Partida Rol por web

Justo cuando la enorme lagartija estaba a punto de abalanzarse sobre mí, el emplumado ástil de una flecha le brotó de debajo de la boca. El aullido del maldito bicho fue casi más doloroso que el mordisco. Aproveché la pausa para echarme el arco al hombro, dar otro paso atrás y sujetar la espada con ambas manos frente a mí, pero no fue necesario. La criatura se echó cuerpo a tierra, a madera para ser más precisa, y ayudada por sus subdesarrolladas extremidades, huyó tronco abajo, hasta desaparecer en la espesura.

Me asomé por el borde la rama y levanté el pulgar a Haizti, que estaba en la base del árbol, con el arco preparado para lanzar otra flecha. ¡Así se tira! grité. La buena puntería de mi amigo había sido providencial. No es que yo fuera inútil en una pelea, pero estaba acostumbrada a moverme sin parar, y arrinconada entre las fauces del lagarto y el extremo de la rama, no tenía sitio por el que escurrirme.

A unos metros bajo mis pies, Quarion alcanzaba el segundo ramal del árbol. Estoy bien, Quarion, le informé. Solo ha sido un desgarrón en el brazo, y el lagarto se ha largado. Ten cuidado, si te estozolas desde ahí, nos tendrán que curar a ambos.

Mientras esperaba la respuesta, me acerqué al nido en el que reposaban las armas y armaduras de quienes suponía que serían víctimas anteriores del lagarto.

Cuando te acercas al nido ves lo que ya suponías que serían: los cuerpos de tres hombres que, por sus atuendos, debían de ser leñadores del consorcio maderero.

Aunque de sus cuerpos poco queda, más que la carcasa, su equipo está prácticamente entero y en buenas condiciones.

Puedes ver sin demasiado problema dos ballestas ligeras, dos espadas cortas, un set de armadura de pieles, un arco corto que parece especialmente bien hecho, un anillo bellamente pulido con el relieve de un halcón en llamas, 9 piezas de oro, 12 piezas de plata y lo que calculas que serán unos 8 días en raciones de viaje personales. Observas algunas otras cosas, pero su estado no resulta aprovechable.

Ahora que tienes más calma, observas también que a apenas un par de metros de la rama en la que te encuentras hay un buen puñado del musgo que buscas.

El nido contenía tres cadáveres pelados y secos. Por suerte, sus ropas y equipo estaban todavía en buen estado, y los identificaban como leñadores del campamento en el que habíamos pernoctado, y donde no nos habían dicho nada sobre hombres perdidos. Al menos, no que yo recordara.

Hay tres tíos muertos aquí arriba, informé a mis amigos. Si me pasáis una manta, podemos bajarlos. Y su equipo todavía está en condiciones de utilizarlo, si no tenéis reparos en coger las cosas de unos fiambres.

Pero no solo había personas muertas en esa rama. Mientras comprobaba sus pertenecias, mi mirada se topó con un parche del musgo que necesitábamos, que me había pasado desapercibido con anterioridad.

También he encontrado el musgo, añadí. Voy a recoger un puñado, y luego bajamos todo.

El druida se quedó quieto antes de continuar trepando y alzó la vista- ¿Cadáveres? -se quedó un momento pensando en qué podría haber hecho eso, pero cuando mencionó el musgo no pudo evitar sentirse aliviado- ¿Ya lo tienes? ¿Estás segura de que es el que buscamos?

Se quedó a la espera de saber si tenía que subir y comprobarlo o quedarse quieto y ayudar con los cuerpos.

-¿Una manta para bajar a los cadáveres? -preguntó Haizti desde la base del árbol y mirando hacia arriba-. ¿No puedes empujarlos directamente y que caigan? A fin de cuentas no van a sentir nada y dudo que su estado vaya a empeorar. Respecto al equipo, todo lo que sea utilizable puede aprovecharse -lo cual era una declaración de intenciones por su parte-. Y en cuanto al musgo, no lo olvides o tendrás que volver a subir.

Los cadáveres no, grité a haizti. Pero si caen sobre una roca, las ballestas pueden partirse y las espadas mellarse. Pero bueno, me las colgaré a la espalda antes de bajar.

Y las ballestas, de hecho, podían desequilibrarse aunque se dieran contra la tierra blanda. Y no es que les fuéramos a dar mucho uso; eran armas diseñadas para que cualquier soldado sin entrenamiento pudiera usarlas, mientras que todos nosotros estábamos entrenados con el arco. Salvo Asha, pero ella probablemente no necesitaba un lanzador de virotes cuando podía escarcharte a distancia con un soplido. Pero podía sacarse unos cuantos pavos por ellas en el mercado.

Cercené el dedo anular del primer cadáver para sacarle el anillo —¡no me mires así!, llevo cazando y despellajando animales desde que tengo uso de razón, y no es tan diferente—, y lo guardé en mi bolsa, junto con las monedas. Aparté las ballestas, el arco, las espadas y los víveres, que estaban en perfecto estado. ¡Agua va! grité, y empujé los cuerpos, uno tras otro, hasta que se precipitaron árbol abajo. Quítale la armadura al grandote. A continuación, tiré la bolsa con los alimentos, apuntando a unos matojos que amortiguarían el impacto.

Quarion, desde la rama inferior, preguntó por el musgo.

No lo tengo aún, respondí. Pero tiene que ser el bueno. No soy experta en musgos, pero es igual que el de más arriba.

Agarré una de las espadas de los desafortunados leñadores y apreté el cuerpo contra el tronco. De puntillas, extendiendo los brazos, rasqué la corteza con la hoja cuidadosamente, desprendiendo pedazos de musgo que recogía con la otra mano. La postura provocaba que la herida del brazo tirara dolorosamente, pero por suerte no se volvió a abrir. Cuando tuve suficiente, lo guardé en una de las bolsitas del cinturón.

Me colgué las ballestas y el arco a la espalda, metí las espadas entre el cinturón y la cadera, y me descolgué por la cuerda hasta la rama en la que estaba el druida. No es profunda, pero me ha hecho una herida bastante fea en el brazo, dije frotándome la zona dolorida. ¿Puedes echarle un vistazo cuando volvamos a tierra?

El druida observó con un gesto impasible como trabajaba con los cadáveres la chica, no le parecía mal pues esos cuerpos ya eran solo alimento de otras criaturas, era lo natural, y sabía que para poder obtener ciertas cosas necesitaba meterse en ese mundo de "dinero" que tienen los humanos, por lo que en realidad la dejó hacer. Un druida no debería de hablar sobre temas urbanos al igual que un urbanita no debería de hablar sobre temas de naturaleza.

-Claro, pero antes ¿me dejarías comprobar ese musgo? -preguntó- antes de que bajemos más y no sirva. No es que no me fíe de ti, es solo que me gusta comprobar las cosas.

Vamos, que no te fías de mí, le corregí, sacándole la lengua. Pero le tendí la bolsita llena de musgo de todos modos. Echa un vistazo y dame tu opinión.

Yo no tenía dudas. Era el musgo de maderavieja que buscábamos, por supuesto, ¿qué otro podía ser? El musgo crece en todas partes, tierra, madera o roca, siempre que haya humedad. Fuera lo que fuese lo que tenía ese musgo de especial, debía estar originado por su relación con el árbol, no con su especie, si es que había diferentes especies de musgo.

No te cabe ninguna duda de que es el musgo que buscáis.

Haizti aguardaba paciente al pie del árbol, escuchando la conversación aérea y asintiendo a lo que Berhanu decía. El elfo desconfiaba de los potenciales conocimientos de la humana, aunque tratara de escudarse en la incomodidad de una nueva escalada arbórea. Algo que a fin de cuentas no había servido de nada, pues sus sentimientos habían quedado en evidencia, así como su capacidad para mentir.

-Quarion -gritó de repente ante un súbito recordatorio al ver al elfo en aquella tesitura-. ¿Vas a abrazar el árbol? Porque no tenemos tiempo que perder.

-Estaba comprobando que fuera lo que buscamos -dijo el elfo al mestizo- y que sepas que la paciencia es una virtud -devolvió la bolsa a Berhanu con una sonrisa- tenías razón, es lo que buscamos, pero no es que no me fíe de ti, es que prefiero asegurarme en las materias que conozco -se recolocó el equipo por si se había movido durante la escalada y se dispuso a bajar- Tú primero, que te ayudo y de paso recuperamos la cuerda, ¿vale?

Tu desconfianza duele más que los dientes del lagarto, dije. Aunque era mentira,claro, y no me molesté en que pareciera sincero. El histrionismo es algo de lo más divertido. Debía haberme dedicado a la interpretación. Creo que hubiera sido una juglar excelente, si papá me hubiera enseñado a tocar instrumentos y contar historias, en lugar de a acechar animales, meterles una flecha en el cuello, despellejarlos y despiezarlos. Sin duda, cantar y tocar y bailar y actuar suena más agradable. Aunque debo reconocer que abriga y alimenta menos.

Le tendí la cuerda a Quarion para que la sujetara mientras bajaba, y después hice lo propio desde la siguiente rama, abrazándola con los músculos de las piernas para hacer de contrapeso del elfo, más pesado, sin salir disparada hacia arriba.

Quarion no añadió nada, simplemente sonrió y sujetó la cuerda mientras ella bajaba, y una vez sujetó ella la cuerda, el elfo bajó, repitiendo la maniobra de coger la cuerda para que ella terminara de bajar y luego ir él. Era como un péndulo y solo había que intentar no estrellarse contra el suelo, lo cual hacía todo más fácil pero bastante más peligroso.

Quarion y yo colgamos la cuerda en la última rama, y yo me deslicé por ella hasta la tierra antes de ayudar a bajar al druida. La bella tierra, donde podías corretear de un lado a otro sin poner en peligro tu vida, y si una lagartija gigante te lanzaba una mirada hambrienta, salir por patas era una opción.

Aunque reconozco que, una vez pasado el mal trago, y aunque no se me notaba demasiado, por dentro me sentía abrumada por la emoción. Subirse a las ramas de árboles que ya eran viejos cuando los hombres pusieron sus pies en esas tierras, y luchar contra lagartijas más grandes que una sobre sus ramas. Perfecto para contar en una taberna. ¡De eso trataba correr aventuras!

Y era bueno par la piel. Apenas me había picado el sarpullido desde esa mañana. Aunque quizás era cosa de la humedad, o del emplasto de aloe.

Dejé caer al suelo el arco, de mejor calidad que el que tenía, pero demasiado pequeño para mi gusto, las dos ballestas y las dos espadas cortas. Las raciones estaban en mitad de unos matorrales, y los cadáveres, incluido el que todavía vestía una armadura de pieles en perfecto estado, yacían en la blanda tierra. Y precisamente en la blanda tierra me tiré, de espaldas, con los brazos abiertos, tratando de encontrar el cielo entre el espeso ramaje del árbol.

Un ingrediente menos, dije. Deberíamos ir tirando hacia el siguiente, a ver si llegamos antes de que anochezca. Pero antes, ¡estoy herida! ¡ayuda!

Quarion se deslizó por la cuerda con la ayuda de la chica, y, al fin, estaban en el suelo de nuevo. El druida no pudo evitar alzar la vista de nuevo hacia el árbol, majestuoso y grandioso y tomó una ligera decisión. Ese árbol no sería talado, ni los que lo circundaban, así que tendría que hablar con la "boticaria" para que convenciera a sus amigos asesinos de árboles para que no lo hicieran, o si no... bueno, la naturaleza también sabe defenderse, y un siervo de la naturaleza sabe perfectamente donde está situado el campamento maderero...

Sus pensamientos fueron dispersados por los gritos de la chica. El elfo no pudo evitar reír ligeramente- sí, sí, ya voy -dijo acercándose a Berhanu- a ver déjame ver y a ver si puedo hacer algo por ti -el druida juntó las manos y comenzó a frotarlas una con otra mientras murmuraba una salmodia en una lengua desconocida por los presentes. Cambiaba ligeramente la entonación y, entonces, echó el aliento en las manos, siendo de un color verde brillante, y con las manos lo aplicó en la zona herida de la chica.

¡Estoy viva!, grité, alborozada. Me puse en pie de un salto y le di un golpe suave con los nudillos en el hombro a Quarion. Gracias mil, druida.

Eché un vistazo a la parafernalia que había desparramado por el suelo. No era gran cosa, pero se podía vender por un buen complemento a la paga. Solo había un problema, que hice evidente para todos con una pregunta: ¿Quién va a cargar con todo esto?

Haizti aguardó a que sus compañeros bajaran del árbol para acercarse a donde pusieron pie en tierra. Observó sin interés pero fijamente los procedimientos del elfo para intentar sanar a la humana.

-¿Y eso va a servir de algo? -preguntó viendo como Berhanu saltaba de alegría aunque sus heridas no parecían haber cambiado en nada-. Porque teniendo en cuenta el color de tu aliento, me preocuparía por una posible infección galopante. Será conveniente que acabemos con nuestra misión antes de que ella empeore. Aunque en una cosa tiene razón nuestra joven humana. Un ingrediente menos que buscar. Aunque dudo que las cosas vayan a ser más fáciles en un futuro. Respecto a cargar con cosas, diría que estoy al límite. No obstante, siento cierto interés por alguna de las ballestas. Nunca he usado una e ignoro si es ventajosa frente a un arco.

-¿Y si dejamos las cosas escondidas aquí y así no tenemos que cargar con ellas todo el camino? -dijo el druida- a la vuelta las recogemos y solucionado.

Se acercó a Skoll que estaba junto a Asha y lo acarició tras las orejas- podemos ir avanzando al siguiente objetivo, ¿cual es el más cercano? -preguntó a nadie en general.

Le pasé una de las ballestas a Haizti, para que pudiera inspeccionarla a su gusto. Son muy fáciles de usar, dije. Tiras de la cuerda hacia atrás y la sujetas ahí, y luego colocas el virote en esa ranura, le expliqué. Para disparar, aprietas esa palanquita, y el virote sale disparado en línea recta. Son armas para novatos, para poder tener cuerpos de tiradores en los ejércitos sin necesidad de invertir en entrenamiento. Le das una de estas a un campesino de levas, y en una tarde lo tienes disparando competentemente. Papá no solo me había enseñado a cazar y a pelear, sino que me había aburrido contándome un muchas cosas de sus años en el ejército. Es algo más estable que un arco, y más fácil dar exactamente donde quieres, pero me quedo con mi arco, no tengo que quedarme expuesta cada vez que quiero recargar.

Quarion propuso dejar los trastos allí, y pasar a recogerlos a la vuelta, para evitar ir cargados por el bosque.

No es mala idea, respondí, cogiendo el montón de trastos y dejándolos entre los matojos. Si quieres llevarte una ballesta y probarla, Haizti, puedo intentar hacerte unos virotes antes de dormir; los pobrecitos estos los debieron perder, porque no llevaban ninguno encima.

Mientras hablaba, miré a mi alrededor, y levanté la vista hacia el cielo para situarme. Ya lo había memorizado la noche anterior, así que no me hacía falta consultar el mapa.

Sí, vamos. El siguiente ingrediente se encuentra por allí, señalé.