Partida Rol por web

Pesadamente, sin pocas o ninguna gana y ante la desesperación de más de uno, el grupo asciende por la pendiente fangosa que lleva al castillo, más que un castillo podría decirse que se trata de una casa fortificada, una casa solariega con un muro alrededor y una garita fortificada que es justo el punto al que os dirigís. Al llegar a lo más alto un viejo guardia,debilucho y con una barba muy fea os da el alto.

Cruzando la lanza en la puerta, cortando el paso grita con voz desafiante - heypa ¡¡¡ALTO!!!!!

El pobre hombre es a todas luces patético, el típico hombre que Don Carlos defendería en una taberna, débil, pusilánime, frágil, de hecho la armadura le queda grande, pues el soldado es un saco de huesos que más valdría que estuviese en cama.

Buenos dias, buen hombre. Soy El vizconde de Muel y este es Don Carlos de Mayoral. Solicitamos ver a la señora de estas tierras-dijo cortesmente.

El hombre inclina la cabeza en señal de respeto e intenta hacer una reverencia, en tan mal estado está este hombre que a punto está de caer de bruces, sino fuese por el apoyo de la lanza larga.

- Seguidme por aquí mi Señor, si me lo permitís...- Dice mientras os conduce a través del patio de armas(si se puede llamar así el pequeño patio) -sois la respuesta a nuestras oraciones.

Y sin más preámbulo os conduce al interior de la torre rectangular que hace las veces de Casa Solariega. Allí en la entrada, os hace un gesto para que esperéis, mientras véis como el hombre abre unas puertas de madera inmensas y las cierra tras de sí. Escucháis su voz detrás de la puerta pero no entendéis lo que dice.

Roderigo tras dejar hacer a los nobles, al fin y al cabo, el es un don nadie, entra detrás de sus compañeros, procurando fijarse en los detalles de la casa, los adornos, cuadros, muebles, todo lo que sea digno de mención. Será este un señor acaudalado o solo un campesino más con una casa grande y un par de siervos?

Antón esperó pacientemente, con la postura erguida y la cabeza alta denotando su posición. La compañia era extraña y en verdad pocas veces alguien noble viajaba de aquella manera por tierras extrañas, sin mas escolta que un par de hombres ademas de un enano judío y un extraño. Pero esperaba que la señora no les hiciese demasiadas preguntas ni sospechase, pues fuera como fuese ellos habían ido con la mejor de sus intenciones.

Al cabo de unos momentos se abre la puerta y el viejo soldado os hace un gesto para que entréis en la estancia, a medida que entráis os dáis cuenta de que os encontráis en la sala de armas, una sala de armas en miniatura, propia de los nobles de bajo rango de pueblecitos fronterizos, una mujer menuda y de aspecto frágil de unos 35 años, sentada en una silla os sonríe mientras cuchichea con otra mujer muy gorda y fea , con toda la pinta de ser su moza de alcoba.

Antón entro en la sala y se inclinó, posando una rodilla en el suelo y bajando la cabeza, como era costumbre. Quizas aquello fuera demasiado cortés, pero al fin y al cabo eran invitados y cualquier detalle causaría buena impresión. Esperó que el resto hiciera lo mismo.

-Señora...-dijo esperando a que ésta le permitiera volver a incorporarse,

Todo en aquel lugar era lamentable, no había forma de animarse. Entre que casi nos apedrean, el asco que daba el muñon de Don Álvaro y lo famélico de aquel guardia la pesadumbre se apoderó de mi.

" Vamos a morir, ¡yo maldigo la gallardía de los nobles!- pensé-"

Una vez en la sala de armas Don Antón hizo una revencia a la Señora de tan penoso lugar. Al ver la muestra de cortesía le di un codazo a Ernesto para que se diera cuenta y acto seguido traté de imitar el gesto, con la menor tosquedad posible.

Todo en aquel lugar me hacia sentir cada vez peor. Primero las gentes lanzándonos piedras, después aquel andrajoso que se hacía llamar Don Álvaro, los ladrones que habían sumido a la aldea en el miedo, aquel guardia que casi no podía tenerse en pie, la señora de apariencia tan frágil y su ayudante de cámara...

Al sentir que mi compañero Samuel me da un codazo y ver que tanto Don Antón como él se arrodillan, los imito.

Hincando la rodilla en tierra - Señora, sirva la visita para presentarla nuestros respetos y poneros a su servicio. Soy Don Carlos Mayoral, - Se levanta y mira a Antón mientras dice -este es Antón González , Vizconde de Muel, y esos- señalando al resto - son sus hombres, todos ellos de confianza y probada valía.

Carraspeando - Señora, vamos de peregrinaje a la tumba del Apóstol y no conocemos estas tierras, pero nos han hablado de ciertos problemas en ellas.

Antón, sin levantar la cabeza sonrrió. Don Carlos, al que había conocido en su juventud no había perdido la lábia. A Antón le encantaban las historias que contaban él y su padre, todas ellas te encendían el corazón. Además de encandilar a las damas... y estaba claro, que pese a su pelo cano, Don Carlos seguía siendo el mismo.

Asiente satisfecha - Caballeros, es un verdadero placer tenerles aquí. Disculpad el frío recibimiento, pero mi hijo y sus tropas marcharon a la frontera y no han dejado mucho- refiriéndose sutilmente al viejo soldado- mi nombre es Beatriz de Alba y soy la viuda del antiguo Señor de estas tierras Jacobo de Agreda, mi hijo Fernando, es el actual Señor de Agreda. Partió con todos los hombres de los que disponíamos hace semanas.- Hace una pausa para cuchichearle algo a su dama de compañía que asiente y sale de la sala de armas.

-En efecto tenemos problemas y muy graves además. Han escuchado vuestras mercedes bien. Una banda de saqueadores se dedica a hostigarnos y a violentarnos desde hace ya algún tiempo.- Dice apesadumbrada.

- Nos han puesto al corriente en la taberna, y precisamente aquí el bueno de Antón y yo venimos a ofrecer nuestras espadas y las de estos hombres, a su servicio Señora- hace una reverencia - echaremos a esos canallas de estas bonitas tierras y les enseñaremos lo que es la gallardía.

Fue un regalo para la vista ver marchar a aquella mujer, si es que se le podía llamar así. Algo tan gordo y feo no podía ser humano, era más bien como un oso sin pelo o algo peor.

" Dios mío, a veces eres muy cruel - pensé horrorizado-"

Que abandonara la sala fue un alivio y me permitió darme cuenta de una cosa importante: ¿por que aquella "mujer" estaba tan gorda mientras ese pobre soldado apenas se mantenía en pie? La vida es injusta... y asquerosa. Traté de borrar de mi mente la visión de aquel animal, pero sin éxito, mi mente me traició imaginando como sería ver desnuda a aquella aberración. Me llevé las manos a los ojos, sin darme cuenta de que todos me estaban viendo comportarme de manera extraña.

Carraspeé y volví a mi postura servil junto a Don Antón, prestando atención a las palabras de la Señora del lugar.

Mi señora, como bien ha dicho Don Carlos, nos peregrinamos a la tumba de Ápostol. Pero al escuchar estas noticias estuvimos de acuerdo en que seguir andando sin ayudar a vuesa merced sería de mal Cristiano-dijo el caballero- Quizás vos, podais guiar nuestros ciegos pasos y así podámos evitar este mal y pararle los pies a esa banda de malnacidos-se presuró en confirmar las palabras de Don Carlos.

Levantando la mano para acallar a Don Carlos - Sois muy amable Señor, pero desgraciadamente nuestro destino está sellado y no hay nada que seis hombres más puedan aportar en nuestra defensa.- Dice resiganda. -Aún si armara a todos los campesinos del valle para luchar contra los bandidos tendría que dividirlos en patrullas para proteger todo el valle, y entonces los bandidos podrían destruir los grupos de los inexpertos campesinos uno a uno. Por otro lado, si concentrásemos a todas nuestras gentes en la aldea y el castillo los bandidos quemarían impunemente las cosechas y los caseríos. A día de hoy, no puedo proteger a mis vasallos...

Se abren las puertas y entra la gorda dama de compañía con un pergamino, el cual se lo tiende a su Señora, ésta sostiene el pergamino en su mano derecha mientras dice muy solemne

-Mi vecino, el Abad del Monasterio de Leire, me ha hecho una oferta, si le juro vasallaje al monasterio y le pago un tributo anual, usará su influencia en Pamplona para hacer venir tropas de sobrejunteros o incluso nos ha prometido que pagaría él mismo una banda de soldados para que limpien el valle.

No tengo otra salida que aceptar...

"Argh!! Ahí está otra vez!! que pesadilla!!- pensé horrorizado-"

Me esforzé por apartar la vista, pero era de esas cosas que uno no puede dejar de mirar, por asqueroso que sea. Por suerte las palabras de la Señora me hicieron salir de aquel horrible hechizo. Aquello cobraba sentido, por eso el abad parecía estar armando un ejercito en el monasterio, ¡con la Iglesia habíamos topado!

- Con vuestro permiso, señora, necesitamos más detalles de esos bandidos, como cuantos son y como actúan... si no saben que estamos aquí podriamos emboscarles.

Antón levantó la mano para callar a Samuel. Aquello había sido una descortesia pero esperaba que la Dama no se lo tuviera en cuenta.

Mi señora, al venir hacía aquí visitamos el monasterio. Ellos... bueno, tenían muchas enseres, comida y demas. Como bien dijo  Roderigo, es como si alimentaran a un ejercito. Quiero pensar que son buenos cristianos, pero no soy un tonto-dijo dejando sus sospechas en el aire, ahora todo parecía un poco mas claro...aunque no fuera lo que esperaba.