Partida Rol por web

Unas letras verdes luminosas aparecen, una a una, rápidamente abajo a la derecha de la pantalla, formando el siguiente mensaje:

Despacho del sheriff Morrigan

3 días antes del momento M

Charly, el secretario tontito pero resultón que había contratado la anterior sheriff, pulsó todos los botones y extensiones que se le ocurrieron pero no logró pasar la llamada del alcalde al nuevo sheriff. –Espere señor alcalde, le paso- Y el teléfono sonaba en la mesa de alguno de los ayudantes –Espere a ver si es la extensión 21- Y el alcalde se quedaba media hora en espera escuchando la cancioncilla, también elegida por la anterior sheriff (Sueño contigo de Camela). En una ocasión, incluso terminó auto atendiéndose por la línea 2 la llamada que había hecho por la línea 1. Finalmente y por algún extraño motivo, informáticamente imposible, el alcalde termino hablando por la megafonía del Maxi-ahorro cercano.

Agotado por tanto esfuerzo mental, el chico florero se rindió y llamo a la puerta del despacho de Douglas. -Señor alcalde, le llama el sheriff- Le dijó a la vez que dejaba el teléfono de recepción (que tenía un cable de treinta metros) al lado del teléfono del despacho.

-¿Señor Morrigan? ¿Es usted? Menos mal, tenía que marcharme ya a una cacería con unos compañeros del partido. Mire me han llamado de la planta química, hay unos hippies ecologistas dando por saco delante de puerta. Ya va la segunda vez esta semana. Mire, uno de los pilares de mi política es que esa planta química es buena para la economía y que no contamina. No puedo tolerar que esos antisitema terroristas radicales de extrema izquierda vayan por ahí diciendo que la planta es contaminante y que es mala para el turismo. Haga algo que les quite las ganitas de molestar con sus difamaciones y calumnias antes de que algún periodista imbécil termine dando crédito a esos disparates, cuento con su saber hacer.

El sheriff Morrigan se encontraba en su despacho mirando por la ventana mientras tomaba una taza de café: hacía un buen día y una familia paseaba a su perro por la hierba de la calle de en frente. Fuera de su despacho, Douglas oía que los teléfonos de la comisaría no paraban de sonar. Tenía toda la pinta de que la jornada sería dura.

"Otro día tranquilo en Tranquility Town", pensó en cambio el hombre, repanchingándose más de lo que ya estaba en su butacón y dando un sorbo a la taza. El café, demasiado caliente, le achicharró la lengua.

- ¡AHG! -exclamó dolorido, mientras que con la mano libre se abanicaba la boca abierta. 

En ese momento, entró su secretario Charly, pillándole en tan vergonzosa pose, para decirle que tenía una llamada.

- ¿El alcalde? -dijo al joven, recomponiéndose como si el auricular tuviese una videocámara y el gobernante le estuviese viendo. Cogió el aparato y respondió-. ¿Sí? ¡Sí, alcalde, soy yo! El mismo. Ahá. Ahá. ¿Qué narices...? ¡Malditos desvergonzados...! Sí, claro, claro, lo comprendo. Ahá. No se preocupe, alcalde, déjelo en mis manos, me encargaré personalmente de este asunto. Que pase un buen día -y le devolvió el auricular al secretario.

- ¡Jodidos hippies! -se quejó el sheriff poniéndose de pie-. Siempre con sus manifestaciones y su "paz y amor". Charly, prepara un coche patrulla y a un agente*, el alcalde me necesita; voy a enseñarles a esos fumetas quien es la ley en este pueblo.

Jack llamo a la puerta. La sheriff anterior había tenido talento escogiendo a sus empleados. Si no para montar una comisaria, al menos para que el calendario de maderos les dejara un buen sobresueldo. Ella siempre alegó que tiraba los curriculums de los candidatos al aire y el que llegaba más lejos era el que contrataba, fuera hombre o mujer, guapo o feo.

-¿Nos vamos jefe?

Jack era un buen tipo, era listo, leal y quería que las cosas se hicieran bien. Pero algo estaba roto en su cabeza. Si alguien le tosía se liaba a tortas, y si se liaba a torta no podía parar. Aquellos brazos como jamones eran maquinas de matar. Bastaba con que alguien empleara un tono un poco disconforme para hacerle saltar. Tenía un expediente disciplinario que ocupaba medio archivador.

Douglas Morrigan esgrimió una sonrisa torcida, mientras asentía satisfecho. En su cabeza, su gesto era propio de un héroe rebelde de los que dicen "seeeeh, molo mazo", pero la realidad era que la expresión de su cara era una mueca bastante extraña. En cualquier caso, Jack Palizas era el agente indicado para pararles los pies a esos perroflautas.

- Jack, me alegro de verte, ¿cómo te va? -le saludó alegremente. Y sin esperar respuesta, salió del despacho seguido por el guapetón policía- Andando, muchacho. Parece que tenemos un aviso de una manifestación no autorizada con posible tenencia ilícita de drogas.

Con suerte, alguno de esos hippies llevaría algo encima y Jack se encargaría de que pasaran la noche en el calabozo. Y si no llevaban nada... pues bueno. "Ya saldrá algo", pensó el sheriff convencido mientras se dirigía al coche patrulla. 

Jack acompaño al sheriff, orgulloso de ser el elegido para acompañar al sheriff. Sabía que era un asunto encomendado por el mismísimo alcalde, de hecho el alcalde y jack habían estado hablando un rato mientras Charly buscaba el block de notas con la lista de extensiones y la chuleta de funcionamiento de los teléfonos.

Cuando salieron de la oficina del sheriff una veintena de mujeres y cuatro hombres giraron la cabeza y se pusieron a mirar escaparates, fingiendo que no estaban cotilleando por las ventanas de la comisaria, ventanas que Charlie se empeñaba en subir las persianas venecianas para que las plantas de plástico de recepción tuvieran luz natural.

- Jack, me alegro de verte, ¿cómo te va? –

-Muy bien jefe todo bien… No, nada bien (se echa a llorar) Emily ha pedido una orden de separación y me ha demandado por estrangular al perro guía de su nuevo novio. Yo no quería hacerle daño a nadie, pero el muy jodido ladraba y ladraba para que no pudiera dar explicaciones ni pedir disculpas. La casa esta tan vacía sin ella, y me aburro. ¿Por qué todas me abandonan?

Tras ese momento de debilidad se recompuso y se metió en el coche patrulla. Salieron despedidos hacia la planta química. Con las sirenas a tope para tener prioridad absoluta.

La planta química estaba en una salida de la carretera, a pocos metros del cartel de “Bienvenidos a Tranquility Town” Dos coches coincidieron en el cruce.

El primero era el coche patrulla de la policía, que venía con la sirena puesta, y tomó la curva derrapando, venía desde el pueblo. A bordo iban el sheriff un hombre obeso con gafas de sol, y un ayudante del sheriff, un tipo con buena planta, musculado y que apretaba la mandíbula con todas sus fuerza mientras pisaba a fondo.

El otro coche  es un anodino vehículo que no tiene nada que ocultar, conducido por un tipo anodino que no tiene nada que ocultar. Viene del mundo exterior a Tranquility.

Ambos vehiculos toman la salida.

Curiosamente llegan a la planta casi a la vez, pese a la diferencia de velocidades. De hecho el coche anodino va primero, deleitando al espectador gourmet del cine escombro con un fallo de racor de libro.

Es un edificio grande de hormigón y acero, que evidentemente no contamina nada, rodeado por una gruesa alambrada. En el control de acceso el segurata local come un donuts con un rorcualito choco* mientras contempla a cinco hippies con una media de edad más bien alta.

¡¡No hay futuro, con tanta polución!!

¡¡Llévense su fábrica de muerte de nuestras costas!!

Al llegar a la planta química, el coche patrulla quitó la sirena policial pero no las luces (gastaban más batería, pero su reflejo sobre las pancartas de protesta le daban a la escena un aire muy comprometido con la toma. O eso es lo que había dicho la hipster de escenografía, ¿a quién le importaba si tenía sentido algo de lo que decía o no?) y el sheriff se bajó pesadamente del vehículo.

- Jodidos coches tan pequeños, arf, arf -gruñó entre dientes, resoplando por el esfuerzo por salir del habitáculo. No es que el coche fuese muy pequeño, es que su tripa era muy grande, pero esa opción no entraba dentro de su razonamiento.

Cuando por fin estuvo de pie, se acercó con paso lento y con los brazos en forma de asa hacia la multitud de cinco. Tan enfrascado estaba en ir a echarles la bronca a esos antisistema que no se dio cuenta de que otro coche había llegado a la par que los policías.

- Vaya, vaya, vaya... parece que tenemos unos alborotadores, ¿eh? A ver, el permiso de manifestación -pidió el sheriff con un tono duro. No le caían bien los hippies: esos melenudos habían estado bailando en trance en festivales de música y lanzando flores a la policía durante todos los 70, mientras que los héroes de Vietnam como él se jugaban el culo por los gloriosos Estados Unidos de América. Daba igual que el sheriff Morrigan no hubiera combatido en Vietnam; desde el sillón de su casa él había apoyado a las tropas americanas como el que más.

Ya sabe que no lo tenemos. El alcalde fascista y opresor se niega a darnos permiso de protesta en cualquier lugar que no sea el protestodromo que construyó a 30 km del pueblo. Quiere silenciarnos, invisivilizarnos… ¡No lo lograra!

Por fin había llegado a esa planta química, hacía horas que Neil no dormía, pero no parecía afectarle, de hecho, seguía con la misma energía de hacía horas, cuando había descubierto los papeles que lo catapultarían a su gloria y la liberación mundial del yugo de los judíos y los extraterrestres. Había llevado a su auto al límite de su capacidad en todo su recorrido, pero ahí estaba, en la planta química de Tranquility Town que los papeles señalaban como productor de un elemento químico en especial. Aun no sabía cual era el químico, y por esa razón llegó hasta ahí, para saberlo.

No se dejaría intimidar por el par de policías y muchísimo menos por esos sucios y desagradables hippies. Bajó del auto con el paso decidido y marcial y se dirigió en dirección al que parecía al ser policía líder (el obeso) cuando le estaba pidiendo la autorización a los piojosos protestantes.

—Señor Oficial —dijo intentanto sonar lo más educado y respetuoso posible—. Quizá estos hippies resulten desagradables a la vista del ciudadano común y que sus métodos de demanda no sean lo más adecuados o no tengan el debido permiso siquiera para hacerlo, pero tienen razón, esta planta química debe cerrarse. Y si usted en serio velara por el bienestar de este pueblo, me ayudaría a entrar en ella para para poder sabotearla y destruirla. Prometo que si me ayuda a hacerlo lo mencionaré en mi próximo libro, "La superdominación de los Judíos, un ensayo que te hará comprenderlo todo",  el que cambiará al mundo por completo.

- ¿Pero qué diantres...? -soltó el sheriff mirando por encima de sus gafas de sol al hombre que se acababa de dirigir a él. A continuación, le dijo a su agente-: Jack, muchacho, control antidroga: empieza registrando a estos antisistema. Solo registrando, ¿eh? -puntualizó Douglas. No quería que la situación se convirtiera en una carnicería a la primera de cambio.

Morrigan volvió con el forastero y le dijo algo malhumorado.

- Oiga, amigo, le aseguro que esta planta cumple con todas las de la ley, al contrario que estos hippies, y que su emisión de posibles residuos ha sido avalada por un comité de expertos medioambientales que... Pero bueno, ¿y por qué le estoy contando yo esto? ¿Quién diablos es usted y qué pinta aquí?

Ah no, está en un descampado delante de una planta química, vuelves a llevar tu abrigo y tu sombrero.

Es un edificio grande de hormigón y acero, que evidentemente no contamina nada, rodeado por una gruesa alambrada. En el control de acceso el segurata local come un donuts y se bebe un brick de "rorcualito choco" mientras contempla a cinco hippies con una media de edad más bien alta se encaran a un policía que no parece muy tranquilo. Completa la escena un tipo cuarenton pero bien conservado y el sheriff del pueblo

- Oiga, amigo, le aseguro que esta planta cumple con todas las de la ley, al contrario que estos hippies, y que su emisión de posibles residuos ha sido avalada por un comité de expertos medioambientales que... Pero bueno, ¿y por qué le estoy contando yo esto? ¿Quién diablos es usted y qué pinta aquí?

La cortinilla de estrella de las 12:30 deja un tipo al lado vuestro.

Mientras tanto, al lado del acceso al recinto, bajo la atenta e indifirente mirada del segurata:

Prefiero lamer fukusima que tener esta planta en mi costa
¡¡Sacar vuestra mierda de nuestro mar!!

-Oiga no me toque

-Vamos, maldito hippi hoppo saca la droga, la huelo desde aquí. Como me hagas registrarte y encuentre algo va a ser mucho peor. Venga, alégrame el día y dime que llevas algo ilegal encima.