Partida Rol por web

La mañana se despieta con unos timidos rayos de luz y el frio exterior tan solo queda impregnado en los cristales de la pauperrima edificacion donde te hospedas. Apenas un monton de tablones y un par de muebles hacen de tu estancia un lugar "comodo" pero cuando tu nariz percibe el suculento bocado del desayuno (apenas unas patatas hervidas) no puedes remolonear por mas tiempo y decides levantarte.

Llegas hasta la pequeña mesa del salon un tanto dormida aun pero el freco aire que se cuela entre la madera hace que eches en falta aun mas ropa de la que llevas. Ama te espera removiendo una cazoleta de barro al fuego de la chimenea improvisada con un agujero en la edificacion y te echa en la oquedad de la mesa, que usais como platos, una patata aun humeante y algo de agua con sal en la que las ha hecho. Tambien te acerca algo de pan para luego, mirandote con seriedad, se siente a tu lado.

- Que tal has dormido? - apenas espera tu contestacion y prosigue - creo que deberias contarme algo mas sobre anoche, no crees?[/b]

Sus ojos te escudriñan y comprendes que esta preocupada y mucho... quiza, con razon...

Las manos de Gabrielle se movian rápidamente dando cuenta de lo poco que había en la mesa para desayunar. La mirada inquisitiva de su ama era algo que no podia ignorar incluso con los ojos medio adormilados como los tenía.

Apartóse un poco de la corriente de aire, Subiendose un poco el cuello de la camisa como teniendo la esperanza de que eso le protegiera del frio matutino.

- Lo cierto es. - dijo mientras masticaba - que me encontre una bella dama haciendo las noches con un matasietes del pueblo bajo. Y alguien al parecer tuvo la idea de que las excursiones nocturnas eran el mejor momento para desquitarse con los dos tortolitos.

Al principio creí que se trataba de la típca afrenta de familia: querían matar al gentilhombre para no desvirtuar la honra de la dama, pero al parecer el perro a sueldo también queria a la mujer. Lo que hace pensar que otra familia noble se los quiso quitar de en medio. Si algo tengo por seguro es que no fue asalto o vulgar ajuste de cuentas. La gente que planeó el ataque de ayer, esta noche debe haber dormido plana en sus camas con el saber del trabajo bien hecho.

Levanto la ceja para observar la expresión inquieta de su Ama.

El sello me lo dio la mujer... para un tal... Ernesto... no, Arturo Hino... La bolsa de monedas se la soliviante yo. Su familia llorará mas la perdida de la niña que de las monedas, y suficientemente jodidos andamos...

Su ama golpeó la mesa con energía espetándola por su nombre: le molestaba mucho que la antigua señorita de Narvaez usara un lenguaje tan soez. Segun ella, las formas era la último que debía perderse...

-Eso es poco más o menos lo que sucedió... yo solo estuve en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Y mi costado esta marcado para dar fe de ello... de que no me vuelan la cabeza...

Miró hacia otro lado como si fuera una mera anecdota mientras su Ama no podía contener ya el cúmulo de sentimientos que le oprimían la garganta.

Parece pensativa, seria, petrea como las murallas que rodean la ciudad vieja. Su mirada, cansada, anciana, parece mirar un punto infinito mas alla del sello que tu misma has mencionado hasta que vuelve la mirada denuevo a ti.

- Coge algo de dinero y marchate... rapido.

La anciana parece turbada y su voz no esta dispuesta a admitir replica alguna.

- Busca un escondijo y escondete en el.

Se levanta con lagrimas en sus gastados ojos y se acerca hasta ti para darte un fugaz abrazo lleno de resignacion, fe, corage y... amor... Sientes que algo muy grave va a suceder pero no sabes como, cuando o por que.

Gabrielle no entendió nada, su mente de repente quedó colapsada ante la reacción de la anciana. En su boca todavía la cuchara de palo y un trozo de patata a medio masticar.

- Pero... pero que?

Las palabras no sabían poner en orden la pregunta que debía formular. Mientras su Ama la enviava a un posible exilio forzado acercandole unas pocas monedas.

- Pero que pasa... Ama por favor, no consigo entenderlo!!

Gabrielle empezó a pensar involuntariamente en los posibles sitios en los que podria llegar a esconderse si la ocasión se terciará, pero negó tales pensamientos mientras cogía los brazos de su Ama.

- Que he hecho mal? He hecho algo que no debía?, puedo devolver las monedas, no creo que pase nada si las devuelvo...

Aun abrazada a ti la anciana mujer susurra.

- No, no... hija... haz caso a tu ama...

Se aparta de ti con las lagrimas aun brotando de sus pequeños y cansados ojos e intenta serenarse.

- Vete, ya! no podemos perder mas tiempo...

Te parece oir un ligero ajetreo en la calle, en el exterior de la casa y Ama tambien parece oirlo lo que hace mas ferrea su expresion.

- Rapido!

Gaabrielle aun confusa y desorientada tomó consigo las monedas y el sello de la dama muerta. Cogió las pocas prendas de abrigo que tenía sobre la silla de madera y miró una última vez hacia atras antes de abandonar su casa.

Sales por la puerta de atras, ese pequeño agujero de gato por el que te escabulles cuando tienes algun problema y que tu Ama, pese a tu infantil ilusion, conoce tan bien como tu. Por ella sales a la callejuela de detras de la casa justo cuando escuchas como tiran la puerta abajo de esta y unos hombres hablan a gritos a tu Ama.

Sin tiempo para quedarte mas decides correr lo mas rapido que puedes para alejarte de alli y ponerte a salvo aunque no puedes pensar con claridad el lugar para refugiarte...

... la catedral...

Corres entre la gente, transeuntes, gentilhombres, hiojosdalgo... y no puedes dejar escapar de tu cabeza la imagen sollozante de tu Ama.

El oficio de la mañana parecía haber acabado hace tiempo (Gabrielle no era de mucho madrugar) y los parroquianos habían abandonado el lugar hace horas. Solo aquellos que tenían algo que confesar o admiraban las bellas pinturas de la catedral rompían tenuemente el silencio respetuoso del templo.

Gabrielle se arrodillo en una de las bancadas, y dirigió una breve plegaria pidiendo por el bien de su ama. El cristo miraba impasible el horizonte de frescos ante el, como si no quisiera dar la razón a Gabrielle.

Una vez hubo dirigido sus respetos de fe, aun arrodillada empezó a divagar sobre la situación. Una vez más sacó con cuidado el sello de la dama y lo observó con detenimiento. No tenía ninguna idea de a que se debía todo este
revuelo, pero sin duda si alguien podría explicarlo era el tal Arturo.

Gabrielle se levantó y mientras seguía pensando ofreció una limosna y un cirio a los santos de la catedral, en agradecimiento tardió por proteger sus carnes la noche anterior... necesitaba ir a una taberna. tenía que preguntar por el tal Arturo... o tal vez en el corral de comedias... el taquillero era buen amigo de Gabrielle y quiza conocía al desconocido que tantas preguntas encerraba...

Distraída comenzó a caminar hacia la puerta de la catedral...

Cuando te encaminas hacia la salida por los portones de la grandiosa catedral te percatas de un un cura se encuentra colocando unos avisos apergaminados en una de ellas que parecen ser algun tipo de autos de fe publicos aunque desde tu posicion no te percatas de demasiado y, ademas, los ademas del padre con los presentes no parece mejorar tus perspectivas sobre la lectura de las mismas... es extraño, no conocias sobre ningun proceso inquisitorial en la cidad por lo que debe de ser muy reciente.

La frescura de la catedral se colaba por el porton como una brisa peculiar hacia el exterior. Pese a que no le llamaba mucho la atención el cartel, Gabrielle pensó que tal vez el padre pudiera conocer al desconocido. Tal vez acudia a los servicios o a confesión en este templo y el padre podría decirle algo de él.

- Padre

Gabriel se acerco con humildad y respeto al parroco y espero a que el hombre se girara para verla.

- Disculpeme padre, me preguntaba si sabría usted decirme donde mora la familia Hino. Tengo un recado para un tal Arturo Hino pero desconozco la existencia de esa familia por estos lares... me preguntaba si tal vez no fueran parroquianos de esta comunidad...

Mientras hablaba no pudo evitar mirar de reojo el cartel...

El cura se gira despacio y luego te examina con tranquilidad aunque no te percatas ningun gesto de expresion ante tus atuendos o vestimenta.

- Hino? - parece meditar un momento antes de percatarse de tu equivoco - no conozco a ningun Arturo Hino hija mia pero creo que quiza te puedas referir a Arturo Hinojosa... puede ser? - te mira reflexivo y sonrie apacible, amigable.

Te percatas por el rabillo del ojo de que se muestra una lista en el texto donde nombres indican la impureza de sangre de distintas familias en Toledo y sus practicas paganas por lo que seran ajusticiadas dentro de cuatro dias, este mismo domingo. Entre ellas te parece distinguir algunas familias italianas y la familia Hinojosa.

Cuando lees esto ultimo tu gesto cambia casi sin querer y rapidamente te vuelves a centrar en la mirada del padre que, como si no se hubiese dado cuenta de nada, sige esperando tu respuesta.

- Pasa algo, hija mia?

- Podria ser, padre... - respondio Gabrielle con demasiada anticipación.- Podria ser.

Por casualidad no sabrá donde puedo encontrar la casa de la familia Hinojosa?, si el señor Arturo es el hombre al que busco supongo que sabrá decirme si esperaba un paquete.

Jugueteaba con el anillo en el bolsillo, poniendoselo y quitandoselo de los dedos en los que le cabía. Esperando que tal vez el clerigo puediera darle información sobre los Hinojosa sin reparos pese a estar en el punto de mira inquisitorial.

Se preguntaba si talvez el incidente la había puesto tambien a ella bajo la mirada de la inquisición.

- Por supuesto, hija mia, aunque siento decirte que no es tan buena mi memoria como debiese y creo tenerlo anotado entre mis manuscritos... acompañame hija y veamos en que puedo ayudarte.

El padre se mueve entre los bancos de madera mas adelantados y pasa junto un confesionario hasta llegar a una pequeña entrada de sala donde, sin duda, se prepara para los oficios.

- Pasa, hija.

Gabrielle siguió al padre por la iglesia y esperó en el umbral de lo que parecia su despacho hasta que el parroco le hizo pasar.

- Con permiso...

Se adentro en la sala con respeto. Gabrielle era católica, quizas no fervorosa pero al menos dedicada, educada en el seno de una familia noble con mucho respeto por su religión. Iba a misa siempre que podia y confesaba de tanto en tanto sus deslices... Pese a ello no era temerosa del castigo divino pues sabía que su dios, al que consideraba justo, no le castigaria si robaba solo para tener algo que llevarse a la boca.

Ese preciso respeto la encogía en la estancia del párroco, puesto que, pese a que era común que en las pequeñas iglesias los fieles fueran tan cercanos a los pastores, en las grandes ciudades la cercanía del trato se perdía con frecuencia. Gabrielle se alegró de que el padre fuera tan amable y dedicado...

- Espero no estar molestandole...

Entra tras de ti dandote la espalda al cerrar la puerta. Luego se vuelve hacia ti y te sonrie afablemente aunque su semblante parece haber cambiado y puedes notar la hipocresia naciente en sus labios.

- Hija mia, no te preocupes, todo va a salir bien...

Se queda mirandote con serenidad, casi cariño.

- Ahora, dime, que quieres de ese hombre llamado Hinojosa?

Gabrielle podía ser creyente, pero no era estupida. No quería verse involucrada con una familia perseguida por la inquisición, y sabía que no todos los parrocos eran tan honestos como aparentaban, en especial en las ciudades grandes, donde muchos se consumían en el ansia de poder de lograr ser elegidos purpurados para acercarse mas al Papa.

La sonrisa del párroco desconcertó a Gabriel que se dio cuenta de que pisaba terreno pantanoso.

- De hecho padre, como ya le he dicho dudo que esto tenga que ver con ningun Hinojosa. Tengo algo para un tal Arturo Hino, mis ordenes fueron muy claras. Pero si por casualidad fuera un error, que lo dudo, no me cuesta nada comprobarlo.

De hecho, ya que tiene la amabilidad de buscar en los registros, casi le pediría que ignore el nombre de Hinojosa y vayamos directamente a la familia Hino. Si son gente de fe seguro que habrán registros de sus bautizos o comuniones...

Gabrielle sabía que se había metido en una ratonera, pero se había metido hasta el fondo, y ahora solo le quedaba seguir avanzando adelante...

- Claro hija mia, como gustes.

El padre se aparta de la puerta y se acerca hasta ti posando su mano en tu hombro mientras os acercais a una pequeña mesa de roble que tiene multitud de libros, una copa de aspecto lujoso y multitud de otros utiles para el oficio.

Se acerca y toca un libro cercano para acercarlo - Pero, dime, hija, que es lo que te dijo la mujer antes de morir? - una sonrisa ilumina su rostro y sus ojos quedan clavados a los tuyos, expectantes.

Gabriel se quedó perpleja por un segundo, tras la sonrisa del parroco esto ya fue la gota que no solo colmó el vaso sino que lo decantó sobre la mesa.

- Disculpe?... si se refiere a mi vieja Ama todavía no ha de recibir la extremaunción, o al menos eso espero. Padre, no pretendo ofenderle pero no me habrá confundido usted con otra de sus parroquianas? No suelo frecuentar la catedral pues acudo a misa en la parroquia de Sta. Eulalia.

Gabrielle ojeó las estanterias de libros con aire distraído mientras lo decía incapaz de ver la cara de un hombre de fe mientras mentía tan descaradamente.

No puedo retrasarme mucho padre, tengo también otros asuntos que atender antes del mediodia, si no le va a tomar mucho tiempo consultemoslo ahora, pero si no, si no le importa, podría volver mañana?

Gabrielle ya no sabía como salir de esta situación. Solo quedaba que alguno de los dos cometiera un error en tan delicado juego de ingenios.

Parece complacido, sereno, casi triunfal.

- Muy bien, hija mia. Pero, antes de terminar esta grata conversacion creo que deberias dejar sobre la mesa el arma que puedas llevar... creeme que sera mas facil para todo.

Te tiende la mano cuando, de repente, la puerta de la salita se abre y aparece en ella el jefe de corchetes. Tras el te parece ver otros dos hombres armados.

El cura sonrie ampliamente y te mira a los ojos. No tienes nada que hacer.

Se acabó la diplomácia... pensó Gabrielle, es la hora de los valientes.

- Los pastores como usted son la verguenza del señor... - dijo al parroco y lo más obscenamente que pudo escupió sobre la mano que le había tendido el parroco.

Sus opciones de salir de aquel lugar eran de una entre mil. En su contra, tres corchetes armados y la maquinaria de la inquisición que, no sabía por qué, quería su pellejo. Gabrielle solo tenía una baza a su favor y era su agilidad.

Dándose la vuelta, comenzó a correr hacia el jefe de corchetes...