Partida Rol por web

Al terminar de limpiar mis ropajes lo mejor que puedo para el momento actual o por lo menos hasta que pueda cambiarme, somos interrogados por las fuerzas del orden locales, a las que nuestro líder maneja de forma muy apropiada, aunque un poco  ácida para mi gusto:

"Supongo que es parte de su personalidad. Bueno, por lo menos su trabajo lo hace bien, por lo que me tiene un poco sin cuidado como trate a las personas."

Luego aparece un servidor querubín, cuya misión es guiarnos hasta el Vidente Aristarchus, por lo que nos ponemos rápidamente en marcha. Avanzamos mientras comienzo a percatarme de algo que al parecer mis compañeros pasaron por alto pero que me siento obligado a informar debido a que concibo relevante. Me acerco al grupo y les hablo disimuladamente y en voz baja:

 - "Supongo que ninguno de ustedes ha notado que somos vigilados intensamente por unos sujetos vestidos como locales con llamas coloridas pintadas en sus caras. Bueno, en este momento nos miran inmóviles desde mis 6. Los que deseen mirar háganlo de una forma disimulada para que no sea obvio que notamos su interés por nosotros. ¿Desea algo al respecto, Von Braun?"

Pregunto al líder por si decide que esa clase de falta de disimulo requiere alguna clase de medida de contingencia que debemos tomar o simplemente seguir con nuestro camino sin permitirnos ser perturbados por ello.

Ante el comentario de Tauron permaneció impasible. Lo que sí hizo fue aproximarse a Tercio y al operario.

-Disculpe a mi amigo. Sufre una dolencia en su pierna y su andar es torpe. Deje que le ayudemos -dijo al tiempo que se agachaba a recoger los tubos y así poder mirar disimuladamente en la dirección marcada por Tauron. 

El operario se fija entonces en la pierna biónica de Tercio y asiente nervioso (la posesión de un implante biónico le señala como alguien importante, ya que su coste equivale al sueldo íntegro de un operario durante más de tres años estándar).

El hombre recoge los tubos tan rápido como puede y se marcha musitando una disculpa.

- Los misteriosos individuos de las llamas se pierden entre la multitud.

- Gracias, Itsua - dije en voz baja, mientras me levantaba y trataba de cubrir la prótesis con las ropas.

No me agradaba que la gente se fijase en eso, como si yo fuera algún bicho raro por llevar una pierna metálica, tendríais que echar un vistazo por los suburbios de Mordia, ahí si que hay bichos raros de verdad. Una vez vi a un tipo cuyas manos y pies habían sido sustituidas por garfios, una mujer se dedicaba a llevarle de un lado para otro subido en una pequeña plataforma aerodeslizadora. Además de eso, que ya era bastante, el tipo estaba realmente loco y no paraba de decir tonterías del tipo "¡El fin está cerca!" o "¡La salvación está en el retrete!". Esta última era mi preferida, sin duda.

Arlan estaba comprobando lo que el sacerdote acababa de decir, nos seguían. Al principio me pilló de sorpresa pero luego miré fugazmente al "angelito" que hacía de guía y lo entendí.

- A lo mejor deberíamos intentar despistarles - dije en voz baja, sin mirar en la dirección en la que estaban.- o tenderles una emboscada en algún callejón.

"¿Nos van a tender otra emboscada? A veces tengo la sensación de que llevamos una diana pintada en la espalda, con un letrero que dice: intenta matarnos..." pensó el vostroyano al saber que les seguían. Su expresión no cambió, y no hizo ningún intento de mirar atrás. Si uno de sus compañeros estaba tan seguro de que les seguían, sería por algo. El guardia simplemente se limitó a recolocar en una posición más cómoda el rifle. 

"Quizás nos dejen tranquilos si se dan cuenta de que vamos bastante armados. Y si no, bueno... La voluntad del Emperador no puede ser obstaculizada..."

Itsua se irguió, palmeando a un tiempo sus prendas.

-No es necesario. Han desaparecido entre la multitud. Sigamos nuestro camino - dijo señalando con un vago gesto de la cabeza al querubín.

Mientras camináis por uno de los numerosos callejones de Puerto Amargura en pos del lejano querubín revoloteador os aborda un extraño medio desnudo y quemado por el sol, con el pelo enmarañado y apelmazado por el polvo, y numerosas llamas blancas tatuadas en el rostro.

El hombre profiere una retahíla de insultos y obscenidades.

Lo sabía, lo había sabido desde el principio. Los había percibido a través del rabillo del ojo intentando ocultarse, siguiéndoles y  observándoles. Pero nada escapaba a su hiperdesarrollado sentido de la observación, un sentido que otros tacharían de suspicacia exagerada o incluso de paranoia. Cuán equivocados estaban todos ellos porque al descubrirlos había demostrado ser una habilidad más que útil… O inútil, porque antes de terminar de pensar en qué hacer con ellos se habían marchado como si nada.

- “Han descubierto que les hemos descubierto.”

Claro, no podía ser otra cosa. Resultaba tan obvio. El comentario del clérigo, que al igual que el Cuestor los había descubierto, había hecho que los que no se habían percatado se girasen de forma excesivamente descarada para mirarlos. O al menos esa había sido su impresión de Xerxes. Impresión que se vio reforzada cuando poco después de reemprender su marcha se vieron asaltados por un descerebrado con tatuajes no muy diferentes a los de los que les habían seguido.

Xerxes, intentando comprender qué estupideces decía, se apartó todo lo que pudo para no compartir más aire del necesario con aquel guarro de pelo sucio.

Mis palabras hacen que el grupo sepa de nuestros extraños e inesperados examinadores, quienes no tardan en desaparecer entre la multitud. Miro hacía esa zona, intentando visualizar su huida pero claramente conocen el lugar como la palma de su mano y no tengo éxito alguno intentando competir con ellos. Es por eso que seguimos caminando, pues la idea de seguirlos no germina en el grupo con la fuerza suficiente, algo de lo que estoy de acuerdo, pues puede no haber sido nada importante y, más importante aun, tenemos un objetivo que cumplir de inmediato.

Seguimos nuestro camino, un poco más atentos y concentrados mientras intentamos no perderle la pista al servidor querubín que nos guía, cuando somos interrumpidos de un momento a otro por una señal extraña y un poco perturbadora. Un loco, con tatuajes en el rostro de llamas blancas que me recuerdan a los tipos de antes, pero quemado por el sol y con claro aspecto de llevar vagando suficiente tiempo como para no estar en sus cabales. Habla de manera extraña y parece increparnos con violencia.

Sin perder la calma, intento entender sus palabras a pesar de la rapidez y la mala pronunciación de estas, para saber así un poco de lo que intenta comunicarnos, sin estar demasiado seguro si es algo de lo que deseo enterarme realmente.

El leve incidente de Tercio se había resuelto sin especiales dificultades y ante sus palabras, el psíquico respondió.

-De nada, Tercio -su voz ronca y áspera como siempre, como cantos rodados rozando entre sí. Caminaba a la altura de su compañero siguiendo al querubín-. Te acostumbrarás. A tu pierna y a las miradas, si bien cuentas con la ventaja de poder ocultar tu extremidad si así lo deseas. En mi caso, no es tan sencillo -señaló en alusión a sus cibernéticos ojos rojos-. Aunque nunca me ha gustado lo sencillo y he hecho de mi estigma señal de identidad. Forma parte de mí tanto como mis habilidades. Y es un recuerdo imperecedero de aquel a quien debemos suma lealtad. Así de sencillo. Tercio, perdiste ese miembro cumpliendo con tu deber frente a un enemigo extraordinario. No te avergüences por ello. Al contrario, considéralo motivo de orgullo.

En aquel punto fueron abordados por un orate. Un iluminado cuya razón se había debido de perder en las sombras de la locura.

- ¡Oh! No se trata de eso - le respondí a Itsua, restándole importancia al asunto.- Lo cierto es que ya casi me he acostrumbrado a la prótesis, es sólo que lo mio es la discrección, no me gusta llamar la atención... sobre todo cuando tenemos algo entre manos, tú ya me entiendes...

En cuanto os paráis a escuchar al lunático, aparecen unos jóvenes con las caras pintarrajeadas (unas llamas pintadas con tintes azules y blancos) y os comienzan a gritar agresivamente, parecen a punto de atacaros a puñetazos (de momento no han desenfundado sus armas).

- "¡Marcháos intrusos! ¡Aquí no queremos a los de vuestra calaña!" -

CALLEJON DE PUERTO AMARGURA:

ASALTO 0:

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¡¡INICIATIVAS!!