Partida Rol por web

Elhediel vuelve a llevarse un gran golpe, cuando una retahíla de cabos y vigotas caen sobre su cabeza, y se ve desequilabrada cubierta abajo mientras el incursor se ladea y cruje por todos los lados.

Mientras, en el camarote del astrólogo, el cofre se ilumina y Kreontas se siente avisado. Abre los ojos de par en par al darse cuenta de lo que se viene encima y se agarra con todas sus fuerzas. Con una mano protege el cofre bajo su cuerpo y con la otra se agarra donde puede.

Tardáis en comprender que el incursor había superado aquella ola monstruosa, esa manta que según algunos es prueba a muerte para todo navío. Todavía sentís los movimientos de su estructura bajo vosotros, y muchos no entendéis la oscuridad que os envuelve, más propia de las profundidades que del cielo abierto. Pero no tardáis en comprender que el peso sobre vuestras espaldas -sobre todo Elenna o Yazân y Salêm- se debe a las velas, abatidas sobre vosotros tras la montaña a su paso.

Una cosa estaba clara, TODA la tripulación del Manawnûl se había puesto al límite de sus facultades y resistencia y si todo acabara aquí, no habrían salido tan mal parados. ¡Ay, cuánto echabais de menos la cerveza y el grog de las tabernas de La Caleta, allá en Umbar!... ahora parece todo tan lejano!...

Finalmente para Cyryatan, amo y barco se hermanaban en una misma condición. Ni los vestigios de viejas glorias podían cobijarse ya del vendaval que sufrían ambos. Quebrados los dos en cuerpo y cansados en el alma de tanto flotar a la deriva, y sin paisajes menos grises que aquella tormenta atroz que procuraba tozudamente sumergirlos en la muerte y el olvido. Ninguno andaba ya en libertad de movimiento, más bien se arrastraban lastimeramente intentando no ahogarse en sus propias desdichas. Ya no flameaban las velas, ellas también parecían rendidas al dios de los vientos.

Cyryatan se vio obligado a emplear lo poco que restaba de su maltrecha voluntad para no romper en llanto en aquella hora tan aciaga. El daño sufrido en un costado de su torso apenas le permitía respirar de manera entrecortada, sufriendo de manera latente ahora la sensación de que algún hueso roto persistía en hincarse de mala forma en su pulmón izquierdo.

En ese deplorable estado, caminó lo más briosamente que pudohasta la posición del piloto ausente, quién de manera forzada había abandonado su puesto a causa de la sacudida como casi todos en el barco.

El timón parecío servirle de leal y discreto sostén, así que le sujetó con fuerza asumiendo el cargo de navegante y elevó su voz atronadora para reorganizar a sus subordinados con la mayor urgencia posible.

- ¡DE PIE MARINEROS... FIRMES HASTA EL ALBA!

Por fin, ante un nuevo bandazo, comprendí que el peso se debía a la vela del mayor, que se había desplomado sobre cubierta, por lo que intenté apartarla sin conseguirlo. Oía un babel de voces y gritos, y en parte me alegraba, pues cuantos más gritaran menos se habría llevado la ola. Creí reconocer la voz del capitán, pero todavía estaba angustiado cual virgen en altar de sacrificios.

-¿Salêm?¿Qué ha sucedido? Creo que tenemos encima la vela del mayor-grito por fin, que hasta ahora no había conseguido reunir el aire y los hígados necesarios...

-En efecto, señor. Se ha debido partir el palo hacia los dos tercios de altura-contestó el haradan.

Fue Yuma, con su extraordinaria fortaleza, el primero en incorporarse y en tratar de aligerar todo lo que había caído encima de la tripulación del Manawnûl, que desde luego, no aguantaría otra ola como esta. Salêm trató de ayudarlo y alzar el cuerpo, lo que consiguió tras ímprobos esfuerzos, hasta rebasar el borde de la vela. Fue entonces, cuando los hombres del Manawnûl comprobaron la situación del incursor, o los restos del mismo, que todo parecía en plena descomposición.

Y tal y como adelantara el sabio Salêm, se había partido el palo mayor por debajo de la cofa, que colgaba por la borda unida todavía por algunos cabos. Y era impresionante contemplar como los elementos habían partido un mástil de ese calibre, que mostraba astillas abiertas al aire.

-Alabado sea Eru, El Altísimo, El Misericordioso-rezó Salêm, y se santiguó con celeridad al estilo de los haradrim. Y rápidamente fue imitado por Yuma, que una vez más, agradecía a los dioses del Mar el seguir con vida.

En seguida, agradecí la ayuda a Salêm y a Yuma, y rápidamente miré hacia la toldilla, que no presentaba mucho mejor aspecto. Ya andaba el personal en faena cuando comprobé la presencia de Azrûbel y Cyryatan por ahí. Cyryatan se había acercado para trincar la caña al estrobo el mismo, ya que Andrea y Kirik no estaban todavía a la vista, sin duda habrían abandonado el puesto por el golpe recibido. Yo mismo, percibía la sensación de haber resucitado.

Sin duda estaba agotado, pero desde luego, podría haber sido muchísimo peor; así que, pese a no haber sido nunca aficionado ni al Dominus ni al Bobiscum, yo también imité a Salêm y a Yuma y recé a todos los dioses que me vinieron a la memoria. E hice todas las promesas piadosas que se me ocurrieron, y que después, una vez en tierra y a salvo, siempre me cuido de no cumplir.

Elenna escuchó a alguien gemir de dolor, y tardó varios segundos en darse cuenta de que era ella. Abrió los ojos y trató de ponerse en pie, aunque el camarote parecía querer moverse en una dirección distinta a la que lo hacían sus pies, pero al final logró hacerlo, aunque tuviera para ello que ir apoyándose en lo que encontraba.

Se dirigió hacia donde estaba el galeno, intentando de camino poner orden entre los hombres que encontraba. A los que estaban lo suficiente enteros para aguantar en pie los mandó a las distintas partes del barco, en busca de los heridos o los que hubiesen quedado atrapados en alguna parte. Y una vez junto al galeno, se dedicó a despejar el sitio de todos los que ya hubieran sido atendidos, o no fuera grave. Sabía que pronto haría falta el espacio.

El corazón de Elhediel se detuvo, no podía entender qué demonios estaba pasando cuando recién se reponía de una, venía el mar y le recordaba que no todo estaba dicho. El agua salada en la boca le hizo sentir deseos de volver el estómago pero eso era lo que menos le preocupaba en ese momento. Se preguntó que llevaban a cuestas que el mar se los quería arrebatar de esa manera tan violenta, no habían visto paz desde que el segundo cofre estuviera en poder del capitán y ese no parecía ser el fin.

Se dejó llevar por el golpeteo unos instantes, sintiendo cómo el agua de mar escocía sus heridas y por un momento deseó que todo terminara ya pero por otro, algo la impulsó a levantarse y ayudar a los suyos porque finalmente aquellos eran los suyos y no iba a dejar que el mar la venciera, al menos no aquella noche. Se levantó con mucho esfuerzo, tambaleándose como si hubiera bebido y alzando los pies para no tropezar, mirando los cuerpos a ver si habían sido lo suficientemente fuertes para sobrevivir, fue saliendo de donde estaba para ayudar donde seguramente hacia falta: cubierta.

-¡Marinero, corta esos cabos!-ordenó Yazân-¿No ves que la cofa nos está lastrando?

El marinero aludido tomó un hacha y presto cortó los cabos que aún unían parte de la verga y la cofa al ajado Manawnûl, tras lo que el incursor se enderezó un poco.

-¡El resto, que formen brigadas para estibar pertrechos y achicar agua!¡Tú y tú, conmigo!-dijo el oficial mientras se ponía él también manos a la obra, dirigiéndose hacia la amura de babor donde se encontraba Elhediel puesta ya a la faena. Se la veía tan desaliñada, tan delgaducha...

Las olas, de sensacional tamaño seguían barriendo el pobre casco herido. Aun os quedaba por sufrir momentos de tortura, aunque ya el espíritu se encontrara cebado de muerte, con lo que todo era tarea más sencilla y llevadera. Poco a poco, la cosa se fue arreglando, cada uno aportando lo que podía. Habíais perdido parte del palo de mesana y el mayor, y la escotilla de proa había volado como pájaro en primavera, lo que hacía embarcar agua a tonel. El Manawnûl no sólo se encontraba con grave enfermedad, sino atiborrado de agua que hacía más lentos y penosos sus movimientos.

Además de las faenas de aclarar el material y estibarlo en conveniencia, que todo navegaba a su aire a pesar de las trincas de capa, se entoldaron las escotillas y portillos abiertos. También, se ordenaron brigadas para achicar agua, porque era mucha el agua embarcada y no se debía, y se atendieron a los heridos.

Elenna ayudó a Rûmus con los heridos, que no eran pocos; pues, pese a que las pérdidas no fueron demasiadas -un grumete y cuatro corsarios-, los heridos leves eran la mayoría.

Kastanguluka -el escribano, muy angustiado, recorría el Manawnûl de timón a trinquete. Repitiendo una y otra vez a todo el que se cruzaba en su camino: ¿Habéis visto a mi gineta?¿Habéis visto a Lucy? Pues ya se sabía que en su afición y amor por los animales, tenía una mascota: una gineta, que además se usaba para cazar ratas en el Manawnûl.

Azrûbel, ese gruñón pero experto marinero, siempre con su pito de plata -pendiente de un cordón enlazado en el ojal-, esta vez, desgañitado de tanto soplar el puto chiflo y que nadie lo oyera a causa del viento, se puso a ayudar como el que más.

-A tomar por el culo-había maldecido por lo bajini. Y él mismo se unió a las labores de achicar agua y de listar los marineros desaparecidos con la ola.
 

-Si salgo de esta, no vuelvo a Pelargir ni a por lumbre-le oyeron mascullar.

Perdió tan poco tiempo como pudo en la enfermería, y en cuanto se aseguró de que los marineros no se agolpaban allí, y de que todos aquellos cuyas heridas no fueran tan graves, o de algún tipo que no les permitieran trabajar, volvían a ayudar a reparar y despejar los destrozos, reclutó a un par de los hombres que aún estaban en condiciones para acompañarla hasta el sollado de los galeotes. Si no estaban heridos, los sotacomitres conocían su trabajo, pero si la ola había causado muchos daños allí, podía ser más de lo que podían manejar.

Cyryatan se hacía cargo del timón con sobrada soltura a pesar de todas las aflicciones que lo atormentaban. La más trágica de todas seguía siendo la perspectiva de condenación. A esas alturas el Manawnûl era más una masa deforme de madera y sogas que  el soberbio navío que otrora fuera el azote de las costas gondorianas.

La soldadesca era también un desastre. En verdad nunca fueron más que una panda de mediocres para el capitán. Por desgracia para él, lo seguían siendo. Peor aún, aquellos eran los mismos infelices pero con a moral destrozada y las carnes vapuleadas a golpes y porrazos. Si sobrevivían a esa jornada el viaje se prolongaría más de lo previsto, y cuando la comida comenzara a escasear se sumaría un nuevo defecto a esa mezquindad marinera.

- Con algo de suerte nos iremos a pique antes de que estos desgraciados intenten rebelarse...

Elhediel supo al ver el estado de la cubierta que no tenían las cosas fáciles pero últimamente todo era así, de hecho se complicaba más y más cada vez pero no se quedó de pie y esperando a ver qué seguía, comenzó a achicar agua con un cuenco de madera que encontró a mano y comenzó a achicar, después de todo, eso le suponía menos esfuerzo que apilar cosas.

-Eru vamos a necesitar de tu ayuda.

Estaba en esos menesteres y pensando en otras cosas, era mejor así. Con la mirada buscaba y nombraba a sus compañeros para ver si lograba dar con las bajas, porque con tremendo zafarrancho, estaba segura de que las habría.

La noche fue de extendido terror y padecimiento, y aunque lo peor parecía haber pasado, no dejaban de oírse rezos y salmodias -sobre todo por parte de los haradrim-, que hasta las almas más negras entran en trance religioso cuando ven las ascuas cerca de los pies. Mas el Manawnûl, como si tuviera carácter propio, se resistía a emitir el último quejido, levantado la proa, altiva y orgullosa, a cada nuevo embate, aunque remoloneara en exceso y con evidente peligro por el agua embarcada. Pues al extenuante trabajo al que os sometió mar y viento -hasta pasado el malcarado fenómeno invocado por el no menos malcarado cofre-, se añadía la imposibilidad de achicar agua en la medida que el incursor la tomaba, a pesar de que todos estabais colaborando, pues eran muchas las heridas abiertas en cubierta y casco, por donde se tragaba líquido a borbotones. Además, los oficiales de mar informaban de continuas pérdidas de material y aparejos necesarios, que la mar os arrebataba a cada golpe, y en especial la monstruosa manta negra, que os acabó por despojar de todo lo que el enloquecido Cyryatan no había mandado arrojar por la borda días antes. O habían sido  horas? o meses?

Otro problema añadido era la racionalización de alimentos y agua. A partir de ahora empezarían a escasear y no había hombres suficientes con tanto lío como para vigilar tan preciados toneles. Con las preocupaciones habidas por seguir a flote no se podía llevar a cabo la vigilancia que se extrema en las ocasiones de racionamiento de cazo.

Cyryatan finalmente cedió el manejo del timón al impávido Andrea, quien se reincorporó algo tarde a causa de un duro golpe en una de sus piernas. Sus maniobras de conducción  parecieron verse afectadas por ese hecho. Al fin y al cabo el tosco piloto seguía siendo sólo un hombre, por más parco que fuera siempre su semblante.

El capitán también acusaba algún que otro golpe a simple vista, puesto que no dejaba de sujetar un costado de su torso mientras recorría el maltrecho barco tratándo de reoganizar a la tropa. La moral de sus hombres había tocado fondo luego del último ataque artero del mar, por lo que Cyryatan empleó las fuerzas y voluntad que le restaban en un último intento por restablecer una muy necesaria disciplina en un momento tan crítico como el que vivian.

Elenna había pasado las últimas horas intentando poner orden entre los aterrados galeotes, a los que el miedo al mar, por una vez se imponía sobre su miedo a la comitre y a sus hombres. Poco podían hacer estando encadenados y desarmados, y tampoco tenían a donde huír, pero a veces el miedo hace perder la razón. Pero darles algo que hacer apartó sus pensamientos de la tormenta, y achicar agua y limpiar los destrozos hizo que gastaran sus energías y sus ganas de rebelión. Y a los que esto no logró calmar, el látigo de Elenna los ayudó a tranquilizarse.

Cuando el orden se hubo restablecido, Elenna subió a cubierta a ver al Capitán. Nada le gustaría más que echarse a dormir y darle descanso a sus huesos doloridos, pero el descanso tendría que esperar a que estuvieran a salvo. Cuando llegó arriba, no perdió tiempo en saludos tampoco. Eso, como el sueño, era para los que Össe no había intentado destrozar.

-Poco van a aguantar los marineros si no llegamos pronto a donde cargar agua y comida. Tenemos que dirigirnos cuanto antes a tierra.