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Danza Macabra. Sexto Episodio: Sed de Sangre

Epílogo a la Campaña

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19/06/2013, 13:01
Director

Tras pemoctar en Labacolla, el grupo se levanta con el sol para entrar de amanecida en Santiago. Carlos está febril, y muy débil pero ansioso de llegar ya a la tumba del apóstol.


Sin embargo el destino  a menudo caprichoso,tiene otros planes para el bueno del pobre hidalgo. Cuando, entre las brumas de la mañana, el grupo véis ya ante ellos las murallas de Santiago, os topáis con una extraña compañía. A primera vista pensanin que son un puñado de cómicos, ya que véis a un grupo de personas que parece bailar, cogidos de las manos, guiados por una mujer de ojos tristes y pelo casi gris.

Y la mujer posa sus ojos en Carlos. Y ante vuestros alucinados ojos  la mujer se convierte en un guerrero de negra armadura, luego en un apuesto joven , después en una mujer de gran belleza, luego en una vieja de aspecto repugnante, posteriormente en un esqueleto descarnado, para terminar siendo la mismísima Ana de Fonsalba.


y los que acompañan a tan ex.traña dama son, por supuesto, un viejo soldado
llamado Alvaro de Salazar

, una mujer enamorada llamada Ana de Fonsalba,


un frívolo goliardo llamado Ramiro de Osuya
,

un desafortunado noble llamado lñigo de Medina,

un ambicioso clérigo llamado Lope de León,

y por último un pecador arrepentido llamado Erramún.

 

Y todos ellos están bailando la Danza Macabra. la Danza de la Muerte.

y la Muerte seguirá mirando fijamente a Carlos, y Carlos se dará cuenta de que nunca podrá Llegar a Santiago. Y su caballo se encabritará, y él caerá al suelo, golpeándose la cabeza contra las rocas. Y su espíritu se unirá al de los otros, y, siempre danzando la Muerte se lo llevará.
Lo único que queda por hacer al grupo es entrar en Santiago con el cadáver de Carlos, para llevarlo ante el sepulcro del apóstol, tal y como el hidalgo hubiera querido.
Quizá haya más aventuras... Pero la Danza Macabra termina aquí.

Notas de juego

Podéis poner un último post.

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19/06/2013, 17:14
Aleixo d'Ocampo

Aquella siniestra comitiva pasó como si un último sueño hubiese nublado la mente de todos los miembros del grupo. Aleixo no sabía qué había de esperarse de aquella visión. ¿Era acaso un presagio? ¿Eran, en cambio, un simple recordatorio? La muerte les aguardaba en cada recodo del camino y, siendo como el mundo era, las gestas y los títulos que cada cual ostentase en vida no servirían de nada ante la amable parca.

Una revelación. Algo que dio calma a la atormentada alma del Caballero. Una vez uno se presentaba ante Ella lo hacía desnudo. Completamente desprovisto de honores, de gloria o de blasones. Sólo lo que se llevaba encima... dentro... bajo la piel acompañaría al hombre en el camino a la eternidad. Matar por el bien no era muy diferente de morir por el mal. Y esto, el corazón de Aleixo d'Ocampo, Caballero de la Muy Noble y Sagrada Orden de Santiago, lo sabía demasiado bien.

Su boca se dolía por haber proferido promesas que no podía cumplir. Su cuerpo se dolía por haber infligido heridas por doquier. Su alma se dolía por no estar en paz consigo misma. Era momento de perdonar. Ya no de buscar el perdón.

A las puertas de la ciudad, unas pocas decenas de varas antes de cruzar las murallas en aquel jamelgo tan triste y cansado como el propio jinete, Aleixo se arrancó la vesta que cubría a la altura del pecho la cota de malla. Allí dónde luciera otrora el blasón del Apóstol y ahora sólo sangre, ajena y propia, y barro seco mostraba, quedó apartada tras unos matorrales a las afueras de la ciudad. No volvería a la Orden. No volvería al sur de Galicia, lindando con Portugal... su tierra. Lo mejor que le podía pasar era que ni unos ni otros le echasen de menos. No daría explicaciones sobre el destino que aquel Camino le había deparado al guerrero. Probablemente su lengua le había sido arrebatada para evitar que así lo hiciera. Era más fácil no explicar... nadie estaría dispuesto a entender. Aleixo había partido meses atrás pero jamás regresó. Otra vida le esperaba. Diferente. Se postraría piadosamente ante el Santo... humildemente. Pero de igual a igual. Sin culpa. Limpio.

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19/06/2013, 19:27
Fedro Fabián de Falces

Cuando vi aquellas visiones mi corazón se me movió, y noté cómo volteaba, como cuando un hombre se despeña de un precipicio y rueda cual roca sin control, pues de tal guisa el corazón se me movía... ¡y bien que me dolía en cada una de sus vueltas! ¿Tantos seres, incluido el erramún, habían sido pasto de la muerte? No podía creerlo así hasta que tal fortuna, "piadosa" decirlo sería banal, tal vez una locura, que se encaró contra don Carlos y le hizo partícipe, a través de hilos manejados por la Muerte, de aquel fatídico destino.

Cuando ví golpear a don Carlos su cabeza contra la roca mis ojos se abrieron, mi boca enmudeció y mi aliento parecío agotarse, bueno..., casi.

¡Noooooooo! -el grito fue tan grande y a lo darth Vader que asustó a mi propio caballo-.

¡Vos Parca inútil e impía! -con las manos en la cabeza, agarrándome el sombrero con fuerza-
¡Tosca, puerca, sucia injusta
adusta terca y arpía!

¿Que hacéis vos con el don Carlos?
¡Cómo se atreve a llevarlo,
¡Que infamia!
¡Vaya osadía!

Entonces levantó una de las piernas para bajarse el caballo, y al tocar con un pie en el suelo, el otro se le enredó en el aparateje de la silla, y casi cae de bruces, junto a don Carlos. Se agachó a observar su cadáver, asiendo con fuerza sus vestiduras, como si no se creyera aún que había muerto.

Vos Parca,  ¿cómo arremetes
y sin duda que arrebatas,
al más honroso dovoto
del Santo en esta comarca?

¡Porque tu ansia no cesa!
sabuesa perra con guasa,
¡Cuan llorará el gran Apóstol
cuando vea que este buen hombre
-dijo tirando de las ropas de don Carlos-
a postrarse se retrasa!

Sentía impotencia, ira; se sentía compungido y apesadumbrado. El Vizconde de Falces había cogido verdadero cariño a esos tipo con los que hacía poco habíase topado. Por supuesto no tenían el alto rango que él ostentaba (tal alto merecimiento creíase el muy inútil), pero buena compañía habían hecho ambos hasta llegar a ver las murallas de Santiago.

A pesar de que casi no lo cuenta, por los peligros de los lobos y luego el desaguisado del Erramún, sentíase contento, necesitaba llegar hasta la ciudad santa, y lo había conseguido (de una manera agridulce, pero al menos lo había logrado). Se alegró que al menos Braulio estuviera allí, portando su espada por si la muerte se dignase a aparecer contra las blasfemias dedicadas en pos de don Carlos (la cual, si aparecía, haría levantar al de Falces cuan ávida ardilla y hacerla correr cual zorra desmedido).

Incluso ya podría rezarle al santo (sólo rezarle, nada de loas poéticas ni bravuconerías) para intentar calmar esa desazón por la que llegó aquí, al menos implorando el perdón que en Navarra, su tierra, los enemigos de su padre no le otorgaban ni siquiera a él.

Fue entonces cuando sacó su flauta, y a "falta de palabras", empezó a improvisar una cancioncilla triste, seca y desestructurada, a la cual al menos dedicar al ya fallecido don Carlos.

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19/06/2013, 19:29
Braulio, siervo de Fedro

Mi señor... -Braulió bajó enseguida del Caballo, pues en tan agravio y sollozo vio a su amo que no dudaba en arrastrarle de allí tomándole por las solapas, aunque se contuvo, pues bien supo que en esa ocasión no eran risas ni burlas lo que veía en noble y protegido, sino muestras de dolor... a su manera, pero muestras de dolor...-.

Al acabar de escuchar la cancioncilla se dirigió a éste.

Hemos llegado. Tu madre la vizcondesa se alegrará de que al menos abrazemos al Santo, como es costumbre. La muerte tiene preparado su plan para cada uno de nosotros; a veces es dura, don Fedro, pero hemos de aguntar sus injurias para con los que rodean al que ya no será. Es sólo mensajera del cielo y del infierno, nada más... Venga... -dijo finalmente-, hemos de pisar la plaza de Compostela, y aún... aún queda el camino de vuelta, no lo olvide.

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20/06/2013, 00:39
Yejiel Amzalag

Y ahí estaba. La Danza Macabra. Como todo, pensaba que sólo eran rumores, que era algo que nunca vería con mis propios ojos. Pero, por suerte o por desgracia, había sido uno de los que la habían presenciado.

Sin duda, esa Danza nunca trae consigo nada bueno. Es la llamada de la muerte, de aquellos que han muerto y reclaman a los vivos. Pero, yo no era el reclamado. Ahora todo tenía sentido, eso explicaba la enfermedad del hidalgo.

La muerte le había reclamado, ya nada se podía hacer. Cuando su caballo se encabrita, no me sorprendo. Antes de acercarme a él, sé cual será su resultado. Había alargado su vida, pero no se puede dar esquinazo a la Muerte cuando te reclama.

Ahora, sólo quedaba llevarle ante el santo, y enterrarle cerca, como él quería. Una pena no conocer qué pasó a ese hombre, y cuáles fueron sus pecados para que la misma Muerte haya venido a por él.

Pero ya no valía la pena mirar atrás. Sólo quedaba avanzar. Había venido a Santiago por un motivo, y si bien debía gratitud a Don Carlos por cómo me trató en el camino, ya no podía preocuparme más por él. Ahora quedaba el verdadero motivo de mi viaje.

Sin duda, sería una pena separarme del resto del grupo, pero mis asuntos no creo que fuesen bien vistos por sus ojos. Así, me dirigí con el resto a la Catedral, para dar el adiós final al hidalgo. Después, vendría la parte oculta de Santiago, la parte que muchos ignoran.

Porque igual que el Sol hace que todos tengamos una sombra, tanta religión hace que prospere la brujería. Y para eso estaba aquí.

Para aprender de todo el misticismo que había en este lugar. En realidad, mi viaje, acababa de empezar...

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20/06/2013, 09:29
Samuel Sánchez

Antes de emprender el viaje había sido siempre un hombre escéptico y, sobre todo, tremendamente práctico. En realidad era una cualidad que tenía mucho que ver con mi profesión, uno debía encontrar un rastro de un animal, seguirlo y dar finalmente con la pieza y abatirla. Un trabajo sencillo de entender, rutinario incluso pues uno llegaba a comprender cómo actuaban los animales, sólo había que tener cierta maña y eso se iba cogiendo con el tiempo.

Pero el viaje me había cambiado, todo lo que nos había ocurrido parecía sacado de algún cuento de niños, pero de uno en el que los finales no son felices. Lo que un año antes habría descartado por imposible, ahora ya no me resultaba inverosimil y a menudo me sorprendía preguntándome a mi mismo si esto o aquello otro ocurrió en realidad o fue una especie de extraño sueño. Eso fue el viaje para mi desde que el cuerpo de Don Antón fue debidamente sepultado. Lo recordé siempre como una nebulosa en la que la realidad y la fantasía se daban la mano, pero sin llegar a distinguir lo uno de lo otro ¿Realmente vi aquello cuando me cai al charco o sólo fue producto del hecho de estar ahogándome? ¿Existieron realmente aquellos lobo hombres que devoraron al leproso? ¿Fue real aquella danza macabra que se llevó la vida de Don Carlos? Preguntas y más preguntas cuya respuesta no pude encontrar en la vida que siguió a aquel viaje.

El funeral de Don Antón fue emotivo, al menos lo fue para mi. El judío ya se había marchado para entonces, y reconozco que para mi fue un alivio en cierto modo. Fue de gran ayuda, y para mi fue la confirmación rotunda (los cimientos de esta creencia los puso el bueno de Kalev) de que los judíos eran buenas personas y que no debíamos tratarles como servidores de Satanás. Pero precisamente aquella creencia extendida en muchos lugares, donde los sacerdotes sembraban la semilla de la ira de Dios entre las gentes, lo que me hizo sentir alivio ¿Qué habrían pensado aquellas gentes si un judio hubiera asistido al funeral cristiano de un noble? Seguramente otra de aquellas escenas nebulosas de fantasía y realidad.

Y después de aquello fue como si me hubieran quitado una enorme losa de encima, liberado por completo de una pesada carga moral. No tenía ni idea de lo que haría después, a dónde iría, con quién, ni cómo ni cuándo... pero sabía que en alguna taberna recóndita, un par de hombres recordaban a aquellos que ayudaron a liberar el Valle de Ibarrela poniendo su vida en peligro; que algún monje estaría rezando una plegaria por la vida del Barón de Narvarte; que un triste goliardo estaría contándole a un par de parroquianos cómo unos hombres rechazaron su oro y no quisieron ayudarle en sus lios de faldas...

Esas, y tantas otras cosas que ocurrieron pero que se llevó para siempre la Danza Macabra.