Partida Rol por web

Despachamos enseguida al vil tipo que quería matarnos, ensartándole con la espada y la flecha. Mis ataques, aunque no fueron del todo malos, no lograron hacerle nada, pero no importaba... cayó al suelo moribundo, sin poder moverse. ¡Estaba sentenciado! El otro, el que yo pensaba que era el jefecillo, o sea el cerero, vino pidiendo muerte, y muerte encontraría. Me apresté a recibirle con el cuchillo en la mano, presta a asestarle sendos tajos en cuanto tuviera ocasión y viera un hueco en su defensa. Entre los tres acabaríamos con él, al igual que habíamos hecho con el otro.

Turno 2:

pese a que Ignacio se preparó, la oscuridad de la noche hizo que su mano y percepción erraran, por muy poco. Rozó su flecha el hábito encapuchado del enemigo, pero no logró detener su carrera hacia él. Sin embargo, fue don Lope Girón quien no hizo sino entrometerse en su carrera, descargando dos tajazos sobre su persona, ambos efectivos:

Daño1 (a Enemigo): 10 (-2 por ropas gruesas): 8 puntos (secuelas*).
Daño2 (a Enemigo): 7 (-2 por ropas gruesas) (/2 por At. preciso) (x2 en cabeza): 5 puntos.

No hizo falta que Julia, quien ya estaba preparada para acuchillar al enemigo, levantara el brazo en ningún momento. Las estocadas de don Lope en el pecho y sobre la cabeza del tipo hicieron que éste exhalara un par de quejidos moribundos y, posteriormente, cayera al suelo, inconsciente, y empapado en sangre.

 Pablo tomo carrerilla por ese difícil terreno con la finalidad de perseguir a aquel que escapaba de la escena. Al alcanzarlo lo hace tropezar con su cayado para tenerlo a su merced con toda la intención de llevarlo con los demás por las buenas o apaleado.

Muchas esperanzas había puesto en su arco, para llevarse un desengaño al fallar su preparado disparo. Por fortuna, Don Lope no erro, y pronto acabó con aquel desgraciado con dos certeros golpes que lo desmontaron y al suelo envuelto en una profunda inconsciencia enviaron.

-¡Gracias a Dios! Y a su buen hacer Don Lope, falle pero usted acertó. Este parece que ha quedado aviado, pero el otro, el más grueso esta consciente. Veamos que nos puede decir.- Y tras reponerse el susto, importante al ver como aquel cuchillo se le acercaba, se acercó hasta el hombre corpulento. Este parecía haber quedado bien mancado, inútil de pies y manos, pero de momento consciente, y de eso tenían que tratar de aprovecharse.

-Habla y tu sufrimiento será breve. ¿Quiénes sois? ¿Qué estabais haciendo?- Le dice al caído grandullón. Y de paso miró haber si aquellos dos desdichados que con estos asesinos se habían encontrado, estaban aun vivos, o ambos muertos. A uno le habían rebanado la garganta, pero el otro estaba ya en el suelo cuando llegaron. Se acercó hasta el, para ver si se le podía ayudar. 

Aquel tipo postrado en el suelo no constestó a las preguntas de Ignacio. Se limitó a mirarle, pestañeando levemente, lleno de dolor en su espalda, y ningún sentimiento en extremidades. Al no contestar el cazador fue a comprobar los otros dos cuerpos que estaban con ambos asesinos. Mientras, don Lope se agachó con el tipo conrpulento, agarrándole de las solapas y zarandeándole.

¿¡Donde está el judío Eleazar!? ¿¡dónde está ese cerero!? -le preguntó por ambos mientras lo zarandeaba, y la cabeza le iba y venía adelante y atrás a aquel tipo-. ¡Habla!

No los encont... raréis, corriendo salió ese ce... rero... -respondió el corpulento, con dificultad y sangre en la boca-.

Ignacio, entonces, comprobó que ambos cuerpos estaban muertos. Uno al ser degollado, y el otro al ser cosido con un par de puñaladas certeras. El cazador también advirtió un cirio negro por allí, arrojado en el suelo y partido a la mitad. Debía tener casi una vara en su total longitud. Jamás habíais visto ningún cirio como ése.

Pese a que era de noche, corriste todo lo que podías. No pensaste en si te podías doblar algún tobillo, o tener una mala caída, pues el campo guardaba dificultades en el terreno cuando no había sol. Sin embargo, tu afán por alcanzar a aquel tipo era mucho mayor, por lo que no tardaste en salir corriendo, como cuando se te escapaba alguna oveja del rebaño. Bordón en mano, tras hacerte una carrera, te lanzaste contra la figura que huía (la cual, en cierto momento, se notaba ya cansada en su ritmo). El bastón se introdujo entre sus piernas y trastabilló gracias a tu buen hacer, cayendo precipitadamente al suelo.

Allí en el suelo, advertiste sus ropas humildes, su barba de hacía varios días, y su ausencia parcial de cabellos en su cabeza.

Su... ¡Suéltame! -decía el hombre, mientras le golpeabas un poco para que se amansase-. Después de hacerle unas preguntas, aquel tipo te confirmó que era el cerero de Cantalpino.

Acto seguido, lo llevaste con tus compañeros, en mitad de la noche.

El combate terminó rápidamente, dado que don Lope era un gran espadachín. En el suelo estaban los dos truhanes, espanzurrados y medio agonizantes. Ignacio le preguntó al grandote, mientras yo me acerqué a los tipos a los que habían atacado antes que a nosotros para ver si aún vivían. Recogí el farol, y al acercarme, mi compañero me acompañó, dejando a don Lope con los dos medio fiambres. Comprobé su estado y después volví junto a mi señor, para ver qué tenía que decir el que aún estaba consciente.

Mientras hablaba don Lope con aquel hombre, e Ignacio revisaba los cuerpos, se oyeron pisadas que se acercaban al claro en mitad de los árboles. Todos os pusísteis en guardias, y de repente aparecieron dos figuras: una de ellas era Pablo de Bracamonte, y delante de él, sumido en la amenaza de su bordón de pastor, andaba un tipo, hecho al estilo prisionero. Julia, quien había cogido el farol rápidamente, levantó el brazo para iluminar a los dos nuevos que habían llegado. Aquel extraño hombre gastaba ropas humildes, una barba larga y blanca y carecía de cabellos, en parte, sobre su cabeza. Pablo anunció que era el cerero de Cantalpino, Pedro Sotelo.

Por su parte, Pablo comprobó que había dos cadáveres allí, postrados en el suelo, y estaban los otros dos hombres que os habíais cruzado en el camino antes de llegar a Cantalpino, aquella misma tarde antes de que oscureciera. Ambos dos hombres yacían en el suelo, uno muerto y el otro muy malherido.

Con el cuchillo en una mano y el farol en la otra, me acerqué a Pablo para custodiar al cerero entre ambos, no fuera a querer huir de nuevo. El tipo era un fulano de mal espíritu y era menester andarse al quite con él, no fuera a hacernos algún tipo de brujería. Indicándole con la cabeza a Pablo, le dirigí hacia don Lope y el bandido malherido. Quería escuchar lo que dijera a mi señor y después le tocaría el turno al malévolo prisionero.

Al parecer la figura que había salido corriendo cuando llegaron al lugar, era el cerero de Cantalpino. Pronto regreso Pablo con el dichoso cerero. Y allí mismo había una gran vela, seguro que un macabro trabajo de aquel asesino.

Puso otra flecha, listo para disparar si fuese necesario.

-Así que usted es el cerero de Cantalpino. Pues hay algunas cosas que nos gustaría saber, en primer lugar si conoce a Eleazar y sabe donde esta, pero también, que tipo de relación tiene con el. Y otras muchas cosas, mejor que comience a cantar, o tal vez nuestra paciencia se agote, y las cosas no terminen bien para usted.- Con tan solo pensar en el pobre niño, que habría sido la última víctima de ese asesino que hacía velas con grasa humana, se le revolvía el estómago y se ponía enfermo. No le faltaban ganas de acabar con el, pero era también muy consciente de que era la única fuente de información que tenían. 

Jamás darán con Eleazar, estúpidos -añadió el cerero, y su rostro era iluminado, en mitad de la noche, por el candil que Julia aguantaba en una mano, y en la otra el cuchillo-. El sino ya está por cumplirse, y si no llego a Salamanca, sólo retrasarán su gran ascenso, ¡no entendéis nada! -gritó-.

Aquel malvado no parecía tener ninguna gana de hablar, más bien nos insultaba y daba ya todo por hecho. Aunque también dijo que si el no llegaba a Salamanca, se produciría un retraso. Algo al menos, lograrían. Pero necesitaban saber donde encontrar al judío.

-Será mejor que hables, no estamos dispuestos a escuchar tus insultos. Y aunque no somos gentes malvadas, como es vuestro caso, tal vez hagamos una excepción y te quitemos la piel y cortemos todas tus extremidades. Pues nos ha quedado claro que eres alguien malvado y asesino de niños. Y tal ver una larga agonía es algo que bien merecido tienes.- Y aprovecho para atarle las manos, y pies. Así como para sacar un cuchillo y comprobar su filo, listo para comenzar con las rebanadas de piel. Lo iba a desollar, como hacía con las liebres. 

El maldito cerero no pensaba hablar y al parecer, se lo tenía muy subidito. No solo no cantaba, sino que amenazaba.

-"Si no hablas enseguida y le respondes a mi compañero, seguro que mi señor te hace lonchas para que se alimenten las fieras salvajes. Eres un demonio y como un perro debes de morir. Si hablas, en el mejor de los casos, será la justicia la que te juzgue. Decide ahora y termina con esto rápido. Puedes morir entre terribles dolores o vivir hasta que la justicia de su veredicto." Le amenacé.

Don Lope escuchaba, en mitad de la noche, vuestros intentos de hacer hablar al cerero. Sin émbargo, éste no negaba vuestras amenazas, sino que simplemente las ignoraba, como aquellas gentes que tienen la sesera vacía y sólo saben obedecer. ¿Sabría sólo obedecer a Eleazar? El caso es que don Lope se molestó por aquella indiferencia de Pedro Sotelo.

Atadlo a ese árbol -os dijo-. Y hacedle hablar. Como sea, hundid en su carne una flecha o un cuchillo. Pero no quiero que mi señor padre pierda las rentas de toda su vida por un judío con tantos y villanos súbditos... -el tipo que yacía en el suelo, sin poder mover piernas ni brazos, aún vivía-.

Sin más dilación Ignacio ató a aquel malhechor al árbol, pudiendo ver que el tipo que no podía moverse aun permanecía con vida. 

-Que te parece que mientras voy aflojándole la lengua a este malnacido, interrogas a ese tullido. Es posible que tenga información que nos pueda resultar útil- Le dijo a Julia, mientras ataba a aquel asesino de niños.

Luego saco su cuchillo, comprobó que estaba bien afilado y se dirigió hacia el cerero. -Bueno pues voy a intentar desollarte como a una liebre, eso tal vez te ocasione alguna molestia. Pero seguro que te hace recordar algo, como el paradero de Eleazar.- Con el cuchillo corto la manga de la camisa, dejando todo el brazo del cerero al descubierto, y a continuación comenzó a quitarle la piel desde la muñeca hasta el codo. No era Nacho un joven brutal, ni cruel, pero aquel era un infame asesino que no merecía ninguna compasión. Y se centro en tratar de hacer bien su trabajo, como si de un animal muerto se tratase en lugar de un hombre vivo.

Me agaché junto al moribundo, bastante nerviosa. No era yo asesina ni torturadora, y al ver fuera de sus casillas al noble, pensé que iba a perder el juicio. Si hacíamos lo mismo que esta chusma, al final no seríamos mejores que ellos. Miré perpleja a Ignacio al ver que le clavaba la punta del cuchillo para hacer hablar al cerero. Estaba claro que a partir de ahora le miraría con otros ojos. De Pablo me lo hubiera esperado, pero de él...

-"Dinos lo que sabes o sufrirás el mismo sino de tu compañero." Le susurré al oído al hombre tendido.

No iba a torturarle y solo esperaba que mis palabras fueran suficientes para que largase.