Partida Rol por web

Gambrinus, Sir Haldir, Sir Alois y también Innos, habían salido a la carrera por tal de alcanzar a las dos mujeres del grupo. Liadrel, quien según palabras de Sir Haldir estaba huyendo de la posada llevándose consigo las únicas pistas que habían podido reunir acerca de todo aquel turbio asunto, y Niren, la única con las piernas lo suficientemente largas y rápidas como para poder alcanzarla. Desde luego, la torpeza de Sir Haldir con los cubos de basura y el estruendo que había realizado, habían sido providenciales para dar la alarma acerca de todo aquello.

Cuando los cuatro varones alcanzaron el lugar donde la tiefling había interceptado a la elfa, pudieron observar con claridad, que ambas estaban blandiendo sus armas enfrentadas cuerpo a cuerpo. Liadrel parecía haber sufrido peores consecuencias, pues su ropa estaba manchada de sangre y sin duda alguna estaba sufriendo para mantener a raya a Niren. De hecho, acababa de lanzar un golpe con su cimitarra y ahora se daba a la fuga tratando de escapar y dejando a Niren con la opción de asestarle un buen golpe por la espalda.

- ¿Pero qué...? - Quiso decir algo más, pero no pudo. Estaba en estado de shock.

El enano se quedó completamente petrificado al ver aquella escena. Innos no esperaba ser testigo de aquello. Liadrel había sido su compañera de aventuras durante mucho tiempo. Todo hacía indicar ahora que estaba traicionando al grupo. Innos no alcanzaba a entender el porqué de todo aquello. El enano no supo reaccionar. Simplemente se llevó las manos a la cabeza y se quedó paralizado.

- ¡Liadrel vuelve! - Gritó Sir Alois. - ¡Depón las armas! - Le ordenó. - ¡Ésto se ha acabado!

El caballero no desenfundó su arma. Sabía que Niren podía matar a Liadrel si se lo proponía. Sabía que Gambrinus y Sir Haldir podían hacerlo también. Aunque eso no les serviría de mucho. Si Liadrel moría, nunca sabrían el porqué de sus actos, o si lo llegaban a saber, sería tras una nueva investigación que les llevaría algún tiempo y perder más tiempo no era lo que a sir Alois se le planteaba como la mejor opción.

- ¡Detenedla! - Alzó de nuevo la voz.

Haldir no malgastó saliva, sabía que no Liadrel no iba a atender a razones. En cambio, utilizó su saliva para algo más productivo:

—¡Atácala! —le exhortó a Niren—. ¡Te tengo cubierta!

Niren se pasó el dorso de la mano por la mejilla sin demasiado aspaviento, no era lo peor que le había sucedido. Sin embargo en ese momento vio a Liadrel salir disparada y por inercia lanzó una cuchillada medio a la remanguillé. Por las malas sería entonces.

Si tenía que perseguirla desangrándola como a un cochino, lo pensaba hacer. Además, ahora tenía la excusa de que Haldir la tenía cubierta si le daba demasiado fuerte...

Detenerla... podía hacerlo sí Niren no lo conseguía.

Aquel ataque provocó que Liadrel cayera al suelo exhausta. El combate cuerpo a cuerpo no era su mejor don. Había hecho el ridículo ante la bastarda de Niren y ahora, sin fuerzas y desangrándose, no le quedaba mucho por hacer salvo quizás... Agarró con firmeza su cimitarra y se la colocó frente al cuello. Parecía dispuesta a quitarse la vida, pero antes miró a sus antiguos compañeros con cierto desprecio.

- ¡No me cogeréis con vida! - Les dijo entonces con la mano temblorosa. 

¿Iba a hacerlo? Pese a que parecía decidido a hacerlo, todavía no había ejecutado el corte, es más, que su mano temblara significaba que le asaltaban las dudas. ¿Sería lo suficientemente valiente, o cobarde según se mire, como para quitarse la vida por los ideales que le acompañaban? Pronto la resolución de aquel conflicto se aclaró. 

Liadrel pasó la hoja de su cimitarra por su cuello haciendo un profundo tajo de color carmesí y la sangre brotó de la herida derramándose sobre el suelo. El corte era mortal de necesidad y si nadie hacía nada para evitarlo, la elfa moriría desangrada en unos breves instantes.

—Oh, sí, ya lo creo que sí...

Sir Haldir alzó dos dedos en el aire y su mano acorazada se cubrió de un destello plateado. Otro fulgor homócrono brilló en el cuello de la elfa, previniendo la peor parte de la herida. Liadrel cayó al suelo, de todas formas, mientras Haldir seguía avanzando hasta ella. Se arrodilló, se quitó un guantelete y le tomó el pulso en el cuello.

—Sigue viva —les confirmó a sus compañeros—.  Quitadle todas las armas a esta loca. En mi mochila tengo algo de cuerda para atarla y evitar que se autolesione. Comprobaremos qué sabe.

Dejó que Niren le quitara todo el armamento que Liadrel tuviera encima antes de cogerla en brazos y llevarla a la taberna. 

Una vez apresada la elfa y desprovista de sus armas, un arco largo, un carcaj y su cimitarra, os percatáis de que no porta consigo los objetos que Sir Haldir dice que acaba de sustraer del dormitorio común. No pueden andar muy lejos, pues no ha recorrido demasiada distancia desde la ventana hasta el lugar donde fue interceptada por Niren.

—Señora zorra, para ti—escupió Niren a un lado una vez la fugitiva estuvo en el suelo.

Lo cierto es que le costó muchísimo no darle una patada al acercarse. Le costó hasta la última fibra de su voluntad. Así que se contentó con limpiar de sangre sus espadas en la capa de la elfa mientras le quitaba todo el armamento (y una bolsa de monedas que también encontró)

—Cuando la alcancé no llevaba las cosas de Bloj—dijo aún en cuclillas mirando hacia arriba para hablar con sus compañeros—. Quizá las tiró por el camino, voy a echar un vistazo mientras vosotros la llevais de vuelta. Pero antes decidme algo: ¿esto es un tatuaje normal o a alguien le suena por casualidad de alguna cosa esotérica?

Tiró del cuello de la cota de malla de Liadrel para que se viese el susodicho tatuaje: una sierpe retorcida cerca del corazón. Para ella bien podía ser un tatuaje porque sí, pero también podía representar algo, o mismo ser la marca de algún culto. Uno al dios de los quejicas malhumorados, por ejemplo.

Entre que le contestaban o no, se puso en pie y gruñó mirando su propio brazo donde había un largo corte rojo que había dejado un sinuoso reguero a lo largo del mismo hasta la muñeca.

—Oye... ¿tienes una de esas venditas magicas? Esto escuece como los mil demonios—preguntó a Haldir. Al instante cayó en la cuenta de lo que acababa de decir y carraspeó diplomáticamente—. Sí, no era un chiste.

—Ni la más remota idea —admitió Sir Haldir—, aunque estoy empezando a pensar que guarda relación con el obscuro texto que encontramos en el diario que nos dio Bloj. 

Sir Haldir fingió interés sobre la herida de Niren. Y entonces le espachurró la nariz con el dedo índice mientras mantenía un gesto de lo más profesional. Esperó unos segundos de esa guisa a que el hechizo de curación persistente que había tejido a su alrededor surtiera efecto.

—¿Te sientes mejor ahora? —le preguntó en tono de guasa.

Liadrel empezó a abrir los ojos. Parecía desconectada. Tardó unos segundos en centrar la mirada y ver a Si Haldir y a Niren sobre ella. Se percató entonces se que había sido amarrada a una cuerda y solo entonces fue cuando frunció el ceño.

- Mierda... - Dijo entonces manteniendo un gesto furibundo. - No tenéis ni idea de con quién estáis jugando. No sabéis lo que estáis haciendo. Tenéis que abandonar está estúpida misión. El mundo entero os lo agradecerá. - Dijo con una tranquilidad pasmosa. - No voy a decir nada. No me sacaréis información alguna. Más os hubiera válido la pena matarme...

Innos se abrió paso entre Niren y Sir Haldir. De todos los presentes parecía el más furioso. Sin duda se sentía traicionado más que el resto, pues consideraba a Liadrel como una amiga, ya que llevaba algún tiempo viajando a su lado. 

- ¡Eres una bastarda, Liadrel! - Le dijo antes de cruzarle la cara de un guantazo. - ¿Cómo has podido engañarme todo éste tiempo? ¡Confía en un elfo y...! - No acabó la frase. Escupió en el suelo junto a Liadrel y entonces alguien le cogió desde atrás arrastrándolo lejos de la elfa.

- ¡Contente Innos, por los dioses! - Exclamó el caballero. - ¡Todos nos sentimos defraudados con ella, pero está atada e indefensa! - Le recriminó. - No es correcto golpearla. Además, es una dama. Sigue siéndolo...

Innos se tranquilizó y se apartó unos pasos de la zona. Le dio la espalda al lugar donde mantenían a Liadrel y comenzó a murmurar por lo bajo algo ininteligible para el resto.

- ¿Qué hacemos con ella? - Preguntó entonces Sir Alois. - No podemos interrogarla aquí, en medio de las calles de Malaken...

- No es nada personal, Innos. - Dijo entonces en alto la elfa y el enano volvió a girarse hacia ella. - Es algo más importante que tú y que yo. Es algo que debo proteger y que muchos antes como yo protegieron. - Bajó la mirada y no dijo nada más. Innos tampoco replicó a aquellas últimas palabras.

Era el momento de decidir los siguientes pasos a seguir.

—Es el artefacto, ¿verdad? —le preguntó Sir Haldir, aunque conocía la respuesta—. Rataxes también lo busca, y si abandonamos nuestra misión y él lo encuentra hará algo peor de lo que nosotros haríamos.

Hizo una pausa para que Liadrel meditara sobre ese hecho tan básico.

—Si quieres honrar a aquellos que lo protegieron antes que tú, si de verdad quieres salvar el mundo dinos a qué nos estamos enfrentando y cómo evitamos la catástrofe.

Niren soltó una repentina carcajada cuando aquellos tres se pusieron a discutir. Aunque se tapó la boca enseguida.

—Perdón, me acordé de algo gracioso—dijo con la voz amortiguada y aun algo tomada por la hilaridad.

En verdad lo que le había provocado la risa había sido la definición de Alois: Liadrel no era una dama, Liadrel era una zorra.

No le caía mal aquel hombre pero la visión del mundo de los paladines siempre le había parecido demasiado ilusa, alarmantemente ilusa. Para él no era correcto golpear a Liadrel, bien, para Niren no era correcto que ella les traicionara. Y no tenía la menor intención de andarse con algodones.

La tiefling sabía demasiado bien que tratar de buena manera a una rata no garantizaba automáticamente que esa rata no fuera a morderte el culo al darte la vuelta. Y el mundo estaba lleno de ratas. De ratas y de escoria aun peor que las ratas.

Pero quería saber adónde llegaba aquello así que por lo pronto se cruzó de brazos con gesto ocioso cuando Haldir empezó a interrogar a Liadrel.

«Adelante, estoy deseando oir la madre de todas las tonterías victimistas»

—Oh, lo que mencionaste antes... —se acordó ladeando la cabeza hacia el caballero rubí—. Sí que había algo entre toda aquella monserga sobre una serpiente que se mordía la cola. Kaowari o algo así, si te soy sincera lo leí bastante en diagonal.

- No... - Respondió simplemente ella. - Estáis en el bando equivocado. No tenéis ni la más remota idea de a lo que os enfrentáis y no seré yo la que os lo desvele. - Parecía bastante segura de poder cumplir aquella promesa. - Hice un juramento, que anteriormente hicieron mis padres y los padres de mis padres. Rataxes no es el problema, os lo puedo asegurar. - Bajó la mirada. - Matadme o dejad que me vaya... - Dijo apesadumbrada.

- No hay problema Liadrel. - Intervino entonces Gambrinus. - Si no quieres hablar, te sacaremos la información de otra forma. - En ese momento el magodiano sacó una pequeña navaja de su bolsillo, se la mostró a la elfa y la volvió a esconder. - Traedla a la posada de nuestro buen amigo Brogo. Es hora de que nos devuelva el favor.

Liadrel volvió a mirar con superioridad a Gambrinus. Parecía evidente que no le asustaba demasiado el dolor. Sin duda debía haber estar entrenada para soportar torturas. Prefería haber muerto desangrada en aquel callejón, pero si tenía que aguanta el dolor, también parecía dispuesta a ello. Su propósito debía ser realmente importante para ella. Fuera como fuera, Gambrinus no pretendía torturarla. Quizás hiciera como si fuera a hacerlo, pero no lo haría. Era un mago y los magos tenían desde luego otro tipo de formas para revelar información oculta.

- No perdáis tiempo... - Añadió, se dio media vuelta y se encaminó hacia la posada.

- ¿No piensa torturarla, verdad? - Le preguntó Sir Alois a Sir Haldir. - Nosotros no... - Tragó saliva. - Eso no... - Estaba indeciso, no sabía si su amigo había enloquecido al igual que Gambrinus. - ¿Tú estás de acuerdo en eso?

Sir Alois agarró a Liadrel por debajo de un brazo y Sir Haldir hizo lo propio desde el otro lado. Entonces comenzaron a caminar de regreso a la posada. El bueno de Sir Alois esperaba una respuesta.