Partida Rol por web

Quedó Gimeno, el posadero, escuchando todo aquello sobre el cerero del pueblo (al que conocía), el tal judío Eleazar y de lo tunantes que ambos eran, pero no dijo nada por no meterse en asuntos ajenos. Se mordió los labios, y nada añadió, pero en su interior le pareció bien que alguien diera caza a Pedro, el cerero huraño de Cantalpino.

Agradecido soy, pues, de teneros -añadió don Lope, arropado por vuestra confirmación-. Así sea Ignacio, cenemos prestos lo que nos han traído -se refería a las viandas del posadero-, y pongámonos en marcha. No creo que sea buena idea, Pablo, molestar de nuevo al cura, pues habemos hablado con él hace un rato...

... don Salvador intentó hablar con Pedro varias veces, y no consiguió más que mandarle a "tomar vientos". Y como es lógico, tras varios intentos..., el cura se rindió -añadió Gimeno, entrando en la conversación-. Ejem... bueno, he de marcharme ya. Un gusto señores...

Gimeno se marchó con las monedas de las viandas entregadas por don Lope, y pudísteis repartiros el resto, que no eran sino diez maravedíes para los tres (cosa importante, en aquellos inciertos tiempos). Tras cenar un poco de fruta, carne, queso y algo de vino caliente, os preparásteis para reanudar la improvisada marcha.

Finalmente abandonáteis el pueblo de Cantalpino, por el camino que el posadero, antes de marcharse, os recordó: la vereda de tio Pinto. Ella, por lo visto, atravesaba un bosquecillo y una posada. Y pusísteis pies en el camino.

* * *

Dicha vereda no era sino un camino rasgado en el suelo a base de ruedas de carreta, que estaba ya bastante bien dibujado por los años. Recorría entre árboles aquí y allá, algún roble alto y poco más. No podíais ver el horizonte cercano por la oscuridad, y llevábais un candil proporcionado por el posadero. La noche era estrellada, por suerte.

Unos veinte minutos después de reanudar la marcha, con el gélido viento cortándoos en la cara (pero siendo soportable), don Lope se paró en seco.

¿Oís eso? -alcanzó a decir-.

Escucho con agrado que sus compañeros también acompañarían a Don Lope en su urgente y casi desesperada misión. Eran malos hombres con los que se tendrían que medir, y no sabía si el estaría a la altura, pero había que acabar con gentes como aquellas antes de que hiciesen más daño.

Le preocupo que no se pudiesen encargar del cerero, dadas las prisas, pero aquel desgraciado tendría que recibir su merecido. Así que antes de que Gimeno se retirase le comentó. -Señor Gimeno, hágale por amor de Dios saber al señor cura las andanzas en las que esta metido el cerero. Hay restos humanos en su taller, es posible que además del niño, sean mas las pobres almas que ha matado ese malnacido. Tienen que apresarle, si aparece por el pueblo, no es gente de bien.-

Luego se sentó y disfruto de aquellos alimentos, era todo un banquete, pena de no disponer de tiempo para cenar con calma. Qué rico estaba todo, la caminata le había abierto el apetito, pero pronto hubieron de levantarse y partir.

El camino estaba bien marcado, se veía que algunas carretas circulaban por allí. La noche estrellada y un candil aportaban bastante luz para poder andar sin miedo a tropezar, pero poco era lo que podían ver a unos metros de la senda. Andaba tranquilo, soportando el frío con la tripa llena, que siempre es cosa grata, cuando Don Lope, dijo que había escuchado algo. Trató el de escuchar, o de ver si había algo o alguien por aquellos lugares en mitad de la noche.

Y mientras tanto, fue preparando su arco, ya les habían visto en el camino, y pensó que podrían tratar de emboscarles, en aquel camino apartado en mitad de la noche. Tenían que actuar con cautela, o podrían caer bajo las armas de gente desalmada. 

En medio de la noche se escucharon ciertos ruidos, que advertidos por don Lope, se hicieron evidentes. Saqué el cuchillo de su pequeña vaina de cuero y lo agarré con fuerza. No sabía si podían ser animales salvajes, rufianes u otro tipo de cosa, pero prefería estar preparada. Me acerqué a mi señor y me puse casi a su vera.

-"Sí, yo también lo he escuchado. ¿Qué será?" Dije en susurros.

Por más que miraba, poca cosa vi, dado que la oscuridad a nuestro alrededor era intensa.

Escuchásteis, al tiempo que os parásteis por la alerta del noble, unas voces claras, no muy lejos, como a unas cien varas o algo menos. Ruido de matorrales, gritos ahogados y golpes (¡PAM!¡PAM!¡PAM!)... Parecía aquello una confrontación, sin duda alguna, y no venía sino de una arboleda cercana, que tal vez parecía el inicio del bosque del Amarrado, ubicado en medio de la vereda que seguíais...

Por su parte,el cazador Ignacio, diestro de vista, observó una figura corriendo, como saliendo de tal escena, pese a que los ruidos no se detenían. La figura huyó, camina alante, pero los ruidos de confrontación seguían.

A Nacho le pareció que alguien escapaba en dirección a donde debería estar la posada de la que les habían hablado, pero continuaba escuchando los ruidos de una lucha cercanos a la derecha del camino.

-Parece que hay una pelea ahí cerca, tal vez podamos ayudar a alguien en apuros, y es posible que los atacantes sean aquellos a los que buscamos. Aunque parece que alguien huye en dirección a la posada.- Dijo señalando hacia donde había visto perderse una sombra en la lejanía. -Creo que primero deberíamos ayudar a quien este en apuros.- Y se dispuso a partir hacía el lugar del que provenían los sonidos del cercano combate, pero no sin antes esperar a ver cuales eran las órdenes de Don Lope. 

Sonido de lucha, estaba claro. Una figura, en medio de la oscuridad, pareció huir del lugar a toda prisa. Llevaba el camino a la posada, así que suponía que había huido o iba a buscar ayuda. Puede que hubiera gente de paz en peligro por la emboscada de algún rufián.

-"Creo que debemos de acercarnos y ver qué ocurre. Puede que alguien necesite de nuestra ayuda." Dije mirando a don Lope.

El noble asintió, o eso creí ver en la penumbra. Miré a Ignacio y a Pablo, que andaba taciturno desde que habíamos salido de la aldea, y les indiqué la dirección de donde estaba la lucha. Me dispuse a nadar hacia allí en silencio, aunque no sabría decir si lo conseguiría o no, dado que no era buena en estas lides. En la mano derecha llevaba mi cuchillo, presto para defenderme de algún bandido.

Pablo camino tranquilamente junto a sus compañeros cuando estos afirmaron haber escuchado algo, pablo logra ver a la persona escapando en camino a la posada al momento de que Ignacio confirma este hecho.

—Yo iré por el que escapa.

Con cayado en mano persiguió a aquel que escapaba hacia la taberna sin esperar respuesta alguna de los demás.

El noble asintió antes las propuestas de Julia y de Ignacio. Y si ambos dos sacaron sus armas (preparando ya flecha y cuchillo, respectivamente), don Lope tiró del mango de la suya espada, sacándola de la vaina. Entonces Pablo echó a correr hacia la figura que huía transversalmente, casi paralelo a la vereda de tío Pinto, la cual se internaba ya de pleno en el bosque del Amarrado.

¡Pablo! -le gritó don Lope, pero el pastor ya corría tras la figura, tratando de alcanzarla-.

Hubiste, pues, de echar a correr, como cuando se te perdía una cabra saliéndose del rebaño, o como cuando veías al lobo rondar cerca de los tuyos animales. El caso es que aquella figura divisada no corría mucho, ni tampoco lento, sino a una carrera normal; el problema no era sino que la oscuridad de la noche te impedía ver peñascos y canchales, ramas, irregularidades en el terreno y otras tantas dificultades naturales, las cuales podían hacerte trastabillar*.

Ese pastor... es tan impulsivo... -añadió don Lope-. Vamos, pues, sí... -y prestos avanzásteis las casi cien varas que separaban vuestra posición de aquel envite-.

No tardásteis mucho en alcanzar el lugar. Julia había tratado de ir en silencio, pero la hojarasca de la zona hacía retumbar poco a poco los suyos pasos. Ignacio, carente de necesidad de sigilo, iba con su arco por delante, siendo Lope similar con su espada. Entonces os adentrásteis en un claro, y llevaba Julia el único punto de luz, un candil, que iluminaba vuestros pasos.

Allí encontrásteis cuatro figuras.

Una de ellas estaba tumbada, arrojada en el suelo e inmóvil. Otra estaba de pie frente a otra, ambas enfrentadas, y una cuarta era algo más bajita, y estaba separada del resto, al otro lado del claro, como si estuviera viendo cual espectador la lucha que los otros dos aun mantenían. Uno de los contendientes era alto y corpulento.

Al acercaros un poco más se os aclaró la vista, y pudísteis ver que el hombre corpulento, quien empuñaba una espada en la mano, y el espectador unas varas más allá, no eran sino los dos tipos que os cruzásteis en el camino a Cantalpino, casi a las puertas del pueblo, de los cuáles dudásteis.

Nuevos invitados... -dijo desde la otra parte del claro el tipo bajito-. Mátalos a todos, que no escapen. Y entonces corrió hacia el que estaba frente al fortachón, sacando su cuchillo y pasándoselo por la garganta a la segunda figura. Después se quedó allí, contemplando la nueva inminente lucha. El corpulento, a su vez y espada en mano, corrió hacia vosotros...

Pablo sin pensarlo se fue tras el que huía, a pesar de lo poco conveniente de esa acción, y de las palabras de Don Lope. En fin, tendrían que enfrentar el peligro sin el compañero, pero tampoco podrían auxiliarle en caso de necesidad. Nacho tenía claro que aquello había sido una imprudencia, pero nada dijo. Se centro en continuar en silencio, hacía donde aun se escuchaban ruidos de lucha.

Pronto pudieron ver a los dos hombres sospechosos que se habían encontrado la tarde anterior, antes de llegar a Cantalpino. Y si ya entonces tuvieron sospechas acerca de ellos, ahora les quedó bien claro que eran secuaces y malandrines de la peor calaña. Asesinos y ellos habían ido a parar justo en aquel preciso lugar y momento a presenciar una de sus maldades. Pronto se entablo el combate, como ya llevaba una flecha, apunto y disparó contra el más corpulento que espada en mano, avanzaba hacía Don Lope. Luego recargo, para poder volver a disparar cuanto antes. 

-Deponed las armas y seremos clementes, de no hacerlo moriréis.- Les dijo a los ladrones, asesinos o simplemente malhechores, pero en la seguridad de que aquello plantarían combate. 

Avanzamos por el bosque hasta que salimos a un claro donde había un combate. Allí estaban los dos tipos con los que nos habíamos cruzado antes de llegar a Cantalpino. Uno de ellos debía de ser el cerero, seguro. Dejé la linterna en el suelo, a un lado, para que nos alumbrara. Después me coloqué al lado de Ignacio, con el cuchillo en ristre, para defenderlo de los agresores. Yo no era muy diestra en el manejo de las armas, pero ayudaría en lo que pudiera. El maldito Pablo, ese estúpido, nos había dejado colgados en un momento de vida o muerte. No me gustaba nada de él, y ahora, mucho menos. Si salíamos vivos, tendría una charla con don Lope sobre Pablo.

Turno 1:

Julia reaccionó primero, y al ver que venía el tipo corpulento con la espada. Pese a que se encaró a don Lope, la mujer trató de acuchillarle un par de veces. Ninguna de ellas logró acertarle*... Don Lope, espada en mano, se encaró con el fulano y le propinó un espadazo en una de su pierna, hiriéndole de cierta gravedad:

Daño (a Enemigo): 10 (-3 por gambesón reforzado) (/2 por pierna): 4 puntos de daño.

Aquel tipo, quien no pudo detener el embiste a pesar de que alzó su pesada, debía estar sintiendo el dolor propiciado por su rivaly Lope, pero no gemía, pues así de entrenado debía estar. Y que ahora era su turno, y cargaba contra vuestro jefe el noble Girón. Su espada la levantó, y rápidamente don Lope hizo rechinar su filo contra el del agresor, evitando el fatal golpe.

No tardó pues Ignacio en, siendo presto en mitad de la noche, disparar casi a bocajarro. En el preciso instante en que se giraba durante su intento contra don Lope, la flecha del cazador se clavó de pleno en la espalda de aquel corpulento tipo, y pese a sus protecciones, hendió la flecha al máximo, la cual quedó incrustada:

Daño (a Enemigo): crítico --> (daño máximo e ignora armadura):  12 puntos de daño.

El hombre, quien estaba sangrando sobremanera, cayó desplomado al suelo. Fue como si sus brazos o piernas no le respondieran ya. Ahora estaba delante de vosotros, a vuestra merced, aunque con vida y consciencia**. Ignacio cargó otra flecha.

¡¡Aaaghh!! ¡No pued... no puedo! -moverse, se refería, pues había perdido movilidad total en brazos y piernas-.

En aquel preciso instante, el otro tipo, quien veía gustoso la escena, se sorprendió de la caída del corpulento; y pese a que había matado a aquel al que retenían instantes atrás, no guardó su cuchillo, y se lanzó contra vosotros. Era muy ágil, aunque no más que el otro, y comenzó a correr hacia alguno de vosotros.

¡Estáis muertos...! -gritó, pero no como grito de desesperación, sino como un grito de advertencia, de información-. Y rápidamente cargó contra el cazador, cuchillo en mano. El corpulento agonizaba en el suelo, fruto de la desesperación y desangramiento.

Había sido un buen disparo, y el más corpulento de los enemigos acabó en el suelo, de el ya no tendrían que preocuparse, al menos de momento. Había sido una sensación muy extraña, como si de un animal se tratase, pero no lo era. Era un ser humano, y su disparo podría haber sido fatal. El remordimiento comenzó a crecer en su mente, como podía estar haciendo aquello. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, el otro hombre se lanzaba sobre el.

Esta ocasión, preparó bien su disparo, y cuando ya estaba cerca, disparó. Con la esperanza de que pudiese detenerle, antes de que resultará herido o muerto por aquel cuchillo que en su mano portaba. 

-¡Ayudadme con este!- Exclamo a sus acompañantes al ver como aquel cuchillo se le acercaba con siniestras intenciones.