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Das Boot (DM 02/20)

LOS SUBMARINOS U-BOOT

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24/10/2018, 10:19
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SOBRE LOS U-BOOT

U-Boot es la abreviatura del alemán Unterseeboot, que significa "nave submarina", y es el nombre que recibieron los submarinos alemanes desde después de la Primera Guerra Mundial.

La historia de la U-Bootswaffe («Arma submarina») está íntimamente ligada a Karl Dönitz, prácticamente el creador de la fuerza de submarinos de la Alemania de la posguerra en 1919. Después de la Primera Guerra Mundial, Karl Dönitz ocupó una de las 1500 plazas de oficial que el Tratado de Versalles permitía a la República de Weimar; su ingreso en la marina de guerra se debió a los excelentes antecedentes que había mostrado durante la Gran Guerra. Se había iniciado como observador de vuelo en la rama aérea naval y pronto se convirtió en comandante de una escuadrilla de hidroaviones. En 1916 ya tenía un submarino a su mando. En 1918 fue capturado cuando emergió, por múltiples fallos del submarino, en medio de una escuadrilla de destructores enemigos e internado en un campo de prisioneros hasta el fin de la guerra.

En 1919 se dedicó a la tarea de reconstruir la flota de submarinos junto con Otto Schultze. Dönitz, al mando de una torpedera, ayudó a reclutar a los futuros tripulantes de los submarinos y a planificar en los Países Bajos su construcción en secreto para soslayar lo estipulado en el Tratado de Versalles. En 1923 fue adscrito al Estado Mayor en Kiel como consultor de métodos de caza submarina, donde formó equipo con Erich Raeder y Wilhelm Canaris.

El Alto Mando de la Marina ya había completado los planes en 1932 para reanudar la construcción de submarinos; de hecho, las piezas de ensamblaje de los nueve primeros submarinos se produjeron en los Países Bajos, España y Finlandia, a los que se les denominó, como sus antecesores, clase "U". El U-1 fue botado el 18 de junio de 1935, y las siguientes unidades a partir de septiembre del mismo año. Dönitz ayudó a crear la escuela de submarinistas, donde las tripulaciones y sus comandantes eran sometidos a duras pruebas antes de disparar un verdadero torpedo. Dönitz inculcaba a las tripulaciones que: "El submarino es esencialmente un arma de ataque". En 1936, se enviaron dos submarinos al Mediterráneo en la Operación Úrsula tanto para apoyar a las tropas sublevadas en la Guerra Civil española, como para el propio entrenamiento de las dotaciones, hundiendo el U 34 al submarino republicano C-3 frente a Málaga el 12 de diciembre de 1936.

Dönitz introdujo en 1936 la táctica de la Manada de lobos (en alemán, Rudeltaktik). Aunque estas innovaciones y otras no fueron bien recibidas en un comienzo por el Alto Mando OKW (Oberkomando der Wehrmacht), al fin logró la aprobación en 1937. Hasta el inicio de la guerra entre el Reino Unido y Alemania, el arma submarina no se consideraba como una fuerza de peso en la guerra naval; sin embargo, la situación cambió más adelante cuando se vieron los resultados de la larga gestión de Dönitz.

Los primeros modelos de submarinos eran muy vulnerables a la aviación y buques enemigos, dada su necesidad de recargar las baterías del sistema eléctrico en superficie, lo cual les hacia ser un blanco fácil a la artillería.

Gracias a la aparición de un curioso invento conocido como el snorkel, se aumentó considerablemente su capacidad ofensiva, dado que no era necesario cargar las baterías en superficie, pudiendo realizarse a profundidad de periscopio,  disminuyendo enormemente la posibilidad de ser avistados.

A pesar de lo que pueda parecer, el snorkel es un invento holandés puesto en servicio en los sumergibles tipo O-19 y O-20, que consta de unos tubos conectados a las entradas y salidas de los motores de combustión del submarino y que permiten la expulsión de los gases de escape así como la  admisión de aire fresco del exterior, para que los motores sigan funcionando en navegación a profundidad de periscopio.

Los submarinos O-19 y O-20 fueron capturados por la flota alemana y se intentó incluir el snorkel en el diseño de los submarinos U-Boot (a pesar de las reticencias iniciales del Almirante Doenitz) siendo las primeras unidades en estar operativas con el snorkel incorporado en el diseño los submarinos numerados  U-57/58.

El snorkel aportaba grandes ventajas para la navegación pero también serios inconvenientes, como la entrada de agua en la tubería de admisión de aire, lo cual provocaba el mal funcionamiento o incluso la paralización del motor, como sucedió con el hundimiento del  submarino U-264 en febrero del año 1944.

Durante dicho año, los técnicos alemanes realizaron ensayos de un nuevo sistema de propulsión independiente del aire  (AIP,  air independent propulsión), que utilizaba como combustible peróxido de hidrogeno (agua oxigenada), teniendo como objetivo principal evitar los problemas de detectabilidad de la estela que dejaba el snorkel en el agua para los nuevos y cada vez más potentes y sofisticados sistemas de radar.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, la Kriegsmarine no estaba preparada para combatir a las fuerzas navales aliadas. A diferencia de los otros armamentos del ejército alemán, el plan naval de construcciones llamado PLAN-Z sólo había empezado unos pocos meses antes. Por lo tanto, el número y la fuerza de los barcos disponibles no eran los adecuados para las necesidades de una guerra mayor.

En los años anteriores a la guerra, la Kriegsmarine no creyó en la posibilidad de ninguna confrontación militar en el futuro próximo con el Reino Unido; al igual que en la Primera Guerra Mundial, los alemanes veían a Polonia y Francia como los enemigos posibles, y la construcción naval fue orientada para hacerles frente. No se creyó posible una confrontación mayor en el mar antes de 1940, una vez que el PLAN-Z se hubiera completado. Cuando se mostró obvio que la tensión con el Reino Unido empezaba a subir en 1938, el temor de una confrontación militar con los británicos causó la aceleración del programa de construcciones navales. Pero aun así, la Kriegsmarine creyó que la posibilidad de una guerra con el Reino Unido tardaría todavía.

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la Kriegsmarine tenía 57 submarinos y la mayoría de ellos no podían operar en el Atlántico. El Plan Z preveía la construcción de 250 sumergibles, pero no con el hecho de que Alemania entrase en la guerra con un número mucho menor de sumergibles que los aliados. En los seis años siguientes se construyeron 1100 unidades, que fueron una amenaza constante para el Reino Unido en todo el transcurso de la guerra.

El arma submarina estuvo en crisis en 1939 debido a una serie de incidentes que marcaron la desconfianza del OKW en Dönitz. El primer barco hundido por un sumergible alemán, el U 30, fue el trasatlántico Athenia, que generó un incidente, pues en el paquebote iban 300 civiles estadounidenses e hizo recordar el caso del Lusitania en 1915.

El U-39, al atacar al portaaviones británico HMS Ark Royal, tuvo un grave fallo en el sistema de torpedos, que delataron su posición, resultando hundido por la escolta del portaaviones. Dönitz presentó la dimisión a su cargo, pero le fue rechazada. Cuando esto ocurría en Alemania, el U-29 sorprendió y hundió en alta mar al portaaviones HMS Courageous.

El momento decisivo del cambio en las operaciones navales lo dio el U-47 con el hundimiento del HMS Royal Oak en Scapa Flow al mando de Günther Prien, el 13 de octubre de 1939. Adolf Hitler dio su entero respaldo al arma submarina y a Karl Dönitz. De ahí en adelante y por un periodo de dos años, el arma submarina cosecharía solo éxitos y causaría dolores de cabeza a la Royal Navy.

Durante todo el periodo bélico, fueron puestos en servicio operativo más de un millar de unidades (desde la denominación U-1 hasta U-4712) que fueron terriblemente activas en combate, logrando una media de cincuenta y cinco hundimientos de navíos aliados por mes.

Estos sumergibles operaron en todos los océanos del planeta, llegando incluso a las costas de América y hasta el Ártico. Hasta mediados de 1943 fueron superiores a las naves de los aliados. Pero con la introducción del radar y la táctica de la cobertura aérea continua a los convoyes aliados, los submarinos alemanes pasaron de ser cazadores a víctimas de la caza. Esta situación se mantuvo hasta el final de la guerra, aun cuando los alemanes introdujeron en el teatro de operaciones nuevos submarinos, como los del Tipo XXI, que llegaron tarde como para revertir los resultados.

El balance final de los resultados de la experiencia submarina fue desastroso para la Kriegsmarine: cerca del 80% de sus submarinos fueron destruidos, 28 000 de sus 40 000 tripulantes murieron y 8000 fueron capturados. Esto demuestra lo dura que fue la guerra submarina durante la Segunda Guerra Mundial.

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24/10/2018, 10:23
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Características del submarino U-Boot (U-966) tipo VII-C

Desplazamiento : 769 toneladas en superficie / 871 navegación sumergido
Eslora: 67,10 metros
Manga: 6,20 metros
Puntal: 4,74 metros
Altura total: 9,60 metros
Potencia: 3.200 hp (superficie) / 750 hp (sumergido)
Velocidad: 17,7 nudos en superficie / 7,6 nudos sumergido
Armamento: 14 torpedos, 26 minas y un cañón 88/45 de 220 disparos por minuto.
Tripulación: 44-52 hombres
Profundidad máxima de inmersión: 220 metros

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24/10/2018, 10:28
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LA VIDA EN LOS U-BOOT

Pese al atractivo que despiertan los submarinos alemanes y las manadas de lobos de la Segunda Guerra Mundial, la vida dentro de un submarino durante una patrulla distaba de ser un crucero placentero.

Los alemanes consideraban a sus lobos de mar como héroes que llevaban vidas glamurosas, pero la realidad de la vida en un submarino alemán era lago completamente distinto. En los submarinos se vivía en un mundo angosto y fétido, y la vida era una mezcla de aburrimiento, incomodidad y terror. Las tripulaciones ocupaban aposentos atestados de maquinaria, instrumentos o torpedos, y dormían en planchas encima de éstos hasta que eran utilizados contra blancos, dejando sitio para literas y hamacas.

Los motores diesel elevaban la temperatura hasta casi los 50 grados. El aire se volvía sofocantemente rancio durante los largos periodos bajo el agua. El agua potable era escasa, no había duchas y nadie se bañaba durante los hasta tres meses que duraba una patrulla. El olor de los sudorosos cuerpos se añadía al olor de sentinas, letrinas, cocina ropas mohosas, gasoil y a la colonia al limón que utilizaban los hombres para eliminar la sal de sus rostros.

No había intimidad ni tranquilidad. De fondo había siempre luces encendidas, el chillido de las comunicaciones por radio, el siseo de las mojadas botas de goma, el zumbar de una bomba de sentina, el sorber de las válvulas de entrada de aire y el pulsar de los motores diesel.

El peligro estaba siempre presente. Con mal tempo, el océano saltaba por encima de la torreta en sólidos muros verdes, a veces arrastrando a los hombres por encima de la borda. En octubre de 1941, cuando el U-106 cruzó el golfo de Vizcaya en un tranquilo día azul, una nueva guardia salió al exterior para descubrir que los cuatro hombres del turno anterior a los que acudían a reemplazar habían desaparecido. Una tremenda ola de popa los había barrido.

Estos siniestros incidentes se añadían a la paranoia que los alemanes llamaban Blechkoller, o neurosis de la lata de conserva, una forma de tensión nerviosa que podía conducirles a una violenta histeria, particularmente bajo ataques con cargas de profundidad. Cuando los cazasubmarinos aliados abandonaban un ataque, el primer pensamiento del comandante era llevar su submarino a respirar a la superficie. El pánico entre la tripulación tenía que ser calmado inmediatamente a través del liderazgo, la experiencia y la frialdad del capitán. Con suerte, pronto hallarían una presa y la victoria aliviaría la tensión de sus tripulantes.

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24/10/2018, 10:44
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CLASES DE SUBMARINOS

Alemania construyó en total ocho tipos de sumergibles y submarinos, unos costeros y otros oceánicos:

Tipo I: sumergibles oceánicos construidos a mediados de la década de 1930.
Tipo II: pequeños sumergibles costeros, también llamados "Einbäume".
Tipo VII: el más numeroso durante la Segunda Guerra Mundial.
Tipo IX: sumergibles grandes, diseñados para operar en largas distancias.
Tipo X: un modelo multiuso de sumergible.
Tipo XIV: sumergibles de abastecimiento.
Tipo XXI: los primeros submarinos modernos, conocidos como "Elektroboote".
Tipo XXIII: modernos submarinos costeros, construidos a finales de la guerra.

Además de los sumergibles y submarinos descritos, la Kriegsmarine construyó a partir del año 1944 unos submarinos enanos, monoplazas y biplazas, que transportaban uno o dos torpedos. se denominaron Neger, Mander, Linsen, Biber, Molche y Seehund.

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24/10/2018, 11:13
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La vida en un U-Boote (artículo de Javier Bilbao) 

“La única cosa que realmente me asustó durante la guerra fue el peligro representado por los submarinos”
Winston Churchill

El temor a los U-Boote y el combate que se desarrolló para intentar estrangular la economía británica por parte del Tercer Reich hizo que se bautizara a esta contienda como "La Batalla del Atlántico". Más de 14 millones de toneladas Aliadas acabaron en el fondo del mar y murieron en el empeño al menos el 70% de los tripulantes de submarinos de la Alemania nazi. 

Los submarinos alemanes alcanzaron tal grado de desarrollo técnico y capacidad de ataque durante la Primera Guerra Mundial (un total de 345 de ellos entraron en servicio, hundiendo 6.400 barcos enemigos), que el Tratado de Versalles prohibió a Alemania su construcción. La fuerza naval resultante de las exigencias de dicho acuerdo era tan inofensiva y minúscula —especialmente en comparación con la inglesa— que a Hitler se le llevaban los demonios y tal como escribió en Mein Kampf: “precisamente una flota que no puede competir en número, tiene que superar esta deficiencia con la superior capacidad de combate de cada uno de sus barcos”. Esto trajo consigo la construcción encubierta de submarinos para la Kriegsmarine, inicialmente en otros países como España u Holanda, y a finales de los años 30 cada vez con más descaro en la propia Alemania.

Entre junio de 1935 y mayo de 1945 fueron alistados un total de 1.177 aparatos bajo el mando de Karl Dönitz. Comandante de un submarino en la Primera Guerra, comodoro jefe de los submarinos del Reich durante la Segunda y —por curiosos avatares de la historia— la persona que sucedería al Führer tras su suicidio y firmaría la rendición incondicional de Alemania en 1945. 

Se construyeron diversos modelos de submarinos, llamados U (abreviatura de Unterseeboot) seguidos de un número que lo identificaba. Cada uno llevaba además dibujada en su vela una insignia de su flotilla, tripulación o de la propia embarcación, que podía ser un toro, un pez espada, un caballito de mar, Mickey Mouse (extraordinariamente popular en la Alemania nazi), un muñeco de nieve… etc. Si lograban regresar de una misión lucían también banderines blancos según el número de barcos hundidos, con la cifra de su tonelaje. Su tripulación rondaba el medio centenar de personas y estaba compuesta de hombres muy jóvenes —la habitual carne de cañón de todas las guerras— que tenían entre 20 y 22 años en el caso de los marineros y de 23 a 25 en el caso de los suboficiales. Por lo general previamente habían aprendido algún oficio manual, estando así familiarizados con el puesto que les asignaban como maquinistas, engrasadores o torpedistas. En gran parte se presentaban voluntarios, dado el prestigio y el halo romántico que rodeaba a los submarinistas, pese a que a medida que avanzó la guerra mostraron una tasa de mortalidad escalofriante, la más alta de hecho de todo el ejército. La vida que les esperaba desde el momento en el que zarpaban sin saber muy bien lo que se les venía encima —al comienzo de la guerra eran despedidos por alegres multitudes y bandas de música— era una mezcla de aburrimiento y claustrofobia, aderezada con ocasionales momentos de absoluto terror. 

Una vez iniciada la expedición, el submarino debía estar a pleno rendimiento y en alerta las 24 horas del día, así que la tripulación realizaba turnos de cuatro horas —en el caso del personal de máquinas era de seis— y usaban por tanto una misma cama dos personas alternándose, lo que se conocía como “cama caliente”. Esto, unido a la falta de distinción entre el día y la noche dentro de la embarcación, acababa alterando los ritmos horarios de los submarinistas. Con el fin de amortiguar ese efecto se procuraba respetar las horas del desayuno, la comida y la cena. El primero solía consistir en café muy cargado, huevos y tostadas con mantequilla o mermelada. Para la comida sopa y carne con patatas o verduras y para la cena salchichas o pescado. Con el paso de los días la dieta iba deteriorándose debido al agotamiento del almacén y la constante aparición de moho debido a la humedad, si bien algunos submarinos contaban con hornos para elaborar su propio pan. La fruta, el chocolate y otras exquisiteces se empleaban para recompensar el esfuerzo. Así mismo, las bebidas alcohólicas no solían estar permitidas, pero se distribuían en fechas señaladas y para celebrar el hundimiento de un barco enemigo.

Los uniformes se relegaban únicamente a los actos oficiales, a bordo la ropa que llevaban era bastante informal ya que ante todo primaba la funcionalidad. También empleaban una buena cantidad de agua de colonia llamada “Kolibri”, con la que disimular un poco la intensa atmósfera que se creaba con tanta gente conviviendo en un espacio cerrado.

Solía haber un solo retrete para toda la tripulación (aunque en ocasiones también podía usarse otro en cubierta); dentro de él había un cuaderno en el que debía escribirse el nombre del que lo usaba, de esa manera cuando se atascaba se conocía al culpable, que debía encargarse de desatascarlo. Pero a menudo al lado de su nombre los marineros aprovechaban para escribir algún verso mientras cumplían con la naturaleza. Nunca son malos tiempos para la lírica. 

Para hacer más llevadera la monotonía a bordo solía ponerse el tocadiscos una hora al día y algún submarinista llevaba un acordeón. Estaba prohibido tener fotografías de mujeres desnudas y aquellos libros que “solo tienden a halagar los bajos instintos del hombre, es mejor echarlos por la borda” opinaba el comandante de submarino Wolfgang Luth. Aunque al llegar a tierra se admitía que salieran del puerto a desfogarse. Mientras tanto, durante la travesía, se entretenían en sus ratos libres hablando con sus compañeros, fumando, leyendo, jugando al ajedrez o a las damas y, como en el caso del U-552, cazando tiburones por el procedimiento de lanzar granadas al mar. A veces, en Nochebuena se ponía un árbol de Navidad en la cámara de proa, se cantaban canciones navideñas y se repartían pequeños regalos entre la tripulación. También era celebrado el paso del Ecuador y, como decíamos antes, el hundimiento de algún barco. Los domingos se esperaba que los submarinistas se vistieran algo mejor y era el día en el que el capitán o los oficiales adoctrinaban al resto hablando de los inigualables logros del Tercer Reich y de su “unidad y grandeza” o explicaban algún detalle sobre el funcionamiento de la embarcación o el mar.

La supervivencia del submarino dependía de la perfecta coordinación y obediencia al capitán por sus subordinados. El problema residía en ocasiones en cómo castigar las faltas de disciplina. Una tripulación no podía permitirse el lujo de prescindir de uno de sus hombres en un calabozo de castigo y en tiempo de guerra amenazar con anular permisos tampoco era muy eficaz. Así que se recurría a amenazar con enviar al infractor a un batallón de castigo del frente ruso o a pequeños castigos como el “lecho duro”. Consistía en dormir en el suelo sin manta ni colchón. También se ordenaba entonces realizar los trabajos más desagradables, se le prohibía fumar e incluso se le castigaba al silencio, impidiendo que durante varios días ninguno de sus compañeros le dirigiera la palabra. Pero en un grupo tan compenetrado y de convivencia tan estrecha, a veces bastaba simplemente con recurrir a la presión del grupo, tal como contó en cierta ocasión el mencionado comandante Luth:

A los pocos días de haberse concedido a un serviola una alta condecoración, avisó con retraso el avistamiento de un destructor. Lo único que pudimos hacer fue sumergirnos y esperar. Era evidente que estábamos corriendo un peligro que pudo haberse evitado. Sin embargo, no lo castigué. Recibimos tal lluvia de cargas de profundidad, que estuvimos 15 horas sin poder salir a la superficie. Mientras se producían las explosiones, todas las miradas estaban fijas en el culpable y este fue el peor castigo que pudo recibir.

En esos momentos de tensión, bajo el ataque de cargas de profundidad, ocasionalmente algún submarinista podía perder los nervios. Dependía del carácter de cada uno, algunos por el contrario eran capaces de tomarse los peligros con bastante filosofía. Como el submarinista que menciona Harald Busch, que ante la incertidumbre de navegar a través de un campo de minas concluyó: “No hay que preocuparse, si mañana nos despertamos es que habremos acertado el buen camino”. A veces el desastre podía provenir de un simple descuido, como no ponerse el cinturón de seguridad cuando se vigilaba el horizonte desde la torre, tal como ocurrió en el U-106 cuando el oficial de guardia y tres serviolas fueron barridos por una ola y nada más se supo de ellos. 

Ante el acoso alemán, durante la Primera Guerra Mundial ya comenzó a recurrirse al convoy, con los barcos mercantes navegando agrupados y escoltados por destructores. Durante la Segunda, la réplica alemana fue la rudeltaktik o “manada de lobos”, con varios submarinos nazis atacando en grupo a un convoy preferiblemente de noche. Durante los primeros compases de la guerra tuvieron una notable eficacia, que se vio reforzada con la capitulación de Francia y el consiguiente acceso al Golfo de Vizcaya (los puertos de Vigo y Ferrol también les fueron de ayuda). Al establecer bases para sus submarinos en la costa francesa dispusieron de otra salida al Atlántico aparte del mar del Norte, mejor controlado por los británicos. Dichas bases consistían en enormes búnkeres con techos de hormigón de hasta siete metros de espesor, que los hacía invulnerables incluso a las bombas de cinco toneladas que se lanzaron contra ellos. La base de Brest, por ejemplo, se bombardeó hasta en 65 ocasiones sin que nunca pudiera ser destruida.

El ASDIC o sónar fue el gran quebradero de cabeza para los submarinistas, pues permitía detectar su posición, de manera que los destructores se ponían justo encima a soltar cargas de profundidad. Es ese pitido que suena cada pocos segundos en las películas de submarinos mientras vemos sudar a los protagonistas. Los submarinos por su parte disponían del Funkmeßortungsgerät, o sea, el radar, según este idioma de gran belleza que es el alemán. Por si eso no fuera bastante también contaban con el Funkmessbeobachtungsgerät, al que probablemente tardaron más en ponerle el nombre que en inventarlo. También comenzaron a llevar un pequeño artefacto llamado Bold que era disparado y mediante una reacción química producía una gran cantidad de burbujas, despistando al sónar. Con esa misma finalidad bordeaban la costa española para confundirse con sus salientes y con los pesqueros. En ocasiones recurrieron a soltar aceite para que en la superficie creyeran que una carga de profundidad había hundido al submarino o se posaban en el fondo del mar durante varias horas, hasta que la superficie quedara despejada.

La invención del Snorckel permitió que los motores diésel tomaran aire permaneciendo sumergidos, aunque el sistema tenía ciertos inconvenientes, como el rastro que dejaba en el agua o los cambios de presión dentro del aparato. Un recurso muy curioso fue el de usar cometas o Kolibris, pequeños aparatos con hélices y conectados mediante un cable al submarino. En ellos se subía algún intrépido vigía que de esa manera podía otear el horizonte desde una mejor posición… al menos hasta que llegaba algún avión enemigo. 

Durante la última etapa de la guerra se diseñaron nuevos modelos de submarinos como el tipo XXI, capaces de permanecer sumergidos más de diez días, un minisubmarino biplaza e incluso torpedos humanos suicidas. Hubo también una mejora en el mecanismo de detonación de los torpedos, se incluyó en ellos un sistema de guiado por el ruido de las hélices, así como un movimiento en zigzag para aumentar las posibilidades de dar a algún barco de un convoy. Pero nada de eso pudo cambiar el curso del conflicto, la Batalla del Atlántico estaba irremediablemente perdida.

Se trataba en definitiva de una carrera armamentística de medidas y contramedidas que acabó inclinándose del lado Aliado. A ello también contribuyó en cierta medida el descubrimiento de las claves de Enigma, la máquina con la que los submarinos intercambiaban mensajes codificados con el mando central. Los ingleses, astutamente, emplearon esta información con moderación, de manera que el mando alemán no sospechase que estaban interceptando sus comunicaciones. De esta forma algunos estiman que más de 300 barcos Aliados pudieron ser salvados. 

Con el transcurso de la guerra los Aliados ya no se limitaron a proteger a sus convoyes, sino que salieron a cazar a los cazadores. Para entonces todo fueron calamidades para el arma submarina alemana: la Luftwaffe al mando de Hermann Goering no proporcionaba la suficiente cobertura aérea; la enorme producción de los astilleros ingleses y americanos frustró la pretensión nazi de aislar a Gran Bretaña al dejarla sin barcos; la llamada “brecha del Atlántico”, la parte del océano por la que no sobrevolaban aviones aliados en busca de submarinos, finalmente quedó sellada gracias a nuevas bases y portaaviones; además los aviones pasaron a estar equipados por un nuevo tipo de radar, llamado centimétrico, mucho más eficaz en la detección. Hasta tal punto se sintieron acorralados los antaño llamados “lobos grises” que Dönitz transmitió un mensaje categórico a los comandantes: “quien ahora crea que no es posible atacar a los convoyes es un calzonazos y no un auténtico comandante de U-Boot”. Si permanecieron funcionando durante los últimos meses fue porque desviaban recursos aliados para su destrucción como los aviones, que si no hubieran sido destinados a atacar el suelo alemán. 

Aunque hay cierta variación en las cifras, se estima que de los 39.000 submarinistas alemanes murieron en combate entre el 70% y el 75%… Desde luego les hizo falta mucho valor para meterse en estas grandes latas a decenas de metros bajo los barcos enemigos que no paran de soltarte regalos y superar la claustrofobia y el sentimiento de indefensión que supone saber que no puedes hacer nada para ponerte a salvo, solo esperar. Como dijo alguien: “de todas las ramas de los hombres en las fuerzas armadas no hay ninguna que muestre una mayor devoción y se enfrente a peligros más severos que los tripulantes de un submarino”.