Partida Rol por web

─Clek clek clek, ¡yaaaaiiiii! ─los sonidos que utilizaba el carretero para comunicarse con Petunia, su mula, escapaban a toda lógica o razón, pero funcionaban. Se detuvo en seco el animal, y por ende, la carreta.

El rostro de Beltrán lucía preocupado, sucio, colorado y sudoroso. Tras secarse las gotas que caían desde su grasiento pelo con la manga del harapientó trapo que le hacía de camisa espetó: ─Mal paso. Muy mal paso ─negaba con la cabeza ─más nos valdrán non errar en el paso a tomar.

Entonces miró al grupo, como esperando respuesta al despropósito en forma de camino que tenía delante.

Alaric, con el permiso del señor Pedro se adelanta unos cientos de metros por delante, en sitios despoblados ocultándose de ojo ajeno y atento a cualquier trance sospechoso, y por el medio del camino y saludando alegremente a los campesinos y pastores al cruzar con ellos por el camino. No pocas veces hace una parada con estos, ofreciendo bota de vino y buena charla, y preguntando por la zona, por posibles asaltantes u otros problemas que pudieran acaecer.

Mas al llegar a la vista de los barrancos y gargantas Alaric frena el paso y aguarda al resto de la comitiva:

- Peligroso puede ser
cruzar con tanta carga,
los huesos podemos dar
al fondo la barranca.

- Mals pareixen els ponts i aumque criat a les muntanyes aquestos passos no coneixo.

El haber escuchado ese nombre pronunciado encima por un infeliz me hizo perder todos los estribos, pero ver la cara del Fray Juan, un hombre que representa al Señor molesto por mi actitud me cae peor que el propio reto del señor Pedro Sáez. - Mio perdón Fray, espero pueda confesaré a un impulsivo hombre como soy. - Le digo con arrepentimiento dado que mi accionar puede ocasionar inconvenientes al resto del grupo. El día transcurre sin contratiempo alguno más que uno muy posible y es el mal estado del camino

De mañana, Francisca (mi mula) está fresca como una lechuga, ha descansado bien y estaba impaciente por iniciar la marcha. Poco sospecha el pobre animal la jornada rompepiernas que le aguardaba.

Durante todo el trayecto no puedo evitar mirar cada recodo del camino con temor a toparnos con una emboscada nada más doblarlo. Pero viéndolo por el lado bueno, por primera vez en varios días estoy completamente sobrio.

Varias veces tengo oportunidad de charlar con el caballero de Calatrava que, aunque impetuoso, es cristiano de bien. – Perded cuidado Señor López de Santsoles, si Dios quiere habrá tiempo de confesarse cuando lleguemos a nuestro destino.-

Clavé talones en mi jamelgo, Caín, y me puse atravesado cuan larga era mi montura delante del resto. Enseñé los dientes, como una fila de puñales prietos en la boca y clavé los dedos en las riendas mientras oteaba a ambos lados con autosuficiencia.

— Yo guiaré... caballeros. Uebos me es fazerlo, pues conozco estos feudos. — Miré al carrero, cuyo nombre no me importaba. No dije nada, pero en mis ojos se podía leer que cualquier cosa que aconteciese a su animal, carreta o carga sería culpa suya... y pagaría por ello.

Me puse junto a Alaric y le hice un gesto con la barbilla, para que caminase ante el rocín. Yo guiaría pero prefería que fuese él delante, por si poza alguna o barranco traicionero nos esperaban. Indiqué una dirección pues seguro estaba que era la correcta si Dios no se interponía en nuestro sendero.

Colocándose unos metros ante el rocín de Guillermo, Alaric va siguiendo con cautela por donde este le indica, de vez en cuando y en los tramos más peligrosos Alaric para y manda parar a la comitiva, doblando el espinazo [RASTREA] en busca de huellas, ya sean de animales u hombres y afina el oido para [ESCUCHAR] atento a cualquier ruido extraño para estos parajes.

Alaric, al ver las profundas fosas que se abren bajo sus pies, teme por un malhadado traspiés y colocándose el extremo de una cuerda en la cintura pasa el otro extremo del cabo a Guillermo para que lo ate a su montura cuando vayan a pasar los peores trechos.

Guillermo, apodado el cruel, fue el único que se prestó como guía. El resto, poco conocedores de la zona o faltos de ganas por que recayera tal responsabilidad sobre sus hombros, simplemente se limitó a callar. Fue este el motivo, y no la pericia del cruel en las artes del sendero y la orientación, lo que hizo que los hombres le siguieran.

No fue falto de refunfuños y arrepentimientos el trayecto, pues la gran mayoría se arrepentían sin disimulo de haber permitido al pardo hacer de guía. Pues no sólo parecía éste haber tomado los senderos más complicados y costosos, sino que a causa de tales decisiones habían perdido ya un valiosísimo tiempo en el camino*.

En la última hora de la tarde, un luminoso vestigio del astro se demora, a occidente, sobre la tupida fragosidad de árboles que se derramaba desde la altura de los montes, en lenta pesadumbre, por las laderas que se precipitan a un barranco terrible. En el fondo del abismo, el río fluye oscuro, como plomo fundido, y se pierde entre la imposible angostura de un valle sofocado por bruscos peñascos, gruesos y retorcidos troncos, zarzales, concavidades y recodos sinuosos. El mundo se va ensombreciendo y el cielo se reviste de eternidad y distancia, como si quisiera huir de una tierra tan agreste y cuajada de misterio. El calor de la jornada resiste prendido en la maleza y un sopor taciturno envuelve el bosque.
En áspera pendiente, un sendero estrecho zigzaguea trepando bajo la tupida indulgencia de retorcidas encinas, ancianos alcornoques y vivaces madroños. Por él discurren, ascendiendo a paso fatigoso, Petunia la mula azuzada por el bueno de Beltrán. A pie al frente avanzaba marcha Alaric, seguido por Guillermo a lomos de su viejo jamelgo. El de Santsoles junto a "el hierbas" y Fray Juan marchan tras la carreta, rostros serios, cansados y a todas luces contrariados.

En ese momento Alaric da el alto con voz viva. La comitiva se detiene... El almógavar no tarda en comunicar que el camino torna en despeñadero**, y que la única manera de franquear el paso es trepando el empedrado. El problema, claro esta, es que hacer con la carreta que porta al señor de Luna...

A lo largo del día que pasamos arrastrándonos miserablemente por estos “caminos de cabras” intercambio miradas de desaprobación con los otros integrantes de la parte trasera de la compañía –¿Pero a donde narices nos lleva?- Mas de una vez tengo que arrastrar a Francisca por las riendas para que siga avanzando, se ve que el animal es más sensato que nosotros.

La noche se acerca y el camino no mejora, ni tampoco se ve ni rastro de Cornago. Hasta que finalmente el camino nos impide avanzar. Dedico unos segundos a calmar a Francisca, luego la ato a una rama y me acerco a echar un vistazo al despeñadero del que habla el Almogavar.

Pongo cara de que la tarea será titánica – ¿Que facemos agora, señor?¿Estará muy lejos Cornago? – pregunto a Don Diego, en parte con un cierto tono de reproche por haber permitido a Guillermo guiar la marcha cuando, probablemente él conocía mejor la región. -¿Qué demonios?, probablemente Francisca conozca mejor estos caminos que Guillermo “el cruel”-

Me asomo al borde del camino para otear el paisaje a ver si soy quién de atisbar población, cabaña de pastores o refugio alguno.

No precisé bajarme de Caín para saber que aquel estúpido guía y el carretero se habían equivocado. Probablemente el almogavar errase en un giro, o los había llevado por un camino más confortable para aquesta carreta, haciéndole perder un tiempo valioso tanto a él como a Don Pedro Saéz.

Ver el barranco y estallar en ira fue toda una. Tanto que me apeteció despeñar a aquel de nombre extraño para comprobar cuán profundo y caprichoso era el destino al caer por un barranco. ¿Tendría Dios poder allí? Seguro que no. Pero aquel parecía guerrero avezado y no quería cansarme, pues íbamos a trepar. Con cierta premura salte del caballo y me dirigí hacia Beltrán, al que comencé a golpear con el dorso del guantelete.

— ¡Es tu culpa! ¡Ignorante! ¡Acaso no lo viste desde lo alto del asiento! ¡Si no trajeras la carreta hubiésemos llegado ya! ¡Castigad a este idiota, Don Pedro!

Salió sangre. Y gocé de ella. Sus gritos y sus súplicas bien hicieron en mi para calmarme. Yo no me había equivocado, la culpa era de Dios y sus sirvientes, por lo que dediqué una mirada turbia a Fray Juan, antes de girarme y ver la palabra a punto de salir de la boca del de Santsoles.

— Hable, Don Diego. Parecéis tener una idea rondando la testa.

Delante nuestro un muro, uno tan alto que nos obliga a levantar la cabeza hasta que el cuello no da más para así contemplar su altura. Atrás suenan los reproches de Guillermo hacia el carrero que al parecer ahora tiene la culpa de todo, quizás le dijo por donde ir al reprochador y por eso terminamos aquí, mirando una gran pared. - No pienso dare la vuelta, que cuesto carrero se lleve atadas las monturas hasta Cornago y cuestro grupo escalaremos, con todo cuestos árboles armaremos un camastro para el señor de Luna. Usaremos cuerdas y entre todos nos ayudaremos. - Estudio el muro y veo por donde es mejor subir, buscando un lugar más practicable para que escalemos lo más seguro posible.

─Tal ansí non fué el acuerdo ─replicó altamente contrariado el carretero ─Pagóseme por viajar en compaña con menester de trasladar una "mercancía", non por marchar por camino en soledad portando valiosas cabalgaduras  ─entonces se persignó, como queriendo auyentar lo que se le pasaba por la cabeza, que probablemente sería la imagen de su cuerpo comido por los cuervos tras ser emboscado por una ralea de asaltacaminos.

─Sea entonces ─concluyó resignado. No era menester contrariar al de Santsoles, y aún menos a ese déspota al que llamaban "el cruel". Se bajó de la carreta y se dispuso a preparar el cuerpo del difunto para ser colocado en la camilla improvisada que ya preparaba el resto de hombres.

Se mantuvo pensativo, en todo momento el de Sáez. No parecía agradarle la idea de trepar aquella escarpada loma con el cuerpo de su señor, pero tampoco le placía la idea de perder otro día en el camino y aún menos la de dejar al carretero a cargo de las monturas.

─Marcharé yo con Beltrán ─sentenció.

Y luego se acercó al grupo ─¿Quién nos dice que aqueste non marchará con las cabalgaduras para no volver? ¿qué mejor pago podría haber? ─expuso sin que el carretero le oyera.

Dicho sea de paso su presencia amentraría a posibles bandidos, evidentemente. más por su condición de hombre de cornago que por otra cosa.

Sacaron entonces el caballero de Santsoles y "el cruel" las sogas de sus alforjas. Ambos se miraron. Sabían que lo que estaba por venir no sería cosa fácil...

Yo había sido repudiado por Dios. ¿Qué iba a temer? Aquellos pusilánimes miráronse temblorosos como cervatillos. ¿Acaso un muro iba a detenerles? Mi cara comenzó a encenderse y me rasqué la barba impaciente, por ver en que tornaba la cosa. Pero nadie movía un dedo. Cobardes. Escupí en el suelo murmurando un juramento y me quité el gambesón, quedando a pecho descubierto y mirando la montaña.

— Yo iré. — dije mirando altivo y desafiante a mis compañeros. — Dios no ha fecho monte alguno que se interponga en el mio camino.

Parecía una broma. Pero lo decía en serio y estaba seguro de aquello. Empaqueté mis cosas en el zurrón doblando el gambesón como pude y con la cuerda en la mano le hice un gesto al almogavar para que me siguiera. Con la sangre aún en los guanteletes caminé un rato hasta encontrar la primera zanja. Abajo se perdía oscura y siniestra, como anticipando lo que iba a pasar. Sin mirar mucho al suelo salté con la soga colgando de mi cuello.

¡Maldita fuera mi suerte! ¡Calculé horrores, para mi desgracia! Mi mano afanó el vacío y no la roca, con lo que resbalé apenas una vara hacia abajo hasta que pude agarrarme a una rama seca que se afianzaba con sus raíces en la piedra. Miré de nuevo abajo y sonreí.

¿Qué digo sonreír? Me reí a carcajada limpia. El Demiurgo y sus obstáculos no podían con Guillermo. Seguí riendo como un lunático... hasta que se quebró la rama.

Y al parecer el Altísimo si había hecho un monte que se resistiera a Guillermo, y dicho monte estaba ahí mismo, ante sus narices. El pardo, altivo y desafiante, inició el ascenso. Refunfuñaba entre dientes mientras daba tres pasos y avanzaba dos, pues el terreno pedregoso y escarpado hacía de la escalada una tarea ardua y extenuante.

En uno de tantos traspiés que dió el cruel acabó agarrado a una rama seca. Fue entonces cuando ésta se partió y dejó a la gravedad hacer el resto...

Cayó el pardo rodando violéntamente ladera abajo y, mientras lanzaba improperios, pequeños guijarros le seguían en frenética y vertiginosa caída hasta el comienzo de la ladera. Los abajo presentes se miraron preocupados, pues fácil no parecía trepar por aquel despeñadero, que si se le llamaba así, era por algo.

Allá a lo lejos, el carretero y don Pedro se habían detenido al oír los retumbantes gritos y maldiciones que soltó "el cruel" en su caída. El carretero esbozó una sonrisa y rió para sus adentros, aunque esto último nunca nadie lo supo.