Partida Rol por web

Vladymir, después de "alimentar a los peces" otra vez, se quedó resoplando apoyado en la borda. Desde luego su aspecto era lamentable, y últimamente no paraba de sufrir desgracias. 

-Creo que éste planeta me odia...-masculló por lo bajo, antes de volver a sentir nauseas y prepararse para vomitar de nuevo. 

- Interesante pregunta, Itsua - susurré mientras me rascaba la barbilla en gesto pensativo.- Si no hubiese guerra te diría que claramente hay contrabando dentro de las cajas pero habiendo guerra... bueno, la gente necesita comer ¿no? vender comida en una zona de guerra bien puede ser un negocio lucrativo ¿no crees? - dije, encogiéndome de hombros.

Uno de los desventurados pasajeros apelotonados choca contra Xerxes en su prisa por llegar a la barandilla y le acaba salpicando con parte de la papilla...

- "Lo siento, buajj... puaj... Mil disculpas, yo no quería... BUAAAAAAARGHHJJ..." -

El hombre sigue disculpándose entre arcadas y vómitos.

Avistáis finalmente tierra firme y la costa de Olrankan, iluminada por los fogonazos de los cañones y parcialmente oculta bajo una cortina de humo.

Mi cuerpo está acostumbrado a muchas cosas: Lugares con gases de artificiero que envenenarían a otros, calor de las fundiciones que sofocan al instante, el ruido ensordecedor de los ventiladores al girar y de las piezas de metal golpeándose las unas a las otras en la música de la construcción. Lamentablemente, no está acostumbrado a desplazarse sobre el agua y mi estómago se resiente del movimiento constante y errático de la embarcación sobre las olas.

Me mantengo durante el viaje apostado contra la borda vomitando todo el contenido de mi estómago, que se va junto con mi dignidad hacía el agua bajo nosotros. Vladymir me acompaña en mi poco elegante labor pues al parecer su cuerpo tampoco está acostumbrado a navegar.

Por fin, después de un viaje mucho más largo de lo que me habría gustado, diviso la costa de Olrankan. El humo y los fogonazos me indican que encontraremos muchas cosas ahí, pero ninguna de ellas será calma. Intento, pese a mi estado, prepararme para desembarcar y estar listo para lo que sea que nos espere en ese campo de batalla y que sea digno de habernos llamado hasta allá.

Intius pasó el viaje pensativo mirando el horizonte esperando ver un punto de oscuridad donde el cielo y el mar se juntaban, eso significaría que estaban llegando a su destino. No sabía que les esperaba allí, pero una ciudad asediada y un planeta en guerra no eran el escenario más alentador. Sonrió. Al menos estaba libre y realizando un trabajo que le dignificaba, eso era lo importante. Se había gastado hasta el último trono que tenía pero no le preocupaba, al menos en el aspecto de lo que suponía como pérdida de patrimonio personal, lo había invertido en el Emperador y eso le bastaba, aunque si le preocupaba como se las iban a arreglar a partir de ese momento. No tenían demasiada comida, al menos si su estancia se alargaba, ni tampoco podrían costearse un lugar decente donde dormir. Todo aquellas dudas y pensamientos hicieron que su viaje transcurriera como por arte de magia y cuando se dio cuenta se encontraba frente a Olrankan. Se ajustó su cinturón y comprobó que todas sus armas estuvieran a mano.
No a todos sus compañeros les había resultado tan grato el viaje por lo que podía ver, pero seguro que en cuanto la embarcación se detuviera se recompondrían.

-Preparadlo todo, en cuanto atraquemos nos pondremos manos a la obra.

- La ciudad de Olrankan está siendo asediada por uno de los numerosos rivales del príncipe Orcan.

- Los pantanos que rodean sus muros están atestados de campamentos enemigos, y la entrada al puerto está bloqueada por un cordón de barcazas artilladas...

- Cuando vuestro barco se va acercando al puerto, algunas de las embarcaciones de asedio se fijan en vosotros y se giran pesadamente sobre el agua para situaros al alcance de sus cañones.

Xerxes a duras penas pudo contener el grito de infinita rabia cuando aquel descerebrado le vomitó encima. Quería reprocharle su torpeza, su ineptitud, su falta de respeto, su debilidad… Tantas cosas y en tan poco tiempo que las palabras se le atragantaron en la garganta dando forma a un ronco gruñido.

De poco servían las excusas, de nada realmente. Cómo se puede enmendar un error tan solo con un montón de palabras vomitadas como esa escoria humana vomitaba la cena del día anterior. ¿Acaso con las palabras Xerxes podía limpiarse la ropa, podía librarse de aquel repugnante olor?

- Estúpido… Estúpido… Estúpido…- escupió una y otra vez tan pronto recuperó el habla.- Estúpido… Estúpido… ¡¡Inútil!!

 Continuó insultando al aire tras retirar la papilla de su ropa y mientras se limpiaba la mano en la camisa del mismo hombre que le había manchado y, cuando terminó, volvió a exclamar. Esta vez más asustado que enojado.

- ¡¡Mi bota!!

 No se había dado cuenta hasta entonces, pero tan pronto bajó la vista lo vio: una de sus perfectamente inmaculadas botas había sido mancillada. La derecha concretamente, que parecía la hermana gemela de la izquierda pero después de una noche de borrachera y jarana.

Como una inquieta araña de patas largas su mano derecha se escabulló en el bolsillo en el que guardaba las pastillas y sacó un par que inmediatamente se llevó a la boca.

Itsua, acodado en la borda, observaba el paisaje que se abría ante sus ojos. Una ciudad amurallada, rodeada de enemigos y una bocana de puerto fuertemente protegida. Su única vía de entrada y salida cegada por los barcos de los rivales del príncipe de Orlankan. La ciudad no debía estar pasándolo bien y la escasía debía reinar en su interior. 

El eco de unos vómitos llegó amoriguado por el golpeteo de la quilla contra las aguas en su avance, una desagradable música que les había acompañado desde el principio y que alguno de sus compañeros había coreado casi con placer. No le afectaban tales gorgoteos y regurgitaciones, pero sí desvió su mirada ante la salva de insultos que brotaba imparable de un desquiciado Xerxes. Sí, parte del enigma se resolvía. La suciedad enervaba al miembro del Munitorum hasta un grado rayano en el desequilibrio. Y una vez más, recurría a su medicación si se trataba de tal. Lo miró unos segundos más, antes de devolver la mirada al puerto, desentendiéndose de él, y a las embarcaciones que los encañonaban. ¿Cómo habría de conseguir el capitán traspasar aquel obstáculo aparentemente insalvable?

-Perfecto... Más prob...-dijo el vostroyano, para verse interrumpido a media frase por otra arcada. Por suerte, siendo ya la última jornada de viaje, había desistido de alejarse de la borda, y le bastaba con inclinarse y echar su carga al mar. Y mejor así, viendo como se había puesto el cuestor... Si hubiera sido Vladymir el que lo hubiera hecho, seguramente aquel hombre habría sido capaz de apuñalarle mientras dormía.

"Enfermo y maníaco de la limpieza... No ha pisado una trinchera en su vida, seguro..."

Uno de los pasajeros se tira por la borda al ver las barcazas artilladas del asedio, pero la mayoría mantienen la calma y se quedan quietos y en silencio.

Los capitanes de las barcazas no parecen poner demasiado empeño en cumplir sus obligaciones y practican un "sistema de peajes" (sobornos).

La embarcación del Capitán Marino sigue avanzando tras pagar los peajes, deslizándose entre los buques enemigos festoneados de cañones, lo bastante cerca de ellos como para ver las sonrisas desdentadas de sus sucios tripulantes.

Finalmente, entráis en el puerto de Olrankan.

La travesía dura toda la noche y parte de la mañana siguiente, pero por fin se atisban los muelles de la Isla del Emperador.

- "¡Ya estamos llegando!" -

- El barco del Capitán Marino amarra en uno de los muelles de la Isla del Emperador.

- Pronto, el portalón es bajado para que los pasajeros puedan descender cómodamente.

-Bueno, debemos darnos prisa... Un quirurgo debe atender a Tercio, cuanto antes mejor... Ya nos hemos demorado mucho, y perder una pierna no es algo precisamente leve. 

- "Hemos llegado, señores. Les deseo mejor suerte la próxima vez.

La semana que viene visitaré los puertos sureños de las Baronías de Hierro. He oído que pronto comienzan varias ferias en las que los artesanos más renombrados comercian con finas cotas de seda y ganteletes relámpago." -

Tan pronto como alcanzaron la otra orilla Intius se puso en marcha, dolorido y bapuleado, su único pensamiento, como el de sus compañeros era encontrar alguien que pudiera curar a Tercio.
Se despidió del Capitán sin hacer mucho caso a sus palabras, no estaba para ninguna feria y lo único que quería de aquel planeta era tenerlo lejos lo antes posible. Cuando estuvieron lejos de oídos indiscretos se dirigió a sus compañeros.

-Al edificio de la Autoridad Portuaria. ¡Rápido!

Se ayudaban unos a otros a caminar pues además del imposibilitado Tercio, ni Itsua, ni Xerxes, ni él estaban en buenas condiciones. En general habían cumplido a la perfección con su supuesta tapadera. Ahora si que nadie pondría en duda su condición de mercenarios recién salidos de una guerra.
El edificio de la Autoridad portuaria era su única esperanza. Intius estaba convencido que aquel servocráneo había sido una señal enviada por el Emperador para guiarlos hasta allí y esperaba no estar equivocado, la vida de un compañero estaba en juego.

El grupo abandona a trancas y barrancas los muelles y se adentra en los corredores que se dirigen al edificio de la Autoridad Porturaria Imperial...

- "¡Alto en nombre de la Autoridad! ¡No se muevan!" -

Varios agentes uniformados armados os cortan el paso, los transeúntes se apresuran a alejarse y quitarse de enmedio.

Xerxes observó cómo al ciego chapoteaba en el agua y sintió una ligera satisfacción que algunos podrían considerar malsana, pero no él. Era un castigo por las faltas del anciano, y uno muy leve para los pecados cometidos teniendo en cuenta que no tardaron en sacarle del agua. Pero nada podían hacer más que observar como las gentes a las que habían ido a ayudar, las mismas que les habían puesto la zancadilla una y otra vez, salvaban a uno de los suyos.

En el viaje de regreso a la Isla del Emperador el Cuestor permaneció lo más alejado que pudo de los puercos mareados que podían vomitarle en los zapatos. No tenía intención de cometer el mismo error dos veces. Estaba preparado, aun con la mano aguantando una espalda que no se podía sostener sola, para empujar al cualquier idiota antes de compartiera con él el generoso y fluido obsequio que remataria con un “lo siento”.

Por suerte al final no fue necesario. Tomaron tierra sin percances, si bien una vez se alejaron de los muelles se encontraron con una comitiva uniformada para recibirlos e insultarlos. Les habían mandado a los más ineptos entre los ineptos para detenerlos. Unos ineptos que daban el alto a unos hombres maltratados por Olrankan: dos cojeando, uno inconsciente y sin pata, y finalmente el Cuestor con dolor de espalda. También estaban Vladimyr y Titus, por supuesto, pero esos bastante tenían alternándose al que había perdido de un solo disparo varios kilos de peso.

Xerxes quedó quieto, pero no completamente inmóvil pues sus dientes rechinaban.