Partida Rol por web

Robert fue el primer sorprendido al tener aquel arrebato. No era propio de él dejarse llevar por las emociones de aquella manera.

- No lo hagas por el chaval de la pizzería o los demás negocios. Hazlo por ti, protege tu tienda. ¡No creas que me haces ningún favor callándote!

Sin darse cuenta se había acercado nuevamente al mostrador, paso a paso, los puños blancos de apretar con fuerza. En ese momento, George hizo un movimiento rápido como un rayo, apoyándose en el mostrador con una mano y saltándolo sin esfuerzo.

Al aterrizar al otro lado, cogió a Robert de la muñeca, y con un giro, le retorció el brazo. Al mismo tiempo, un barrido de la pierna hizo que Robert acabara besando el suelo, con el brazo retorcido y la rodilla de George sobre su espalda. Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos.

- Lo siento por la lección, Robert. Pero si yo puedo hacerte esto, no quieras imaginarte lo que te harían ellos...- dijo, manteniendo la llave durante unos dolorosos segundos. Finalmente lo liberó y dejó que se levantara.

—Pe-perdona. No tendría que haberte gritado.- dijo Robert, mientras se cogía el hombro dolorido.

- Vete. Regresa a tu hogar, con tu hija. Olvídate de nosotros, no puedes ayudarnos. Nadie puede.- dijo George de forma definitiva.

No dijo nada más. Salió de la tienda dolorido, enfadado y avergonzado, dejando que la lluvia le empapara de arriba a abajo. Las palabras de George resonaban en su cabeza y le dolían tanto o más que el impacto de su cara contra el suelo de baldosa. No puedes ayudarnos. No puedes ayudarnos. No puedes ayudarnos. Había quedado como un pelele al que un muchacho había dado una lección. ¿Qué pretendía hacer él contra mafiosos profesionales si no era capaz de plantar cara en una situación así? ¿Quejarse y gimotear como un niño que se ha quedado sin postre?

Alzó la cabeza, notando las frías gotas en su cara que servían de bálsamo para su rostro enrojecido. Podría usar el libro si quisiera para que el hombro dejara de doler, pero ese manantial de agua no limpiaría lo que sentía por dentro.

A paso lento, deleitándose en la miseria, se dirigió al coche a esperar. Podría probar suerte en la lavandería pero, ¿para qué? No serviría de nada.

En cuanto pusieron un pie en el interior de la pizzería, Sam disipó la bruma oscura que las cubría. Aquello posiblemente fuera más llamativo que simplemente dos personas que se habían colado en un local. Se disponía a hacerle un gesto a Izzy para indicarle que se escondieran tras la primera esquina de la entrada pero al momento se dio cuenta de que era un estupidez pues no podían escucharlas.

- Por aquí. - dijo aún así en voz baja. - Tengo una idea.

Echó un vistazo rápido a la disposición de la cocina, buscando una puerta o algún otro acceso a lo que debiera ser el despacho del chaval. Llevaba la varios años pasando gran parte del día en una cocina muy similar a esa y sabía perfectamente cómo moverse de forma diligente a través de la misma. Haber estado también en la parte delantera le daba la información faltante para poder adivinar más o menos la ubicación del cuarto que buscaba.

En cuanto le pareció tener un mapa mental del local, Sam hizo que una sombra cercana al cocinero tirara algún objeto al suelo para crear una distracción. Tal vez el cenicero o un cucharón aunque nada que provocara un estruendo lo suficientemente ruidoso como para atraer la atención de los demás. Aprovechando la distracción del pizzero, Sam trataría de llegar hasta la puerta para entrar en el supuesto despacho.

- ¿Eh? No, que va, esa es Sam… - dije tanteando y viendo en su mirada aún el recuerdo de algo que daba miedo – y a mí también me da caguelo a veces, pero es buena tía. Es de fiar y puedes contar con ella cuando las cosas se complican. – le expliqué para intentar calmarlo un poco – Izzy es la de la agencia de investigación. No ha venido a la pizzería. Está investigando por… ahí… - dije con un gesto vago de la mano sin señalar a ningún lado.

- Tomo nota de no confiar en la policía. – asentí; tampoco me sorprendía - ¿Quién es el señor Saddle? ¿Qué le ha pasado? ¿Es el amigo ese que decía tu hermano que os ayuda y os protege?

Dino, por dentro, se enfureció. No había forma de lograr que el muchacho le diera el número. Pero no le molestó Michael, sino saber que la magia que había del otro lado era realmente fuerte. ¿Cómo había podido resistirse a sus capacidades? Es más, tentado estaba de sacar su arma escondida y obligarlo a que le diera el papel. Pensándolo bien, tal vez no era un mal método. Era conocimiento básico el saber que la Guerra era una extensión de la Política, y en este caso, la política había llegado a un límite. Es más, ¿quién se enteraría?

-Dime, ¿dónde está el baño?- le pidió con un tono que no ocultó del todo la molestia ante su negativa -Vuelvo en un minuto-

Mientras se dirigía al baño, se puso a pensar. ¿A quién había llamado? La mayor probabilidad era a ese "amigo". ¿Para qué? ¿Le avisaría que estaban preguntando por él? Esa podía ser una posibilidad.

No iba a paso apresurado, todo lo contrario. Observaba cada cosa que había al alcance de su vista, mientras aparentaba una cojera que justificara un bastón como el suyo.

Cambiaría su apariencia, aparecería como un sujeto encapuchado... y asaltaría al joven. Podía ser una buena vía...

¿Cómo va? Aquí el muchacho es más terco de lo que parece y no quiere soltar el número... voy a cambiar de táctica.

Le escribió a Amanda al entrar al baño.

Izzy miró nerviosa a Sam. No le gustaba nada seguir a alguien a un plan sin que se lo explicaran antes y la chica se había lanzado al interior sin siquiera explicarle lo que pretendía. Frunció el ceño, planteándose si seguirla era una buena idea y durante un instante pensó en dejarla ir protegiéndola únicamente con la zona de silencio. Pero, después de todo, no podía dejarla en la estacada, así que fue detrás de ella.

Se paró en seco un momento. Estaba acostumbrada a llamar al viento cuando se infiltraba en algún sitio para percibir a cualquiera que se acercase, pero con la burbuja a su alrededor eso no iba a servir de nada. Sin embargo, sabía que era probable que algo sobrenatural acechase esta pizzería, si no todo el barrio, así que sí empezó a murmurar, aparentemente para sí misma, pero hablando en realidad con el aire que les rodeaba y que llenaba todo a su alrededor. Después de todo, bajo su punto de vista, era el Viento lo que barría la Niebla de la ciudad y lo que le permitía ver más allá de esas brumas que nublaban la vista de los demás.*

Cuando sintió cómo el aire se arremolinaba suavemente a su alrededor, susurrándole respuestas a sus preguntas, a lo que Izzy les cuestionó sobre todo aquello que sus ojos mortales no podía ver.

- ¿Quién es el señor Saddle? ¿Qué le ha pasado? ¿Es el amigo ese que decía tu hermano que os ayuda y os protege?- preguntó Amanda.

Willie negó con la cabeza.

- El señor Saddle es... era el dueño de la tienda de ultramarinos de la esquina. La policía lo encontró muerto, dicen que se ha suicidado.- dijo el niño.

Usando sus poderes, Samantha hizo que una escoba que había en un rincón en sombras cayera al suelo. El pizzero fue para allá para recogerla, y las dos chicas aprovecharon el momento para colarse, usando la burbuja de silencio convocada por Izzy.

Moviéndose rápidamente por la cocina, Sam finalmente encontró lo que buscaba. No era un despacho como tal, sino el almacén del local. En una esquina del mismo, entre todas las cajas, habían montado un pequeño escritorio: poco más que una tabla clavada a la pared, una silla con ruedas, una lámpara de mesa y un archivador.

Mientras Sam investigaba en el mundo real, Izzy murmuraba para sí misma, hablando con el viento, buscando palabras que le trajeran información del otro mundo, el paralelo. Izzy le preguntó al viento qué poderes sobrenaturales actuaban sobre la pizzería.

"Este lugar es un teatro de marionetas, aunque el marionetista no está ahora en escena, su marioneta se mueve bajo sus designios. Para encontrar al marionetista, uno debe seguir los hilos, que no pueden ser muy largos", le llegó la respuesta en un susurro.

Robert se dirigía cabizbajo a Sleipnir, el fantástico automóvil de Dino, para esperar a los demás. El hombro le dolía horrores, pero no era nada con la sensación de impotencia que le había quedado tras su fracasado intento de convencer a George. Preguntándose una vez más si realmente encajaba en aquel grupo, llegó a una zona de la plaza Miller iluminada por una farola. La noche había caído ya sobre la ciudad.

Al alzar la vista, vio a tres tipos que se dirigían a la pizzería. Los tres iban vestidos de igual modo, con camisas abotonadas, gabardinas sobre el traje y sombreros tipo fedora. El cliché que gritaba "gángster" por los cuatro costados era exagerado.

Izzy asintió, aparentemente para si misma y, observando al pizzero desde el almacén, siguió hablando con el viento que había convocado.

— Y, ¿cómo puedo encontrar y seguir esos hilos? — murmuró, sabiendo que sus palabras no podrían ir más allá de la burbuja que las rodeaba.

Esa pizzería no ha tenido tantos clientes en su vid... MIERDA —Robert había confundido a los matones con clientes comunes y corrientes y tardó unos valiosos segundos en comprender la gravedad de la situación. Ajeno a lo qué andaban metidas las chicas y del arrebato colérico de Dino, hizo lo que comprendió era lo más rápido. Sacó su destartalado teléfono y envió un mensaje de grupo lo más rápidamente posible:

Tenis compñía en lpizería

Mientras rogaba a los dioses tecnológicos a los que Amanda rezara que la cobertura fuera buena, se apartó de la lluvia y examinó la escena. Si se mantenía fuera de la vista, podría apoyar a sus compañeros si fuera necesario intervenir. 

El viento susurró una última respuesta a Izzy antes de desvanecerse por completo.

"El titiritero se esconde en las sombras, pero algunas de sus marionetas saben de dónde vienen los hilos que tiran de ellas: el caballero andante obediente, el rebelde roto, la vieja alcahueta y la princesa desaparecida"

Al fin la suerte sonreía a Sam aquella noche. Desde que habían comenzado la investigación aquella noche, la joven no se había sentido demasiado útil pero, al menos, ahora tenía algo con lo que trabajar. A pesar de que se encontraban aisladas del resto del mundo por la barrera de Izzy, se acercó en silencio hacia el archivador.

En voz baja, Sam dio las gracias de que en mitad de la era digital, aquel archivador no hubiera sido sustituido por un disco duro o un puñado de datos "en la nube". El móvil vibró en el bolsillo trasero del pantalón de la chica pero no dudó en ignorarlo. Ahora tenía entre manos un asunto que podía resultar muy importante. O, al menos, eso esperaba.

Si el archivador tenía alguna clase de cierre, sería bastante sencillo de abrir desde dentro usando la propia oscuridad que se ocultaba en el interior de los cajones. En cuanto tuvo acceso al interior del archivo, comenzó a buscar algún documento que pudiera serle de utilidad. Tal vez un libro de cuentas donde se reflejara algunos movimientos extraños por parte de los “tiburones” o una agenda de contactos en la que apareciera su amigo especial.

Todos los documentos que parecían interesantes o que podían revelar alguna información eran fotografiados y Sam se los enviaba a sí misma por e-mail para evitar que se perdieran si el teléfono fallaba.

- Izzy, ¿me echas una mano? - preguntó cuando la mirada de la investigadora volvía a enfocarse en lo que tenía delante y no el un punto lejano en el infinito. - Seguro que tú reconoces más rápido lo que puede resultar útil en mitad de todos estos papeles.

Revolviendo entre los papeles de la pizzería, Samantha efectivamente encontró el libro de cuentas. Sin perder el tiempo para revisar los números en ese momento, empezó a sacar fotografías con el móvil de las últimas páginas, hasta calcular que se había enviado a su correo por lo menos las dos últimas semanas de movimientos.

Aparte del libro de contabilidad, no encontró nada de valor. Flyers de publicidad, menús antiguos, algunas fotos del local... poco más.

Dino se lavó la cara. Estaba enojado. Se miró al espejo. Estaba viejo, de eso no cabía duda. Pero también emanaba una fuerza interna que especialmente en un ojo se notaba. Al menos él lo notaba. ¿Pero quién estaba enojado? ¿Él u Odín? ¿Eran una misma cosa, o eran dos en uno?

...¿Vas a dejar que ese muchacho te niegue algo tan simple como un papel con un número? Sería tan simple como comprárselo... y si no quiere, vuelves luego con otra apariencia...

Pensó Dino. ¿O era Odín? Se pasó la mano por la cara, como quien quiere despertar de un sueño largo, muy largo.

...vamos... ¿acaso no tenés que conseguir ese papel? ¿Te vas a dejar vencer por un veinteañero?...

Dino suspiró. Desde que había descubierto que podía saber cosas que nadie más podía saber, o que inclusive lograba salir indemne de situaciones en las cuales hasta podría haber caído preso, se había sentido superpoderoso. Pero también le había traído confusión. ¿Era él el que decidía o era al que había aprendido a conocer como Odín? ¡Si hasta su empresa tenía nombre de un Dios Nórdico!

Pero ahora había encontrado algo en lo que se sentía útil además de exitoso. Era una compañía variopinta la de Amanda, Robert, Samantha y Elizabeth, pero eran como él. O parecido.

Tiró la cadena y se lavó una vez más la cara. No podía ir con su "semi" y asaltar a un prácticamente niño. No era ni siquiera valioso para él. Sí, el número lo ayudaría en avanzar, pero había otras formas que crearle un trauma a un inocente. Sacó el arma, la miró, y volvió a esconderla en su funda especial.

...hoy no...

Agarró nuevamente a Gungnir, y salió del baño.

-Michael, muchas gracias por todo- y se alejó hacia Sleipnir, con enojo por dentro por no haber logrado lo que quería, pero más confundido que enojado -Ojalá nos volvamos a ver en otras circunstancias-

¿Quién estaba teniendo el control como para realmente pensar que podía asaltar a un pizzero?

Apenas salió, nuevamente era el viejo jubilado con bastón de aluminio...

Una vibración el su bolsillo distrajo un momento a Izzy mientras Sam sacaba fotos al libro de cuentas. Maldijo, en silencio aunque fuera sólo por costumbre, al ver el mensaje de Robert.

— Mira — dijo mostrándoselo a su compañera. — Larguémonos de aquí y volvamos por la entrada principal por si necesitan refuerzos — le dijo, disponiéndose a desandar el camino.

Tras haber tomado nota de la distracción con las sombras, Izzy repitió el truco de Sam, derribando el mismo objeto con un pequeño golpe de viento antes de dirigirse a la salida.

- Oh, vaya, lo siento si lo conocías… - contesté con empatía por el muchacho; algo así podía ser traumático para un chico tan joven – Creo que mis amigos estaban investigando esa tienda.

El smartwatch vibró y de un golpe de vista rápido vi el mensaje. Mierda. Eso en las películas siempre significaba problemas. Deberíamos acordar un código para estos mensajes para darnos más pistas de que problemas son.

Izzy y Sam salieron por donde habían entrado. Su mirada y un gesto de la cabeza me confirmó que habían visto el mensaje. Probablemente iban de camino para allá. Ninguna de las dos eran de las que se amedrentaban con los problemas.

- Nos quedamos sin tiempo, Willie. – le dije un poco ansiosa – Mis amigos me dicen que vienen problemas a la pizzería. Creo que ellos van para allá a ayudar. Te puedo llevar a dónde me digas para ponerte a salvo. Te puedo llevar con el amigo especial de tu hermano para avisarle, si quieres. Si no, a otro sitio. Ya me dirás luego como puedo dar con ese amigo especial.

Una vez recogidas las pruebas que les interesaban, Izzy y Sam se dieron prisa en salir de la pizzería. Izzy invocó un golpe de viento para usar la misma táctica de despiste, y se dirigieron a la salida. Pero esta vez no fueron lo suficientemente rápidas. El pizzero había oído algo*, y se asomó a la puerta del callejón. Allí, vio a Willie hablando con Amanda, y también un jirón de sombras que giraba la esquina más allá...

Asustado, el hombre miró con desconfianza a Amanda y llamó al niño.

- ¡Willie, ven para adentro! ¿Sabe tu hermano que estás aquí bajo la lluvia? ¡Vamos!- dijo, cogiéndole del hombro y metiéndolo dentro. El pizzero dedicó una mirada sospechosa a Amanda antes de cerrar la puerta. Bueno, por lo menos lo habían puesto a salvo, como ella había pretendido.

Mientras, Dino salía de la pizzería por la puerta principal. No había recorrido apenas diez metros, cuando se encontró de cara con los tres matones divisados por Robert. Antes de que pudiera reaccionar, los tres lo habían arrinconado contra la pared de ladrillo.

- Eh, abuelo, ¿se ha perdido?- dijo uno de ellos, mientras los otros dos reían.- Está muy lejos de su casa, ¿no? Creo que se ha equivocado de barrio, abuelo.

En esos momentos, Izzy y Sam giraban la esquina para presenciar la escena. Amanda seguramente no tardaría en unirse a ellas.

- Ah, mira, esas dos deben ser las fulanas del abuelete.- dijo el matón que llevaba la voz cantante.- Nos han dicho que os gusta hacer preguntas, como si fuerais polis. No seréis polis, ¿verdad, abuelo? En este barrio no nos gustan los policías.

Dino los tenía justo encima, podía sentir su respiración a través de la lluvia. Uno de los matones hacía crujir los nudillos en un gesto bastante elocuente.

En circunstancias normales, Sam habría ignorado el comentario de aquel indeseable. Estaba acostumbrada a transitar aquellas calles y escuchar toda clase de maldiciones y palabras malsonantes. Sin embargo, la paciencia de la mujer se había terminado a las tres de la tarde y no había ocurrido nada para ayudar a reponerla.

Respiró profunda y pesadamente, tratando de mantener la calma. Normalmente le costaba encontrar dónde estaba la frontera entre los pensamientos de Umbra y los de Samantha. Después de aquel momento, aquella fina línea había desaparecido.

La oscuridad trepaba suavemente sobre su piel por debajo de la ropa formando una coraza flexible y liviana como la seda pero tan resistente como un chaleco antibalas. Una fina línea de sombra comenzaba a enroscarse alrededor de los pies de aquellos indeseables.

Sin embargo, no haría nada. Si Dino optaba por agachar la cabeza e intentar escapar de manera algo más discreta, no sería ella quien iniciara la batalla. Aunque si esos estúpidos intentaban algo contra el Abuelo, se llevarían una desagradable sorpresa.