-Si has sobrevivido a los Fundadores, creo que puedo llamarte hija sin avergonzarme -observó su creador, y todos rieron-. ¡Claudius! Dales el beneplácito de la vida. Pueden ser útiles.
-Wenceslas tiene razón -observó el vikingo que había convertido a Damian-. Puede que mi cachorro sirva para algo, después de todo.
-Está bien. Vamos a probar una cosa. Chiquillos, vuestra misión será ir al monasterio de Japheth y darle un mensaje. Decidle que nos queremos reunir con él, que es importante. Nosotros, por supuesto, queremos asesinarlo, pero él no debe saberlo. Si por cualquier motivo sospecha de vosotros, no pasa nada. Os destruirá y no se habrá perdido nada. Pero si salís victoriosos, ¿quién sabe? Quizá sí que seáis útiles después de todo...
No tenían alternatvia, no podían hacer más que obedecer.
- De acuerdo, haremos lo que nos pedís. Pero ¿quién es ese tal Japheth? No sabemos nada de él.
-Japheth es un monje dedicado a la contemplación con demasiadas inclinaciones místicas como para que sea seguro que siga viviendo. Hay cosas con las que no se debe jugar -contestó Claudius Giovanni-. Lo encontraréis en el monasterio de San Timoteo. Vuestro cometido será el de citarnos con el en las próximas noches. Él no debe saber nada de esto, desde luego.
A cambio, debéis saber que una vez erradique su locura tendré gran poder entre el ganado y los cainitas, y que recibiréis recompensas en forma de favores y oro. Tanto como queráis.
-Haz que me sienta orgulloso, chiquillo -dijo el vikingo.
-Sí, hermosura, demuestra que eres digna de mi sangre -añadió el pintor.
Leonore miró a Damian de soslayo, todavía ligeramente encogida a su lado. A pesar de todo, sus ojos brillaron ante la mención de las recompensas y el oro, mostrándole una breve sonrisa a su creador, confiada. Aun estando muerta era vanidosa. Y seguiría siéndolo.
-Por supuesto -respondió al tiempo que se levantaba para cumplir su misión.
Una misión que bien hecha, aunque no haciera que su opinión respecto a los vampiros mejorase, al menos le haría sentir más cómoda en aquella vida.
Los intereses que realmente tuvieran ellos y el oro y favores que pudieran ofrecerles no iban a cambiar nada a esas alturas, así que sin más miramientos asintió y se levantó al igual que su compañera sin añadir nada más.