tu madre- dice asintiendo con suavidad. -Pero sí ha cuidado de alguien más.- dice simplemente. Guarda silencio y toma un poco más en responder las otras preguntas.

-Su verdadero nombre es Arabella. El de su verdadera persona. Esa que ahora sólo es un recuerdo enterrado muy profundo en este cuerpo viejo y cansado- dice con tristeza. El hombre se gira para mirarte. -Ah, es porque soy adivino, soy mágico- dice y espera tu reacción sólo para sonreír. -No, bromeo. Tu abuela me lo dijo. No siempre tengo buena memoria, pero para sus cosas siempre tuve especial memoria. Yo era un crío cuando tu habías nacido, pero todavía me acuerdo- y a medida que hablaba, ibas teniendo una impresión extraña. El hombre parecía más pequeño, más bajo, casi de su misma estatura. Su delgadez mutaba en cierta corpulencia robusta y su cabello tomaba un aire desordenado y oscuro. Su aspecto parecía estar cambiando frente a tus ojos y superponiéndose a como se veía originalmente.

-No hay razón para que tengas miedo. Cuando me enteré que Bella estaba aquí, tenía que pasar a visitarla... a... despedirme- dice el extraño con tristeza.

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22/02/2018, 03:40
Nana

-D...Deanna?- la voz débil de tu abuela interrumpe aquella charla. Sus ojos azules están abiertos y parecen buscarte con dificultad. Respira con lentitud, pero su rostro se ve apacible, en medio de su delgadez y aquellas arrugas que hoy la hacen ver tan vulnerable, tan débil. -¿E...estás allí?- dice, al parecer sin reconocer la presencia del extraño.

-¿Estás... estás con...? ¿Orsi, eres tú?- dice y aquel nombre tiene una reacción de verdadera sorpresa en el hombre. Lágrimas aparecen en sus ojos, y una sonrisa enorme. Se limpia los lagrimones mientras exclama "Me... ¡Me has reconocido! Sí, soy yo" con absoluta sorpresa. Pero tu abuela no parece tener energías para hablar demasiado, sus ojos siguen buscándote, recorriendo los rincones de la habitación y su mano se levanta un poco, como esperando que te acerques.

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25/02/2018, 00:52
Deanna O'Connor (joven)

- ¿Mi madre? Pero mi madre es su hija.-dijo, con la voz temblorosa. ¿El nombre real de su abuela? ¿De qué hablaba aquel hombre extraño? 

Por alguna razón, mientras lo escuchaba, un sudor frío comenzaba a recorrer su espalda, su frente. El libro entre sus manos temblaba- No. Pero es que eso no puede ser... Ella se llama Claudine. No Anabella. -dijo, cláramente atemorizada, congelada, sin entender muy bien el por qué, a los pies de la cama de su abuela, mientras contemplaba aquella extraña metamorfosis que obraba en la piel de aquel extraño.

Comenzaba a plantearse salir corriendo de allí, a la par que la expresión triste en su rostro la detenía, inspirándole una lástima que no acababa de digerir del todo. ¿Por qué sentía lástima? ¿Por qué no corría a avisar a sus padres y a sus tios de que había un extraño en la habitación? ¿Y por quién sentía lástima realmente?

La voz de su abuela, pronunciando su nombre, esgrimiento aquel destello de claridad tan raro y maravilloso en la pequeña nebulosa de los recuerdos que aún no le había robado la demencia, acabó por petrificarla del todo. Y aquella estupefacción fue aún mayor cuando pronunció el supuesto nombre del hombre extraño, reconociéndolo. 

De repente tomó una gran bocanada de aire, habiéndose olvidado durante varios segundos de respirar. Y fue tan sólo el gesto de la mano de su nana, buscándola en su ceguera inducida, lo que terminó por hacerla reaccionar, acercándose a ella, torpemente, y completamente empalidecida- Nana...-dijo, sintiendo un nudo en la garganta, notando cómo, nuevamente, las lágrimas se enredaban en sus pestañas, emborronando su visión- Nana, sí, estoy aquí. ¿Has escuchado mi historia? 

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25/02/2018, 01:06
Nana

Nana se mantuvo en silencio unos instantes. Luego abrió la boca -Sí, cariño. Fue hermosa- dijo, pero no podías estar segura de que en realidad la hubiese escuchado. El extraño parecía embelesado, contento. Tu abuela le lanzó una mirada, tomándose su tiempo para decir algo. -Cuida... de ella- su voz comenzaba a sentirse agitada, desgastada, como si el aire le faltase. Y no sólo lo notaste tú, porque el rostro del desconocido se descompuso para reflejar la tristeza de aquellas palabras. "No... digas eso Bella..." replicó algo incrédulo, casi rogándole a tu abuela.

Pero ahora ella te miraba. Esbozó una sonrisa en sus labios delgados y arrugados, una sonrisa hermosa que conjugó con sus ojos brillando con una ilusión infantil. -Deanna... pórtate mal- dijo y tu nombre resonó en el silencio absoluto de aquella habitación, que ni siquiera las frías máquinas podían interrumpir. Su mano se alargó buscándote y tomó la tuya -Tienes...- su voz se iba debilitando, ahora era un susurro, una exhalación. -Las orejas de gato más hermosas que haya visto- dice, mientras sus ojos se van cerrando lentamente. Aquellas palabras calaron, produciendo una explosión de colores y un vertiginoso remolino de impresiones que surgieron de ti inmediatamente.

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25/02/2018, 01:42
Narración

La música llenaba todos y cada uno de los rincones del palacio, mientras caminabas con rapidez por aquel suntuoso pasillo adornado con retratos y piezas importantes. Recogías la falda exagerada para no tropezarte con ella, mientras tus pasos resonaban en medio del rítmico vaivén de la orquesta. Si te dabas prisa nadie notaría tu ausencia. Caminaste hasta la puerta doble de madera que estaba cerrada y sonreíste mientras buscabas algo en tu cabello.

Sacaste una horquilla, haciendo que tu peinado se desordenada. Ronroneaste satisfecha mientras te concentrabas en el asunto a mano: abrir la dichosa cerradura. Los pasos pesados y metálicos de alguno de los guardias del conde te alertaron de inmediato: tenías menos tiempo del presupuestado. Tras frenéticos instantes en los que el sudor se acumuló en tu frente, lograste que el cierre hiciese un "click" y entraste con rapidez al oscuro salón en donde estaba tu objetivo. Tomaste aire, satisfecha. Era el cuarto de los tesoros del conde, lleno de artefactos y obras especiales cargadas de Glamour. Esta noche tu interés estaba en el cofre en medio de la habitación, el único lugar sobre el que caía un rayo de luna silencioso, despejando en ese preciso espacio las tinieblas circundantes.

-Vaya- dijo una voz femenina desde las sombras, provocándote un sobresalto. -Tienes las orejas de gato más hermosas que haya visto-


La visión se desvaneció de inmediato, cortada de repente por el desenfreno vertiginoso de las máquinas a tu alrededor, que ya no canturreaban con precisa métrica, sino que alzaban sus mecánicas voces en alarma. La mano de Nana, frente a la tuya, yacía abierta, sus ojos cerrados y su pecho estático. El hombre a tu lado había palidecido, pero su apariencia había cambiado lo suficiente, sin dejar de ser la misma persona con la que hablabas.

Su estatura se había reducido, llegando a ser casi de tu mismo tamaño. Su rostro era menos alargado, su nariz más redonda, sus cabellos negros y rizados, adornados alrededor de una calvicie incipiente. Sus ojos eran vivaces, inteligentes y amables, y dos gruesas lágrimas estaban aún en sus mejillas, y sus vestimentas eran por demás, extrañas. Estaba ataviado con una elegancia anacrónica, recordándote las ilustraciones de mosqueteros de algunos de los libros en la biblioteca de tus padres, pues en efecto llevaba un abrigo de varios botones, una capa azul oscura, un pantalón claro y unas botas negras. De su cinto colgaban justamente un estoque enfundado de elegante empuñadura y un arcabuz. Y con su mano derecha, que tenía un guante negro, portaba un enorme sombrero de ala ancha que tenía una pluma de color amarillo. Aquel hombrecillo te miraba con alarma.

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25/02/2018, 01:44
D'Orsigny

-Lady Deanna- dijo y su acento era más elegante, su pronunciación más refinada. -Esto es inesperado. No tenemos demasiado tiempo y estáis en una situación delicada. Ya tendréis tiempo de guardar luto, pero las enfermeras entrarán en cualquier momento- hay urgencia en sus palabras.

-Salid de la habitación, nos encontraremos en la azotea de este edificio. Sea lo que sea que véais camino allí, no os detengáis por nada.- y su mano toca la tuya, con un leve apretón. -Lady Arabella lo habría querido así. Recae sobre mí el deber de protegeros- añade serio. En ese instante un grupo de enfermeras entran en la habitación, lo que el hombrecillo aprovecha para escabullirse en la puerta con rapidez y agilidad, y perderse de vista antes de que puedas responder.

Notas de juego

Con esto da inicio la Danza de los Sueños, la Crisálida de Deanna. En su semblante Feérico, tendrá la ropa que elijas. Puede ser una elegante capa que ondea sola y que es del color de las sombras cercanas, un vestido elegante y largo, cargado de toda suerte de adornos y colores que oscilan con tu ánimo, hasta algo simple como una túnica hecha a base de telas diferentes, o incluso la ropa que una arqueóloga tendría. Está en tus manos. Y sí, si te tocas en la cabeza, tendrás orejas de gato.

El segundo efecto que tendrá, es que comenzarás a notar quimeras en la habitación: criaturas de Glamour que son atraídas o creadas por la Crisálida de Deanna, y que pueden tomar la forma que quieras (y la actitud que prefieras). Gatos sin cuerpo, cuya única característica visible son sus ojos y sus maullidos, pequeños destellos de electricidad estática con forma humanoide, o incluso curiosos búhos cuya voz suena humana pero que solo son capaces de decir frases cortas. Deja volar tu imaginación ;D.

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28/02/2018, 00:57
Deanna O'Connor (joven)

Deanna asistió a aquellas últimas palabras de su abuela, sosteniendo su mano, incapaz de moverse, de hablar, siquiera casi de respirar demasiado fuerte. Aturdida, y confusa, la escuchó mencionar sus preciosas orejas, y recordó. Sí, sus orejas, eran preciosas, y alguien antes le había dicho lo mismo.

Y el hecho de tener esta certeza, de tener aquella visión, había provocado que de repente todo su mundo se tambalease, bajo destellos de colores, bajo las alas de una bandada de cuervos de los que sólo se percibía su sombra, que parecía rondarla al mismo tiempo que las máquinas comenzaban a actuar como pregoneras de una desgracia. 

Y sus preciosas orejas blancas se pusieron tiesas, y un sollozo que más bien parecía un maullido lastimero se escapaba de sus labios, al contemplar el cuerpo desmadejado e inerte de su Nana, al mismo tiempo que escuchaba cómo aquel hombrecillo hablaba, y el miedo pulsaba en sus sienes. La llegada de las enfermeras hizo que quedase petrificada unos instantes, agitando, nerviosa su frondosa y larga cola, dando un instintivo paso ágil hacia atrás, emborronándose por completo su vista a causa de las lágrimas, que se entremezclaban con las figuras desdibujadas de los sauces llorones y luminiscentes que se cernían sobre las enfermeras, y cubrían a su Nana de hojas brillantes. 

Aterrada, cogió su mochila de un tirón, y retrocediendo, temblando, echó a correr. Echó a correr sin mirar atrás, notando el vuelo de una falda fabricada de un material súmamente ligero, con el que, por alguna razón no acababa de sentirse cómoda. Y tras percatarse de aquel hecho, aún en medio de su carrera, notó cómo la tela parecía pegarse a su piel, adquiriendo cierta resistencia, componiéndose de nuevo la falda en una suerte de pantalones abullonados que mostraban el mismo color azul añil que había percibido en la periferia de su visión, mientras se alejaba de la habitación.

El vuelo de una capa, y el peso de una faltriquera rebotaban a cada zancada calzada de botas de un cuero tan fino y flexilble que parecía a punto de rasgarse, mientras los lamentos de los sauces llorones llenaban los pasillos, y los cuervos seguían su estela. Su corazón, desbocado, impulsaba sus brazos hacia adelante, hacia la barandilla de las escaleras, mientras los graznidos y los llantos ascendían a su espalda, y corrientes de agua iridiscente parecían precipitarse sobre los escalones queriendo entorpecer su paso. 

Notas de juego

A ver, sobre el aspecto: Va a tener orejas y cola blancas y peludas, así como pelaje en el dorso de las manos, dos pequeños colmillos filosos, pupilas felinas (heterocromas también) y unas uñas muy largas. La ropa será una pieza principal que se adapta a su ánimo y a sus necesidades en cuanto a colores y forma, como una tela capaz de transformarse según la ocasión. La capa será una capa corriente, y llevará faltriquera y botas de cuero. (cualquier cosa que no se pueda, tú me dices)

Las quimeras, bueno, ya lo has visto, cuervos, sauces llorones, agua iridiscente XD. He querido hacer algo acorde a cómo se siente, no sé si está del todo bien, cualquier cosa tú corrígeme.

Me ha costado un poco hacerme a la idea con este post XD

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28/02/2018, 01:36
Narración

El aire del hospital se torna asfixiante, frío como una cuchilla cortando dolorosamente tu garganta y tus pulmones mientras corres e inhalas grandes bocanadas. Los sauces y las sombras se mezclan con pasillos y habitaciones, enfermeras, doctores y familiares a medida que intentas caminar. Nadie más parece notar el agua que corre o las raíces que se levantan o los graznidos ominosos, sólo te ven a ti con cierta curiosidad a medida que te desplazas con agilidad.

Y tú las ves a ellas. El aire es abrasivo y gélido al mismo tiempo, mientras las enormes sombras giran su rostro para verte desde las habitaciones en donde yacen los enfermos en su convalecencia o su agonía. Sombras gruesas y siniestras, cargadas de la ausencia de colores y sonidos que parecen atraídos por tu simple presencia allí. Nadie más parece verlas tampoco, pero tú si que percibes sus intenciones, sus miradas huecas clavándose en ti, sientes los gemidos que se escapan con cada paso y sientes como instintivamente se sienten atraídos por ti como polillas hacia una lámpara. No tienen extremidades o rostros, son sólo sombras, aglomeraciones de tinieblas de siluetas vagamente antropomórficas que contrastan con las luces blancas de los pasillos, y que parecen deslizarse en el aire con lentitud, con paciencia. 

Toses un poco y llegas a las escaleras. Las ramas y las raíces de la vegetación comienza a presionar sobre los muros creando grietas. El ulular de aquellas cosas se siente cerca, y con cada bocanada de aire agitada te sientes mareada. Corres, y corres hacia arriba, sintiendo tu capa ondear, sintiendo las extremidades de los sauces extendiéndose hacia ti, y los aleteos de tus córvidos acompañantes burlándose y riéndose a medida que asciendes y asciendes y asciendes. La puerta que da a la azotea está finalmente a tu alcance y con un empujón sales al exterior; de manos primero contra el suelo, y de rodillas luego, jadeando.

El sol brilla a través de las nubes y el aire que llena tus pulmones es más limpio, más agradable. El bosque floreciente comienza a crecer a través de los espacios de la puerta, pero una figura similar está junto a ella. El hombrecillo reacciona con rapidez, desenvaina su espada y asegura la manija de la puerta y el marco para evitar que se pueda abrir. La puerta responde con varios repiqueteos metálicos, como si cientos de picos estuviesen taladrándola. Tras unos instantes la algarabía cesa y da a lugar a solitarios graznidos que provienen del otro lado de la misma. El hombre te examina unos momentos y luego se acerca para ofrecerte una mano.

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28/02/2018, 01:48
D'Orsigny

-Os ofrezco mis más sinceras disculpas- dice el hombre extendiendo la mano con su guante, con rostro severo y expresión preocupada. -De todos los lugares, he de decir que un hospital es el menos indicado para despertar vuestra verdadera naturaleza. Hay demasiados temores y remordimientos en el aire, y demasiada Banalidad en ciertas alas, como para que sea una experiencia agradable. Pero me alegra veros regresar intacta- añade con sus palabras y su acento más elegante, más anacrónico.

-Y si me lo permitís, debo presentarme- dice mientras retira su enorme sombrero con la pluma y hace una reverencia frente a ti. -Mi nombre es D'Orsigny, a vuestro servicio lady Deanna- dice y espera a que le ofrezcas su mano para depositar un suave beso sobre ella.

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04/03/2018, 20:34
Deanna O'Connor (joven)

Deanna tomó aire, postrada aún en el suelo, escuchando los restallidos que aquellas cosas extrañas emitían al estrellarse contra la puerta mientras las lágrimas surcaban su rostro, y su cuerpo se mantenía contrito y tembloroso, aún en tensión, ardiéndole la garganta con cada bocanada de oxígeno. 

El extraño, ese hombrecillo de cejas gruesas y nariz prominente, se dirigía entonces a ella, y la joven lo miró, con la perplejidad con la que se mira a un desconocido, preguntándose a si misma, en medio de su tristeza, por qué, en el fondo, sus características, los rasgos de su cara, no le resultaban más inusuales de lo que podrían hacerlo una persona muy alta, muy baja, o con un tinte de pelo un tanto estrafalario.

Le cedió su mano, ayudándose de él para levantarse, y sin dejar de observarlo, lo contempló besar su dorso, en un gesto que le pareció a la vez adecuado y pretérito. Anticuado y apropiadamente formal. 

Apretó los labios, y devolvió su mano pálida a su regazo- Orsi...-dijo, de pronto, recordando cómo lo había llamado su nana- Orsi, nana está muerta.-añadió, con dificultad, y con la voz temblorosa, llevándose las manos al rostro, encontrándolas suaves y cubiertas de blanco pelaje, escondiendo con ellas su cara mientras rompía a sollozar, o más bien, volvía a maullar, de aquella manera lastimera que resultaba a la vez más natural, más alienígena a sus oídos- Está muerta... Y ahora no sé qué hacer... No sé qué está pasando.

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04/03/2018, 20:50
D'Orsigny

El hombre asintió con tristeza. -Aye*, milady. Su deceso me afecta tanto como a vos. Bella fue como una segunda madre para mí, y verla partir por segunda vez rompe mi pobre corazón- dice mientras te observa. Sus ojos también dejan ver lágrimas asomándose. -Pero su última voluntad me ha quedado clara, y os aseguro que al ver que sois una Kithain, ha dejado este mundo más feliz de lo que imagináis. Y seguro que cuando regrese, en otro cuerpo y otra vida, esta será una de las memorias que llegue a ella- explicó mientras te invita a seguirle hacia el borde de aquella azotea, en donde un muro suficientemente amplio como para sentarse será más cómodo que junto a la puerta.

-Ah... vuestra Crisálida. Tenemos el tiempo para que os explique.- dice el hombre. -Lo que sucede es que sois un Hada, un descendiente milenario de los sueños de la humanidad que hace mucho mucho tiempo decidió protegerse del mundo usando un cascarón mortal. Desde hace siglos, al igual que yo, lady Bella y todos los Kithain, habéis vivido decenas de vidas mortales, para renacer cada vez y despertar, llamando al Ensueño, a la magia que habita en vuestro interior. Es una ocasión de celebración, aún en medio de tan tristes circunstancias- explica él con soltura. -Y sois una Pooka, milady. Al igual que vuestra abuela. Y si me permitís añadirlo, el parecido es francamente impresionante. Lady Bella no era muy distinta de vos... salvo por sus ojos, que no eran de colores distintos- añade.

-Ejem. ¿Que decía? Sí, el despertar de vuestra verdadera naturaleza, vuestra Crisálida. Es un momento de regocijo, pero también de riesgo. A medida que salís a flote, magia y glamour atrae a toda suerte de criaturas que se sustentan de ello, algunos sueños agradables y otros pesadillas de cuidado. Quimeras, si queréis usar el nombre que les damos nosotros. Por eso os pedí escapar, pero no podemos estar eternamente aquí arriba- y acaricia su barba unos instantes pensativo. -Si me lo permitís, quisiera serviros de guardespaldas hasta que el proceso termine, y de maestro para vuestra educación formal, así como vuestra abuela muy generosamente fue mi maestra cuando mi Crisálida tuvo lugar- ofreció con una reverencia.

Notas de juego

*Sí, a la mejor manera escocesa

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04/03/2018, 21:03
Narración

Sus palabras vibran un momento y durante un instante el paisaje frente a ti se desvanece, como si un enorme corazón palpitara en la realidad y transformase lo que ves y lo que sientes. 


Era una noche fría, helada. Los árboles del parque eran esqueletos desnudados por el invierno, y la noche oscura parecía haber ahogado las estrellas en un mar de absoluta oscuridad. Sólo una lámpara brillaba en medio del sendero, cerca a una banca y una caneca de basura. No podías evitar sentirte nerviosa, mientras llevabas tu mano a los dos puñales bajo tu capa para sentir el valor regresar a tu cuerpo. Apretabas la mandíbula con fuerza para evitar tiritar y hacer ruido, pero era más fácil pensarlo que hacerlo.

Unos pasos te hacen girar. Un hombre espigado y cubierto con una capa se acerca. Sus largas orejas le delatan como un changeling, y sus ojos brillan de un color púrpura. El resto de su rostro está oculto entre la capa y la capucha, y su ropa es más bien una mezcla elegante y ligera. Está sólo, o eso parece. Camina hasta quedar frente a ti, y fácilmente te saca dos cabezas de altura.

-Bellos son los eclipses- comenzó diciendo el hombre en voz melodiosa y suave.

-porque se roban la luz del Ensueño- respondiste con impaciencia. Hay un instante de silencio en el que él te examina.

-¿Estáis segura de que podréis con esto?... parecéis algo... incapaz- dice finalmente el extraño.

-Por supuesto que no. Es mi primera vez y por eso le han dado mi contacto. ¿A que mola que ambos perdamos el tiempo?- replicas desafiante. El hombre te vuelve a observar y estás segura de que sonríe detrás de su capa.

-Está bien... Entonces, los artefactos que discutimos como modo de pago por la muerte de lady Eanoch. A Hierro Frío- dijo haciendo énfasis en las tres últimas palabras. La mención del hierro te produjo una desagradable sensación.

-Un momento. Por supuesto que me encantaría tener que cambiar el plan ahora... pero eso no es lo que habíamos acordado- contestas molesta.

-Duplicaré entonces la tarifa y añadiré algo de Dross. Son tiempos difíciles, algo extra de Glamour seguro que debe valer un poco de Banalidad...- negocia el hombre.


La escena se desvanece en una turbia oscuridad sin que llegues a escuchar lo que dices en respuesta. Para cuando despiertas, estás de nuevo en el techo del hospital. D'Orsigny observa desde el muro el paisaje en silencio, parece esperar y no se da cuenta de cuando estás de nuevo allí con él.