Partida Rol por web

Miré a Pablo con el ceño fruncido. Era un tipo raro, poco hablador, y al parecer también una persona agresiva. ¿Asaltarles, así por que sí? No me gustaban nada sus formas, pero si don Lope le había traído, no era cosa mía contrariarle.

-"Gimeno, este es mi señor don Lope y nuestro compañero Pablo. ¿No le importaría traernos aquí las viandas, por favor? Estamos cansados y queremos tener algo de paz." Le pregunté al posadero.

Cuando se fue de la casa, le pregunté a don Lope.

-"Mi señor, ¿qué ha averiguado en su entrevista con el párroco? ¿Es verdad, como dice Pablo, que esos dos eran lacayos del judío? Nosotros, a parte de conseguir alojamiento, no hemos averiguado gran cosa; solo certificar la desaparición del niño."

No tardaron mucho en estar todos reunidos en la humilde casa en la que tendrían que pasar la noche. Y Julia pidió a Gimeno que les trajesen allí la cena. Esto nos dio la oportunidad de poder hablar. Al parecer, mientras se habían encargado de encontrar alojamiento y viandas, Pablo y Don Lope habían conseguido importante información.

-Tranquilo Pablo, no se tu, pero yo desde luego no soy persona que ataque a quien me parezca sospechoso. De hecho, hasta la fecha con nadie me he metido. Era imposible saber quienes eran los viajeros. ¿Qué es lo que habéis averiguado para que ahora creas que eran los secuaces del judío?-Espero intrigado la respuesta, tal vez el cura les había dicho que ambos habían ido a ver al cerero. Pero sobre todo, se preguntaba que es lo que podrían hacer. Si habían llegado tarde, habrían perdido la única pista que tenían. De momento, podrían cenar y descansar, luego ya volverían a Salamanca, o harían lo que Don Lope juzgara necesario. 

Pablo aun expresando enojo, le responde a Ignacio.

—El cura no sabe nada sobre esos hombres o algunos parecidos, ellos mintieron sobre haber hablado con el padre. Está claro que eran los hombres del brujo y ahora solo nos queda saber qué hicieron con el cerero.

-"Gimeno, este es mi señor don Lope y nuestro compañero Pablo. ¿No le importaría traernos aquí las viandas, por favor? Estamos cansados y queremos tener algo de paz."

Señor, para serviros... -dijo haciendo una reverencia a don Lope-. Mujer, no está la vivienda arreglada aún -respondió el posadero-. Mi mujer podría venir antes de que pernoctárais en ella, si gustáis.

Ya habéis oído a mi sierva -confirmó el noble, y el posadero asintió y se marchó enseguida-.

Acto seguido Pablo relató lo que sus compañero le preguntaron, que era lo que habían podido averiguar mientras ellos dos buscaban viandas y un techo para alojarse con el dinero de don Lope.

Pablo está en lo cierto... el cura no tenía conocimiento de esos dos hombres -apostilló don Lope-. Tampoco sabemos, Pablo -dirigiéndose a él, si algo tenían esos dos que ver-. Lo que sí os digo es algo: no estamos aquí para pernoctar en esta pendenciera aldea... Id ahora mismo a ver al cerero y traédmelo aquí -comenzó a quitarse la espada del cinto, y las botas, pues estaba cansado-. Hablaremos con él aquí, pues quiero zanjar el asunto de ese judío tramposo.

La palabra de don Lope era orden. Y por supuesto, se valía de sus súbditos para alcanzar sus metas.

A pesar de no estar aún la vivienda preparada para que pasarán en ella la noche, Don Lope despidió a Gimeno diciéndole que trajesen la cena. Y luego ordeno ir a por el cerero.

-Así se hará, Don Lope.- Contesto Nacho, entrándole luego la duda de si el cerero iba a aceptar de buen grado salir de casa a tan tardías horas.

Aprovecho que Gimeno aun estaba cerca, para llamarle y preguntarle por la casa del cerero. Y luego se dirigió al lugar, con sus compañeros. Algo tendrían que contarle al cerero, aunque el hecho de que un noble requiera de su presencia, era un buen motivo para que les acompañase. 

Era extraño todo lo concerniente al judío, y esto no podía ser de otra manera. Parecía que los dos tipos no nos habían dicho toda la verdad. Ante la órden de don Lope, asentí con la cabeza.

-"Bien, vayamos a su casa a buscarle e intentemos que venga de a una. Podemos decirle que tenemos un importante encargo para él y que tiene que venir a la casa alquilada por encontrarse don Lope fatigado. ¿Os parece bien?" Les pregunté a ambos al salir de la vivienda.

Si lográbamos hablar con el cerero, muchas incógnitas puede que fueran reveladas.

No tardásteis pues en salir los tres fuera de aquella cabaña y caminar por entre la casas de la aldea. Lográsteis llegar hasta Gimeno antes de que volviera a la taberna y os indicó el lugar donde el cerero vivía. Según él, Pedro (que así se llamaba) era un tipo raro, oscuro y maleducado.

Minutos después encontrásteis la vivienda del mismo, que no distaba mucho en aspecto a las del resto del pueblo. Eso sí, debía tener algún tipo de tallera tras su casa, en el patio trasero, donde debía centrarse en el suyo trabajo de la cera.

Tras llamar a la puerta, no abrió nadie. La vivienda tenía las ventanas cerradas, con postigos interiores, y no había luz que saliera por la rendija de la puerta. Parecía no haber nadie ahí dentro, pese a la oscuridad que reinaba en Cantalpino.

¡Nadie encontráréis ahí...! -alguien gritó desde alguna de las casas cercanas, aunque no supísteis de donde venía aquella voz-. Algún vecino ya os estaba poniéndoos en sobreaviso.

No fueron nada buenos los detalles que del cerero, un tal Pedro, nos dio el posadero. Este no debía de resultar fácil en el trato, y dados los requerimientos y las horas en las que estaban, Nacho frunció el ceño, tal vez les diese problemas.

Pronto llegaron y llamaron, más allí no parecía haber nadie, a pesar de las tardías horas. Y en eso que escuchamos la voz de un vecino, que no le pudimos ver, que nos dijo que no había nadie en casa.

Nacho trato de orientarse por la voz, hacia el lugar del que había venido el comentario, y trató de ver quien era aquel vecino, o al menos acercarse a la casa que habitaba. Tras lo que le dijo:

-¡Buenas noches tenga usted! Y muchas gracias por el aviso. Y no sabrá usted donde podríamos encontrar a Pedro. Nos urge dar con el cuanto antes.- Que no estaría en su casa a aquellas horas, no era buena señal, de lo mismo si que estaba implicado en los sucios asuntos del judío Eleazar. 

Nadie parecía querer contestar a sus preguntas. Así que intentó guiarse hacia el lugar del que creía que había procedido aquella voz, con la intención de escuchar o ver quien podría haberles alertado, pero que no parecía querer contestar. 

Pablo miró de lado a lado para acercarse un poco al grupo y hablar en voz baja.

—Vamos a entrar, no?

Nacho no tenía ni idea de cual era la casa desde la que les habían hablado, había varias en las proximidades y podrían haberlo hecho desde cualquiera de ellas.

-Se recompensara generosamente a quien nos aporte información.- Dijo, para ver si el vecino se animaba a contarles lo que había pasado. Y más bajo le dijo a Pablo. -Espera un poco a ver si podemos enterarnos de algo más.-

Viendo que la persona que nos había avisado de que no había nadie en la casa del cerero no asomaba y contestaba a Ignacio, me separé un poco del grupo y empecé a deambular por el perímetro de la casa. Si tenía un taller, estaría a la vuelta de su hogar seguramente. Tal vez por allí pudiéramos entrar sin ser vistos por esa persona cotilla que nos había gritado. Les hice una señal a los otros para indicar que me siguieran si querían, ya que iba a dar la vuelta a la casa para ver si tenía un acceso atrás.

 Pablo rodio el local de cerero buscando alguna venta o abertura por donde entrar, asegurándose de tener la suficiente discreción como para que solo aquellas personas con ojos en la cara pudieran notar sus claras intenciones de allanamiento. 

Julia tomó la iniciativa de rodear la casa, seguido por Pablo. Quizás por la parte trasera hubiera algún acceso, por la parte del taller de cera. Mientras lo hacían con discreción, Ignacio voceó algo sobre una recompensa. Instantes después mientras Julia y Pablo ya se encontraban detrás de la vivienda (pues se habían internado por un lateral, junto a un muro bajo de piedra, hacia la parte trasera), Ignacio oyó un portazo. Alguien había salido de su casa.

El cazador se preparó rápidamente, pero era tan sólo un vecino. Era, casualmente, uno de los dos que había en la posada que habían visitado un rato antes.

¿Una recompensa, dices...? -el vecino asomado e interesado ya en el asunto, se acercó a Ignacio-. ¿Para qué quieren vos encontrar a ese malnacido? -le dijo, pero no añadió nada más sin ver un ápice de valor entre sus manos-.

Mientras tanto, allá atrás, Pablo encontró una puerta de madera, no muy robusta, pero en mitad de la oscuridad poco pudo más ver. Era una puerta que comunicaba aquella parte trasera de la vivienda con el patio, lleno de hierba, que ostentaba el cerero en su parcela, tras su casa.

Sus compañeros no esperaron a ver quien era el que les había hablado y rodearon la casa en busca de un lugar por el que entrar. Pero entonces apareció un vecino, con la mano puesta a la espera de alguna recompensa.

Nacho saco una moneda de su bolsa, y se la enseño.

-Andamos tras una persona que ha engañado a un noble, y las pistas os han traído hasta el cerero de este pueblo. Si podría ayudarnos se lo agradecería, todo lo que nos pueda decir del cerero y cual podría ser su paradero nos vendría muy bien.- Le dice mientras le enseña la moneda.

Al final pablo vino conmigo hacia la parte de atrás, donde una puerta de madera hallamos. Me acerqué para ver si estaba abierta o si se podía abrir trasteando su cerradura, si la hubiera. Saqué una pequeña aguja de hierro, fina pero resistente, que alguna vez había usado para tales menesteres, aunque no era una experta, ni mucho menos. Tras unos instantes, la puerta se abrió ante la atónita mirada de Pablo, que estaba detrás mía. Le hice un gesto cómico, indicándole que podía pasar. Asomé la cabeza para ver el patio interior y lo que allí hubiese.