Partida Rol por web

¡Menuda cagarruta de luz que tenía la posada!

En un burdel de la rambla de Pamplona en la noche de San Juan había más luz que allí... cuando abrísteis la puerta apenas se notó, pues la entrada estaba hecha de tal manera que frente a la puerta había un recodo que se estrechaba que hacía que la luz no llegase hasta dos pasos más allá, hasta el interior de la lóbrega taberna en la que apenas había tres mesas, media docena de candelabros - lo cual era insuficiente para dar un mínimo de luz - tres grandes barriles mal unidos con cuerdas que hacían las veces de barra, tras los cuales un hombre viejo y pálido(como no podía ser de otra manera si llevaba mucho tiempo allí) mordía un palo.

En una de las mesas había unos desarrapados, cubiertos de pieles y completamente en silencio frente a unas jarras de barro. Eran cinco hombres que ni levantaron la mirada cuando entrásteis. No había ni rastro de Don Carlos... Supusísteis que se había escabullido a las habitaciones, usando la única puerta que había a la vista en la pared derecha de habitáculo.

El lugar era deprimente... muy deprimente. Claro que también es cierto que las tabernas de los lugares más recónditos solían ser así de lúgubres, aunque en el sur las cosas tendían a ser más agradables y acogedoras. Casi me dio vergüenza que mi señor tuviera que entrar en un lugar tan poco digno como aquel, pero no había otra cosa disponible en el pueblo.

- Buenos días, tabernero - saludé amablemente al hombre pálido.- Buenos días - les dije también a los que parecían ser los cazadores de los que nos habían hablado.- Ha entrado aquí un hombre... errr, viejo... pero de buen porte ¿verdad?

Quizá no fuera lo apropiado entar allí de aquella guisa, con aquellas ropas y con ese gorro, por lo que me lo quité nada más comprobar la lugubrez del lugar (y del asunto). Me sorprendió cómo los sirvientes de mi palacio solían ir a beber de vez en cuando a alguna de sus tabernas, y estaban mejor provistas que ésta... Estando Braulio ahi fuera, quizá él estuviera más a salvo que un servidor, ¿quién sabe? Esos tipos de una de las mesas no tenían buena pinta, y bien podría yo contar ahora mismo cómo de raídas llevaban sus caras, y lo "animalados" que parecían, como un lupercal romano de los que los libros cuentan...

Colocándome junto al joven Samuel, tan sólo esperé a que el tabernero hablara sobre el paradero de Don Carlos.

Antón observó el lugar y a sus lugareños. No dijo nada, dejó que su sirviente intercediera por él, dando por echo que sabría mantener la discreción por el bien del grupo. Miró en busca de Don Carlos, aquello no podía ser bueno para su salud, pero quizás un poco de vino le animase y le ayudase a seguir adelante. También trató de discernir quienes eran esos cazadores de los que había oido hablar. Recordaba aquel cuerpo de la niña y no entendía como no podían estar dando caza a los lobos.

Era el típico gallego de pelo claro, tez pálida y ojos claros aunque con aquella luz era imposible distinguir el color a ciencia cierta. No se mostró sorprendido al veros, aunque no pudo evitar mirar de refilón a Fedro al ver a alguien con esa facha entrar en su mísero - seguramente otrora próspero - establecimiento. Si no se sorprendía era a buen seguro por el paso del Hidalgo, el cual según vuestra experiencia ya se habría ofrecido (mejor dicho os habría ofrecido a vosotros) para ayudar a algún desvalido o salvar a alguna doncella...

- Buen día, sí , acaba de pasar por aquí. Mi mejor de habitación le acabo de dar, los ronquidos llegan hasta aquí si escucháis bien -y se calló para que pudiérais comprobarlo, los ronquidos del hidalgo se colaban por debajo de la puerta de la pared de la izquierda.

Al ver que os habíais dado cuenta el hombre sonríe  - Vuestro ...- iba a decir señor pero entonces se da cuenta de que Aleixo, Antón y el propio Fedro no son corrientes y añade- ... compañero -por decir algo -no tiene buen aspecto, necesita dormir varios días y que le vea un sanador. Lamentablemente no hay ninguno en Cotaña...

Escucho lo que el tabernero dice. Este era el momento de ver qué ocurría con Don Carlos. Así, cuando el tabernero dice lo del curandero, añado—. Es un testarudo y no se ha dejado atender. Ahora que está dormido, podré ver qué mal le atañe.

—Si me indicáis cuál es su habitación, buen hombre...

- Claro como no...- sale de detrás de los barriles y camina en dirección a la puerta, haciendo un gesto a Yejiel para que le siga...

Condujo el hombre al judío a través de un estrecho pasillo con una decena  de habitaciones hasta llegar al extremo en el que había otra puerta. Por detrás se escuchaban los ronquidos del bueno de Don Carlos, el hombre fue a abrir el picaporte lentamente pero éste hizo tope, la puerta estaba cerrada, así que Xurxo tuvo que echar mano de un manojo de llaves que llevaba colgado a la cadera, sacó una y abrió la puerta, dejando vía libre a Yejiel.

- Todo vuestro, cuando acabéis cerrad sin más, ¡Mas cerrad! No le vaya a entrar corriente al pobre y se nos ponga peor.

Volvió sobre sus pasos al comedor.

Vísteis desaparecer a los dos hombres, escuchásteis un tintineo metálico y en seguida volvió el gallego con aires displacentes. A todo esto, los cinco hombres de las pieles no decían ni la misa la media.

Oiga -hablándole en bajo al tabernero-, esos hombres de allí -giré levemente la cabeza y de reojo me quise referir a esos hombres con piel de lobo-, no son de por aquí, ¿verdad? ¿A qué han venido, buen hombre?

Una vez el tabernero había salido de la habitación, comencé a sacar algunos componentes de mi zurrón. Unos líquidos, unos ungüentos, unos pequeños viales, mi preciado talismán de curar heridas graves, y demás componentes, además de trapos húmedos.

—Pobre hombre —pienso mientras le miro dormir—. No es la sombra de lo que tuvo que ser antaño. No es ni la sombra del hombre con el que crucé mi camino. ¿Cuáles habrán sido sus pecados para recibir semejante castigo?

Sin duda, algo ajeno a los hombres debía de causar tanto mal. No podía ser producto de la vejez, no un desgaste tan rápido. Aunque claro, no sabía la edad del noble.

De momento, le miré mientras dormía, mientras preparaba un pequeño puñal. Con un pinchazo en un dedo, podría sacar algo de su sangre, y ver qué causaba su enfermedad...

Don Carlos no padece ninguna enfermedad física, al menos que conozcas y eso que modestia aparte, conoces prácticamente todos los males que pueden aquejar un cuerpo humano. El mal del hidalgo como ya sabías es espiritual, pero es más que eso, no se trata solo de un mal de espíritu que le esté consumiendo.Sino que de alguna manera sabes que está interviniendo la magia, es como si algo superior, una especie de ente estuviera actuando para que el hidalgo se consumiese, como si tuviese un destino escrito al que se encaminaba sin remedio, como si la MUERTE misma hubiera venido a por él.

Lo más doloroso es que has llegado al convencimiento de que no hay nada en el mundo que puedas hacer por él, quizás algo de descanso le haga vivir más, pero dudas mucho de que llegue vivo a Santiago. Su viaje se acaba antes de tiempo....

Ahora que sabes todo ésto, ¿Deberías mencionarlo al resto? ¿Te creerían? Es posible que el Vizconde sí, pero y el Santiaguista? Creería a un judío que profesa artes arcanas o que al menos entiende dellas? ¿ Y el nuevo integrante? Está de atar y parece peligroso.

Me senté a reflexionar. Estaba en blanco, y nada se me ocurría para salvar al hombre. Todo se escaba a mis conocimientos y poderes, pero lo peor era que escapaba incluso a los poderes que sólo se mencionaban en leyendas de libros olvidados.

No obstante, entre la bruma que tenía delante, pude ver un ápice de luz y esperanza. Sólo intuía lo que pasaba, pero no sabía lo que pasaba.

Así, me senté a esperar, mientras miraba al noble. En algún momento tendría que desperar. Mientras, sólo podía dedicarme a realizarle algunos cuidados menores, como mirar si tenía fiebre y demás.

Cuando despertase, preguntaría.

- No lo son. Tenemos un grave problema en estas tierras y estos hombres... bueno han venido a solucionarlo- se acerca y os dice en voz baja tras mirar de soslayo a los hombres -llevan aquí dos días y sólo se han levantado de la mesa para dormirla.

Antón asintió con la cabeza.

-Ya veo, mala cosa pueden hacer contra los lobos si lo único que hacen es beber-susurró molesto. Si no estaban allí para cazar a los lobos ¿que hacían? El pueblo no era el lugar mas agradable del mundo para pasar el rato y beber- Samuel, intenta acercarte a ellos y entablar conversación a ver si puedes averiguar que traman, pero no les cuentes nada acerca de nosotros. Y mientras-dijo alzando de nuevo la voz- yo me tomaré un vaso de vino, si es tan amable-le dijo al posadero.

Aleixo profirió un gemido sordo para intentar que a él le sirvieran otro vaso de vino. El gesto que acompañó al sonido fue mucho más explicativo ya que la herida de la boca le había robado las palabras para siempre. El intento no obstante le hizo rememorar el escozor producido por aquella espada que le había rajado la cara dejándolo deforme además de mudo.

El santiaguista echó una mirada furibunda a los supuestos cazadores. Quizá estaban agotando las reservas de vino del bueno del posadero a cuenta del pago por librar la aldea de lobos. Eso si conseguían levantarse y dar dos pasos seguidos con tamaña melopea.

Con desgana se sentó en una mesa e hizo crujir su espalda. Realmente estaba cansado y una noche a cubierto le vendría más que bien.

Inclina la cabeza

- Les traeré un par de frascas - dáse la vuelta y se aplica a la tarea a conciencia, de una enorme cuba llena las dos frascas que os sirve más tarde con un par de vasos.