Partida Rol por web

Extiendo el brazo para tomar el pellejo de agua, y de el, tomo un gran trago, a pesar de que lo sudare en breve...Gracias amigo Claudio, le digo mientras le devuelvo el pellejo...

Poniéndose en pie - Pizarro ni siquiera se había sentado - se acerca a los hombres y empieza a dar órdenes  - Reanudamos la marcha malandrines, así que arriba porque el templo no va  a venir a nosotros, tenemos que ir nosotros a por él, según los espías indios no debe andar muy lejos de aquí, adelante.

Intenté rastrear huellas que se salieran del trazado por donde avanzábamos. Sin embargo, el de Almagro llegó y mi vista se despistó al tiempo que formé aprisa y sujeté mis armas.

Esperé a que Queitano se hubiera puesto en pie. Luego le susurré.

Señor Queitano, creo que debería vos acercarse más a Pizarro... preguntar, así, como "quien no quiere la cosa", lo que le preocupa de este viaje... ¿No ve que don Almagro tiene las riendas? Ciertamente don Francisco querrá ser el primero que vea el templo, pero, sin ni siquiera descansar, dudo mucho que sea así. ¡Haga algo!

Vaya hombre más enfermizo -pensaba yo-, parece como si tuviera en la garganta un corazón de vaca y no pudiera dar un paso o actuar en consecuencia de las cosas... ¡es... es un lastre!

La selva está muy densa, no se ni por donde van, es más me da la sensación de que están perdidos. Miro a traves de la hojas buscando indicios de animales salvajes, pués la experiencia anterior con el gato me dejó advertido. Voy cojeando al lado de Heriberto y Queitano que van hablando en susurros que no llego a entender, los sonidos de la selva me mantienen ensimismado y asustado a partes iguales. Mantengo mi ballesta preparada por si acaso.

Os ponéis en marcha de nuevo, caminando entre la espesa selva. Alguno piensa que ir en formación como si atravesárais los campos napolitanos en esta selva tan espesa no es buena idea, pues no hay visibilidad suficiente, los de delante no ven más allá de un centenar de vara y hacia los lados es todavía peor, pues tanto a diestra como siniestra la vegetación no deja ver más que unos pies de distancia, en cualquier momento podría salir alguna bestia salvaje de la selva y ni siquiera os enteraríais.

Pero Pizarro y Almagro se mantienen erre que erre, el de Almagro dice a los hombres que el templo está ya muy cerca, que ya casi puede oler el oro.

Seguís avanzando a través de la espesura...

Nervioso, con la madera de la pata astillada por mil sitios y pidiendo urgentemente una reparación, sigues avanzando junto a tu ya inseparable, Heriberto. El propio Queitano anda cerca, no dejas de escrutar la espesura a izquierda y derecha, aunque al ir caminando por el lado izquierdo de la columna, te centras en el lado izquierdo.

En un momento dado, ¡ ves movimiento en la espesura, ves la silueta de un hombre !

-¡Heriberto, mira alli!- Le digo a mi compañero, señalando un punto en la espesura.- ¡Es un hombre, que demonios hará alli!.-Digo claramente alarmado.

En el transcurso del viaje intento hacer ciertas marcas, que me permitan regresar por el mismo camino por el que vinimos... tomando mi daga y marcando algunos arboles...

Con algo de desden, me alejo de la compañía de Heriberto sin decirle nada más, me fijo que Claudio anda oteando el suelo y los alrededores, aunque con esta espesura poco podrían ver unos ojos que no estuvieran adaptados y acostumbrados a estos ambientes húmedos, sombríos, y enmarañados....
Monto de nuevo en el burro mientras pueda, a veces voy andando otras montado, intento si el espacio lo permite ganar alguna posición y adelantarme hasta estar cerca de la cabeza de expedición... estaré pendiente de las conversaciones de los señores, por si se tercia algo.

En ese momento, se escucha un zumbido y un golpe seco. Uno de los jinetes se agarra el cuello, de él brota un asta de flecha emplumado y corre a través de su garganta un hilillo de sangre. El hombre emite un gorgoteo sangriento y cae al suelo como un fardo.

Os están atacando...

Desenvainando su espada y enarbolando la rodela en alto

- ¡ NOS ESTÁN ATACANDO TODOS A CUBIERTO! ¡ USAD LOS ESCUDOS !

Al constatar que los indios son invisibles desmonta de su caballo diciendo

- ¡ DESMONTAD E INTERNADOS EN LA SELVA! ¡ ES LA ÚNICA MANERA DE MATAR A ESOS INDIOS ! ¡ VAMOS MANGURRIANES , ADELANTE! ¡ SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!

Al oír esas terribles palabras, en tales circunstancias, me tiro al suelo y cubro como puedo mi cuerpo con el burro, a modo parapeto, agachado casi prácticamente tumbado, solo atino a rezar a mi dios amado, para que en el día de hoy salve la vida de este humilde servidor...

¡Hijos de la vuestra perra! ¡Indígenas tunantes! -grité inconscientemente pero desde el convencimiento interno. Cuando Claudio señaló la figura del camino no pude siquiera observarla, ya que enseguida cayó el jinete y la compañía se sobresaltó. Tras las órdenes oportunas, me descolgué la pequeña adarga y tomé la espada. Tras las órdenes de Pizarro, escuché las de almagro ¿Protegerse o perseguir? ¡Dos mandatos para un líder poco definido ahora!

Sin dilación alguna corrí hacia el caballo del soldado caído por la saeta mortal y de un potente salto* me coloqué sobre sus lomos. Me vino a la mente la misma acción que solía hacer con algunos otros esclavos en la lejana Panamá, en casa de don Pedrarías, cuando los siervos hacíamos carreras por los patios con los caballos cuando no se encontraba presente. Muchas hogazas de pan y bocados de azucar conseguí con tales apuestas.

Lo cogí por las riendas, pero el animal parecía sobresaltado.

¡HEA! -grité azuzándole como si de azogue sus oídos estuviesen inundados. ¡HEEEAA!

Con una mano (la de la espada) cogiendo una rienda; con la otra mantenía alto el escudo, cubriendo en la medida de lo posible mi cuerpo y cabeza. Entonces cabalgué en dirección a la flecha.

Corro cojeando ante las órdenes de ataque de pizarro, mi ballesta la llevo cargada y mi hacha en el cinto, enarbolo la ballesta y corro a parapetarme tras el primer arbol que veo. Miro alrededor para localizar a mis enemigos desde detrás del arbol y poder disparar desde allí y busco también a Queitano que en el revuelo se me ha perdido.

En medio del fragor de la batalla pierdes de vista a tus compañeros, tal como había ordenado Pizarro te adentras en la espesura, escuchas el sonido de las flechas silbar en el aire y el ruido del acero a ambos lados, pero pierdes de vista al resto de españoles. En un momento dado, ante ti encuentras a dos indios, uno de ellos armado con un arco y el otro con un largo palo. Es hora de combatir...